Cuando tomé el bus sabía perfectamente a dónde iba.
Han pasado dos años, me dije. Puedo lograrlo esta vez.
El viaje tuvo ese toque agridulce de familiaridad y extrañeza a la vez. Solía viajar todos los lunes a Santiago y volver todos los viernes. Solía. Hasta que dejé de hacerlo por dos años. Dos años de lágrimas, silencios, gritos, soledad...amistad, amor.
No pude dormir en el viaje. Oí música y observé el paisaje, solo eso, como si supiera, en el fondo, que aún no era momento de pensar en las cosas. Como si...a través del reconocimiento implícito del paisaje, detalle a detalle, fuera recogiendo ciertos fragmentos de mí misma dejados por ahí, de forma inconsciente.
Cuando llegué al terminal Los Héroes, bajé del bus con la hermosa sensación de volver a casa. ¿Era eso posible? ¿El tan odiado Santiago? ¿El bullicioso, intranquilo, peligroso, grosero, frío y sucio "Santiasco" se había transformado en otra casa para mí? ¿Había otra posible casa a la que acudir?
Lo comprendí mientras caminaba hacia el metro. Aunque parezca absurdo, recién lo comprendí entonces. Miré la Torre Entel con los ojos llorosos y me dije que, en realidad, había dos casas.
La casa de mis padres. De mis abuelos, de mis tíos, de mis hermanos. Esa casa, en mi ciudad natal, era una parte de mí, llena de crecimientos, recuerdos, afectos...mi cuna, mi nutrición, mi seguridad.
Y luego estaba la otra casa. Una casa que odié por un tiempo. Esa casa era la casa de mi despegue. Santiago. Había llegado desde provincia a la capital, de la forma más folclórica y típica posible. Había estado sola. Ahogadamente sola.
Una ciudad tan enorme y, en medio, unos ojos brillosos e insignificantes como los míos.
No me di cuenta cómo, del odio, pasé al amor. Santiago era y es esto. Mi otra casa. La casa en la que estoy yo. La yo que aprende a tomar el metro y a acurrucarse en un rincón seguro, para que no la toqueteen más de lo debido (las multitudes me aterran, pero me gusta observar a la gente en ellas. Soy un tanto difícil, supongo). La yo que se pierde en las calles y toma las micros incorrectas. La que camina por Santiago sin saber a dónde va. La que observa, la que mira. A la que asaltan. La que tiene un poco de miedo, pero también interés. Esta es mi otra casa, la casa de la yo que crece, que aprende, que se independiza. Esta casa es mi casa, porque en ella estoy yo y yo me acompaño. Es la casa en donde me conocí. Un silencio interior lleno de palabras.
Y luego llegué al Puente.
Miré el vacío de un puente que custodia un lugar por donde ya no pasa agua.
Es casi divertido pensar en eso.
Antes circulaba agua, claro. Se desbordaba. Tenía poder, presencia.
Y me doy cuenta de que, este pequeño viaje es momentáneo. Mañana tendré que volver a la otra casa. Esa casa, que en los últimos días, ha tenido algo de asfixiante. ¿Por qué? Porque es como cumplir 21 años y tratar de ponerse la ropa que usabas cuando tenías 10. Porque es como tener un cochecito y sentarse en él a estas alturas.
No es odio lo que siento por esta casa. Sino ternura. Una ternura enrraizante y maravillosamente dolorosa. Una ternura feliz de doler.
Pero comprendo que uno siempre debe crecer, despegar, irse y volver, a veces y solo si es necesario.
Yo no soy de las personas que se van sin retorno de un lugar. Soy de los que viajan. De los que circulan. Como el agua.
Santiago es mi casa, porque me tiene a mí ahora. Solo por eso. Porque cuando vengo aquí, estoy sola y sé que debo arreglármelas. Porque cuando vengo aquí, comprendo que he crecido (no tanto, pero algo) y que lo que queda viene casi por entero por mi cuenta. Todo es construcción personal desde aquí.
Algún día, quizás, logre llevarme de aquí a mí misma a otro lugar que será mi casa nueva. No lo sé.
Algún día, cuando esté ya por entero dibujada, podré llevarme a mí misma a todas partes, tal como soy. Podré llevarme un trozo de cada lugar y de cada alma y dejar algo mío a cambio.
Miro el puente.
¿No es aquí dónde he estado estos dos años? ¿En el puente, esperando a que circule otra vez el agua?
Yo soy como el agua.
¿Dónde he estado?
No estoy segura. Quizás tomando fuerza para volver, para circular, para emprender por fin mi camino, mi búsqueda. Mi búsqueda.
El puente es provisorio. Solo un camino. Solo una balsa. Solo un instante. Un parpadeo.
Allá voy, donde sea que ese "allá" signifique ahora o en unos 30 años. Voy a disfrutar de la caminata. Voy a disfrutar del viaje.
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