El dulce conejo,
sobre la madriguera de mi cama,
con las orejas alertas,
y los ojos inyectados en duda,
esperando el momento de saltar.
Esperando el momento de saltar.
Corre las cortinas,
que nadie lo sepa,
que si lo saben,
nunca va a saltar.
Nunca va a saltar.
Ya suena el reloj,
ya se acaba el tiempo,
ya hay que correr,
ya hay que marchar.
El dulce conejo,
sobre la madriguera de mi libro,
con las patas energéticas
y los bigotitos temblorosos de avidez,
esperando el momento de saltar.
Esperando el momento de saltar.
Cierra las puertas,
que nadie te vea,
que si te ven,
lo van a querer cazar.
Lo van a querer cazar.
Me siento a tomar té,
mientras miro el periódico,
pero nada de esto es real,
nada de esto es real.
La blancura de su piel me infunde cierto miedo punzante,
pero también curiosidad.
¿Qué tiene un conejo que no tiene un león?
¿Qué tiene un conejo que no tiene la realidad?
¿Qué hay de abismo en esto, que hay de maldad?
Cuestionar, cuestionar.
Cuestionar, cuestionar.
El dulce conejo,
sobre la madriguera de mi cabeza,
con los dientes feroces
y las uñas creciendo,
esperando el momento de saltar.
Esperando saltar.
Hay un instante de silencio,
seguido del tic tac,
hay un minuto de cobardía,
seguido de libros azotándose contra el piso,
hay un segundo de trémula marcha atrás,
correr al pasado,
pero es tarde ya,
cuando aparece el conejo...
¿Cómo puedes no querer seguirlo?
¿Cómo puedes no querer atravesar una muralla entera y quemar por completo esta ciudad?
¿Cómo puedes no querer tomar libros y construir, construir, construir madrigueras?
Abre los ojos,
respira profundo,
abre las puertas,
corre las cortinas,
que todos nos vean,
que todos nos oigan,
que todos lo sepan,
que nos vengan a cazar.
Que nos vengan a cazar.
El dulce conejo,
el conejo brutal,
con el reloj palpitando en la mano,
con los ojos inyectados en ideas,
con las patas crepitando los gritos de las marchas,
con los bigotitos apuntándonos,
esperando el momento de saltar.
Esperando el momento de saltar.
Hay que correr,
hay que gritar,
hay que marchar,
hay que dudar,
hay que cambiar,
hay que saltar, ¿Es esto realidad?
¿Es esto realidad?
Esperando saltar.
El reloj suena fuertemente,
desata un terremoto,
desata los nudos de mi casa,
revienta las ventanas.
Esperando saltar.
¿Qué tiene un conejo que no tiene un dragón?
¿Qué tiene un poema que no tiene un sermón?
Ya vamos a saltar.
Vamos a saltar.
El dulce conejo,
el conejo brutal.
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miércoles, 10 de diciembre de 2014
martes, 9 de diciembre de 2014
La pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel
La pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel, con el olor a duda, con el sabor a cuerpo sin rumbo; con la visión de las hojas otoñales cayendo a tu alrededor, mientras atraviesas la alameda Chacabuco y la infancia misma; el tacto de la tierra mojada, el sonido de los tambores lejanos que invitaban a salir corriendo y atravesar a los autos mismos sin aviso de muerte, sin atisbo de sangre.
La pequeña caída de tus ojos abrasando las ganas de mostrar algo, de escribir algo que no sea escrito, si no que se levante del papel mismo y salga a revolotear por ahí...
¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo encontrar el momento de ponerlo en duda? ¿Cómo preguntarse siquiera por dudarlo? ¿Cómo poner la vida entera en ello?
¿Cómo no querer ponerla entera en ello?
Comienzo a caminar. El azulado brillo de las palabras se me cuela lentamente entremedio de las venas, atraviesa las raíces de mi pelo, seca mi boca, enmudece hasta lo que quiero intentar decir.
Todo suena torpe, todo es insuficiente, todo no está a la altura necesaria.
Me siento en una banqueta con mi libro de apuntes y miro el cielo.
El universo seguramente era un cúmulo de palabras que formaban galaxias de historias y agujeros negros de rupturistas movimientos literarios, con sus constelaciones de poemas, sus explosiones de anagramas, sus cometas de canciones, sus Vías Lácteas de novelas, de frases encadenadas, de escritores malditos, de mundos lectores, de interpretaciones, de intentos fallidos, de libros quemados, de herejías e inmoralidades...y nosotros, la brizna de polvo en medio de todo eso.
La pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel; la mirada profunda volcada por entero a ese lago silencioso repleto de gritos; el cabello que baila al compás de la sinfonía de tus pensamientos que chorrean desde la cabeza, a través del brazo, hasta llegar a derramarse por el lápiz mismo en la tierra para sembrar una nueva conexión mágica; la dulce boca seductora que besa algo impenetrable; la suave postura de tu cuerpo, como una flor de loto en ese lago de gente que trató antes.
¿Cómo no poner la vida entera en ello? ¿Cómo no querer tratar, incluso si fuese un fracaso brutal?
Si cambiáramos toda la realidad del mundo, no compensaríamos esa magia infinita. Si cambiáramos todos los rumbos tomados, no la extinguiríamos.
Todo el azul me ha calado hasta los huesos. Sigo mirando detenidamente la pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel, pero qué importa ya. Me transparento, me invisibilizo, me convierto en palabra, en frase, en párrafo...me poso sobre tu mano y me plasmas bien, justo allí donde querías.
Entonces lo noto. Pensé que estaba escribiendo acerca de ti, pero no. Tú lo hacías. ¿Quién es el personaje y quién, el autor? ¿No te había visualizado yo a ti antes? ¿O es que todo ha sido al revés desde el principio?
Hay un sol que llevamos dentro que quema más que nada. Hay una llama que puede o no extinguirse.
Pero...todo suena torpe, todo es insuficiente, todo no está a la altura necesaria. Todo es un escrito mal logrado, todo es un intento, un estirar la mano y no alcanzar jamás lo que se espera tomar con ella.
Un intento imperfecto de lograr una especie de perfección que reside en todos nosotros y en la magia que hemos creado sin saberlo. Un intento imperfecto de alcanzar nuestra propia mirada, nuestro propio retrato, el corazón del uno y del otro.
Como tejer un cuento divino con hilos de humanidad.
La pequeña caída de tus ojos abrasando las ganas de mostrar algo, de escribir algo que no sea escrito, si no que se levante del papel mismo y salga a revolotear por ahí...
¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo encontrar el momento de ponerlo en duda? ¿Cómo preguntarse siquiera por dudarlo? ¿Cómo poner la vida entera en ello?
¿Cómo no querer ponerla entera en ello?
Comienzo a caminar. El azulado brillo de las palabras se me cuela lentamente entremedio de las venas, atraviesa las raíces de mi pelo, seca mi boca, enmudece hasta lo que quiero intentar decir.
Todo suena torpe, todo es insuficiente, todo no está a la altura necesaria.
Me siento en una banqueta con mi libro de apuntes y miro el cielo.
El universo seguramente era un cúmulo de palabras que formaban galaxias de historias y agujeros negros de rupturistas movimientos literarios, con sus constelaciones de poemas, sus explosiones de anagramas, sus cometas de canciones, sus Vías Lácteas de novelas, de frases encadenadas, de escritores malditos, de mundos lectores, de interpretaciones, de intentos fallidos, de libros quemados, de herejías e inmoralidades...y nosotros, la brizna de polvo en medio de todo eso.
La pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel; la mirada profunda volcada por entero a ese lago silencioso repleto de gritos; el cabello que baila al compás de la sinfonía de tus pensamientos que chorrean desde la cabeza, a través del brazo, hasta llegar a derramarse por el lápiz mismo en la tierra para sembrar una nueva conexión mágica; la dulce boca seductora que besa algo impenetrable; la suave postura de tu cuerpo, como una flor de loto en ese lago de gente que trató antes.
¿Cómo no poner la vida entera en ello? ¿Cómo no querer tratar, incluso si fuese un fracaso brutal?
Si cambiáramos toda la realidad del mundo, no compensaríamos esa magia infinita. Si cambiáramos todos los rumbos tomados, no la extinguiríamos.
Todo el azul me ha calado hasta los huesos. Sigo mirando detenidamente la pequeña caída de tu mano sobre la hoja de papel, pero qué importa ya. Me transparento, me invisibilizo, me convierto en palabra, en frase, en párrafo...me poso sobre tu mano y me plasmas bien, justo allí donde querías.
Entonces lo noto. Pensé que estaba escribiendo acerca de ti, pero no. Tú lo hacías. ¿Quién es el personaje y quién, el autor? ¿No te había visualizado yo a ti antes? ¿O es que todo ha sido al revés desde el principio?
Hay un sol que llevamos dentro que quema más que nada. Hay una llama que puede o no extinguirse.
Pero...todo suena torpe, todo es insuficiente, todo no está a la altura necesaria. Todo es un escrito mal logrado, todo es un intento, un estirar la mano y no alcanzar jamás lo que se espera tomar con ella.
Un intento imperfecto de lograr una especie de perfección que reside en todos nosotros y en la magia que hemos creado sin saberlo. Un intento imperfecto de alcanzar nuestra propia mirada, nuestro propio retrato, el corazón del uno y del otro.
Como tejer un cuento divino con hilos de humanidad.
lunes, 8 de diciembre de 2014
El puente del hombre se va a caer
He dejado caer el muro de Berlín.
Éramos muy jóvenes, supongo. O demasiado viejos sin juventud verdadera.
Había tantas cosas importantes que no valían nada.
Un día desperté y me di cuenta de que caminaba con un saco al hombro, lleno de piedras que fingían ser oro.
Temíamos a la caída más que a caminar sobre ciudades de papel.
Éramos muy jóvenes.
Teníamos miedo de sentir que nuestras huellas no llenaban otros zapatos.
Como si importaran las huellas o los zapatos en sí.
Lo mejor es caminar en la arena de la playa. Donde los zapatos son innecesarios y las huellas duran lo que deben durar. Y son hermosas lo suficiente. Y llegan a tener un esplendor mágico que se renueva. Logran que sonriamos y que queramos ser aves.
Me corrí el velo y desaté los nudos de mis manos y mis pies.
Decidí que tenía que correr por el bosque y enfrentarme a los lobos y al frío. O me arrojé a la ciudad y desafié al metro, lo enfrenté como el Quijote quiso enfrentar a los molinos que no eran molinos, si no gigantes.
Da igual si la batalla está por certeza perdida de antes.
Da igual si de antes sé que evidentemente me voy a estrellar contra mil flechas desgarradoras.
Ya no tengo miedo.
Ya no tengo miedo.
Ya no tengo miedo.
He dejado caer el muro de Berlín.
Cuando salté desde lo alto de ese muro de tiempo, contemplé el pánico de la realidad que habita agazapada dentro de mí.
Siempre pensé que había una pauta que debía seguir.
Siempre pensé que había un "hacer lo correcto", que había un plan trazado desde antes, que había una especie de carrera que empezar a toda velocidad y que dejar justo un segundo después de que te dieras cuenta de que habías desperdiciado toda tu vida.
El castillo de naipes se derrumbó después de que dejé el treceavo año de algodón de azúcar. Parecía todo tan prefabricado. La libreta de ahorro de décima a décima. La prueba improbable de la calidad del conocimiento, la imbecilidad más grande del mundo. El sistema de carroña, el sistema de comer lo mejor. La maravilla de la educación vendida al mejor postor, todo revestido de oro, todo tan excelente, tan importante...no era oro, era plomo bañado en él. Como cubrir la mugre con una alfombra tejida con hilos de plata.
Y la vorágine de ideas, de caminos, de futuros, de posibilidades. Y el huracán de voces diciéndote lo que debías hacer, igual que si fueras una marioneta, incapaz de pertenecerte a ti mismo.
Sentí que había subido a una montaña rusa incapaz de ser detenida. Tuve que vomitar hasta el último atisbo de prejuicio, hasta el último ápice de miedo, hasta el último intento de persuasión, propia o ajena. Hasta el último intento de auto-engaño.
¿Por qué? Porque era más cómodo ser una oveja conducida por millones de pastores con pinta de buenos.
Luego...¿Qué?
Ahh, sí. La prestigiosa universidad. Y el supuesto futuro.
La soledad, las ganas de inducir el vómito. La búsqueda, la contrariedad de saber que lo mejor es no ser oveja ni pastor. Solo yo. Eso, sin más.
Las ganas de volver al pasado. La imposibilidad de hacerlo, porque una vez que sabes, ya nada puede detenerlo. Porque es como tener una herida casi mortal y olvidarte de la cicatriz que queda.
Y ya...tuve que aceptarlo. Algo se rompe, algo se desbarata, algo te quita la venda de los ojos y cambias. Cambias, cambias, cambias. No hay botón de deshacer.
No hay regreso.
Pues nada. Pues nada. Pues nada. Una y otra vez, contra la corriente.
Sigue corriendo. Corre. Corre. Corre. A toda velocidad, sin descansar.
¿Y luego qué?
He dejado caer el muro de Berlín.
Antes me permitía conducir por mi lazarillo, pero hoy no. Mis ojos están sangrando, pero están abiertos.
Mis manos están magulladas, pero desatadas. Mis pies están ampollados, pero siguen caminando.
La vida no funciona en base a planes. Nada es recto. Todo es sinuoso, circular, serpiente que se devora a sí misma.
Ya pagué todas mis deudas. Ya limpié todos mis cuartos. Ya guardé todos mis disfraces.
El muro de Berlín ha caído.
Ahora siento que puedo volar. Que puedo viajar. Que puedo mirar. Que puedo sentir, respirar, saborear.
El tiempo no existe.
El plan no existe.
La meta no existe.
¿Qué queda?
Gravedad y ganas de destruirla. Gravedad y ganas de salir de la caja. Gravedad y ganas de derrumbar los muros. Gravedad y ganas de gritar.
¿Qué queda? ¿Qué queda?
Trozos de identidad. Nuevos planes, creados a partir de una voz propia. Nuevo pastor que también es oveja. Nueva respuesta, nuevo grito.
¿Qué harás ahora?
El puente del hombre se va a caer.
¿Qué harás ahora?
La cuna se partió. Dinamité el edificio.
¿Qué harás ahora?
Había que dejar la leche materna.
¿Qué harás ahora?
Caer y levantar el vuelo. Y empezar de nuevo, y otra, y otra, y otra, y otra...y otra vez.
¿Qué harás ahora?
Dinamité el edificio. Es hora de la reconstrucción.
Éramos muy jóvenes, supongo. O demasiado viejos sin juventud verdadera.
Había tantas cosas importantes que no valían nada.
Un día desperté y me di cuenta de que caminaba con un saco al hombro, lleno de piedras que fingían ser oro.
Temíamos a la caída más que a caminar sobre ciudades de papel.
Éramos muy jóvenes.
Teníamos miedo de sentir que nuestras huellas no llenaban otros zapatos.
Como si importaran las huellas o los zapatos en sí.
Lo mejor es caminar en la arena de la playa. Donde los zapatos son innecesarios y las huellas duran lo que deben durar. Y son hermosas lo suficiente. Y llegan a tener un esplendor mágico que se renueva. Logran que sonriamos y que queramos ser aves.
Me corrí el velo y desaté los nudos de mis manos y mis pies.
Decidí que tenía que correr por el bosque y enfrentarme a los lobos y al frío. O me arrojé a la ciudad y desafié al metro, lo enfrenté como el Quijote quiso enfrentar a los molinos que no eran molinos, si no gigantes.
Da igual si la batalla está por certeza perdida de antes.
Da igual si de antes sé que evidentemente me voy a estrellar contra mil flechas desgarradoras.
Ya no tengo miedo.
Ya no tengo miedo.
Ya no tengo miedo.
He dejado caer el muro de Berlín.
Cuando salté desde lo alto de ese muro de tiempo, contemplé el pánico de la realidad que habita agazapada dentro de mí.
Siempre pensé que había una pauta que debía seguir.
Siempre pensé que había un "hacer lo correcto", que había un plan trazado desde antes, que había una especie de carrera que empezar a toda velocidad y que dejar justo un segundo después de que te dieras cuenta de que habías desperdiciado toda tu vida.
El castillo de naipes se derrumbó después de que dejé el treceavo año de algodón de azúcar. Parecía todo tan prefabricado. La libreta de ahorro de décima a décima. La prueba improbable de la calidad del conocimiento, la imbecilidad más grande del mundo. El sistema de carroña, el sistema de comer lo mejor. La maravilla de la educación vendida al mejor postor, todo revestido de oro, todo tan excelente, tan importante...no era oro, era plomo bañado en él. Como cubrir la mugre con una alfombra tejida con hilos de plata.
Y la vorágine de ideas, de caminos, de futuros, de posibilidades. Y el huracán de voces diciéndote lo que debías hacer, igual que si fueras una marioneta, incapaz de pertenecerte a ti mismo.
Sentí que había subido a una montaña rusa incapaz de ser detenida. Tuve que vomitar hasta el último atisbo de prejuicio, hasta el último ápice de miedo, hasta el último intento de persuasión, propia o ajena. Hasta el último intento de auto-engaño.
¿Por qué? Porque era más cómodo ser una oveja conducida por millones de pastores con pinta de buenos.
Luego...¿Qué?
Ahh, sí. La prestigiosa universidad. Y el supuesto futuro.
La soledad, las ganas de inducir el vómito. La búsqueda, la contrariedad de saber que lo mejor es no ser oveja ni pastor. Solo yo. Eso, sin más.
Las ganas de volver al pasado. La imposibilidad de hacerlo, porque una vez que sabes, ya nada puede detenerlo. Porque es como tener una herida casi mortal y olvidarte de la cicatriz que queda.
Y ya...tuve que aceptarlo. Algo se rompe, algo se desbarata, algo te quita la venda de los ojos y cambias. Cambias, cambias, cambias. No hay botón de deshacer.
No hay regreso.
Pues nada. Pues nada. Pues nada. Una y otra vez, contra la corriente.
Sigue corriendo. Corre. Corre. Corre. A toda velocidad, sin descansar.
¿Y luego qué?
He dejado caer el muro de Berlín.
Antes me permitía conducir por mi lazarillo, pero hoy no. Mis ojos están sangrando, pero están abiertos.
Mis manos están magulladas, pero desatadas. Mis pies están ampollados, pero siguen caminando.
