Entradas populares

jueves, 30 de octubre de 2014

Oscuro

Oscuro.
Y atravieso las calles fumándome un cigarro, como si con el humo se fueran mis pensamientos, como si se difuminaran en el aire y se volvieran algo más transparente. Más implícito, más oculto. Igual que las cosas bellas que están escondidas. Como los secretos de tu boca o las palabras de tus miradas.
Oscuro.
Recuerdo cuando me tomabas la mano y tomábamos helado. Cuando nos reíamos de la gente que caminaba apresurada en el centro. De cuando te caías de pura distracción en la calle y hablabas de las hormigas cabezonas. De la porfiada caída de tu pelo sobre la frente.
La casa está cerrada a esta hora y no podré entrar. No podré entrar nunca más.
Dicen que he perdido el norte, que mis ideas no están claras, que no sé qué hacer con mi vida. Y tienen razón. Y no tienen razón.
El norte no existe y el sur tampoco.
No hay nada sin el sistema de referencia.
Mi sistema de referencia eras tú, así es que literalmente perdí el norte, el sur, el este, el oeste...el mapa completo. El plan se esfumó. No hay cartógrafos ni geógrafos.
Lo chistoso es que tú no eres tú y yo no soy yo.
Es verdad.
Porque mi vida no se acaba contigo, en ningún caso. Y la tuya conmigo tampoco. No eres el amor de mi vida ni mi destino. No eres mi alma gemela. No eres mi príncipe azul, mi caballero andante.
No eres tú, por ser tú, si no que eres por como era yo contigo. Por los lugares que estaban entre ambos, por los recuerdos usados como escalera, por las ideas que se desprendían de cada uno y formaban un puente.
Oscuro.
Tengo la sensación de que mi cabello es más oscuro que antes. Que mis ojos son más negros. Que mi boca toma el color de la tierra barrosa.
Me desprendo de los trajes. Me desprendo de las chaquetas. Me quedo con los brazos extendidos en la lluvia mirando el cielo.
El cielo oscuro. Mi cabello oscuro que es el mismo cielo. Mis ojos oscuros que también forman parte de todo el conjunto.
Y tú te ciñes a mí. Ahora eres una sombra oscura como la noche. Ahora eres como los pasos de alguien que camina a mi lado, pero que no está. Un eco, un camino marcado de migas.
Necesito volver a casa y encontrar otro punto de referencia. Uno que no implique pérdidas, uno que no implique tantas aguijoneantes dudas.
Este vino es oscuro. Tal vez todo se vuelva oscuro a mi alrededor...y tal vez, no es seguro, yo logre ser un haz luminoso entremedio de esto. No lo sé.
Solo me queda seguir caminando. Sí...caminando...

miércoles, 22 de octubre de 2014

Objeción al abrelatas

¿Por qué vivir bajo el abrelatas?
Queremos levantarnos sobre las clavijas,
saltar hasta el techo tocando un vaso con agua inmóvil.
Morir no es lo mismo de noche,
una bomba podría explotar en la oscuridad
y nadie lo sabría.
¿Por qué encerrarse con sus cadenas de colores?
Nosotros podemos vivir bajo el puente
o en lo alto de la Torre Eiffel,
caminaremos sobre las aguas
con una laptop descargada
y unos lentes de contacto rojos.
Volaremos como Superman
esquivando la contaminación de las industrias de Santiago,
nuestra capa ya no es roja,
sino gris sucio.
¿En qué momento el abrelatas empezó a trabajar?
Queremos salir de este lugar,
desaparecer entre la bruma,
ya no más globalización,
anónimos todos,
como cajas cerradas al vacío,
mudos y sordos,
tocando el núcleo de la matriz que nos dio el soplo.
Vomitaremos chips de computadoras,
con las manos temblorosas,
encajadas como llaves a un código de barras.
En algún lado hay algún cura repartiendo heroína,
las jeringas nos sacan la lengua,
repletas y saladas como el mar muerto.
Estáticas en medio del mapa,
orinando estrellas fugaces.
El abrelatas maldito no para de girar,
quiere abrirnos las latas palpitantes,
queremos resistirlo,
pero la publicidad con sus mensajes subliminales
nos amordaza como dementes en su manicomio.     
Nuestras camisas de fuerza riman.
Tenemos recuerdos con estática en una cajita parlante.
Las chispas del corto circuito
nos quemaron el resto de los muebles.
Somos el neo-génesis,
queríamos nacer,
pero destruimos todo.
Las voces nacerán de los escombros,
de las cantinas emanará lo más puro,
de las Iglesias lo más putrefacto,
torbellinos en las tinieblas,
un recado de máquina contestadota
que apagamos antes de escuchar.
Seremos la explosión y la quietud al mismo tiempo.
Mataremos a los fundadores del abrelatas algún día,
sin proponérnoslo seremos guitarristas del viento.
Y las letras emanarán como fuentes de agua limpia,
esperando que alguien las beba antes de que sean muertas y contaminadas,
gaseosas como mitos que no se contaron.
Y las webs se irán a huelga,
reclamando la monarquía absoluta  que perdieron.
Somos el neo-génesis
y el Apocalipsis viene pisándonos los talones como hormiguitas
perdidas en las redes sociales.
El mundo está en la mano del que escribía poemas en la Edad Media,
arrugado como un papel
antes de caer al papelero.
¡Objeción!
Muerte al juez de pedazos de lenguas muertas.
Anonimato es nuestro escudo,
seguiremos tragando planetas
hasta que nos detengan.

