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lunes, 21 de mayo de 2018

Poner en palabras

(https://www.youtube.com/watch?v=olWOl8ny-3Y)


Crearé un espacio libre de todo espacio, 
en donde las comillas y los puntos suspensivos puedan escribir historias infinitas e interesantes sin la necesidad de palabras enredadas, dolorosas y difíciles de comprender. 
Dijiste que había que poner todo en palabras, 
que había que circunscribir la vida a su magia brillante, 
a su curativa forma de no alcanzar para llenar nada ni explicar algo, 
a su enigmática manera de fascinarnos, liberarnos y esclavizarnos al mismo tiempo. 
Yo tenía pesadillas sin sonido cuando apenas estaba aprendiendo a balbucear, 
sueños en donde se escondía la supuesta razón y la burlona locura decidía posicionarse sobre mi ingenuidad. 
Y el terror se volvía allí protagonista y yo un mero envase,
una niña escondida debajo de la mesa, contando bajito secretos que llegaban tan solo al oído de las paredes frías y enormes de la casa familiar.
Habría tenido acaso una búsqueda pendiente de otras vidas, 
una búsqueda interminable que prometía desde antes consumirme por completo. 
Y aquí que las palabras aparecen como sonidos que horadan el silencio, 
que revientan las notas de una melodía armoniosa y crean una sinfonía de preguntas que aguijonean mi cuerpo antes de que hubiese alcanzado una forma constituida. 
Caí sobre mis huesos y me oí llorar a través de mis arterias abiertas. 
Miré las cuencas de mis ojos cantando canciones desgarradas, contoneando un Aleluya que contradecía su sentido, que apuntaba más a la tragedia que al gozoso descubrimiento de un milagro. 
Un Aleluya ateo, un estruendo que generaba ruptura en los nidos que usábamos para protegernos de algo que no sabemos. 
Un Aleluya sorprendido ante la crueldad que se escapa de nuestro amor, 
ante una condición humana que no deja de destruir bellezas que nosotros mismos creamos o que nos crearon a nosotros. 
Un aleluya que se acercaba más a lo traumático, 
más a un clamor que busca en el borde de lo posible, allí donde las palabras se desangran antes de tomar cuerpo,
allí donde el dolor se traduce en un nervio gritando, 
una pulsación aguda sobre el corazón,
un nudo en la garganta... 
Una sensación de asfixia que atrapa mi rostro y lo deshace sobre la hoja de papel. 
Allí donde las palabras no existen y retumban los sonidos disonantes de un violín desafinado. 
O la palpitación de los dedos sobre un teclado que no tiene notas. 
Un aleluya como un grito ensordecedor allí donde no es posible el sonido. 
Poner en palabras. 
Y poner en palabras era como tratar de retratar realidades imposibles. 
Mi cuerpo tiembla bajo la perspectiva de un abrigo que no existe, 
de un poema que no sabe cómo escribirse sin transformarse en una copia de la copia de la copia. 
Sutil goteo de voces sobre mi mente. 
Sutil muerte que me aprietas las entrañas y me sacas de la cama cada mañana para vivir. 
Poner en palabras. 
Poner en palabras una memoria que se inscribe en detalles que se clavan en el hábito de lo invisible. 
Los monjes de la vida no me van a perdonar la seducción que ejerce sobre mí la forma cariñosa que tiene la muerte de hacer descansar nuestras carreras frenéticas. 
Voy a intentar crear espacios que dejen la posibilidad de dejarse desaparecer en ellos. 
La posibilidad de dejarse transformar en puntos suspensivos. 
Porque tuve miedo, pero ella ya no es la hora para tenerlo. 
Ella  ya no va a ser su cuna. 
Ella ya no va a bailar a solas con él, dejando que congele todo a su paso.
Tuve miedo de pronunciar tanto algunas palabras que terminaron por escribírseme en la frente y hacer añicos todas las nuevas creaciones que empezaban a colorear. 
Yo no dije palabras, pero esas que se callan se vuelven monstruos que aplastan.
Se volvieron cuerpo sobre mi cuerpo,
parásitos que se alimentaban del silencio,
movimientos que salían de noche sin mi permiso.
Vida paralela de asesinatos propios. 
Cada mañana una nueva rasgadura, un nuevo golpe. Otro secreto.
Tuve miedo frente a la mirada de los ojos llorosos que aprenden que el pasado a veces es tan brutal como un sonido de bomba en medio de tu casa. 
Despiertas y los niños están aferrados a ti como si creyeran que puedes defenderlos de todo el mal del mundo. 
Despiertas y te hayas totalmente solo…en una cama enorme. Desnudo frente a la oscuridad. Despiertas y eres pequeño. Pequeño. Pequeño. 