La vida no funciona en base a planes. Nada es recto. Todo es sinuoso, circular, serpiente que se devora a sí misma.
Ya pagué todas mis deudas. Ya limpié todos mis cuartos. Ya guardé todos mis disfraces.
El muro de Berlín ha caído.
Ahora siento que puedo volar. Que puedo viajar. Que puedo mirar. Que puedo sentir, respirar, saborear.
El tiempo no existe.
El plan no existe.
La meta no existe.
¿Qué queda?
Gravedad y ganas de destruirla. Gravedad y ganas de salir de la caja. Gravedad y ganas de derrumbar los muros. Gravedad y ganas de gritar.
¿Qué queda? ¿Qué queda?
Trozos de identidad. Nuevos planes, creados a partir de una voz propia. Nuevo pastor que también es oveja. Nueva respuesta, nuevo grito.
¿Qué harás ahora?
El puente del hombre se va a caer.
¿Qué harás ahora?
La cuna se partió. Dinamité el edificio.
¿Qué harás ahora?
Había que dejar la leche materna.
¿Qué harás ahora?
Caer y levantar el vuelo. Y empezar de nuevo, y otra, y otra, y otra, y otra...y otra vez.
¿Qué harás ahora?
Dinamité el edificio. Es hora de la reconstrucción.
viernes, 5 de diciembre de 2014
Palabras
Déjame acariciarte las letras que cuelgan de tu boca,
con mis manos que tiemblan y pasan los días como páginas,
porque de a poco se vuelven ásperas o de pronto se iluminan de pura vida.
Estoy caminando en medio de un mar de frases,
donde muchas no tienen sentido alguno,
donde muchas se venden en cada esquina,
donde muchas suenan a perfume barato o besos de plástico.
Tenía miedo de que las palabras me atravesaran como flechas y me destrozaran el corazón,
de que las frases fueran como bombas que me rasgaran la carne y la mente desde dentro,
de que hasta las historias fueran crueles, de que hasta en ellas perdiéramos las batallas,
de modo que ya no tendría fuerza para leer otro libro,
para saborear otro poema,
para oler otra fábula,
para sentir otra novela en la piel,
para cantar otra canción antes de dormir,
para leer tus ojos, para tocar tu boca y llegar hasta tu lengua, que dice las palabras más inquietantes
y más seductoras que he oído.
Tenía miedo de que un día me llenara de frases marchitas,
publicidades que riman, pero no tocan,
sloganes que se pegan en nuestras mentes, pero no sienten, no palpitan,
como si un día me fuera a llenar de todas esas oraciones sin contenido, sin fondo,
repitiéndolas enfermizamente una y otra vez, sin control, en situaciones varias,
hasta transformarme en una cáscara vacía de un fruto sin pulpa.
Hasta que mi piel se volviera cenizas,
hasta que mis ojos se enceguecieran para poder sentir otra vida frente a los cálidos abrazos de un buen libro.
Tenía miedo del silencio que es silencio sin más.
Porque ¿sabías? El silencio también comunica,
la mente que calla la boca, a veces habla mucho más.
Pero...¿Qué queda en nosotros si estamos ahogándonos?
¿Cuando de pronto nos encontramos a nosotros mismos sin oír nada en nuestras propias mentes,
sin sentir nada en las palabras que saltan de un espacio de tiempo a otro,
de un ser humano a otro,
de un instante a otro?
Y temía que nos quedáramos callados,
repletos de historias de telenovela, reiterativas y predecibles,
con las inválidas de siempre y las ciegas, y los hermanos amantes.
Porque entonces ¿Dónde está la vida? ¿Dónde está el corazón humano?
¿Dónde está la conexión histórica de siglos y siglos, años luz, del alma de un autor con la de un lector...incluso si han vivido con años de diferencia y en lugares separados por muchos mares?
¿Dónde palpita el corazón humano que ata los sentimientos y pensamientos del mundo sin esos libros, sin esas palabras, sin esas canciones revoloteándonos por todos lados y rescatándonos de todos los demonios?
¿Dónde quedaba nuestra realidad? ¿Nuestra meta? ¿Nuestro sentido?
Pero entonces...no temamos más. Ahora no.
Ven aquí y siéntate a mi lado,
déjame acariciarte las letras que cuelgan de tu boca,
llámame dulcemente con ese silencio tuyo repleto de libros,
sedúceme con los autores que citas cuando hablas de la vida que tenemos,
háblame de los clásicos o los libros nuevos,
susurra los tratados, los postulados y manifiestos,
créame a partir de ellos y crea nuestra nueva teoría.
Crea nuestra nueva historia.
Y que mis labios meditabundos se posen en la literatura del mundo que cuelga de tus cabellos,
que mis manos acaricien suavemente los libros que nadan en tus manos y que no escribirás tú y que no alcanzaré a leer yo,
que mis ojos acunen esas palabras, porque las que no decimos, nos dirán a nosotros.
Porque las palabras flotan y se quedan
y, aunque nos extingamos, nuestro cuerpo seguirá viviendo,
nuestro cuerpo será el libro que palpite y renueve todas las cosas.
Una palabra que sea una esperanza entera, un mundo entero, un universo repleto de versos,
un átomo que gire el lenguaje atraído desde el núcleo mismo de la vida humana, o viceversa.
Porque nada hemos escrito realmente,
nada hemos creado,
son esas palabras las que nos han creado a nosotros,
son ellas las que saltan y saltan de un momento a otro más bello o más cruel.
Amémonos entonces, ven aquí,
deja que te bese, deja que cree un libro nuevo con la historia tuya y la mía.
Deja que las palabras nos hagan a nosotros.
con mis manos que tiemblan y pasan los días como páginas,
porque de a poco se vuelven ásperas o de pronto se iluminan de pura vida.
Estoy caminando en medio de un mar de frases,
donde muchas no tienen sentido alguno,
donde muchas se venden en cada esquina,
donde muchas suenan a perfume barato o besos de plástico.
Tenía miedo de que las palabras me atravesaran como flechas y me destrozaran el corazón,
de que las frases fueran como bombas que me rasgaran la carne y la mente desde dentro,
de que hasta las historias fueran crueles, de que hasta en ellas perdiéramos las batallas,
de modo que ya no tendría fuerza para leer otro libro,
para saborear otro poema,
para oler otra fábula,
para sentir otra novela en la piel,
para cantar otra canción antes de dormir,
para leer tus ojos, para tocar tu boca y llegar hasta tu lengua, que dice las palabras más inquietantes
y más seductoras que he oído.
Tenía miedo de que un día me llenara de frases marchitas,
publicidades que riman, pero no tocan,
sloganes que se pegan en nuestras mentes, pero no sienten, no palpitan,
como si un día me fuera a llenar de todas esas oraciones sin contenido, sin fondo,
repitiéndolas enfermizamente una y otra vez, sin control, en situaciones varias,
hasta transformarme en una cáscara vacía de un fruto sin pulpa.
Hasta que mi piel se volviera cenizas,
hasta que mis ojos se enceguecieran para poder sentir otra vida frente a los cálidos abrazos de un buen libro.
Tenía miedo del silencio que es silencio sin más.
Porque ¿sabías? El silencio también comunica,
la mente que calla la boca, a veces habla mucho más.
Pero...¿Qué queda en nosotros si estamos ahogándonos?
¿Cuando de pronto nos encontramos a nosotros mismos sin oír nada en nuestras propias mentes,
sin sentir nada en las palabras que saltan de un espacio de tiempo a otro,
de un ser humano a otro,
de un instante a otro?
Y temía que nos quedáramos callados,
repletos de historias de telenovela, reiterativas y predecibles,
con las inválidas de siempre y las ciegas, y los hermanos amantes.
Porque entonces ¿Dónde está la vida? ¿Dónde está el corazón humano?
¿Dónde está la conexión histórica de siglos y siglos, años luz, del alma de un autor con la de un lector...incluso si han vivido con años de diferencia y en lugares separados por muchos mares?
¿Dónde palpita el corazón humano que ata los sentimientos y pensamientos del mundo sin esos libros, sin esas palabras, sin esas canciones revoloteándonos por todos lados y rescatándonos de todos los demonios?
¿Dónde quedaba nuestra realidad? ¿Nuestra meta? ¿Nuestro sentido?
Pero entonces...no temamos más. Ahora no.
Ven aquí y siéntate a mi lado,
déjame acariciarte las letras que cuelgan de tu boca,
llámame dulcemente con ese silencio tuyo repleto de libros,
sedúceme con los autores que citas cuando hablas de la vida que tenemos,
háblame de los clásicos o los libros nuevos,
susurra los tratados, los postulados y manifiestos,
créame a partir de ellos y crea nuestra nueva teoría.
Crea nuestra nueva historia.
Y que mis labios meditabundos se posen en la literatura del mundo que cuelga de tus cabellos,
que mis manos acaricien suavemente los libros que nadan en tus manos y que no escribirás tú y que no alcanzaré a leer yo,
que mis ojos acunen esas palabras, porque las que no decimos, nos dirán a nosotros.
Porque las palabras flotan y se quedan
y, aunque nos extingamos, nuestro cuerpo seguirá viviendo,
nuestro cuerpo será el libro que palpite y renueve todas las cosas.
Una palabra que sea una esperanza entera, un mundo entero, un universo repleto de versos,
un átomo que gire el lenguaje atraído desde el núcleo mismo de la vida humana, o viceversa.
Porque nada hemos escrito realmente,
nada hemos creado,
son esas palabras las que nos han creado a nosotros,
son ellas las que saltan y saltan de un momento a otro más bello o más cruel.
Amémonos entonces, ven aquí,
deja que te bese, deja que cree un libro nuevo con la historia tuya y la mía.
Deja que las palabras nos hagan a nosotros.
martes, 2 de diciembre de 2014
Resignación
Querida amiga, querida ausencia, queridos fantasmas, queridos recuerdos:
Es raro que me despida de esta forma, pero supongo que no tengo otra.
Escribo esto sin ninguna ilusión de que lo leas. ¿Cómo podrías hacerlo en todo caso?
En estos tiempos revueltos, se ha roto el hilo que nos unía en la realidad.
Había algo de magia en nuestro vínculo y quizás por eso, ha tenido que romperse tan pronto y con tanto estruendo.
Nada es eterno. Nada permanece. Esa es la desgracia de la vida. Esa es la maravilla de la vida.
No hay excusas ni sorpresas en ello.
Alguna vez dije que me habías conocido en un momento extraño de mi vida y era verdad. Aún lo es. Porque...la verdad tampoco es eterna, ya lo verás.
Estuve en otro tiempo, en otro espacio, buscando con las manos atadas y los ojos vendados algo que creí que había perdido.
¿Por qué tendrías que haberlo sabido tú, a pesar de todos los intentos que hice de explicarte? Hay cosas que, ni siquiera aunque queramos, somos capaces de entender. Ni tú ni yo. Ni yo ahora, incluso cuando siento que hay mucha más claridad en mi mente que antes. Mucha mucha más.
¿Entiende alguien algo alguna vez? Quizás no.
Quizás todos tenemos la ilusión de entender la vida o sus caminos sinuosos, o a las personas que nos rodean, pero en realidad no lo logramos del todo. Nunca llegamos a la médula del asunto. Nunca llegamos a la fibra nerviosa final.
Estaba tratando de explicarlo, o de no hacerlo, o de luchar con la idea de que a veces el cansancio es superior a todos nosotros y nos rodeamos de silencio y miedo.
Había una lucha interna desatándose en mí, una guerra tan grande, que yo no lograba ni siquiera estar de acuerdo conmigo misma y mis conductas y palabras. Ni siquiera mis silencios parecían con sentido.
No imagino cómo debiste sentir tú. Seguramente estabas tan agotada como yo, o más.
Estaba nublada y no hay otra palabra para ello.
Muchas cosas en la vida, en la muerte, en la mente, a mí alrededor.
Muchos fantasmas jugando al terror sobre mi cama. Muchas lágrimas escapándose sin mi permiso.
Pero bueno, no quería hablarte de eso, porque ya lo sabes bien. Y no es excusa, lo sé.
No es excusa decir que ahora escribo estas palabras con tranquilidad, porque he desatado muchos nudos en mi vida. No es excusa decir que lo entiendo ahora, de una forma que quizás no entendí antes. No es excusa decir que ahora estoy bien y que por eso sentí que debía agradecerte, aunque no pudieras recibir mis gracias sinceras, aunque no las quieras, quizás.
Sé que me he despedido de innumerables maneras antes, pero quizás ninguna fue lo suficientemente real como esta. Todo esto pasó a formar parte de la maraña de asuntos sin resolver en mi vida, y debía darles tiempo a todos.
Debía darme tiempo a mí y saber que lo necesitaba y que era justo necesitarlo.
Ojala puedas no recordarme con enojo o frustración.
No quisiera eso.
No quisiera tener que transformarme en tu mente en esa sombra oscura que pude ser en algún momento.
Estaba llena de grietas y fuiste la mejor persona para curarlas durante un tiempo. Creaste las tuyas también.
Pero aquí estoy. Lo sabes.
He aprendido mucho. Espero que sepas que escribo esto con sinceridad y mucho afecto.
No es un intento de que vuelvas. No es un intento de retroceder y fingir que lo que está roto no lo está.
No.
Pero...donde sea que estés, como sea que estés (aún quisiera saber si estás bien. De verdad.), con quienes sea que estés, te deseo felicidad. Que encuentres lo que buscas y lo que no. Que aprendas de la mejor forma posible.
Que no te llegue el cansancio en la vida. Que no te llegue la oscuridad. Que no tengas que ser sombra. Y que allí estén las manos de gente bonita cuidando de ti, como lo mereces.
Estas son mis palabras finales. Esta es mi última resignación.
Quisiera decírtelo en persona para que pudieras saber que es verdad. Quisiera decírtelo así para sentir que todo es más real de lo que ha sido.
Espero que notes la dulzura que trato de imprimir en estas palabras y la delicadeza con que trato de decirlas.
Aunque...quién sabe.
Te quiero mucho.
Un abrazo apretado...
Es raro que me despida de esta forma, pero supongo que no tengo otra.
Escribo esto sin ninguna ilusión de que lo leas. ¿Cómo podrías hacerlo en todo caso?
En estos tiempos revueltos, se ha roto el hilo que nos unía en la realidad.
Había algo de magia en nuestro vínculo y quizás por eso, ha tenido que romperse tan pronto y con tanto estruendo.
Nada es eterno. Nada permanece. Esa es la desgracia de la vida. Esa es la maravilla de la vida.
No hay excusas ni sorpresas en ello.
Alguna vez dije que me habías conocido en un momento extraño de mi vida y era verdad. Aún lo es. Porque...la verdad tampoco es eterna, ya lo verás.
Estuve en otro tiempo, en otro espacio, buscando con las manos atadas y los ojos vendados algo que creí que había perdido.
¿Por qué tendrías que haberlo sabido tú, a pesar de todos los intentos que hice de explicarte? Hay cosas que, ni siquiera aunque queramos, somos capaces de entender. Ni tú ni yo. Ni yo ahora, incluso cuando siento que hay mucha más claridad en mi mente que antes. Mucha mucha más.
¿Entiende alguien algo alguna vez? Quizás no.
Quizás todos tenemos la ilusión de entender la vida o sus caminos sinuosos, o a las personas que nos rodean, pero en realidad no lo logramos del todo. Nunca llegamos a la médula del asunto. Nunca llegamos a la fibra nerviosa final.
Estaba tratando de explicarlo, o de no hacerlo, o de luchar con la idea de que a veces el cansancio es superior a todos nosotros y nos rodeamos de silencio y miedo.
Había una lucha interna desatándose en mí, una guerra tan grande, que yo no lograba ni siquiera estar de acuerdo conmigo misma y mis conductas y palabras. Ni siquiera mis silencios parecían con sentido.
No imagino cómo debiste sentir tú. Seguramente estabas tan agotada como yo, o más.
Estaba nublada y no hay otra palabra para ello.
Muchas cosas en la vida, en la muerte, en la mente, a mí alrededor.
Muchos fantasmas jugando al terror sobre mi cama. Muchas lágrimas escapándose sin mi permiso.
Pero bueno, no quería hablarte de eso, porque ya lo sabes bien. Y no es excusa, lo sé.
No es excusa decir que ahora escribo estas palabras con tranquilidad, porque he desatado muchos nudos en mi vida. No es excusa decir que lo entiendo ahora, de una forma que quizás no entendí antes. No es excusa decir que ahora estoy bien y que por eso sentí que debía agradecerte, aunque no pudieras recibir mis gracias sinceras, aunque no las quieras, quizás.
Sé que me he despedido de innumerables maneras antes, pero quizás ninguna fue lo suficientemente real como esta. Todo esto pasó a formar parte de la maraña de asuntos sin resolver en mi vida, y debía darles tiempo a todos.
Debía darme tiempo a mí y saber que lo necesitaba y que era justo necesitarlo.
Ojala puedas no recordarme con enojo o frustración.
No quisiera eso.
No quisiera tener que transformarme en tu mente en esa sombra oscura que pude ser en algún momento.
Estaba llena de grietas y fuiste la mejor persona para curarlas durante un tiempo. Creaste las tuyas también.
Pero aquí estoy. Lo sabes.
He aprendido mucho. Espero que sepas que escribo esto con sinceridad y mucho afecto.
No es un intento de que vuelvas. No es un intento de retroceder y fingir que lo que está roto no lo está.
No.
Pero...donde sea que estés, como sea que estés (aún quisiera saber si estás bien. De verdad.), con quienes sea que estés, te deseo felicidad. Que encuentres lo que buscas y lo que no. Que aprendas de la mejor forma posible.
Que no te llegue el cansancio en la vida. Que no te llegue la oscuridad. Que no tengas que ser sombra. Y que allí estén las manos de gente bonita cuidando de ti, como lo mereces.
Estas son mis palabras finales. Esta es mi última resignación.
Quisiera decírtelo en persona para que pudieras saber que es verdad. Quisiera decírtelo así para sentir que todo es más real de lo que ha sido.
Espero que notes la dulzura que trato de imprimir en estas palabras y la delicadeza con que trato de decirlas.
Aunque...quién sabe.
Te quiero mucho.