Somos los dictadores del secreto.  

martes, 21 de octubre de 2014

El gato

El gato saltó del tejado y atrapó la mosca.
Atravesó un oscuro pasaje con la mosca viva entre sus dientes, sintiendo cómo zumbaba en el interior de su boca sin llegar más allá de la garganta.
Trepó por un árbol con cara de vieja bizca y se apoyó en la rama más alta. Podía ver más de la mitad de la ciudad desde allí. Vio su casa. El humano con el que vivía a veces, seguramente ya estaría roncando.
Qué raros son los humanos, se dijo, ronronean sin que los acaricien, aunque...quizás solo en sus sueños se sienten amados de verdad.
Ojala hubiese dejado un plato de leche o un puñado de atún. Si no...bueno, el humano vecino tiene unos pájaros apetitosos.
La mosca seguía luchando desesperada en su boca.
El gato detuvo un instante el contoneo solemne de su cola. Se debatió acerca de la vida de la mosca. ¿Me trago a este bicho o no?
En realidad no tengo tanta hambre. Y una mosca no es la comida más exquisita que hay.
¿Qué es la vida de una mosca en verdad?
Parece que eran 24 horas. 24 horas. Y esta pobre idiota se lo desperdicia zumbando en el oído de un humano dormido y con las ropas pegadas a su cuerpo por el sudor.
Pobre idiota. Podría viajar a París y ver la ciudad. O corretear pájaros felizmente. O jugar con un ratón y devorarlo. Bahh, qué sabe una mosca de la vida. Vive demasiado rápido, demasiados ojos y ninguno abierto.
El humano una vez dijo que, si supiera que le quedaba un día de vida, dejaría el trabajo e iría a Italia a buscar a esa chica bonita de su adolescencia y pasearía por el mar.
Pero el humano también es un tanto iluso, pensó el gato. A fin de cuentas, él no sabe si le quedan menos horas que a la mosca. No sabe si le queda un día o dos. Y sigue en lo mismo. Sigue con ese sueño lejano sin cumplir y sigue atareado con cosas que no le importan.
El humano se aburre y se va todos los días a la oficina con cara de tedio. Ni siquiera duerme bien. Ni siquiera disfruta el atún cuando se lo sirven. Ni siquiera rasca sus uñas en el sofá relajadamente. Pobre humano.
Pobre mosca.
El gato abre la boca. La mosca huye, pero llega tan solo a dos casas más allá. Muerte súbita por insecticida doméstico. Muy efectivo, muy cruel.
Oh, lo intenté, dice el gato.
Al menos el humano sonríe cuando me acaricia la espalda. Algo es algo.
Al menos pone un plato de leche bajo la ventana. Para mí. Solo para mí.
Al menos me deja salir de noche y volver cuando quiera.
Pobre humano. Es un tanto iluso, pero lo intenta.
El gato salta del árbol. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que caiga, siempre caerá de pie. Es lo suficientemente sabio como para saber que por más veces que el perro ladre amenazadoramente, nunca tendrá agallas para saltar hasta la copa de un árbol para cogerlo.
Sabe que vale tener cuidado con los autos. Son engañosos.
Máquinas infernales. Al menos es una muerte rápida, honorífica, adrenalínica. No es una muerte por tedio.
Sabe que vale mirar el mundo, sentirlo, dormir todo lo que se quiera o necesite, jugar bastante, amar libremente. De vez en cuando, leer un libro sin que el humano sospeche que sabemos demasiado.
Tener los ojos valientes y misteriosos.
Pobre humano. Lo intenta, al menos.
Mañana lo despertaré temprano, poniéndole suavemente las garras en la cara. Si no despierta pronto, apretaré un poco más.
Quizás le lleve un pájaro de regalo. ¿Sería bueno dejarlo sobre su corbata nueva? Supongo que sería un lindo detalle.
Lo despertaré temprano a ver si recapacita. Quizás mañana decida hacer el viaje y yo pueda seguirlo con calma y a mi ritmo cruzando los tejados. Quizás no se resigne a levantarse malhumorado, "no te gusta que duerma cuando quieres tu atún, ¿verdad?", y a darme atún en lata. Podríamos salir a pescar.
Podríamos caer de pie juntos.

