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viernes, 5 de diciembre de 2014

Palabras

Déjame acariciarte las letras que cuelgan de tu boca,
con mis manos que tiemblan y pasan los días como páginas,
porque de a poco se vuelven ásperas o de pronto se iluminan de pura vida.
Estoy caminando en medio de un mar de frases,
donde muchas no tienen sentido alguno,
donde muchas se venden en cada esquina,
donde muchas suenan a perfume barato o besos de plástico.
Tenía miedo de que las palabras me atravesaran como flechas y me destrozaran el corazón,
de que las frases fueran como bombas que me rasgaran la carne y la mente desde dentro,
de que hasta las historias fueran crueles, de que hasta en ellas perdiéramos las batallas,
de modo que ya no tendría fuerza para leer otro libro,
para saborear otro poema,
para oler otra fábula,
para sentir otra novela en la piel,
para cantar otra canción antes de dormir,
para leer tus ojos, para tocar tu boca y llegar hasta tu lengua, que dice las palabras más inquietantes
y más seductoras que he oído.
Tenía miedo de que un día me llenara de frases marchitas,
publicidades que riman, pero no tocan,
sloganes que se pegan en nuestras mentes, pero no sienten, no palpitan,
como si un día me fuera a llenar de todas esas oraciones sin contenido, sin fondo,
repitiéndolas enfermizamente una y otra vez, sin control, en situaciones varias,
hasta transformarme en una cáscara vacía de un fruto sin pulpa.
Hasta que mi piel se volviera cenizas,
hasta que mis ojos se enceguecieran para poder sentir otra vida frente a los cálidos abrazos de un buen libro.
Tenía miedo del silencio que es silencio sin más.
Porque ¿sabías? El silencio también comunica,
la mente que calla la boca, a veces habla mucho más.
Pero...¿Qué queda en nosotros si estamos ahogándonos?
¿Cuando de pronto nos encontramos a nosotros mismos sin oír nada en nuestras propias mentes,
sin sentir nada en las palabras que saltan de un espacio de tiempo a otro,
de un ser humano a otro,
de un instante a otro?
Y temía que nos quedáramos callados,
repletos de historias de telenovela, reiterativas y predecibles,
con las inválidas de siempre y las ciegas, y los hermanos amantes.
Porque entonces ¿Dónde está la vida? ¿Dónde está el corazón humano?
¿Dónde está la conexión histórica de siglos y siglos, años luz, del alma de un autor con la de un lector...incluso si han vivido con años de diferencia y en lugares separados por muchos mares?
¿Dónde palpita el corazón humano que ata los sentimientos y pensamientos del mundo sin esos libros, sin esas palabras, sin esas canciones revoloteándonos por todos lados y rescatándonos de todos los demonios?
¿Dónde quedaba nuestra realidad? ¿Nuestra meta? ¿Nuestro sentido?
Pero entonces...no temamos más. Ahora no.
Ven aquí y siéntate a mi lado,
déjame acariciarte las letras que cuelgan de tu boca,
llámame dulcemente con ese silencio tuyo repleto de libros,
sedúceme con los autores que citas cuando hablas de la vida que tenemos,
háblame de los clásicos o los libros nuevos,
susurra los tratados, los postulados y manifiestos,
créame a partir de ellos y crea nuestra nueva teoría.
Crea nuestra nueva historia.
Y que mis labios meditabundos se posen en la literatura del mundo que cuelga de tus cabellos,
que mis manos acaricien suavemente los libros que nadan en tus manos y que no escribirás tú y que no alcanzaré a leer yo,
que mis ojos acunen esas palabras, porque las que no decimos, nos dirán a nosotros.
Porque las palabras flotan y se quedan
y, aunque nos extingamos, nuestro cuerpo seguirá viviendo,
nuestro cuerpo será el libro que palpite y renueve todas las cosas.
Una palabra que sea una esperanza entera, un mundo entero, un universo repleto de versos,
un átomo que gire el lenguaje atraído desde el núcleo mismo de la vida humana, o viceversa.
Porque nada hemos escrito realmente,
nada hemos creado,
son esas palabras las que nos han creado a nosotros,
son ellas las que saltan y saltan de un momento a otro más bello o más cruel.
Amémonos entonces, ven aquí,
deja que te bese, deja que cree un libro nuevo con la historia tuya y la mía.
Deja que las palabras nos hagan a nosotros.


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