Un abrazo apretado...
sábado, 15 de noviembre de 2014
Resplandor
Yo tenía una parte de él y él una parte mía y de todos los seres a los que había amado, amo, odio, odié y conocí en mi vida. De los que creí conocer. De los que se quedaron un tiempo y luego se fueron, de los que se quedan ahora en una preciosa incertidumbre...Yo tenía una parte de él, una imagen, un reflejo, un extracto, una sensación...olor, forma, tacto...sabor...Era repugnante.
Intensamente asqueroso.
Me descubrí con el corazón inyectado en rencor y violencia, como si no fuera sangre lo que corriera por mis venas, si no odio. Un odio brutal e irreversible. Un odio impotente, asfixiante, doloroso...como muros volviéndose más gruesos sobre mi cabeza, ciñéndose sobre mí, estrangulándome.
Así es que...¿Me haces daño y luego te llevas parte de mi inocente ingenuidad? ¿No pagas, no sufres por semejante crimen? No es justo y nadie hará algo para remediarlo. Nadie. Ni siquiera yo.
¿Por qué? Porque ni sentido tiene hacer justicia, ensuciarse las manos, chocar contra tu rostro impasible. Y eso también es injusto. Injusto que ya no sea justo ni sensato intentar hacer justicia.
Yo deseaba que sufrieras tanto como lo había hecho yo. Como lo hago yo. A veces.
Pero como llevo una parte tuya en mi interior lo entendí todo. Mi memoria, mis recuerdos...mi silencio de años...también había maldad en mí. También culpa. También soy un reflejo oscuro de tu atrocidad a lo largo de los años. Soy una semilla de violencia, de agresión, de repugnante impunidad. También mi imagen es un tinte injusto, cruel.
Con ello, todo estaba viciado. Podrido. Sin remedio. No hay vuelta.
¿Qué reproche podía efectuar entonces? ¿Cómo puede separarse el color negro del mismo color negro?
Si tú sufrías, también lo haría yo. Era igual que lanzarse a un abismo, con la promesa de llevar a otro consigo.
Y entonces...en el mismo centro negro de esas lágrimas mezcladas con sangre y deseo de torturas, propias o ajenas...encontré también mi única esperanza. Qué raro. Pero es verdad.
Si podía tener una parte tuya dentro de mí, también podía tener una parte de cualquier otro que permaneciera en mi memoria, arraigado, fuerte y afortunadamente (o lamentablemente) duradero.
¿Y si era una parte de bondad y no repugnancia? ¿Y si era un trozo de luz y no oscuridad?
Lo supe. Yo soy tú y tú eres yo. Yo soy ellos y ellos son yo. Lo bueno de nosotros, sin ti, es lo bueno en mí. Nuestro vínculo es el remedio. La salida. La mano que acoge, que acaricia. Una calidez vital. Un hilo viviente.
Empequeñeciste. Tomaste un lugar menos poderoso.
Parecías de pronto, solo un grano de arena, y tu daño era insignificante en nuestro mar, en nuestra duda...había algo que nos unía y nos salvaba. Una idea que tiene carne, sangre, huesos...Un sentimiento. Un resplandor.
Intensamente asqueroso.
Me descubrí con el corazón inyectado en rencor y violencia, como si no fuera sangre lo que corriera por mis venas, si no odio. Un odio brutal e irreversible. Un odio impotente, asfixiante, doloroso...como muros volviéndose más gruesos sobre mi cabeza, ciñéndose sobre mí, estrangulándome.
Así es que...¿Me haces daño y luego te llevas parte de mi inocente ingenuidad? ¿No pagas, no sufres por semejante crimen? No es justo y nadie hará algo para remediarlo. Nadie. Ni siquiera yo.
¿Por qué? Porque ni sentido tiene hacer justicia, ensuciarse las manos, chocar contra tu rostro impasible. Y eso también es injusto. Injusto que ya no sea justo ni sensato intentar hacer justicia.
Yo deseaba que sufrieras tanto como lo había hecho yo. Como lo hago yo. A veces.
Pero como llevo una parte tuya en mi interior lo entendí todo. Mi memoria, mis recuerdos...mi silencio de años...también había maldad en mí. También culpa. También soy un reflejo oscuro de tu atrocidad a lo largo de los años. Soy una semilla de violencia, de agresión, de repugnante impunidad. También mi imagen es un tinte injusto, cruel.
Con ello, todo estaba viciado. Podrido. Sin remedio. No hay vuelta.
¿Qué reproche podía efectuar entonces? ¿Cómo puede separarse el color negro del mismo color negro?
Si tú sufrías, también lo haría yo. Era igual que lanzarse a un abismo, con la promesa de llevar a otro consigo.
Y entonces...en el mismo centro negro de esas lágrimas mezcladas con sangre y deseo de torturas, propias o ajenas...encontré también mi única esperanza. Qué raro. Pero es verdad.
Si podía tener una parte tuya dentro de mí, también podía tener una parte de cualquier otro que permaneciera en mi memoria, arraigado, fuerte y afortunadamente (o lamentablemente) duradero.
¿Y si era una parte de bondad y no repugnancia? ¿Y si era un trozo de luz y no oscuridad?
Lo supe. Yo soy tú y tú eres yo. Yo soy ellos y ellos son yo. Lo bueno de nosotros, sin ti, es lo bueno en mí. Nuestro vínculo es el remedio. La salida. La mano que acoge, que acaricia. Una calidez vital. Un hilo viviente.
Empequeñeciste. Tomaste un lugar menos poderoso.
Parecías de pronto, solo un grano de arena, y tu daño era insignificante en nuestro mar, en nuestra duda...había algo que nos unía y nos salvaba. Una idea que tiene carne, sangre, huesos...Un sentimiento. Un resplandor.
lunes, 10 de noviembre de 2014
Pablito clavó un clavito
Pablito clavó un clavito, ¿Qué clavito clavó Pablito?
El primero lo clavó cuando tenía ocho años. O eso recuerdo. Tenía una sonrisa macabra en su mirada y sus palabras se volvieron mi principal trampa.
Clavó el clavito del miedo. El primero y el más letal. En mi mente y en mi corazón, el clavito de Pablito hacía su efecto como si se derritiese dentro de mí, envenenando varios tejidos, y pensé que el mundo podía ser oscuro y cruel. Pensé que había maldad y desconfianza. Sentí que estaba indefensa y nada podía hacer para defenderme.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El segundo lo fue clavando lentamente. Y Pablito tenía muchos rostros: escuela, compañeros, trabajo, sociedad, hasta familia. Se llamaba rechazo ante lo diferente. Se llamaba capacidad de juzgar lo ajeno como algo incorrecto.
El clavo tenía el martillo de la burla y del aislamiento. A veces era un clavo que llegaba indirectamente, con un camino sinuoso de moralidades gastadas.
Y el clavito de Pablito se volvió más profundo. Hundió más el clavo anterior, trazó una línea de caída. Un punto de quiebre.
Y pensé que yo podía ser oscura y que debía tener desconfianza de mí, porque estaba indefensa y no debía tratar de defenderme, porque la defensa no es merecida por los acusados que ya han sido declarados culpables.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El tercero se llamó conformidad. Era el más silencioso de todos. Nadie supo nunca cómo logró encajarlo allí y martillarlo tan firmemente sin levantar sospechas.
Era un clavo de detalles. Detalles y más detalles que formaban un gran escenario de clavos.
Era bajar la cabeza y no decir nada. Era hacer lo correcto y cumplir con el deber. Era tomar el camino más socialmente aceptado, pero no el que pudiera funcionar para mí.
El camino de las buenas notas, el futuro, el buen sueldo, el buen traje, la buena casa y la carrera prestigiosa...¿Para qué? No se sabía bien para qué ni por qué. Todo resultaba confuso entre la presión interna y la externa.
El clavo estaba inyectado en mi cerebro y rodeado de pequeñas excusas diarias y pequeños argumentos inviables que iban a desprenderse en algún momento crítico.
Pero yo no lo sabía. No lo quise saber. Lo ignoré y lo dejé incrustarse en mí.
Nunca supe que estaba allí hasta que ya estaba muy grande, hasta que ya había llegado bastante lejos.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El último se llamó pérdida de la fe, de la confianza, dejar de creer.
Y ese fue el clavo más fatal. El más enorme.
Atravesó mi vena aorta y me cerró la garganta. El corazón era un atochadero de venas rotas y sangre sucia. Comenzó el envenenamiento masivo y los otros clavos terminaron de soltar sus toxinas.
Convulsioné algún tiempo. Tragué mi propia sangre y mis propias lágrimas, sin ser capaz de pedir o recibir ayuda.
Y pensé que la vida podía ser oscura y cruel. La gente podía ser oscura y cruel. El mundo podía ser oscuro y cruel. Yo podía ser oscura y cruel.
¿Entonces qué remedio quedaba?
El clavito de Pablito apuntaba a una decisión final. A un corte de raíz. A una muerte anunciada y voluntaria.
Pensé en lanzar los despojos de mi cuerpo y mente a una cama de clavos y acabar con todo.
Pablito no podría clavar más clavitos, porque no habría dónde clavarlos. Punto final. Silencio total.
¿Pablito clavó un clavito? ¿Qué clavitos clavó Pablito? ¿Y si hubiera sido otro y no Pablito?
Entonces noté que Pablito no clavaba solo los clavitos, si no que tenía un buen ayudante que los introducía a fondo. Y ese ayudante tenía mi propio rostro, mis propios pensamientos, mis propias palabras, mis propios gestos.
Yo el martillo, yo el clavito, yo parte del mismo Pablito.
Y entonces tomé los despojos y los mandé a reparar.
Hubo otros clavos y otros martillos. Hubo pegamentos, hilos, y otros trabalenguas.
Y pensé ¿Puede la gente ser oscura y cruel? Sí, puede. ¿Puede ser el mundo oscuro y cruel? Sí, puede. ¿Puedo yo ser oscura y cruel? Sí, puedo.
Pero...¿Puede uno escoger sus propios clavos? Sí, puede. ¿Puede uno detener a Pablito y dejar de darle el poder de clavar esos clavos tan dolorosos? Sí, puede.
¿Puede el mundo, la gente, y yo misma dejar de ser oscura y cruel? Sí, en ocasiones, puede.
¿Por qué? Porque somos humanos y no somos perfectos.
Pero lo intentamos o lo podemos intentar.
Porque, así como somos capaces de crear las cosas más horrendas, somos capaces de los bienes más grandes y las obras más magníficas.
Uno puede ser carpintero o albañil de su propio trabalenguas.
Pablito trató de clavar otros clavitos...¿Qué clavitos clavó Pablito?
Ninguno sin que yo opusiera mi martillo.
El primero lo clavó cuando tenía ocho años. O eso recuerdo. Tenía una sonrisa macabra en su mirada y sus palabras se volvieron mi principal trampa.
Clavó el clavito del miedo. El primero y el más letal. En mi mente y en mi corazón, el clavito de Pablito hacía su efecto como si se derritiese dentro de mí, envenenando varios tejidos, y pensé que el mundo podía ser oscuro y cruel. Pensé que había maldad y desconfianza. Sentí que estaba indefensa y nada podía hacer para defenderme.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El segundo lo fue clavando lentamente. Y Pablito tenía muchos rostros: escuela, compañeros, trabajo, sociedad, hasta familia. Se llamaba rechazo ante lo diferente. Se llamaba capacidad de juzgar lo ajeno como algo incorrecto.
El clavo tenía el martillo de la burla y del aislamiento. A veces era un clavo que llegaba indirectamente, con un camino sinuoso de moralidades gastadas.
Y el clavito de Pablito se volvió más profundo. Hundió más el clavo anterior, trazó una línea de caída. Un punto de quiebre.
Y pensé que yo podía ser oscura y que debía tener desconfianza de mí, porque estaba indefensa y no debía tratar de defenderme, porque la defensa no es merecida por los acusados que ya han sido declarados culpables.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El tercero se llamó conformidad. Era el más silencioso de todos. Nadie supo nunca cómo logró encajarlo allí y martillarlo tan firmemente sin levantar sospechas.
Era un clavo de detalles. Detalles y más detalles que formaban un gran escenario de clavos.
Era bajar la cabeza y no decir nada. Era hacer lo correcto y cumplir con el deber. Era tomar el camino más socialmente aceptado, pero no el que pudiera funcionar para mí.
El camino de las buenas notas, el futuro, el buen sueldo, el buen traje, la buena casa y la carrera prestigiosa...¿Para qué? No se sabía bien para qué ni por qué. Todo resultaba confuso entre la presión interna y la externa.
El clavo estaba inyectado en mi cerebro y rodeado de pequeñas excusas diarias y pequeños argumentos inviables que iban a desprenderse en algún momento crítico.
Pero yo no lo sabía. No lo quise saber. Lo ignoré y lo dejé incrustarse en mí.
Nunca supe que estaba allí hasta que ya estaba muy grande, hasta que ya había llegado bastante lejos.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El último se llamó pérdida de la fe, de la confianza, dejar de creer.
Y ese fue el clavo más fatal. El más enorme.
Atravesó mi vena aorta y me cerró la garganta. El corazón era un atochadero de venas rotas y sangre sucia. Comenzó el envenenamiento masivo y los otros clavos terminaron de soltar sus toxinas.
Convulsioné algún tiempo. Tragué mi propia sangre y mis propias lágrimas, sin ser capaz de pedir o recibir ayuda.
Y pensé que la vida podía ser oscura y cruel. La gente podía ser oscura y cruel. El mundo podía ser oscuro y cruel. Yo podía ser oscura y cruel.
¿Entonces qué remedio quedaba?
El clavito de Pablito apuntaba a una decisión final. A un corte de raíz. A una muerte anunciada y voluntaria.
Pensé en lanzar los despojos de mi cuerpo y mente a una cama de clavos y acabar con todo.
Pablito no podría clavar más clavitos, porque no habría dónde clavarlos. Punto final. Silencio total.
¿Pablito clavó un clavito? ¿Qué clavitos clavó Pablito? ¿Y si hubiera sido otro y no Pablito?
Entonces noté que Pablito no clavaba solo los clavitos, si no que tenía un buen ayudante que los introducía a fondo. Y ese ayudante tenía mi propio rostro, mis propios pensamientos, mis propias palabras, mis propios gestos.
Yo el martillo, yo el clavito, yo parte del mismo Pablito.
Y entonces tomé los despojos y los mandé a reparar.
Hubo otros clavos y otros martillos. Hubo pegamentos, hilos, y otros trabalenguas.
Y pensé ¿Puede la gente ser oscura y cruel? Sí, puede. ¿Puede ser el mundo oscuro y cruel? Sí, puede. ¿Puedo yo ser oscura y cruel? Sí, puedo.
Pero...¿Puede uno escoger sus propios clavos? Sí, puede. ¿Puede uno detener a Pablito y dejar de darle el poder de clavar esos clavos tan dolorosos? Sí, puede.
¿Puede el mundo, la gente, y yo misma dejar de ser oscura y cruel? Sí, en ocasiones, puede.
¿Por qué? Porque somos humanos y no somos perfectos.
Pero lo intentamos o lo podemos intentar.
Porque, así como somos capaces de crear las cosas más horrendas, somos capaces de los bienes más grandes y las obras más magníficas.
Uno puede ser carpintero o albañil de su propio trabalenguas.
Pablito trató de clavar otros clavitos...¿Qué clavitos clavó Pablito?
Ninguno sin que yo opusiera mi martillo.
jueves, 6 de noviembre de 2014
La ventana
Atravesé la ventana.
Allá afuera estaban las voces de los que la atravesaron antes que yo.
Un pequeño torbellino sacudió mis raíces.
La gente es mala, dijeron cuando yo era niña, ten cuidado, desconfía. No debes ser demasiado buena, porque se aprovecharán de ti, dijeron cuando yo era adolescente.
Todos tenemos un lado oscuro, me dije cuando me sentí cerca de ser adulta. Mis ojos adquirieron el color de la humanidad y me oscurecí.
Sentí como si pequeñas grietas aparecieran cerca de mis manos. Sentí como si mi mirada se tornara subterránea, sinuosa, como una enredadera de espinas.
Y el hombre perdió un poco de su capacidad de contar cuentos.
Y me encontré caminando sola en medio de la noche, con la certeza de que algo se ocultaba tras de mí, como una sombra o un reptil alimentándose de mí. Había una risa en mi espalda, había un susurro en mi cabello, había voces que se arremolinaban a mi alrededor.
La gente es mala. ¿Será verdad?
¿Hablarían en serio cuando nos contaron que en las noches salían los monstruos a buscarnos por nuestros pecados?
Sentí que me tragaba un agujero profundo y escupía una daga.
El fantasma está esperándome en alguna parte de mi propia mente, un pasillo o un recodo que olvidé resguardar.
Doblo la esquina.
Entonces me doy cuenta.
Allí, entremedio de las calles ennegrecidas por la dama de la noche, hay una ventana. Una ventana celeste y a prueba de golpes.
¿Qué queda?
A mi alrededor todo parecen ojos inyectados en sangre que me observan con una ira asesina y extraña.
La gente es cruel. La vida es injusta. Yo misma soy un reflejo de maldad, un cuchillo oxidado. Un libro que fue quemado. La bruja incendiada por hereje o la obligada a saltar del acantilado.
¿Estás segura?
¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Cuál es el límite ilimitado?
¿Cuál era el origen?
Respiro profundo. Me transformo en saeta de fuego. Corro hacia la ventana y me estrello.
No funciona.
No se rompe, no cede.
Alguien dijo que así es la vida y nada más. Hay que resignarse. Hay que tomar el camino que te ha sido asignado. No levantes la cabeza, no alces la voz, no marches, no reclames. Come y calla. Trabaja y calla. Deja que pongan el zapato encima y cierra los ojos, aprieta los dientes.
¿Estás segura?
¿Tiene que ser así? ¿Es así realmente? ¿No hay salida? ¿O...sí?
Me transformo en cometa. Me lanzo contra la ventana. Me quiebro un brazo, me saco los dientes.
Sangro copiosamente.
Enfrenta tu destino, me dijeron. Cásate, búscate un hombre, un trabajo, ten hijos antes de los 30. No seas la solterona. No seas la ninfómana.
Respiro profundo. Me limpio la sangre.
No estoy segura de que deba ser así. No estoy convencida de la resignación. No me parece. No estoy de acuerdo. No lo creo. Lo dudo. Lo cuestiono. Pienso que...hay algo mejor. Pienso que...algo debe poder hacerse.