lunes, 20 de octubre de 2014

La amante de los que no existen

Hola, soy la amante de los hombres que no existen. Me presento, yo soy esa mujer que los mira pasearse por su habitación…los demás dicen que no están allí, pero sé que mienten.
Los hombres que no existen. Los que andan en las calles azules de los sueños que gravitan durante las noches de insomnio.
Soy la amante de los personajes de cuentos más leídos de la historia y de los más olvidados.
Busco, por la noche, los besos que me quiten la melancolía de las manos y del papel.
Canto los poemas que me dedicaron en sus no existentes vidas de aventuras y aprendizajes. Acaricio las flores que me mandan por montones y que dicen: Te amo.
Soy la que danza esperando las miradas de sus ojos transparentes…esperando que algún día se hagan de carne y hueso y me curen la soledad.
Esperando a que, algún día, uno llegue a enamorarse tanto de mí, que desee existir realmente.
Soy la amante de los hombres que no existen y no finjas que no me conoces.
Parece que he hablado antes contigo. ¿No eras esa que leía a escondidas? ¿No eras esa que decía que prefería la ficción a la realidad? ¿No eras esa que sabía tantas citas de libros que olvidabas lo que decían las personas reales a tu alrededor?
Soy la amante de los hombres que no existen, porque me cansé de las existencias que azotaban la cara contra un muro de lágrimas y de discusiones sin sentido.
¿Y qué dices?
Yo los sigo esperando. Me siento sobre esta silla y abro otro libro y me vuelvo a enamorar.
No me digas que eso no es amor.
Porque aunque ellos no existan, yo los voy conociendo, los voy comprendiendo, los voy amando…los abrazo y los devoro, dejo que me devoren el alma y que me quemen…dejo que desangren mi mente y mi corazón entre sus brazos de letras. Estos hombres que no existen y que son como marineros…porque, yo sé que cuando cierre este libro, él se irá para siempre y todo parecerá espejismo. Tomará un barco llamado realidad y se despedirá con la mano. Irá en busca de otra que lo ame.
Me pongo celosa de solo pensar en cuántas lo estarán buscando entre las páginas de un libro, en cuántas lo estarán deseando como yo lo deseo, en cuántas lo estarán acariciando “con sus manos recorre páginas” en este momento…en cuántas estarán soñando con él en este preciso instante.
Entonces…aquí me ves, con el corazón en la mano de nuevo. Sufriendo otra pérdida, otro amor que se va, otro amor que me es infiel con la realidad, otro amor que es ficción, otro amor virtual, otro amor que me deja clavada entre un montón de lágrimas deseando no tener corazón.
Entonces sufro despecho. Entonces tengo rabia y deseo venganza. Voy en busca de otro hombre que no exista.
Y siempre encuentro a otro.
Siempre leo a otro, siempre beso a otro, siempre dejo que otro me queme.
Pero… ¿Qué sucede? ¿Cómo es que me empiezo a enamorar de este otro hombre inexistente que me guiña el ojo a través de las páginas del libro? ¿Cómo es que sus palabras me vuelven a atravesar el corazón y olvido al otro?
Bueno…ya me conoces. Lo has reconocido. Mírame a los ojos ahora. ¿No te parece conocida aunque sea un poquito mi historia?
En fin…te dejo. Tengo que juntarme con este otro hombre. Parece que he caído de brazos en brazos, de hombres inexistentes en hombres inexistentes, de páginas a páginas…de historias a historias…
Sí. Soy la amante de los hombres que no existen.

