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martes, 21 de octubre de 2014

El gato

El gato saltó del tejado y atrapó la mosca.
Atravesó un oscuro pasaje con la mosca viva entre sus dientes, sintiendo cómo zumbaba en el interior de su boca sin llegar más allá de la garganta.
Trepó por un árbol con cara de vieja bizca y se apoyó en la rama más alta. Podía ver más de la mitad de la ciudad desde allí. Vio su casa. El humano con el que vivía a veces, seguramente ya estaría roncando.
Qué raros son los humanos, se dijo, ronronean sin que los acaricien, aunque...quizás solo en sus sueños se sienten amados de verdad.
Ojala hubiese dejado un plato de leche o un puñado de atún. Si no...bueno, el humano vecino tiene unos pájaros apetitosos.
La mosca seguía luchando desesperada en su boca.
El gato detuvo un instante el contoneo solemne de su cola. Se debatió acerca de la vida de la mosca. ¿Me trago a este bicho o no?
En realidad no tengo tanta hambre. Y una mosca no es la comida más exquisita que hay.
¿Qué es la vida de una mosca en verdad?
Parece que eran 24 horas. 24 horas. Y esta pobre idiota se lo desperdicia zumbando en el oído de un humano dormido y con las ropas pegadas a su cuerpo por el sudor.
Pobre idiota. Podría viajar a París y ver la ciudad. O corretear pájaros felizmente. O jugar con un ratón y devorarlo. Bahh, qué sabe una mosca de la vida. Vive demasiado rápido, demasiados ojos y ninguno abierto.
El humano una vez dijo que, si supiera que le quedaba un día de vida, dejaría el trabajo e iría a Italia a buscar a esa chica bonita de su adolescencia y pasearía por el mar.
Pero el humano también es un tanto iluso, pensó el gato. A fin de cuentas, él no sabe si le quedan menos horas que a la mosca. No sabe si le queda un día o dos. Y sigue en lo mismo. Sigue con ese sueño lejano sin cumplir y sigue atareado con cosas que no le importan.
El humano se aburre y se va todos los días a la oficina con cara de tedio. Ni siquiera duerme bien. Ni siquiera disfruta el atún cuando se lo sirven. Ni siquiera rasca sus uñas en el sofá relajadamente. Pobre humano.
Pobre mosca.
El gato abre la boca. La mosca huye, pero llega tan solo a dos casas más allá. Muerte súbita por insecticida doméstico. Muy efectivo, muy cruel.
Oh, lo intenté, dice el gato.
Al menos el humano sonríe cuando me acaricia la espalda. Algo es algo.
Al menos pone un plato de leche bajo la ventana. Para mí. Solo para mí.
Al menos me deja salir de noche y volver cuando quiera.
Pobre humano. Es un tanto iluso, pero lo intenta.
El gato salta del árbol. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que caiga, siempre caerá de pie. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que el perro ladre amenazadoramente, nunca tendrá agallas para saltar hasta la copa de un árbol para cogerlo.
Sabe que vale tener cuidado con los autos. Son engañosos.
Máquinas infernales. Al menos es una muerte rápida, honorífica, adrenalínica. No es una muerte por tedio.
Sabe que vale mirar el mundo, sentirlo, dormir todo lo que se quiera o necesite, jugar bastante, amar libremente. De vez en cuando, leer un libro sin que el humano sospeche que sabemos demasiado.
Tener los ojos valientes y misteriosos.
Pobre humano. Lo intenta, al menos.
Mañana lo despertaré temprano, poniéndole suavemente las garras en la cara. Si no despierta pronto, apretaré un poco más.
Quizás le lleve un pájaro de regalo. ¿Sería bueno dejarlo sobre su corbata nueva? Supongo que sería un lindo detalle.
Lo despertaré temprano a ver si recapacita. Quizás mañana decida hacer el viaje y yo pueda seguirlo con calma y a mi ritmo cruzando los tejados. Quizás no se resigne a levantarse malhumorado, "no te gusta que duerma cuando quieres tu atún, ¿verdad?", y a darme atún en lata. Podríamos salir a pescar.
Podríamos caer de pie juntos.

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