Corro. Me transformo en cientos de personas y una sola. Soy como un borbotón de ideas. Soy como una balacera de gritos. Soy como una lluvia cantos.
La marcha de ratones empieza. ¿Dónde están los gatos? Ya tenemos hambre.
Me estrello contra la ventana. Y me hago añicos. Me aplasto, me desgarro, me desangro, me pulverizo. Me hago polvo.
Pequeñas briznas de mí se evaporan el aire.
Pero la ventana se ha roto.
Y ya no tengo cuerpo. Puedo ser cualquier cosa, cualquier intento...algo hay en ser nada que tiene mucho atractivo. De aquí pueden emerger grandes cosas. De aquí puede haber un nuevo comienzo.
Subo. Aquí hay otro tipo de voces. Aquí hay otro tipo de pájaros.
¿Dónde estoy?
No tengo ni idea.
Pero el miedo se ha disipado.
Allá afuera estaban las voces de los que la atravesaron antes que yo.
Un pequeño torbellino sacudió mis raíces.
La gente es mala, dijeron cuando yo era niña, ten cuidado, desconfía. No debes ser demasiado buena, porque se aprovecharán de ti, dijeron cuando yo era adolescente.
Todos tenemos un lado oscuro, me dije cuando me sentí cerca de ser adulta. Mis ojos adquirieron el color de la humanidad y me oscurecí.
Sentí como si pequeñas grietas aparecieran cerca de mis manos. Sentí como si mi mirada se tornara subterránea, sinuosa, como una enredadera de espinas.
Y el hombre perdió un poco de su capacidad de contar cuentos.
Y me encontré caminando sola en medio de la noche, con la certeza de que algo se ocultaba tras de mí, como una sombra o un reptil alimentándose de mí. Había una risa en mi espalda, había un susurro en mi cabello, había voces que se arremolinaban a mi alrededor.
La gente es mala. ¿Será verdad?
¿Hablarían en serio cuando nos contaron que en las noches salían los monstruos a buscarnos por nuestros pecados?
Sentí que me tragaba un agujero profundo y escupía una daga.
El fantasma está esperándome en alguna parte de mi propia mente, un pasillo o un recodo que olvidé resguardar.
Doblo la esquina.
Entonces me doy cuenta.
Allí, entremedio de las calles ennegrecidas por la dama de la noche, hay una ventana. Una ventana celeste y a prueba de golpes.
¿Qué queda?
A mi alrededor todo parecen ojos inyectados en sangre que me observan con una ira asesina y extraña.
La gente es cruel. La vida es injusta. Yo misma soy un reflejo de maldad, un cuchillo oxidado. Un libro que fue quemado. La bruja incendiada por hereje o la obligada a saltar del acantilado.
¿Estás segura?
¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Cuál es el límite ilimitado?
¿Cuál era el origen?
Respiro profundo. Me transformo en saeta de fuego. Corro hacia la ventana y me estrello.
No funciona.
No se rompe, no cede.
Alguien dijo que así es la vida y nada más. Hay que resignarse. Hay que tomar el camino que te ha sido asignado. No levantes la cabeza, no alces la voz, no marches, no reclames. Come y calla. Trabaja y calla. Deja que pongan el zapato encima y cierra los ojos, aprieta los dientes.
¿Estás segura?
¿Tiene que ser así? ¿Es así realmente? ¿No hay salida? ¿O...sí?
Me transformo en cometa. Me lanzo contra la ventana. Me quiebro un brazo, me saco los dientes.
Sangro copiosamente.
Enfrenta tu destino, me dijeron. Cásate, búscate un hombre, un trabajo, ten hijos antes de los 30. No seas la solterona. No seas la ninfómana.
Respiro profundo. Me limpio la sangre.
No estoy segura de que deba ser así. No estoy convencida de la resignación. No me parece. No estoy de acuerdo. No lo creo. Lo dudo. Lo cuestiono. Pienso que...hay algo mejor. Pienso que...algo debe poder hacerse.
Corro. Me transformo en cientos de personas y una sola. Soy como un borbotón de ideas. Soy como una balacera de gritos. Soy como una lluvia cantos.
La marcha de ratones empieza. ¿Dónde están los gatos? Ya tenemos hambre.
Me estrello contra la ventana. Y me hago añicos. Me aplasto, me desgarro, me desangro, me pulverizo. Me hago polvo.
Pequeñas briznas de mí se evaporan el aire.
Pero la ventana se ha roto.
Y ya no tengo cuerpo. Puedo ser cualquier cosa, cualquier intento...algo hay en ser nada que tiene mucho atractivo. De aquí pueden emerger grandes cosas. De aquí puede haber un nuevo comienzo.
Subo. Aquí hay otro tipo de voces. Aquí hay otro tipo de pájaros.
¿Dónde estoy?
No tengo ni idea.
Pero el miedo se ha disipado.
jueves, 30 de octubre de 2014
Oscuro
Oscuro.
Y atravieso las calles fumándome un cigarro, como si con el humo se fueran mis pensamientos, como si se difuminaran en el aire y se volvieran algo más transparente. Más implícito, más oculto. Igual que las cosas bellas que están escondidas. Como los secretos de tu boca o las palabras de tus miradas.
Oscuro.
Recuerdo cuando me tomabas la mano y tomábamos helado. Cuando nos reíamos de la gente que caminaba apresurada en el centro. De cuando te caías de pura distracción en la calle y hablabas de las hormigas cabezonas. De la porfiada caída de tu pelo sobre la frente.
La casa está cerrada a esta hora y no podré entrar. No podré entrar nunca más.
Dicen que he perdido el norte, que mis ideas no están claras, que no sé qué hacer con mi vida. Y tienen razón. Y no tienen razón.
El norte no existe y el sur tampoco.
No hay nada sin el sistema de referencia.
Mi sistema de referencia eras tú, así es que literalmente perdí el norte, el sur, el este, el oeste...el mapa completo. El plan se esfumó. No hay cartógrafos ni geógrafos.
Lo chistoso es que tú no eres tú y yo no soy yo.
Es verdad.
Porque mi vida no se acaba contigo, en ningún caso. Y la tuya conmigo tampoco. No eres el amor de mi vida ni mi destino. No eres mi alma gemela. No eres mi príncipe azul, mi caballero andante.
No eres tú, por ser tú, si no que eres por como era yo contigo. Por los lugares que estaban entre ambos, por los recuerdos usados como escalera, por las ideas que se desprendían de cada uno y formaban un puente.
Oscuro.
Tengo la sensación de que mi cabello es más oscuro que antes. Que mis ojos son más negros. Que mi boca toma el color de la tierra barrosa.
Me desprendo de los trajes. Me desprendo de las chaquetas. Me quedo con los brazos extendidos en la lluvia mirando el cielo.
El cielo oscuro. Mi cabello oscuro que es el mismo cielo. Mis ojos oscuros que también forman parte de todo el conjunto.
Y tú te ciñes a mí. Ahora eres una sombra oscura como la noche. Ahora eres como los pasos de alguien que camina a mi lado, pero que no está. Un eco, un camino marcado de migas.
Necesito volver a casa y encontrar otro punto de referencia. Uno que no implique pérdidas, uno que no implique tantas aguijoneantes dudas.
Este vino es oscuro. Tal vez todo se vuelva oscuro a mi alrededor...y tal vez, no es seguro, yo logre ser un haz luminoso entremedio de esto. No lo sé.
Solo me queda seguir caminando. Sí...caminando...
Y atravieso las calles fumándome un cigarro, como si con el humo se fueran mis pensamientos, como si se difuminaran en el aire y se volvieran algo más transparente. Más implícito, más oculto. Igual que las cosas bellas que están escondidas. Como los secretos de tu boca o las palabras de tus miradas.
Oscuro.
Recuerdo cuando me tomabas la mano y tomábamos helado. Cuando nos reíamos de la gente que caminaba apresurada en el centro. De cuando te caías de pura distracción en la calle y hablabas de las hormigas cabezonas. De la porfiada caída de tu pelo sobre la frente.
La casa está cerrada a esta hora y no podré entrar. No podré entrar nunca más.
Dicen que he perdido el norte, que mis ideas no están claras, que no sé qué hacer con mi vida. Y tienen razón. Y no tienen razón.
El norte no existe y el sur tampoco.
No hay nada sin el sistema de referencia.
Mi sistema de referencia eras tú, así es que literalmente perdí el norte, el sur, el este, el oeste...el mapa completo. El plan se esfumó. No hay cartógrafos ni geógrafos.
Lo chistoso es que tú no eres tú y yo no soy yo.
Es verdad.
Porque mi vida no se acaba contigo, en ningún caso. Y la tuya conmigo tampoco. No eres el amor de mi vida ni mi destino. No eres mi alma gemela. No eres mi príncipe azul, mi caballero andante.
No eres tú, por ser tú, si no que eres por como era yo contigo. Por los lugares que estaban entre ambos, por los recuerdos usados como escalera, por las ideas que se desprendían de cada uno y formaban un puente.
Oscuro.
Tengo la sensación de que mi cabello es más oscuro que antes. Que mis ojos son más negros. Que mi boca toma el color de la tierra barrosa.
Me desprendo de los trajes. Me desprendo de las chaquetas. Me quedo con los brazos extendidos en la lluvia mirando el cielo.
El cielo oscuro. Mi cabello oscuro que es el mismo cielo. Mis ojos oscuros que también forman parte de todo el conjunto.
Y tú te ciñes a mí. Ahora eres una sombra oscura como la noche. Ahora eres como los pasos de alguien que camina a mi lado, pero que no está. Un eco, un camino marcado de migas.
Necesito volver a casa y encontrar otro punto de referencia. Uno que no implique pérdidas, uno que no implique tantas aguijoneantes dudas.
Este vino es oscuro. Tal vez todo se vuelva oscuro a mi alrededor...y tal vez, no es seguro, yo logre ser un haz luminoso entremedio de esto. No lo sé.
Solo me queda seguir caminando. Sí...caminando...
miércoles, 22 de octubre de 2014
Objeción al abrelatas
¿Por qué vivir bajo el abrelatas?
Queremos levantarnos sobre las clavijas,
saltar hasta el techo tocando un vaso con agua
inmóvil.
Morir no es lo mismo de noche,
una bomba podría explotar en la oscuridad
y nadie lo sabría.
¿Por qué encerrarse con sus cadenas de
colores?
Nosotros podemos vivir bajo el puente
o en lo alto de la Torre Eiffel,
caminaremos sobre las aguas
con una laptop descargada
y unos lentes de contacto rojos.
Volaremos como Superman
esquivando la contaminación de las industrias
de Santiago,
nuestra capa ya no es roja,
sino gris sucio.
¿En qué momento el abrelatas empezó a
trabajar?
Queremos salir de este lugar,
desaparecer entre la bruma,
ya no más globalización,
anónimos todos,
como cajas cerradas al vacío,
mudos y sordos,
tocando el núcleo de la matriz que nos dio el
soplo.
Vomitaremos chips de computadoras,
con las manos temblorosas,
encajadas como llaves a un código de barras.
En algún lado hay algún cura repartiendo
heroína,
las jeringas nos sacan la lengua,
repletas y saladas como el mar muerto.
Estáticas en medio del mapa,
orinando estrellas fugaces.
El abrelatas maldito no para de girar,
quiere abrirnos las latas palpitantes,
queremos resistirlo,
pero la publicidad con sus mensajes
subliminales
nos amordaza como dementes en su manicomio.
Nuestras camisas de fuerza riman.
Tenemos recuerdos con estática en una cajita
parlante.
Las chispas del corto circuito
nos quemaron el resto de los muebles.
Somos el neo-génesis,
queríamos nacer,
pero destruimos todo.
Las voces nacerán de los escombros,
de las cantinas emanará lo más puro,
de las Iglesias lo más putrefacto,
torbellinos en las tinieblas,
un recado de máquina contestadota
que apagamos antes de escuchar.
Seremos la explosión y la quietud al mismo
tiempo.
Mataremos a los fundadores del abrelatas algún
día,
sin proponérnoslo seremos guitarristas del
viento.
Y las letras emanarán como fuentes de agua
limpia,
esperando que alguien las beba antes de que
sean muertas y contaminadas,
gaseosas como mitos que no se contaron.
Y las webs se irán a huelga,
reclamando la monarquía absoluta que perdieron.
Somos el neo-génesis
y el Apocalipsis viene pisándonos los talones
como hormiguitas
perdidas en las redes sociales.
El mundo está en la mano del que escribía
poemas en la Edad Media,
arrugado como un papel
antes de caer al papelero.
¡Objeción!
Muerte al juez de pedazos de lenguas muertas.
Anonimato es nuestro escudo,
seguiremos tragando planetas
hasta que nos detengan.
Somos los dictadores del secreto.
martes, 21 de octubre de 2014
El gato
El gato saltó del tejado y atrapó la mosca.
Atravesó un oscuro pasaje con la mosca viva entre sus dientes, sintiendo cómo zumbaba en el interior de su boca sin llegar más allá de la garganta.
Trepó por un árbol con cara de vieja bizca y se apoyó en la rama más alta. Podía ver más de la mitad de la ciudad desde allí. Vio su casa. El humano con el que vivía a veces, seguramente ya estaría roncando.
Qué raros son los humanos, se dijo, ronronean sin que los acaricien, aunque...quizás solo en sus sueños se sienten amados de verdad.
Ojala hubiese dejado un plato de leche o un puñado de atún. Si no...bueno, el humano vecino tiene unos pájaros apetitosos.
La mosca seguía luchando desesperada en su boca.
El gato detuvo un instante el contoneo solemne de su cola. Se debatió acerca de la vida de la mosca. ¿Me trago a este bicho o no?
En realidad no tengo tanta hambre. Y una mosca no es la comida más exquisita que hay.
¿Qué es la vida de una mosca en verdad?
Parece que eran 24 horas. 24 horas. Y esta pobre idiota se lo desperdicia zumbando en el oído de un humano dormido y con las ropas pegadas a su cuerpo por el sudor.
Pobre idiota. Podría viajar a París y ver la ciudad. O corretear pájaros felizmente. O jugar con un ratón y devorarlo. Bahh, qué sabe una mosca de la vida. Vive demasiado rápido, demasiados ojos y ninguno abierto.
El humano una vez dijo que, si supiera que le quedaba un día de vida, dejaría el trabajo e iría a Italia a buscar a esa chica bonita de su adolescencia y pasearía por el mar.
Pero el humano también es un tanto iluso, pensó el gato. A fin de cuentas, él no sabe si le quedan menos horas que a la mosca. No sabe si le queda un día o dos. Y sigue en lo mismo. Sigue con ese sueño lejano sin cumplir y sigue atareado con cosas que no le importan.
El humano se aburre y se va todos los días a la oficina con cara de tedio. Ni siquiera duerme bien. Ni siquiera disfruta el atún cuando se lo sirven. Ni siquiera rasca sus uñas en el sofá relajadamente. Pobre humano.
Pobre mosca.
El gato abre la boca. La mosca huye, pero llega tan solo a dos casas más allá. Muerte súbita por insecticida doméstico. Muy efectivo, muy cruel.
Oh, lo intenté, dice el gato.
Al menos el humano sonríe cuando me acaricia la espalda. Algo es algo.
Al menos pone un plato de leche bajo la ventana. Para mí. Solo para mí.
Al menos me deja salir de noche y volver cuando quiera.
Pobre humano. Es un tanto iluso, pero lo intenta.
El gato salta del árbol. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que caiga, siempre caerá de pie. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que el perro ladre amenazadoramente, nunca tendrá agallas para saltar hasta la copa de un árbol para cogerlo.
Sabe que vale tener cuidado con los autos. Son engañosos.
Máquinas infernales. Al menos es una muerte rápida, honorífica, adrenalínica. No es una muerte por tedio.
Sabe que vale mirar el mundo, sentirlo, dormir todo lo que se quiera o necesite, jugar bastante, amar libremente. De vez en cuando, leer un libro sin que el humano sospeche que sabemos demasiado.
Tener los ojos valientes y misteriosos.
Pobre humano. Lo intenta, al menos.
Mañana lo despertaré temprano, poniéndole suavemente las garras en la cara. Si no despierta pronto, apretaré un poco más.
Quizás le lleve un pájaro de regalo. ¿Sería bueno dejarlo sobre su corbata nueva? Supongo que sería un lindo detalle.
Lo despertaré temprano a ver si recapacita. Quizás mañana decida hacer el viaje y yo pueda seguirlo con calma y a mi ritmo cruzando los tejados. Quizás no se resigne a levantarse malhumorado, "no te gusta que duerma cuando quieres tu atún, ¿verdad?", y a darme atún en lata. Podríamos salir a pescar.
Podríamos caer de pie juntos.
Atravesó un oscuro pasaje con la mosca viva entre sus dientes, sintiendo cómo zumbaba en el interior de su boca sin llegar más allá de la garganta.
Trepó por un árbol con cara de vieja bizca y se apoyó en la rama más alta. Podía ver más de la mitad de la ciudad desde allí. Vio su casa. El humano con el que vivía a veces, seguramente ya estaría roncando.
Qué raros son los humanos, se dijo, ronronean sin que los acaricien, aunque...quizás solo en sus sueños se sienten amados de verdad.
Ojala hubiese dejado un plato de leche o un puñado de atún. Si no...bueno, el humano vecino tiene unos pájaros apetitosos.
La mosca seguía luchando desesperada en su boca.
El gato detuvo un instante el contoneo solemne de su cola. Se debatió acerca de la vida de la mosca. ¿Me trago a este bicho o no?
En realidad no tengo tanta hambre. Y una mosca no es la comida más exquisita que hay.
¿Qué es la vida de una mosca en verdad?
Parece que eran 24 horas. 24 horas. Y esta pobre idiota se lo desperdicia zumbando en el oído de un humano dormido y con las ropas pegadas a su cuerpo por el sudor.
Pobre idiota. Podría viajar a París y ver la ciudad. O corretear pájaros felizmente. O jugar con un ratón y devorarlo. Bahh, qué sabe una mosca de la vida. Vive demasiado rápido, demasiados ojos y ninguno abierto.
El humano una vez dijo que, si supiera que le quedaba un día de vida, dejaría el trabajo e iría a Italia a buscar a esa chica bonita de su adolescencia y pasearía por el mar.
Pero el humano también es un tanto iluso, pensó el gato. A fin de cuentas, él no sabe si le quedan menos horas que a la mosca. No sabe si le queda un día o dos. Y sigue en lo mismo. Sigue con ese sueño lejano sin cumplir y sigue atareado con cosas que no le importan.