Esperando a que, algún día, uno llegue a enamorarse tanto de mí, que desee existir realmente.

domingo, 19 de octubre de 2014

Cuando yo era niña y dormí una siesta

Cuando yo era niña, solía pensar que el cielo era como un lienzo enorme que nos cubría y nos transformaba en una surrealista obra de arte al revés.
Pensaba en mí como una grulla pequeñita incrustada en una muestra de la incertidumbre humana.
Una vez pinté una lavadora entera, porque se me ocurrió que el color blanco inmaculado que tenía podía parecerle demasiado triste y que la pobre no tenía el poder de cambiar su situación por su propia cuenta.
Una vez se me ocurrió que los zapatos de la casa podían querer salir de noche a conocer lugares que nosotros no les permitíamos conocer de día. Les dejaba cada noche monedas para el pasaje en micro, pero como cada mañana las monedas seguían allí, supuse que les gustaba más caminar y disfrutar del paseo.
Cuando era niña me preguntaba si las personas cambiábamos demasiado cuando apagábamos la luz para dormir.
Tenía tiempo guardado en una cajita. Creía en los ataques de sonrisas.
Pensaba que el viejo del saco me iba a llevar. Y, aunque parezca absurdo, solo le temía al encierro eterno del saco y a la falta de aire fresco que eso implicaba, a la falta de color, a la oscuridad...nada más.
Y un día me dormí una siesta en la hamaca de la casa de mis abuelos, bajo mi árbol Diamelo regalón.
Y soñé que el tiempo se me escapaba por las rendijas de la cajita. Soñé que había vivido unas 1000 vidas condensadas en 21 años y que eso tan solo era un soplo en el gran tiempo universal. Que parecía que había dado un paso en el gran camino del existir total, pero que ese paso minúsculo a veces resultaba algo cansado.
Estaba soñando que cepillaba mi cabello y se me caían las hebras de recuerdos. Un cabello y ya empezaba a perder la fe en mí misma. Un cabello y mi rostro ya se deshilachaba en una sucesión de rechazos. Me sentaba en el sofá y me pesaban los brazos y las piernas como plomo. Las lágrimas corrían y pensaba en estar solo o sentirse solo y, en estar ajeno, en pertenecer a ninguna parte y sentir que no aguantarás más.
Me encontré contando las horas de la jornada y queriendo que el tiempo se escapara pronto, sin querer almacenarlo más, porque, a fin de cuentas, ya no es mi tiempo, si no que es el tiempo de otros...por un momento, por unas monedas para fin de mes. Por unas monedas para libros o pan.
Y estoy caminando y ya no veo el cielo. Estoy apurada. Parece que el arte me juega a las escondidas. Y suspiro. El viejo del saco me parece el cuento más idiota de la historia.
Y me pasmo. Me asusto. Me petrifico.
¿Abre caído acaso por fin en el saco? ¿Estaré encerrada dentro de él definitivamente?
Cuando era niña me preguntaba si tendríamos que crecer y salir volando algún día.
Hoy me pregunto si tendré que decrecer un poco y salir volando.
Crecer, decrecer, crecer, decrecer. No demasiado. Sí, no demasiado.
Cuando era una adulta (o estaba cerca de hacerlo), una vez miré el cielo camino a casa y descubrí que es azulado, el azulado más hermoso que puede existir y que la vida no cabe en nuestras suposiciones ni en nuestros miedos.
Guardé experiencia en una cajita. Y creí en los ataques de risa, en los ataques de besos, en los detalles increíbles que estaban justo frente a mí.
Creí en el amor, más allá de los cuentos.
Creí en mi propia fuerza y mis propias manos.
Me encontré con la certeza de la imperfección. La belleza que hay en ello.
Y a mis zapatos les salieron alas.