(Ojalá sí pudiéramos). 

Y tuve miedo sobretodo de articular palabras, mientras mi boca se sentía desmembrarse poco a poco, mientras a cada sonido de ellas la garganta se hacía llamas devastadoras 
y el tórax adquiría rasgos de derrumbe. 
Mi lengua se transformaba en hilachas sin forma, sin función. 
Mi voz era apenas un aullido, apenas un sonido que estaba más abajo que un susurro. 
Apenas una articulación bocal sin efecto. 
He pedido a las palabras que me salven como verdugos. 
He pedido que me encuentren en una esquina y me señalen un camino que lleva a la oscuridad. 
Una oscuridad hermosa y victoriosa, 
aunque es difícil de entenderlo y explicarlo. 
Cuánta luz allí donde pareciese que no puede caber o existir o ser algo. 
Cuánta luz en reconocerse allí donde vive la grieta, 
allí donde aparece la posibilidad de partir de cero y crear una forma imposible. 
Me aprietan, me asfixian, me obligan a ponerme de rodillas frente a ellas 
y a un no poder decir que me está enloqueciendo. 
Un no poder decir que se cuela en mis sueños y los interrumpe con demasiado éxito, 
con demasiada persistencia, con pavor. 
No poder decir. Poner en palabras. 
Poner en no poder decir las palabras. 
Atragantarse de silencio. 
Asfixiarse de sonidos que rodean el cuerpo con un frío desolador. 
Me veo caminando entremedio del espacio del derrumbe. 
Y trato de recoger piezas para armar otra historia, 
una historia en donde exista un espacio que no contenga ningún espacio, 
un espacio vacío que dé espacio para la duda sonriente y la duda que marcha. 
La duda que lucha con fuerza y enciende las calles y los edificios y los cuerpos y las mentes.
Y generaciones enteras.
 Una duda que abre la camisa y muestra la herida. Con orgullo. 
Trato de tomar las cenizas entre medio de mis manos y sentirlas como agua fluyendo. 
Sentirlas como arterias de la Tierra que conecten una creación de un lugar acogedor para todos nosotros. 
Un calor fantasioso cubre mi cuerpo antes de dormir, 
pero yo sé que debe venir de alguna parte, de alguna realidad que existía.
Y pienso…bueno, siempre hay un espacio sin espacio en donde las pesadillas acaban y las palabras se vuelven amigas. 
Un mago aparece para sentarse a tu lado y te inventa cuentos que te protejan de ti mismo. 
Poner en palabras. 
Poner en silencio. 
Poner en suspensión. 
Y viceversa. 
Y asreveciv. 
Yo voy a derrumbar todo este derrumbe para construir una casa hacia abajo.
Una casa que se erija sobre un borde de rebeldía, un borde de sobrevivencia…
como las plantas que crecen a pesar del cemento, entremedio de las rendijas, enredándose alrededor del metal y de lo indestructible, para consumirlo de a poco y prometer justicia. 
Una casa que se pueda reconstruir de arriba hacia abajo, 
con cimientos hechos de poemas y techo protegido por canciones. 
Yo voy a hacer cálida esta casa, yo voy a cubrirla de dibujos como flores. 
Voy a dotarla de humildad, como mi último acto narcisista antes de sonreír y cerrar la puerta para que otros la encuentren. 
Mi último acto egoísta va a ser cubrirte con mis abrazos y decirte: pequeña mía, todo va a estar bien. Tarde o temprano todo va a estar bien. 
Y allí voy a dejar que las palabras me hagan un cuerpo y una coraza. 
Voy a dejar que coloreen mi piel y le soplen vida, 
voy a dejar que le den sentido a un latido perpetuo de juego sobre mis manos pálidas. 
Y voy a dejarme habitar allí por ellas. 
Voy a convertirme en ese espacio en donde puedan florecer y dejar de creerse flores un día 
y creerse piedras. Y llegar a serlo.
Ponerme en palabras. Ponerme en silencio. 
Convertir el espacio del derrumbe en el espacio de la construcción. 
Allí donde yo solo sé intentar. Y cuando no me doy cuenta, algo sé hacer. 
Y aquí yo soy nada. Solo una frase como tantas otras. 
Solo la promesa de un último silencio. 
De crear palabras allí donde la nada echa raíces. 
De sentarme en el borde y ser ahí- no ser ahí.


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