El humano se aburre y se va todos los días a la oficina con cara de tedio. Ni siquiera duerme bien. Ni siquiera disfruta el atún cuando se lo sirven. Ni siquiera rasca sus uñas en el sofá relajadamente. Pobre humano.
Pobre mosca.
El gato abre la boca. La mosca huye, pero llega tan solo a dos casas más allá. Muerte súbita por insecticida doméstico. Muy efectivo, muy cruel.
Oh, lo intenté, dice el gato.
Al menos el humano sonríe cuando me acaricia la espalda. Algo es algo.
Al menos pone un plato de leche bajo la ventana. Para mí. Solo para mí.
Al menos me deja salir de noche y volver cuando quiera.
Pobre humano. Es un tanto iluso, pero lo intenta.
El gato salta del árbol. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que caiga, siempre caerá de pie. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que el perro ladre amenazadoramente, nunca tendrá agallas para saltar hasta la copa de un árbol para cogerlo.
Sabe que vale tener cuidado con los autos. Son engañosos.
Máquinas infernales. Al menos es una muerte rápida, honorífica, adrenalínica. No es una muerte por tedio.
Sabe que vale mirar el mundo, sentirlo, dormir todo lo que se quiera o necesite, jugar bastante, amar libremente. De vez en cuando, leer un libro sin que el humano sospeche que sabemos demasiado.
Tener los ojos valientes y misteriosos.
Pobre humano. Lo intenta, al menos.
Mañana lo despertaré temprano, poniéndole suavemente las garras en la cara. Si no despierta pronto, apretaré un poco más.
Quizás le lleve un pájaro de regalo. ¿Sería bueno dejarlo sobre su corbata nueva? Supongo que sería un lindo detalle.
Lo despertaré temprano a ver si recapacita. Quizás mañana decida hacer el viaje y yo pueda seguirlo con calma y a mi ritmo cruzando los tejados. Quizás no se resigne a levantarse malhumorado, "no te gusta que duerma cuando quieres tu atún, ¿verdad?", y a darme atún en lata. Podríamos salir a pescar.
Podríamos caer de pie juntos.
lunes, 20 de octubre de 2014
La amante de los que no existen
Hola, soy la amante de los
hombres que no existen. Me presento, yo soy esa mujer que los mira pasearse por
su habitación…los demás dicen que no están allí, pero sé que mienten.
Los hombres que no existen. Los
que andan en las calles azules de los sueños que gravitan durante las noches de
insomnio.
Soy la amante de los personajes
de cuentos más leídos de la historia y de los más olvidados.
Busco, por la noche, los besos
que me quiten la melancolía de las manos y del papel.
Canto los poemas que me dedicaron
en sus no existentes vidas de aventuras y aprendizajes. Acaricio las flores que
me mandan por montones y que dicen: Te amo.
Soy la que danza esperando las
miradas de sus ojos transparentes…esperando que algún día se hagan de carne y
hueso y me curen la soledad.
Esperando a que, algún día, uno
llegue a enamorarse tanto de mí, que desee existir realmente.
Soy la amante de los hombres que
no existen y no finjas que no me conoces.
Parece que he hablado antes
contigo. ¿No eras esa que leía a escondidas? ¿No eras esa que decía que
prefería la ficción a la realidad? ¿No eras esa que sabía tantas citas de
libros que olvidabas lo que decían las personas reales a tu alrededor?
Soy la amante de los hombres que
no existen, porque me cansé de las existencias que azotaban la cara contra un
muro de lágrimas y de discusiones sin sentido.
¿Y qué dices?
Yo los sigo esperando. Me siento
sobre esta silla y abro otro libro y me vuelvo a enamorar.
No me digas que eso no es amor.
Porque aunque ellos no existan,
yo los voy conociendo, los voy comprendiendo, los voy amando…los abrazo y los
devoro, dejo que me devoren el alma y que me quemen…dejo que desangren mi mente
y mi corazón entre sus brazos de letras. Estos hombres que no existen y que son
como marineros…porque, yo sé que cuando cierre este libro, él se irá para
siempre y todo parecerá espejismo. Tomará un barco llamado realidad y se
despedirá con la mano. Irá en busca de otra que lo ame.
Me pongo celosa de solo pensar en
cuántas lo estarán buscando entre las páginas de un libro, en cuántas lo
estarán deseando como yo lo deseo, en cuántas lo estarán acariciando “con sus
manos recorre páginas” en este momento…en cuántas estarán soñando con él en
este preciso instante.
Entonces…aquí me ves, con el
corazón en la mano de nuevo. Sufriendo otra pérdida, otro amor que se va, otro
amor que me es infiel con la realidad, otro amor que es ficción, otro amor
virtual, otro amor que me deja clavada entre un montón de lágrimas deseando no
tener corazón.
Entonces sufro despecho. Entonces
tengo rabia y deseo venganza. Voy en busca de otro hombre que no exista.
Y siempre encuentro a otro.
Siempre leo a otro, siempre beso
a otro, siempre dejo que otro me queme.
Pero… ¿Qué sucede? ¿Cómo es que
me empiezo a enamorar de este otro hombre inexistente que me guiña el ojo a
través de las páginas del libro? ¿Cómo es que sus palabras me vuelven a
atravesar el corazón y olvido al otro?
Bueno…ya me conoces. Lo has
reconocido. Mírame a los ojos ahora. ¿No te parece conocida aunque sea un
poquito mi historia?
En fin…te dejo. Tengo que
juntarme con este otro hombre. Parece que he caído de brazos en brazos, de
hombres inexistentes en hombres inexistentes, de páginas a páginas…de historias
a historias…
Sí. Soy la amante de los hombres
que no existen.
Esperando a que, algún día, uno
llegue a enamorarse tanto de mí, que desee existir realmente.
domingo, 19 de octubre de 2014
Cuando yo era niña y dormí una siesta
Cuando yo era niña, solía pensar que el cielo era como un lienzo enorme que nos cubría y nos transformaba en una surrealista obra de arte al revés.
Pensaba en mí como una grulla pequeñita incrustada en una muestra de la incertidumbre humana.
Una vez pinté una lavadora entera, porque se me ocurrió que el color blanco inmaculado que tenía podía parecerle demasiado triste y que la pobre no tenía el poder de cambiar su situación por su propia cuenta.
Una vez se me ocurrió que los zapatos de la casa podían querer salir de noche a conocer lugares que nosotros no les permitíamos conocer de día. Les dejaba cada noche monedas para el pasaje en micro, pero como cada mañana las monedas seguían allí, supuse que les gustaba más caminar y disfrutar del paseo.
Cuando era niña me preguntaba si las personas cambiábamos demasiado cuando apagábamos la luz para dormir.
Tenía tiempo guardado en una cajita. Creía en los ataques de sonrisas.
Pensaba que el viejo del saco me iba a llevar. Y, aunque parezca absurdo, solo le temía al encierro eterno del saco y a la falta de aire fresco que eso implicaba, a la falta de color, a la oscuridad...nada más.
Y un día me dormí una siesta en la hamaca de la casa de mis abuelos, bajo mi árbol Diamelo regalón.
Y soñé que el tiempo se me escapaba por las rendijas de la cajita. Soñé que había vivido unas 1000 vidas condensadas en 21 años y que eso tan solo era un soplo en el gran tiempo universal. Que parecía que había dado un paso en el gran camino del existir total, pero que ese paso minúsculo a veces resultaba algo cansado.
Estaba soñando que cepillaba mi cabello y se me caían las hebras de recuerdos. Un cabello y ya empezaba a perder la fe en mí misma. Un cabello y mi rostro ya se deshilachaba en una sucesión de rechazos. Me sentaba en el sofá y me pesaban los brazos y las piernas como plomo. Las lágrimas corrían y pensaba en estar solo o sentirse solo y, en estar ajeno, en pertenecer a ninguna parte y sentir que no aguantarás más.
Me encontré contando las horas de la jornada y queriendo que el tiempo se escapara pronto, sin querer almacenarlo más, porque, a fin de cuentas, ya no es mi tiempo, si no que es el tiempo de otros...por un momento, por unas monedas para fin de mes. Por unas monedas para libros o pan.
Y estoy caminando y ya no veo el cielo. Estoy apurada. Parece que el arte me juega a las escondidas. Y suspiro. El viejo del saco me parece el cuento más idiota de la historia.
Y me pasmo. Me asusto. Me petrifico.
¿Abre caído acaso por fin en el saco? ¿Estaré encerrada dentro de él definitivamente?
Cuando era niña me preguntaba si tendríamos que crecer y salir volando algún día.
Hoy me pregunto si tendré que decrecer un poco y salir volando.
Crecer, decrecer, crecer, decrecer. No demasiado. Sí, no demasiado.
Cuando era una adulta (o estaba cerca de hacerlo), una vez miré el cielo camino a casa y descubrí que es azulado, el azulado más hermoso que puede existir y que la vida no cabe en nuestras suposiciones ni en nuestros miedos.
Guardé experiencia en una cajita. Y creí en los ataques de risa, en los ataques de besos, en los detalles increíbles que estaban justo frente a mí.
Creí en el amor, más allá de los cuentos.
Creí en mi propia fuerza y mis propias manos.
Me encontré con la certeza de la imperfección. La belleza que hay en ello.
Y a mis zapatos les salieron alas.
Pensaba en mí como una grulla pequeñita incrustada en una muestra de la incertidumbre humana.
Una vez pinté una lavadora entera, porque se me ocurrió que el color blanco inmaculado que tenía podía parecerle demasiado triste y que la pobre no tenía el poder de cambiar su situación por su propia cuenta.
Una vez se me ocurrió que los zapatos de la casa podían querer salir de noche a conocer lugares que nosotros no les permitíamos conocer de día. Les dejaba cada noche monedas para el pasaje en micro, pero como cada mañana las monedas seguían allí, supuse que les gustaba más caminar y disfrutar del paseo.
Cuando era niña me preguntaba si las personas cambiábamos demasiado cuando apagábamos la luz para dormir.
Tenía tiempo guardado en una cajita. Creía en los ataques de sonrisas.
Pensaba que el viejo del saco me iba a llevar. Y, aunque parezca absurdo, solo le temía al encierro eterno del saco y a la falta de aire fresco que eso implicaba, a la falta de color, a la oscuridad...nada más.
Y un día me dormí una siesta en la hamaca de la casa de mis abuelos, bajo mi árbol Diamelo regalón.
Y soñé que el tiempo se me escapaba por las rendijas de la cajita. Soñé que había vivido unas 1000 vidas condensadas en 21 años y que eso tan solo era un soplo en el gran tiempo universal. Que parecía que había dado un paso en el gran camino del existir total, pero que ese paso minúsculo a veces resultaba algo cansado.
Estaba soñando que cepillaba mi cabello y se me caían las hebras de recuerdos. Un cabello y ya empezaba a perder la fe en mí misma. Un cabello y mi rostro ya se deshilachaba en una sucesión de rechazos. Me sentaba en el sofá y me pesaban los brazos y las piernas como plomo. Las lágrimas corrían y pensaba en estar solo o sentirse solo y, en estar ajeno, en pertenecer a ninguna parte y sentir que no aguantarás más.
Me encontré contando las horas de la jornada y queriendo que el tiempo se escapara pronto, sin querer almacenarlo más, porque, a fin de cuentas, ya no es mi tiempo, si no que es el tiempo de otros...por un momento, por unas monedas para fin de mes. Por unas monedas para libros o pan.
Y estoy caminando y ya no veo el cielo. Estoy apurada. Parece que el arte me juega a las escondidas. Y suspiro. El viejo del saco me parece el cuento más idiota de la historia.
Y me pasmo. Me asusto. Me petrifico.
¿Abre caído acaso por fin en el saco? ¿Estaré encerrada dentro de él definitivamente?
Cuando era niña me preguntaba si tendríamos que crecer y salir volando algún día.
Hoy me pregunto si tendré que decrecer un poco y salir volando.
Crecer, decrecer, crecer, decrecer. No demasiado. Sí, no demasiado.
Cuando era una adulta (o estaba cerca de hacerlo), una vez miré el cielo camino a casa y descubrí que es azulado, el azulado más hermoso que puede existir y que la vida no cabe en nuestras suposiciones ni en nuestros miedos.
Guardé experiencia en una cajita. Y creí en los ataques de risa, en los ataques de besos, en los detalles increíbles que estaban justo frente a mí.
Creí en el amor, más allá de los cuentos.
Creí en mi propia fuerza y mis propias manos.
Me encontré con la certeza de la imperfección. La belleza que hay en ello.
Y a mis zapatos les salieron alas.
viernes, 17 de octubre de 2014
Incendio
La letra inicial de mi vida cuelga de un hilo muy fino.
Hay ciertas frases que parecen rodear la casa de un hálito de incertidumbre.
¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué quieres?
Eso solo depende de mí, contesto, y el eco se lanza contra las paredes y las pinta suavemente.
"Cuidado", escucho que susurran unos signos de exclamación desde fuera de mi casa. " Cuidado con lo que dices, cuidado con lo que eres, cuidado con lo que opinas. No nos quieras decepcionar, no quieras ser una rotunda pérdida".
Depende de mí, repito. Y los signos de exclamación me muestran los dientes.
Un signo de pregunta se me acerca como un cachorrito. Salta hacia mis brazos y se acurruca.
Supongo que en el fondo siempre supe esto. Ser una persona que duda de todo no es tan fácil. Es peligroso, mortal...hasta cruel. Hasta suicida.
Las preguntas se vuelven cada vez más complejas. Cada vez más punzantes, cada vez más capaces de destrozar mi casa y de permitir que la letra inicial de mi vida que cuelga del frágil hilo, caiga, transformándose en palabra final.
Lo extraño es que no me canso de hacer esas preguntas. Lo extraño es que...tras cada crisis, tras cada amenaza de muerte masiva, tras cada tambaleo, la casa se fortalece. Las palabras se vuelven más cálidas. Las preguntas se me acercan con más cariño. ¿O es que yo las veo con más cariño? ¿O es que yo las trato mejor?
No le temo a las dudas ni a la incertidumbre. Se han vuelto parte de mis mejores triunfos.
Acaricio al signo de pregunta, pequeñito, suave y juguetón como un cachorro.
Tomo algunos poemas y los cuelgo desde el techo.
Son aves. Mueven sus alas y vuelan por el techo de la casa. Le hacen cosquillas a la letra inicial. Le unen otras letras. La transforman en canción.
¿Para qué estoy aquí? Me pregunto. ¿Con qué fin? ¿Con qué medio me sigo sosteniendo?
Quizás deba convertirme en palabra también. O en signo de interrogación. O en un signo de exclamación que grite cosas más justas. O en puntos suspensivos, pero siempre seguidos de un nuevo comienzo o de algo sorprendentemente interesante.
Pero nunca en silencio, no. Nunca en muerte. Nunca en esa muerte terrible que surge cuando uno se limita a mirar hacia fuera sin encontrar nada nuevo. Nunca esa muerte que seca la curiosidad, o que pierde la fe, o que deja de tener sueños.
Ya sé. Ya sé que todos tenemos un punto final, inevitable e impredecible.
Pero, mientras tanto, un remolino de vida. Un baile de letras. Un arcoiris de emoción. Una sinuosidad de búsquedas, un camino. Un puente entre hoy y mañana o entre tú y yo.
Mientras tanto, depende de mí.
¿Qué quiero ser?
Una canción, un poema,un tratado de paz, una carta sincera, un cuento de hadas, una novela de misterio, un ensayo de vida.
No sé si esté pidiendo imposibles.
Quizás de eso se trata. Quizás de eso se ha tratado siempre.
De hacer incendios.
Hay ciertas frases que parecen rodear la casa de un hálito de incertidumbre.
¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué quieres?
Eso solo depende de mí, contesto, y el eco se lanza contra las paredes y las pinta suavemente.
"Cuidado", escucho que susurran unos signos de exclamación desde fuera de mi casa. " Cuidado con lo que dices, cuidado con lo que eres, cuidado con lo que opinas. No nos quieras decepcionar, no quieras ser una rotunda pérdida".
Depende de mí, repito. Y los signos de exclamación me muestran los dientes.
Un signo de pregunta se me acerca como un cachorrito. Salta hacia mis brazos y se acurruca.
Supongo que en el fondo siempre supe esto. Ser una persona que duda de todo no es tan fácil. Es peligroso, mortal...hasta cruel. Hasta suicida.
Las preguntas se vuelven cada vez más complejas. Cada vez más punzantes, cada vez más capaces de destrozar mi casa y de permitir que la letra inicial de mi vida que cuelga del frágil hilo, caiga, transformándose en palabra final.
Lo extraño es que no me canso de hacer esas preguntas. Lo extraño es que...tras cada crisis, tras cada amenaza de muerte masiva, tras cada tambaleo, la casa se fortalece. Las palabras se vuelven más cálidas. Las preguntas se me acercan con más cariño. ¿O es que yo las veo con más cariño? ¿O es que yo las trato mejor?
No le temo a las dudas ni a la incertidumbre. Se han vuelto parte de mis mejores triunfos.
Acaricio al signo de pregunta, pequeñito, suave y juguetón como un cachorro.
Tomo algunos poemas y los cuelgo desde el techo.
Son aves. Mueven sus alas y vuelan por el techo de la casa. Le hacen cosquillas a la letra inicial. Le unen otras letras. La transforman en canción.
¿Para qué estoy aquí? Me pregunto. ¿Con qué fin? ¿Con qué medio me sigo sosteniendo?
Quizás deba convertirme en palabra también. O en signo de interrogación. O en un signo de exclamación que grite cosas más justas. O en puntos suspensivos, pero siempre seguidos de un nuevo comienzo o de algo sorprendentemente interesante.
Pero nunca en silencio, no. Nunca en muerte. Nunca en esa muerte terrible que surge cuando uno se limita a mirar hacia fuera sin encontrar nada nuevo. Nunca esa muerte que seca la curiosidad, o que pierde la fe, o que deja de tener sueños.
Ya sé. Ya sé que todos tenemos un punto final, inevitable e impredecible.
Pero, mientras tanto, un remolino de vida. Un baile de letras. Un arcoiris de emoción. Una sinuosidad de búsquedas, un camino. Un puente entre hoy y mañana o entre tú y yo.
Mientras tanto, depende de mí.
¿Qué quiero ser?
Una canción, un poema,un tratado de paz, una carta sincera, un cuento de hadas, una novela de misterio, un ensayo de vida.
No sé si esté pidiendo imposibles.
Quizás de eso se trata. Quizás de eso se ha tratado siempre.
De hacer incendios.
jueves, 16 de octubre de 2014
Algunas No definiciones
¿Qué es la tristeza?
Una especie de hilo eléctrico, un relámpago, una soga hirviente o congelada que se ciñe a tu cuello y te corta la respiración. Un bosque repleto de sonidos disociados que te obligan a caer y a apretar los dientes. Un instante de sobrecogedor vacío que te paraliza los huesos y abre una llaga profunda y extendida a lo largo de todo el ser. Quizás lo más cruel de esa llaga es que nadie podría verla de no ser por la hermosa posibilidad de que a veces germine, que a veces se derrita y brote por los ojos como gotas de ácido. La garganta es un nudo, y tenían razón los que lo dijeron. La saliva se vuelve alquitrán. El resto del cuerpo podría ser de goma o papel. Frágil, tambaleante, un bosquejo de un dibujo que espera a ser terminado.
Algo así, aunque podría ser definida de mejor forma.
¿Qué es la alegría?
Un rayo de luz que te toma por sorpresa. Una avalancha de vibraciones musicales que inunda de color al cuerpo, que zigzaguea juguetona a través de los miembros, contagiándoles de una liviandad graciosa, ágil, listo todo para emprender vuelo. Un montón de fuegos artificiales tomando formas creativas, una corona de flores o un perro corriendo en el pasto, un piano y los dedos bailando en él o los pies descalzos moviéndose en la tierra mojada. Un montón de aves volando hacia el cielo, un atado de globos coloridos emanando de los ojos, una corona de luciérnagas asomándose por la boca.
¿Qué define este momento? ¿No es un poco de ambos? ¿No es un poco de ninguno?
Las palabras juguetean alegres entremedio de mis piernas. Unas gritan, otras callan. Las tomo y las abrazo.
Parece que de eso se trata todo esto. Las palabras son como las personas en el mundo.
Aquí estamos, preguntándonos cosas, tratando de alcanzarlas, de tocarlas, de penetrarlas hasta la médula, de llegar aunque sea un poquito a comprender algo...¿pero qué tenemos? Solo esto. Un montón de preguntas, un montón de respuestas, un montón de palabras que son dagas o caricias. Me gusta pensar que son tan adictivas como lo son para mí los chocolates.
Mis libros en el estante me guiñan un ojo. Uno de ellos abre sus brazos y deja crecer un par de árboles con hojas de palabras.
¿Qué es el amor?
La pregunta se plasma en las paredes, peligrosa, dolorosa, luminosa, transparente, oscura, fatal.
Las palabras que jugueteaban bulliciosamente entre mis piernas se detienen y quedan petrificadas. Sus letras titilan como pequeñas estrellas de vidrio.
¿Qué es el amor? ¿Qué es el amor?
¿No es algo tan enormemente grande que te hace tan pequeño? ¿No es un cúmulo de sentimientos? ¿No es todos los sentimientos?
¿Es odio?
Puede ser.
¿Qué es el amor?
He ahí el misterio.
Las palabras y yo tenemos miedo de contestar y no saber definirlo.
Agazapadas nos miramos unas a otras y temblamos.
No queremos decirlo.
Ya han gastado en ello muchas palabras ya. Algunas sinceras y otras asquerosamente profanadas y manoseadas.
¿Qué es el amor?
Un demonio con aspiraciones de ángel. O un ébola con aspiraciones de cura.
Una especie de hilo eléctrico, un relámpago, una soga hirviente o congelada que se ciñe a tu cuello y te corta la respiración. Un bosque repleto de sonidos disociados que te obligan a caer y a apretar los dientes. Un instante de sobrecogedor vacío que te paraliza los huesos y abre una llaga profunda y extendida a lo largo de todo el ser. Quizás lo más cruel de esa llaga es que nadie podría verla de no ser por la hermosa posibilidad de que a veces germine, que a veces se derrita y brote por los ojos como gotas de ácido. La garganta es un nudo, y tenían razón los que lo dijeron. La saliva se vuelve alquitrán. El resto del cuerpo podría ser de goma o papel. Frágil, tambaleante, un bosquejo de un dibujo que espera a ser terminado.
Algo así, aunque podría ser definida de mejor forma.
¿Qué es la alegría?
Un rayo de luz que te toma por sorpresa. Una avalancha de vibraciones musicales que inunda de color al cuerpo, que zigzaguea juguetona a través de los miembros, contagiándoles de una liviandad graciosa, ágil, listo todo para emprender vuelo. Un montón de fuegos artificiales tomando formas creativas, una corona de flores o un perro corriendo en el pasto, un piano y los dedos bailando en él o los pies descalzos moviéndose en la tierra mojada. Un montón de aves volando hacia el cielo, un atado de globos coloridos emanando de los ojos, una corona de luciérnagas asomándose por la boca.
¿Qué define este momento? ¿No es un poco de ambos? ¿No es un poco de ninguno?
Las palabras juguetean alegres entremedio de mis piernas. Unas gritan, otras callan. Las tomo y las abrazo.
Parece que de eso se trata todo esto. Las palabras son como las personas en el mundo.
Aquí estamos, preguntándonos cosas, tratando de alcanzarlas, de tocarlas, de penetrarlas hasta la médula, de llegar aunque sea un poquito a comprender algo...¿pero qué tenemos? Solo esto. Un montón de preguntas, un montón de respuestas, un montón de palabras que son dagas o caricias. Me gusta pensar que son tan adictivas como lo son para mí los chocolates.
Mis libros en el estante me guiñan un ojo. Uno de ellos abre sus brazos y deja crecer un par de árboles con hojas de palabras.
¿Qué es el amor?
La pregunta se plasma en las paredes, peligrosa, dolorosa, luminosa, transparente, oscura, fatal.
Las palabras que jugueteaban bulliciosamente entre mis piernas se detienen y quedan petrificadas. Sus letras titilan como pequeñas estrellas de vidrio.
¿Qué es el amor? ¿Qué es el amor?
¿No es algo tan enormemente grande que te hace tan pequeño? ¿No es un cúmulo de sentimientos? ¿No es todos los sentimientos?
¿Es odio?
Puede ser.
¿Qué es el amor?
He ahí el misterio.
Las palabras y yo tenemos miedo de contestar y no saber definirlo.
Agazapadas nos miramos unas a otras y temblamos.
No queremos decirlo.
Ya han gastado en ello muchas palabras ya. Algunas sinceras y otras asquerosamente profanadas y manoseadas.
¿Qué es el amor?
Un demonio con aspiraciones de ángel. O un ébola con aspiraciones de cura.
miércoles, 15 de octubre de 2014
"Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era solo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más"
Mario Benedetti, La Tregua.
martes, 14 de octubre de 2014
Las llaves. Las llaves. Las llaves...
Salgo de la casa y reviso 3 veces si apagué el gas. En la puerta del patio reviso si llevaba las llaves. ¿Las llevo? Sí. Doy dos pasos. ¿Las llevo? Sí. Tres pasos más. ¿Segura de que las llevaba? Sí.
Ya en la puerta de la calle las reviso por cuarta vez.
Se hace tarde. Ya, ya, ya. Última oportunidad: ¿Llevo las llaves, de la casa, en el bolso?
Están aquí, igual que cuando salí al principio. No se han desvanecido. Siguen aquí. Està bien. Odio revisar tanto las cosas, pero temo que se esfumen. Haré sonar las llaves para asegurarme por última vez que están aquí. Qué lindo suenan. Salgo de la casa.
Camino. Por la calle, camino. Llevo 20 pasos. Me quedan 20 minutos para llegar. Llevo 30 pasos. Me quedan 19 minutos. ¿Llevaba las llaves? Sí, mujer, las hiciste sonar, ¿recuerdas?
Cuando llevo 50 pasos, se me cuela un pensamiento para ti. No estaba calculado.
10 minutos y 5 cuadras. Hago un poco más lentos mis pasos. Quiero llegar a la hora exacta. Ni antes ni después. Deslizo la mano suavemente hacia el bolsillo del bolso, palpo las llaves.
¿Estarás bien? Eso espero, de verdad.
¿Fue verdad todo esto? ¿Nuestra cercanía? ¿Nuestro amor? ¿Nuestras conversaciones, nuestras caminatas, nuestras risas?
Ojala pudiera revisar si realmente estuviste aquí antes, así como las llaves, las llaves, las llaves...
¿Estuviste aquí antes? ¿En mi vida?
¿Apagué el gas?
Te extrańo. Te extraño. Te extraño. Mejor me aseguro: es verdad que te extraño. Lo pienso 7 veces. No. Prefiero un número más cerrado. Te extraño, 10 veces.
Llegué justo a tiempo. Dejé el sobre en el buzón. Pero ya nadie escribe cartas, ya nadie escribe a mano, ya nadie compra estampillas, ya nadie las echa en un buzón, ya nadie se asegura de que las cosas a su alrededor sean reales. Todo es muy enloquecedoramente instantáneo.
¿Guardé la carta o la envié a la hora? ¿La envié?
Un señor me mira. Me acerco. Ojala no tuviera que hablarle. Soy tímida. Meda vergüenza. Pero pero pero...pero tengo que asegurarme.
¿Usted sabe si yo eché la carta en el buzón? ¿Me vio hacerlo? ¿Puede probarlo?
Camino de vuelta. Saco las llaves y las hago sonar. Sí las llevo. Qué aliviador sonido.
¿Qué decía la carta? El señor dijo que me vio echarla al buzón. Le creo, porque no es yo.
Me aseguro de lo que decía la carta. Repaso las palabras en mi mente:
"Aunque suene cursi, permíteme escupir el corazón, que me creaste, con toda la sinceridad del mundo. Estoy abrumadoramente triste, es verdad. Entre tanta alegría junta y tanta energía juvenil derrochada, estoy brutalmente triste. Aunque ninguna palabra logra tocar siquiera una gota de esa tristeza. Las palabras están lejos, como todos. No sé si son reales, pero me permiten saber que estuviste aquí en algún momento. Me aferro a ellas como si quisiera abrazarte. No. No "como si...", quiero abrazarte. Al menos una última vez. Una sola.
¿Qué será esta carta para ti? ¿La leerás?
Ya no tengo que asegurame de esto. Porque sé que pasó...Tú estuviste en mi vida e iluminaste todas mis dudas con tu segura presencia. Te creo, porque no eras yo, pero eras parte de mí. La única parte que sé que existe. ¿Existieron mis otras partes tambaleantes en tu vida?
¿Existo yo?
Te extraño, de verdad.
Te extraño.
Ya sé que no quieres más cartas.
Pero es que...parece que ya nada es verdad aquí. No confío en mis revisiones, así es que tengo que asegurarme de todas las cosas.
De ti no dudé nunca. Pero no te encontré en mi última revisión. Te quiero. Ya no estabas. Te quiero. ¿Estuviste? Las palabras son mi último y desesperado reconocimiento de ti ahora. De tu presencia existente, luminosa, real.
Te amo.
Ahora ya no estás.
Te amo. Te quiero. Te extraño. Te amo. Te quiero. Te extraño. "
60 pasos. 30 minutos. Tomo las llaves y las miro. Sí las tengo.
Sí estuviste aquí, lo sé. Lo que siento es real y no tengo que asegurarme.
Qué dolor más feliz. Qué alegría más agonizante.
¿Estoy aquí yo? ¿Apagué el gas? ¿Llegué a la hora exacta? ¿Llevo las llaves? ¿Apagué el gas? ¿Mandé la carta? ¿Lograré recordar mi existencia cuando tú ya no estés ni siquiera en mi mente?
Las llaves. Las llaves. Las llaves...
Ya en la puerta de la calle las reviso por cuarta vez.
Se hace tarde. Ya, ya, ya. Última oportunidad: ¿Llevo las llaves, de la casa, en el bolso?
Están aquí, igual que cuando salí al principio. No se han desvanecido. Siguen aquí. Està bien. Odio revisar tanto las cosas, pero temo que se esfumen. Haré sonar las llaves para asegurarme por última vez que están aquí. Qué lindo suenan. Salgo de la casa.
Camino. Por la calle, camino. Llevo 20 pasos. Me quedan 20 minutos para llegar. Llevo 30 pasos. Me quedan 19 minutos. ¿Llevaba las llaves? Sí, mujer, las hiciste sonar, ¿recuerdas?
Cuando llevo 50 pasos, se me cuela un pensamiento para ti. No estaba calculado.
10 minutos y 5 cuadras. Hago un poco más lentos mis pasos. Quiero llegar a la hora exacta. Ni antes ni después. Deslizo la mano suavemente hacia el bolsillo del bolso, palpo las llaves.
¿Estarás bien? Eso espero, de verdad.
¿Fue verdad todo esto? ¿Nuestra cercanía? ¿Nuestro amor? ¿Nuestras conversaciones, nuestras caminatas, nuestras risas?
Ojala pudiera revisar si realmente estuviste aquí antes, así como las llaves, las llaves, las llaves...
¿Estuviste aquí antes? ¿En mi vida?
¿Apagué el gas?
Te extrańo. Te extraño. Te extraño. Mejor me aseguro: es verdad que te extraño. Lo pienso 7 veces. No. Prefiero un número más cerrado. Te extraño, 10 veces.
Llegué justo a tiempo. Dejé el sobre en el buzón. Pero ya nadie escribe cartas, ya nadie escribe a mano, ya nadie compra estampillas, ya nadie las echa en un buzón, ya nadie se asegura de que las cosas a su alrededor sean reales. Todo es muy enloquecedoramente instantáneo.
¿Guardé la carta o la envié a la hora? ¿La envié?
Un señor me mira. Me acerco. Ojala no tuviera que hablarle. Soy tímida. Meda vergüenza. Pero pero pero...pero tengo que asegurarme.
¿Usted sabe si yo eché la carta en el buzón? ¿Me vio hacerlo? ¿Puede probarlo?
Camino de vuelta. Saco las llaves y las hago sonar. Sí las llevo. Qué aliviador sonido.
¿Qué decía la carta? El señor dijo que me vio echarla al buzón. Le creo, porque no es yo.
Me aseguro de lo que decía la carta. Repaso las palabras en mi mente:
"Aunque suene cursi, permíteme escupir el corazón, que me creaste, con toda la sinceridad del mundo. Estoy abrumadoramente triste, es verdad. Entre tanta alegría junta y tanta energía juvenil derrochada, estoy brutalmente triste. Aunque ninguna palabra logra tocar siquiera una gota de esa tristeza. Las palabras están lejos, como todos. No sé si son reales, pero me permiten saber que estuviste aquí en algún momento. Me aferro a ellas como si quisiera abrazarte. No. No "como si...", quiero abrazarte. Al menos una última vez. Una sola.
¿Qué será esta carta para ti? ¿La leerás?
Ya no tengo que asegurame de esto. Porque sé que pasó...Tú estuviste en mi vida e iluminaste todas mis dudas con tu segura presencia. Te creo, porque no eras yo, pero eras parte de mí. La única parte que sé que existe. ¿Existieron mis otras partes tambaleantes en tu vida?
¿Existo yo?
Te extraño, de verdad.
Te extraño.
Ya sé que no quieres más cartas.
Pero es que...parece que ya nada es verdad aquí. No confío en mis revisiones, así es que tengo que asegurarme de todas las cosas.
De ti no dudé nunca. Pero no te encontré en mi última revisión. Te quiero. Ya no estabas. Te quiero. ¿Estuviste? Las palabras son mi último y desesperado reconocimiento de ti ahora. De tu presencia existente, luminosa, real.
Te amo.
Ahora ya no estás.
Te amo. Te quiero. Te extraño. Te amo. Te quiero. Te extraño. "
60 pasos. 30 minutos. Tomo las llaves y las miro. Sí las tengo.
Sí estuviste aquí, lo sé. Lo que siento es real y no tengo que asegurarme.
Qué dolor más feliz. Qué alegría más agonizante.
¿Estoy aquí yo? ¿Apagué el gas? ¿Llegué a la hora exacta? ¿Llevo las llaves? ¿Apagué el gas? ¿Mandé la carta? ¿Lograré recordar mi existencia cuando tú ya no estés ni siquiera en mi mente?
Las llaves. Las llaves. Las llaves...
lunes, 13 de octubre de 2014
El puente
Cuando tomé el bus sabía perfectamente a dónde iba.
Han pasado dos años, me dije. Puedo lograrlo esta vez.
El viaje tuvo ese toque agridulce de familiaridad y extrañeza a la vez. Solía viajar todos los lunes a Santiago y volver todos los viernes. Solía. Hasta que dejé de hacerlo por dos años. Dos años de lágrimas, silencios, gritos, soledad...amistad, amor.
No pude dormir en el viaje. Oí música y observé el paisaje, solo eso, como si supiera, en el fondo, que aún no era momento de pensar en las cosas. Como si...a través del reconocimiento implícito del paisaje, detalle a detalle, fuera recogiendo ciertos fragmentos de mí misma dejados por ahí, de forma inconsciente.
Cuando llegué al terminal Los Héroes, bajé del bus con la hermosa sensación de volver a casa. ¿Era eso posible? ¿El tan odiado Santiago? ¿El bullicioso, intranquilo, peligroso, grosero, frío y sucio "Santiasco" se había transformado en otra casa para mí? ¿Había otra posible casa a la que acudir?
Lo comprendí mientras caminaba hacia el metro. Aunque parezca absurdo, recién lo comprendí entonces. Miré la Torre Entel con los ojos llorosos y me dije que, en realidad, había dos casas.
La casa de mis padres. De mis abuelos, de mis tíos, de mis hermanos. Esa casa, en mi ciudad natal, era una parte de mí, llena de crecimientos, recuerdos, afectos...mi cuna, mi nutrición, mi seguridad.
Y luego estaba la otra casa. Una casa que odié por un tiempo. Esa casa era la casa de mi despegue. Santiago. Había llegado desde provincia a la capital, de la forma más folclórica y típica posible. Había estado sola. Ahogadamente sola.
Una ciudad tan enorme y, en medio, unos ojos brillosos e insignificantes como los míos.
No me di cuenta cómo, del odio, pasé al amor. Santiago era y es esto. Mi otra casa. La casa en la que estoy yo. La yo que aprende a tomar el metro y a acurrucarse en un rincón seguro, para que no la toqueteen más de lo debido (las multitudes me aterran, pero me gusta observar a la gente en ellas. Soy un tanto difícil, supongo). La yo que se pierde en las calles y toma las micros incorrectas. La que camina por Santiago sin saber a dónde va. La que observa, la que mira. A la que asaltan. La que tiene un poco de miedo, pero también interés. Esta es mi otra casa, la casa de la yo que crece, que aprende, que se independiza. Esta casa es mi casa, porque en ella estoy yo y yo me acompaño. Es la casa en donde me conocí. Un silencio interior lleno de palabras.
Y luego llegué al Puente.
Miré el vacío de un puente que custodia un lugar por donde ya no pasa agua.
Es casi divertido pensar en eso.
Antes circulaba agua, claro. Se desbordaba. Tenía poder, presencia.
Y me doy cuenta de que, este pequeño viaje es momentáneo. Mañana tendré que volver a la otra casa. Esa casa, que en los últimos días, ha tenido algo de asfixiante. ¿Por qué? Porque es como cumplir 21 años y tratar de ponerse la ropa que usabas cuando tenías 10. Porque es como tener un cochecito y sentarse en él a estas alturas.
No es odio lo que siento por esta casa. Sino ternura. Una ternura enrraizante y maravillosamente dolorosa. Una ternura feliz de doler.
Pero comprendo que uno siempre debe crecer, despegar, irse y volver, a veces y solo si es necesario.
Yo no soy de las personas que se van sin retorno de un lugar. Soy de los que viajan. De los que circulan. Como el agua.
Santiago es mi casa, porque me tiene a mí ahora. Solo por eso. Porque cuando vengo aquí, estoy sola y sé que debo arreglármelas. Porque cuando vengo aquí, comprendo que he crecido (no tanto, pero algo) y que lo que queda viene casi por entero por mi cuenta. Todo es construcción personal desde aquí.
Algún día, quizás, logre llevarme de aquí a mí misma a otro lugar que será mi casa nueva. No lo sé.
Algún día, cuando esté ya por entero dibujada, podré llevarme a mí misma a todas partes, tal como soy. Podré llevarme un trozo de cada lugar y de cada alma y dejar algo mío a cambio.
Miro el puente.
¿No es aquí dónde he estado estos dos años? ¿En el puente, esperando a que circule otra vez el agua?
Yo soy como el agua.
¿Dónde he estado?
No estoy segura. Quizás tomando fuerza para volver, para circular, para emprender por fin mi camino, mi búsqueda. Mi búsqueda.
El puente es provisorio. Solo un camino. Solo una balsa. Solo un instante. Un parpadeo.
Allá voy, donde sea que ese "allá" signifique ahora o en unos 30 años. Voy a disfrutar de la caminata. Voy a disfrutar del viaje.
Han pasado dos años, me dije. Puedo lograrlo esta vez.
El viaje tuvo ese toque agridulce de familiaridad y extrañeza a la vez. Solía viajar todos los lunes a Santiago y volver todos los viernes. Solía. Hasta que dejé de hacerlo por dos años. Dos años de lágrimas, silencios, gritos, soledad...amistad, amor.
No pude dormir en el viaje. Oí música y observé el paisaje, solo eso, como si supiera, en el fondo, que aún no era momento de pensar en las cosas. Como si...a través del reconocimiento implícito del paisaje, detalle a detalle, fuera recogiendo ciertos fragmentos de mí misma dejados por ahí, de forma inconsciente.
Cuando llegué al terminal Los Héroes, bajé del bus con la hermosa sensación de volver a casa. ¿Era eso posible? ¿El tan odiado Santiago? ¿El bullicioso, intranquilo, peligroso, grosero, frío y sucio "Santiasco" se había transformado en otra casa para mí? ¿Había otra posible casa a la que acudir?
Lo comprendí mientras caminaba hacia el metro. Aunque parezca absurdo, recién lo comprendí entonces. Miré la Torre Entel con los ojos llorosos y me dije que, en realidad, había dos casas.
La casa de mis padres. De mis abuelos, de mis tíos, de mis hermanos. Esa casa, en mi ciudad natal, era una parte de mí, llena de crecimientos, recuerdos, afectos...mi cuna, mi nutrición, mi seguridad.
Y luego estaba la otra casa. Una casa que odié por un tiempo. Esa casa era la casa de mi despegue. Santiago. Había llegado desde provincia a la capital, de la forma más folclórica y típica posible. Había estado sola. Ahogadamente sola.
Una ciudad tan enorme y, en medio, unos ojos brillosos e insignificantes como los míos.
No me di cuenta cómo, del odio, pasé al amor. Santiago era y es esto. Mi otra casa. La casa en la que estoy yo. La yo que aprende a tomar el metro y a acurrucarse en un rincón seguro, para que no la toqueteen más de lo debido (las multitudes me aterran, pero me gusta observar a la gente en ellas. Soy un tanto difícil, supongo). La yo que se pierde en las calles y toma las micros incorrectas. La que camina por Santiago sin saber a dónde va. La que observa, la que mira. A la que asaltan. La que tiene un poco de miedo, pero también interés. Esta es mi otra casa, la casa de la yo que crece, que aprende, que se independiza. Esta casa es mi casa, porque en ella estoy yo y yo me acompaño. Es la casa en donde me conocí. Un silencio interior lleno de palabras.
Y luego llegué al Puente.
Miré el vacío de un puente que custodia un lugar por donde ya no pasa agua.
Es casi divertido pensar en eso.
Antes circulaba agua, claro. Se desbordaba. Tenía poder, presencia.
Y me doy cuenta de que, este pequeño viaje es momentáneo. Mañana tendré que volver a la otra casa. Esa casa, que en los últimos días, ha tenido algo de asfixiante. ¿Por qué? Porque es como cumplir 21 años y tratar de ponerse la ropa que usabas cuando tenías 10. Porque es como tener un cochecito y sentarse en él a estas alturas.
No es odio lo que siento por esta casa. Sino ternura. Una ternura enrraizante y maravillosamente dolorosa. Una ternura feliz de doler.
Pero comprendo que uno siempre debe crecer, despegar, irse y volver, a veces y solo si es necesario.
Yo no soy de las personas que se van sin retorno de un lugar. Soy de los que viajan. De los que circulan. Como el agua.
Santiago es mi casa, porque me tiene a mí ahora. Solo por eso. Porque cuando vengo aquí, estoy sola y sé que debo arreglármelas. Porque cuando vengo aquí, comprendo que he crecido (no tanto, pero algo) y que lo que queda viene casi por entero por mi cuenta. Todo es construcción personal desde aquí.
Algún día, quizás, logre llevarme de aquí a mí misma a otro lugar que será mi casa nueva. No lo sé.
Algún día, cuando esté ya por entero dibujada, podré llevarme a mí misma a todas partes, tal como soy. Podré llevarme un trozo de cada lugar y de cada alma y dejar algo mío a cambio.
Miro el puente.
¿No es aquí dónde he estado estos dos años? ¿En el puente, esperando a que circule otra vez el agua?
Yo soy como el agua.
¿Dónde he estado?
No estoy segura. Quizás tomando fuerza para volver, para circular, para emprender por fin mi camino, mi búsqueda. Mi búsqueda.
El puente es provisorio. Solo un camino. Solo una balsa. Solo un instante. Un parpadeo.
Allá voy, donde sea que ese "allá" signifique ahora o en unos 30 años. Voy a disfrutar de la caminata. Voy a disfrutar del viaje.
jueves, 9 de octubre de 2014
Ser un fracasado
Ser un fracasado en la vida.
Así, sin más.
Cuando de pronto empiezas a darte cuenta de que las cosas que soñaste hacer, parecen tardar más de lo que esperabas o definitivamente ya es muy tarde para tratar siquiera de realizar esos sueños.
Levantarse temprano y sentir que algo te falta. Lavarse los dientes con la sensación de vacío como pasta dental. Lavarse la cara, como si borraras con ello alguna expresión que te hacía feliz antes. Vestirse como si te prepararas para ir a un lugar inhóspito, frío, solitario...
¿En qué momento me encontré a mí mismo en este lugar? ¿En qué momento olvidé las ganas que tenía de vivir mi propia vida, de encontrarme a mí mismo, de saber quién era, de sentir amor, de vivir cada segundo lo más intensamente posible?
Mirarse a los ojos en el espejo y preguntarse...¿Qué es lo que falta? ¿Cuál pieza del rompecabezas? ¿Qué parte de mí, qué brillo en mis ojos que se ha difuminado sin que yo lo notara?
Hace algunos años, cuando salí del colegio (parecen siglos), creí que tenía una gama infinita de posibilidades en mi mano, que podía hacer lo que quisiera, ir donde quisiera, lograr lo que quisiera, triunfar. Tener éxito. Cambiar el mundo.
Pensé: "Voy a ser feliz. Voy a tomar todas mis herramientas, todas mis ganas y toda mi pasión y voy a trabajar para ser feliz. Sí. La felicidad está cerca".
No me di cuenta de lo que eso significaba. Una felicidad a futuro. Una realización a futuro. Unas ganas y una pasión orientadas a un futuro.
Como tomar un montón de billetes e invertirlos en el aire. Como acumular un montón de ladrillos para construir una casa y lanzarlos en el mar, esperando ese futuro. Ese futuro inexistente.
Solía pensar que todo estaba orientado a eso. Éxito. Futuro. Una especie de premio que podría exhibir, poner en un estante y guardar por los años. Que todos los vieran. Que lo miraran mis amigos, que lo presumieran mis padres, que lo comentara mi familia. Que se sintieran orgullosos de mí.
No me di cuenta de lo que eso significaba. De verdad.
¿Es extraño dejar 3 carreras universitarias? Quizás. ¿Es malo? Quizás. ¿Es triste? Mucho.
Algunas de las personas que están a mi alrededor piensan que fue una especie de capricho. Una especie de caballo sin riendas.
No lo fue.
De pronto me encontré a mí misma con ese montón de diplomas acumulados en un cajón, con el galvano de las mejores calificaciones, con los aplausos de mis papás, con la gente que me decía que estudiara derecho o medicina...ingeniería, enfermería...con los que predecían la vida de la casa lujosa, de los trajes caros, de las fiestas, de los viajes...
Un día me levanté y me sentí vacía.
¿Por qué? Porque nada de eso era mío. Nada de eso era mi vida. Nada de eso era yo.
Y fracasé. Les digo. Fracasé 3 veces.
Cada año, cuando me matriculé en cada universidad, estaba apostando por un sueño nuevo, un pensamiento nuevo, un intento nuevo.
Posiblemente nadie que no lo haya vivido sabe muy bien qué es lo que se siente.
La decepción de los papás, los retos, la pérdida de confianza, las preguntas incesantes y en su mayoría hirientes, los reproches..."Y ¿Por qué estás haciendo esto?¿Por qué si eres tan inteligente? ¿Por qué si tienes tan buenas notas? ¿Por qué si tienes todo en la vida para ser feliz y para hacer lo que quieras? ¿Por qué te saboteas a ti misma? ¿Por qué nos haces esto?"
Y al final, todo se trata de eso. Soy una fracasada, porque no he hecho lo que ellos querían. Porque les he hecho esto.
Me definen como una fracasada, porque parece que no quiero los trajes caros y la casa lujosa, parece que no quiero la vida de oficina o el montón de billetes. ¿Y qué son los billetes? Yo les diré: algo provisorio. Algo azaroso. Algo que viene y va. Tú puedes acumularlos, puedes ahorrarlos, puedes pensar en el futuro y estaría bien, es comprensible...pero, ¿sabes? Nadie garantiza que dure. Nadie garantiza que eso te haga feliz.
¿Qué cosas duran? El amor, las personas que uno quiere, los recuerdos bonitos, los amigos, las cosas que uno hace para ser realmente feliz.
Por ejemplo, escribir un poema que nadie va a leer, pero que te hace inmensamente feliz. O pintar un dibujo horrendo y sin técnica. ¿Les parece conocido? Eso quizás te ponga más contento que ser un premio novel. No lo sé.
Yo era una persona de éxito, digamos. Todo lo que me propuse, lo logré. Entré en las mejores universidades de este país. Saqué buenas notas, o notas decentes, o notas esperables.
Pero no era feliz. No era una fracasada, como ahora (digamos, como me definen ahora), pero no era feliz.
¿Qué significa ser un fracasado? Si significa que, cuando tenga 49 años, 60 o 70, no me vea al espejo y me dé cuenta de que desperdicié mi vida tratando de hacer sentir orgullosos a otros, quizás prefiera serlo. Si significa que no voy a llegar a mi casa amargada, tratando mal a mi familia, desquitándome con ellos por mi propia frustración, quizás prefiera serlo. Si significa que no voy a perder mis ganas de vivir, que no voy a perder mis ganas de aprender, que no voy a perder mis ganas de hacer algo bueno por nuestra pequeña e imperfecta sociedad, quizás sea una fracasada total.
Y es verdad. Lo reconozco. Nadie quiere ser un fracasado ahora.
Porque...todos queremos la estrellita dorada, todos queremos el premio, todos queremos el aplauso, todos queremos la sonrisa de satisfacción de los padres cuando se jactan del éxito de sus hijos.
Yo no quería ser una fracasada. No quería llegar a mi casa hecha un ovillo de llanto, de culpa, de dudas...Pero aquí estoy.
Me la he pasado no tan bien, supongo. Igual que todos, porque todos no se la pasan tan bien a veces.
Pero...¿de qué me sirvió esto?
Me sirvió para darme cuenta de que la vida no se trata de ser exitoso o no. La vida no es de los que persiguen el éxito, si no de los que prefieren fracasar, equivocarse, aprender...entender que uno solo tiene esta vida. ¿Por qué perderla buscando cosas que no son necesarias? ¿Por qué llenarse de hastío y enojo? Yo quería saber qué es lo que más me apasiona en esta vida. Ya lo sé.
Me demoré un poco, pero ya lo sé.
Sin embargo, mis papás no confían en mí. Mi familia me ve con recelo. Mis antiguos compañeros se burlan de lo "bajo que he caído". Soy la perfecta imagen de la fracasada.
Yo no pedí esto. Les digo, no pedí equivocarme y, evidentemente, no lo hice a propósito.
Mientras mis papás pensaban que esto era una rabieta, un capricho, una tontera y me recriminaban "por estar haciéndoles este daño", la que estaba más dañada era yo. Otro sueño roto, otra mala decisión, otro intento fallido.
Tuve ganas de rendirme a veces. Pero aquí estoy. De pie.
Si darse cuenta de que uno puede aspirar a algo mejor, más auténtico, más sincero y más propio es ser un fracasado. Lo soy.
Aprendí que la gente no se mide por la cantidad de plata que tenga en el banco, aunque muchos creen que sí. Aprendí que las cosas tienen un valor maravilloso que no es comparable a nada que se pueda vender. Aprendí que no tengo que juzgar a nadie por las decisiones que toma o no toma en su vida...¿Por qué son así? ¿Por qué están como están? Puede que yo no lo sepa realmente, puede que yo no tenga toda la información necesaria como para creerme juez de sus vidas y enrrostrarles sus fracasos. Porque ¿saben? Todos nos equivocamos. Quizás hoy no seas tú, pero mañana puedes serlo.
El éxito, es efímero.
El fracaso dura un poco más.
El éxito, puede que no te enseñe nada.
El fracaso, si lo aprovechas bien, te aseguro que puede ser el mejor maestro.
Y esto es lo que soy. No puedo ser nada más. Aunque a veces, sobre todo por mis papás, quisiera ser algo mejor. De verdad.
Puede que...ustedes, papás, nunca me perdonen por lo que creen que me he hecho y les he hecho. Puede que ya jamás se vuelvan a sentir tan orgullosos de mí. Puede que ya no puedan presumir mis premios o mis logros como lo hacían antes.
Pero las cosas son diferentes ahora. Yo sé lo que quiero hacer con mi vida, mi propia vida, y no lo que ustedes querían que hiciera.
Yo puedo mirarme en el espejo y a veces encuentro un brillo bonito en mis ojos. Un brillo modesto, debo decir, pero que me alegra mucho.
Yo me siento sincera. Me siento con la mejor disposición para aceptar lo que la vida me depare, incluso si eso implica volver a ser una fracasada.
Lamento si eso no es suficiente para ustedes.
Parece que para mí sí lo es.
¿Ser un fracasado? Quizás no lo sea.
Quizás estamos mal y tenemos una definición errada.
¿Por qué quién ha fracasado más? ¿Ese que aprende y se levanta con energía una y otra y otra vez? ¿O ese que, como escribí en principio, se levanta todas las mañanas para trabajar en un trabajo que no le gusta, para gastar plata que no dura nada, para presumir frente a gente que realmente no le importa? ¿Quién es el fracasado? ¿El que tiene ganas de vivir, o el que está vencido por la frustración y se da cuenta de que nunca hizo lo que realmente quería por vivir la vida que otros querían?
Yo me lo pregunto, así como me pregunto muchas otras cosas.
Yo soy una fracasada ahora, si quieren, si prefieren definirme así como ya lo han hecho otros, pero estoy feliz. Soy feliz. Tengo todas las ganas de ser feliz ahora, de encontrar cosas ahora, de mirar y sentir ahora.
Y no me voy a rendir. Incluso si ustedes, los que juzgan, ya no confían en que pueda salir adelante.
Lo voy a hacer. Porque ya me estoy liberando de las cadenas.
Ya estoy saliendo a volar, señores. Buen viaje para nosotros, los que aún estamos vivos.
Los que fracasamos, lloramos, somos mal vistos y estamos llenos de reproches de otros. Porque estamos vivos. Porque hemos sufrido lo suficiente como para darnos cuenta de lo lindo que es sonreír después de eso y buscar el éxito después de haber probado el polvo.
¿Están vivos ustedes? ¿O solo fingen estarlo? ¿Disfrutan lo que hacen y lo que harán o solo quieren que otros crean que lo están disfrutando?
Hay varios tipos de personas. Los fracasados que parecen exitosos, pero están vacíos. Los exitosos que fueron fracasados en un momento, pero ahora no. Los fracasados que se rinden. Los fracasados que siguen luchando. Los que siguen durmiendo y aún no se dan cuenta de qué es lo que sucede en sus vidas...
Ser fracasado. Ser exitoso. Estar despierto. Estar dormido. Estar dudoso. Estar seguro.
Estar vivo vivo vivo. Estar muerto. O estar muerto en vida.
Mi estado de fracaso no va a durar cien años. Me di cuenta a tiempo, por suerte.
Y doy gracias, porque de no ser por estos grandes fracasos, no podría haber aprendido las cosas que aprendí. No podría haber notado que puedo hacer cosas maravillosas. No podría buscar ese éxito sincero que no busca el éxito precisamente, sino la felicidad.
Como siempre...uno decide.
Como siempre...uno decide.
miércoles, 8 de octubre de 2014
¿Ser anónimo?
Ser anónimo es algo casi imposible en estos días. De hecho, es casi una locura pensar en alguien que no tenga facebook, twitter, tumblr, line, y qué sé yo (hay millones de redes sociales virtuales y no las voy a mencionar todas).
Es más, sin ir demasiado lejos, hace algunos días (casi un año, pero el tiempo es más relativo de lo que uno piensa), probé el asunto de cerrar mi facebook por unos días. Mi plan era cerrarlo por un mes. Así. Un mes. Poquito tiempo.
No me pareció algo tan difícil, porque la verdad es que a veces me aburre facebook y, fuera de las páginas de arte, pinturas y citas de libros y autores que hay (muchas) y que siempre me han gustado, facebook es como una especie de plataforma de mentiras para mí. ¿Con quiénes hablas? ¿Son tus amigos o no? ¿Les importas? ¿Y las fotos? ¿Estabas tan feliz en ese momento, o solo sonreíste para la foto y luego la pusiste en facebook para sacarle pica a esa persona que sabes que podría estar molesto contigo? No digamos nada del jueguito de los ex y eso de poner: "Felizmente soltera", después de dos días de terminada la relación (yo no he hecho eso, por suerte xD).
Ahora, lo siento, me estoy desviando del tema, ya que esto no es una crítica a facebook y las redes sociales (de verdad). Porque, como en todo, también hay cosas buenas, como esa bonita sorpresa que alguien te dio publicando un mensajito bonito en tu muro, o esas fotos que pensaste que habías perdido y que por suerte subiste a facebook (a mí una vez me robaron unas fotos importantes que tenía en mi computador y las recuperé por el infame facebook :D ).
Pero, bueno, volviendo a la historia...¿A que no adivinan que pasó? Mi facebook cerrado duró 1 semana y media.
Exacto.
Una mísera semana y media. ¿Por qué?
Por varias razones. Punto 1, me di cuenta de que no estar en facebook es como casi desaparecer de la faz de la tierra para muchas personas. Ermitañismo puro. Literalmente. Un día tienes facebook, tus amigos (los de verdad) te pueden hablar por ahí y todo bien. Ellos saben cómo estás. Tú lo sabes. Simple. "Normal". Esperable.
Al día siguiente...¿QUÉ RAYOS LE PASÓ? ¿POR QUÉ CERRÓ EL FACEBOOK? ¿Tendrá depresión? ¿Estará castigada? (aunque a mí edad ya no me castigan y menos desde que se dieron cuenta de que quitarme el computador no era un gran sufrimiento :P) ¿Se enojó con alguien? ¿Se enojó con todos? ¿Qué hicimos mal? ¿Se fue de viaje? ¿La raptaron? ¿Murió? ¿La abdujeron los ovnis? ¿Se la raptó EEUU en una conspiración internacional para que se cree un nuevo virus asesino que acabe con todos los seres vivos del tercer mundo? (Ok, exageré xD).
Y todo eso. Por cerrar facebook. Primero, fueron mis amigos. Luego, mis primos. Luego, los conocidos. Y, aunque no lo crean, hasta mi mamá (la mujer más conectada del mundo) me preguntó si tenía algún problema por tener cerrado facebook.
Me encontré con llamadas preocupadas, con mensajes de texto (los que se usaban en mi pre-adolescencia :´) ) y con visitas a mi casa.
Punto 2. Obviamente, después vinieron los reproches. "Ya po, abre facebook, el otro día te quería mandar un vídeo genial y no pude por tu culpa" o "Por tonta no vas a poder ver las fotos de la salida que hicimos el otro día, porque no estás en facebook" o..."queríamos armar una junta y no te pudimos avisar antes, porque no tienes facebook". Y no es que ceda a la presión social (ok, sí cedo un poco), pero ¡sí quería hacer todas esas cosas!
Para qué hablar de los trabajos de la universidad, en los que uno se pone de acuerdo por facebook.
¿Han tratado de conocer a sus compañeros de universidad en primer año sin tener facebook? Posiblemente pasarían un par de semanas antes de que todos te identificaran como la niña sin facebook.
Y así...todo esto, esta locura, por desaparecer de una red social. UNA. Y por una maldita SEMANA Y MEDIA.
¿Y si desapareciera de todos al mismo tiempo? ¿Whassap, instagram...? Y si...¿no usara el internet? ¿Y si toda mi familia no lo usara?
Desastre. Catástrofe.
Dirían que desaparecí. O que estoy muerta. O que no existo.
Así, tal cual, no existe.
Como si uno perdiera algo por conectarse en otro modo (digámosle el "modo real" y tradicional) con la vida.
Y por eso...¿Qué es ser anónimo en estos días?
Yo me lo pregunto. A veces de verdad pienso en la posibilidad remota de serlo, porque a mí me encanta el anonimato (sí oh, por eso escribes un blog...naaahhh, nadie lo lee, así es que sigo en mi identidad resguardada :D ), pero por varias razones no se puede.
Ahora pareciera que cerrar las redes sociales significara desaparecer, y, de pronto, uno piensa que hay personas por las que vale estar presente. No solo en facebook (que al final, no es el culpable de todo), sino en la vida. En el día a día. En el aquí y el ahora. Porque...al final...facebook era eso en un principio (o eso creí yo) : una forma de facilitarte el estar con esos que quieres, pero que a veces no están tan cerca (digamos, físicamente), un modo de hallarlos (como cuando uno encuentra a un amigo antiiiiiiguo, que no ves por años), un modo de conocernos, mirarnos, encontrarnos, preservarnos...como si facebook fuera un frasquito, una especie de lata de conserva de nuestras vidas, de nuestros recuerdos o de nuestros sentimientos (ufffff qué salen de esos).
Parece que facebook es, para algunos, el diario de vida de nuestros días. Y en los estados uno ve cosas insólitas, maravillosas, deprimentes, lunáticas, iracundas, mentirosas, verdaderas, espontáneas o prepotentes. A veces amor, a veces odio.
¿Lo bueno de facebook y de las redes sociales, en general? Lo bueno de nosotros mismos, lo que hay en cada uno y que a veces logra traspasar las fronteras virtuales. Lo bueno que imprimimos en todas las cosas humanas.
¿Lo malo de facebook y sus parientes virtuales? Lo malo de nosotros mismos, lo que ocultamos, lo que fingimos ser, nuestra forma de herir y nuestra forma de criticar a otros cuando piensan distinto.
No quiero que esto se entienda como un odio a la tecnología o a las redes sociales. No. No las odio. En efecto, las uso constantemente.
Por ejemplo, mi facebook es un almacenaje de páginas de citas de autores famosos, de libros, de artistas jóvenes y consagrados, de dibujos, de pinturas, de formas de hacer trenzas, pajaritos de papel, reciclaje, cocina, música, cuidar al planeta, a los animales...todas esas cosas que me definen a mí misma y que a veces me hacen entrar a facebook y sentirme un poco como en casa. ¿Dónde me di cuenta de que leer tanto no era tan raro como me decían en mi familia? Facebook. ¿Dónde noté que hasta los dibujos más simples pueden ser arte si expresan algo con lo que se identifican las personas? Advinen.
De todas formas, uno decide siempre. O tomas facebook y lo haces una parte de tu vida, una que no te absorba y que te deje tiempo para ese mundo que hay afuera (ese mundo maravilloso, alocado, genial y lleno de cosas por descubrir...y que por lo demás, tiene varios peligros que comparte con las redes sociales. Hartas mentiras también). Una plataforma, solo eso, una herramienta, una forma de expresar tus ideas a veces (como podría hacerlo un blog), pero sin olvidarte de que también puedes hacerlo de la forma antigua :) sentándote y hablando con alguien mientras lo miras a los ojos.
O lo haces TU vida. La única forma de conectarte con el mundo y ser tu mismo.Y vives allí, como en un mundo paralelo, olvidando que aún puedes salir y sentir la luz del sol, la textura de la piel de otra persona, el aroma de la tierra mojada, la alegría de echar una carrera por alguna razón absurda, pero muy válida y hermosa.
Yo pienso eso. Mi humilde opinión. Y quiero que, con el paso de los años, todavía podamos saber cómo es el cielo a través de nuestros propios ojos y no a través de las pantallas. Que podamos ver la expresión de nuestras caras y saber cómo se siente cada uno, sin la necesidad del estado triste o de las indirectas, sin el: "me siento...", y sin la necesidad de registrar toda nuestra vida (hasta los detalles no interesantes), porque necesitamos algunos "me gusta" lejanos que no tienen nada que ver con la verdadera seguridad de saber que uno mismo está viviendo ahora su vida, disfrutándola, saboreándola a concho. Los demás no tienen que saberlo. Tiene que saberlo uno y con eso basta.
Y finalmente...Les recomendaría leer un poema muy hermoso de Cristian Warnken acerca de un enamorado que le escribe a una joven que no tiene facebook :)
Y con eso...abran los ojos, que queda mucho por vivir, mucho por ver, mucho por reír y mucho por aprender y buscar. (No pasen demasiado tiempo leyendo blogs como éste).
Decidan, conscientemente. Y sean felices. Lo más felices posible :)
Es más, sin ir demasiado lejos, hace algunos días (casi un año, pero el tiempo es más relativo de lo que uno piensa), probé el asunto de cerrar mi facebook por unos días. Mi plan era cerrarlo por un mes. Así. Un mes. Poquito tiempo.
No me pareció algo tan difícil, porque la verdad es que a veces me aburre facebook y, fuera de las páginas de arte, pinturas y citas de libros y autores que hay (muchas) y que siempre me han gustado, facebook es como una especie de plataforma de mentiras para mí. ¿Con quiénes hablas? ¿Son tus amigos o no? ¿Les importas? ¿Y las fotos? ¿Estabas tan feliz en ese momento, o solo sonreíste para la foto y luego la pusiste en facebook para sacarle pica a esa persona que sabes que podría estar molesto contigo? No digamos nada del jueguito de los ex y eso de poner: "Felizmente soltera", después de dos días de terminada la relación (yo no he hecho eso, por suerte xD).
Ahora, lo siento, me estoy desviando del tema, ya que esto no es una crítica a facebook y las redes sociales (de verdad). Porque, como en todo, también hay cosas buenas, como esa bonita sorpresa que alguien te dio publicando un mensajito bonito en tu muro, o esas fotos que pensaste que habías perdido y que por suerte subiste a facebook (a mí una vez me robaron unas fotos importantes que tenía en mi computador y las recuperé por el infame facebook :D ).
Pero, bueno, volviendo a la historia...¿A que no adivinan que pasó? Mi facebook cerrado duró 1 semana y media.
Exacto.
Una mísera semana y media. ¿Por qué?
Por varias razones. Punto 1, me di cuenta de que no estar en facebook es como casi desaparecer de la faz de la tierra para muchas personas. Ermitañismo puro. Literalmente. Un día tienes facebook, tus amigos (los de verdad) te pueden hablar por ahí y todo bien. Ellos saben cómo estás. Tú lo sabes. Simple. "Normal". Esperable.
Al día siguiente...¿QUÉ RAYOS LE PASÓ? ¿POR QUÉ CERRÓ EL FACEBOOK? ¿Tendrá depresión? ¿Estará castigada? (aunque a mí edad ya no me castigan y menos desde que se dieron cuenta de que quitarme el computador no era un gran sufrimiento :P) ¿Se enojó con alguien? ¿Se enojó con todos? ¿Qué hicimos mal? ¿Se fue de viaje? ¿La raptaron? ¿Murió? ¿La abdujeron los ovnis? ¿Se la raptó EEUU en una conspiración internacional para que se cree un nuevo virus asesino que acabe con todos los seres vivos del tercer mundo? (Ok, exageré xD).
Y todo eso. Por cerrar facebook. Primero, fueron mis amigos. Luego, mis primos. Luego, los conocidos. Y, aunque no lo crean, hasta mi mamá (la mujer más conectada del mundo) me preguntó si tenía algún problema por tener cerrado facebook.
Me encontré con llamadas preocupadas, con mensajes de texto (los que se usaban en mi pre-adolescencia :´) ) y con visitas a mi casa.
Punto 2. Obviamente, después vinieron los reproches. "Ya po, abre facebook, el otro día te quería mandar un vídeo genial y no pude por tu culpa" o "Por tonta no vas a poder ver las fotos de la salida que hicimos el otro día, porque no estás en facebook" o..."queríamos armar una junta y no te pudimos avisar antes, porque no tienes facebook". Y no es que ceda a la presión social (ok, sí cedo un poco), pero ¡sí quería hacer todas esas cosas!
Para qué hablar de los trabajos de la universidad, en los que uno se pone de acuerdo por facebook.
¿Han tratado de conocer a sus compañeros de universidad en primer año sin tener facebook? Posiblemente pasarían un par de semanas antes de que todos te identificaran como la niña sin facebook.
Y así...todo esto, esta locura, por desaparecer de una red social. UNA. Y por una maldita SEMANA Y MEDIA.
¿Y si desapareciera de todos al mismo tiempo? ¿Whassap, instagram...? Y si...¿no usara el internet? ¿Y si toda mi familia no lo usara?
Desastre. Catástrofe.
Dirían que desaparecí. O que estoy muerta. O que no existo.
Así, tal cual, no existe.
Como si uno perdiera algo por conectarse en otro modo (digámosle el "modo real" y tradicional) con la vida.
Y por eso...¿Qué es ser anónimo en estos días?
Yo me lo pregunto. A veces de verdad pienso en la posibilidad remota de serlo, porque a mí me encanta el anonimato (sí oh, por eso escribes un blog...naaahhh, nadie lo lee, así es que sigo en mi identidad resguardada :D ), pero por varias razones no se puede.
Ahora pareciera que cerrar las redes sociales significara desaparecer, y, de pronto, uno piensa que hay personas por las que vale estar presente. No solo en facebook (que al final, no es el culpable de todo), sino en la vida. En el día a día. En el aquí y el ahora. Porque...al final...facebook era eso en un principio (o eso creí yo) : una forma de facilitarte el estar con esos que quieres, pero que a veces no están tan cerca (digamos, físicamente), un modo de hallarlos (como cuando uno encuentra a un amigo antiiiiiiguo, que no ves por años), un modo de conocernos, mirarnos, encontrarnos, preservarnos...como si facebook fuera un frasquito, una especie de lata de conserva de nuestras vidas, de nuestros recuerdos o de nuestros sentimientos (ufffff qué salen de esos).
Parece que facebook es, para algunos, el diario de vida de nuestros días. Y en los estados uno ve cosas insólitas, maravillosas, deprimentes, lunáticas, iracundas, mentirosas, verdaderas, espontáneas o prepotentes. A veces amor, a veces odio.
¿Lo bueno de facebook y de las redes sociales, en general? Lo bueno de nosotros mismos, lo que hay en cada uno y que a veces logra traspasar las fronteras virtuales. Lo bueno que imprimimos en todas las cosas humanas.
¿Lo malo de facebook y sus parientes virtuales? Lo malo de nosotros mismos, lo que ocultamos, lo que fingimos ser, nuestra forma de herir y nuestra forma de criticar a otros cuando piensan distinto.
No quiero que esto se entienda como un odio a la tecnología o a las redes sociales. No. No las odio. En efecto, las uso constantemente.
Por ejemplo, mi facebook es un almacenaje de páginas de citas de autores famosos, de libros, de artistas jóvenes y consagrados, de dibujos, de pinturas, de formas de hacer trenzas, pajaritos de papel, reciclaje, cocina, música, cuidar al planeta, a los animales...todas esas cosas que me definen a mí misma y que a veces me hacen entrar a facebook y sentirme un poco como en casa. ¿Dónde me di cuenta de que leer tanto no era tan raro como me decían en mi familia? Facebook. ¿Dónde noté que hasta los dibujos más simples pueden ser arte si expresan algo con lo que se identifican las personas? Advinen.
De todas formas, uno decide siempre. O tomas facebook y lo haces una parte de tu vida, una que no te absorba y que te deje tiempo para ese mundo que hay afuera (ese mundo maravilloso, alocado, genial y lleno de cosas por descubrir...y que por lo demás, tiene varios peligros que comparte con las redes sociales. Hartas mentiras también). Una plataforma, solo eso, una herramienta, una forma de expresar tus ideas a veces (como podría hacerlo un blog), pero sin olvidarte de que también puedes hacerlo de la forma antigua :) sentándote y hablando con alguien mientras lo miras a los ojos.
O lo haces TU vida. La única forma de conectarte con el mundo y ser tu mismo.Y vives allí, como en un mundo paralelo, olvidando que aún puedes salir y sentir la luz del sol, la textura de la piel de otra persona, el aroma de la tierra mojada, la alegría de echar una carrera por alguna razón absurda, pero muy válida y hermosa.
Yo pienso eso. Mi humilde opinión. Y quiero que, con el paso de los años, todavía podamos saber cómo es el cielo a través de nuestros propios ojos y no a través de las pantallas. Que podamos ver la expresión de nuestras caras y saber cómo se siente cada uno, sin la necesidad del estado triste o de las indirectas, sin el: "me siento...", y sin la necesidad de registrar toda nuestra vida (hasta los detalles no interesantes), porque necesitamos algunos "me gusta" lejanos que no tienen nada que ver con la verdadera seguridad de saber que uno mismo está viviendo ahora su vida, disfrutándola, saboreándola a concho. Los demás no tienen que saberlo. Tiene que saberlo uno y con eso basta.
Y finalmente...Les recomendaría leer un poema muy hermoso de Cristian Warnken acerca de un enamorado que le escribe a una joven que no tiene facebook :)
Y con eso...abran los ojos, que queda mucho por vivir, mucho por ver, mucho por reír y mucho por aprender y buscar. (No pasen demasiado tiempo leyendo blogs como éste).
Decidan, conscientemente. Y sean felices. Lo más felices posible :)
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