viernes, 17 de octubre de 2014

Incendio

La letra inicial de mi vida cuelga de un hilo muy fino.
Hay ciertas frases que parecen rodear la casa de un hálito de incertidumbre.
¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué quieres?
Eso solo depende de mí, contesto, y el eco se lanza contra las paredes y las pinta suavemente.
"Cuidado", escucho que susurran unos signos de exclamación desde fuera de mi casa. " Cuidado con lo que dices, cuidado con lo que eres, cuidado con lo que opinas. No nos quieras decepcionar, no quieras ser una rotunda pérdida".
Depende de mí, repito. Y los signos de exclamación me muestran los dientes.
Un signo de pregunta se me acerca como un cachorrito. Salta hacia mis brazos y se acurruca.
Supongo que en el fondo siempre supe esto. Ser una persona que duda de todo no es tan fácil. Es peligroso, mortal...hasta cruel. Hasta suicida.
Las preguntas se vuelven cada vez más complejas. Cada vez más punzantes, cada vez más capaces de destrozar mi casa y de permitir que la letra inicial de mi vida que cuelga del frágil hilo, caiga, transformándose en palabra final.
Lo extraño es que no me canso de hacer esas preguntas. Lo extraño es que...tras cada crisis, tras cada amenaza de muerte masiva, tras cada tambaleo, la casa se fortalece. Las palabras se vuelven más cálidas. Las preguntas se me acercan con más cariño. ¿O es que yo las veo con más cariño? ¿O es que yo las trato mejor?
No le temo a las dudas ni a la incertidumbre. Se han vuelto parte de mis mejores triunfos.
Acaricio al signo de pregunta, pequeñito, suave y juguetón como un cachorro.
Tomo algunos poemas y los cuelgo desde el techo.
Son aves. Mueven sus alas y vuelan por el techo de la casa. Le hacen cosquillas a la letra inicial. Le unen otras letras. La transforman en canción.
¿Para qué estoy aquí? Me pregunto. ¿Con qué fin? ¿Con qué medio me sigo sosteniendo?
Quizás deba convertirme en palabra también. O en signo de interrogación. O en un signo de exclamación que grite cosas más justas. O en puntos suspensivos, pero siempre seguidos de un nuevo comienzo o de algo sorprendentemente interesante.
Pero nunca en silencio, no. Nunca en muerte. Nunca en esa muerte terrible que surge cuando uno se limita a mirar hacia fuera sin encontrar nada nuevo. Nunca esa muerte que seca la curiosidad, o que pierde la fe, o que deja de tener sueños.
Ya sé. Ya sé que todos tenemos un punto final, inevitable e impredecible.
Pero, mientras tanto, un remolino de vida. Un baile de letras. Un arcoiris de emoción. Una sinuosidad de búsquedas, un camino. Un puente entre hoy y mañana o entre tú y yo.
Mientras tanto, depende de mí.
¿Qué quiero ser?
Una canción, un poema,un tratado de paz, una carta sincera, un cuento de hadas, una novela de misterio, un ensayo de vida.
No sé si esté pidiendo imposibles.
Quizás de eso se trata. Quizás de eso se ha tratado siempre.
De hacer incendios.


jueves, 16 de octubre de 2014

Algunas No definiciones

¿Qué es la tristeza?
Una especie de hilo eléctrico, un relámpago, una soga hirviente o congelada que se ciñe a tu cuello y te corta la respiración. Un bosque repleto de sonidos disociados que te obligan a caer y a apretar los dientes. Un instante de sobrecogedor vacío que te paraliza los huesos y abre una llaga profunda y extendida a lo largo de todo el ser. Quizás lo más cruel de esa llaga es que nadie podría verla de no ser por la hermosa posibilidad de que a veces germine, que a veces se derrita y brote por los ojos como gotas de ácido. La garganta es un nudo, y tenían razón los que lo dijeron. La saliva se vuelve alquitrán. El resto del cuerpo podría ser de goma o papel. Frágil, tambaleante, un bosquejo de un dibujo que espera a ser terminado.
Algo así, aunque podría ser definida de mejor forma.
¿Qué es la alegría?
Un rayo de luz que te toma por sorpresa. Una avalancha de vibraciones musicales que inunda de color al cuerpo, que zigzaguea juguetona a través de los miembros, contagiándoles de una liviandad graciosa, ágil, listo todo para emprender vuelo. Un montón de fuegos artificiales tomando formas creativas, una corona de flores o un perro corriendo en el pasto, un piano y los dedos bailando en él o los pies descalzos moviéndose en la tierra mojada. Un montón de aves volando hacia el cielo, un atado de globos coloridos emanando de los ojos, una corona de luciérnagas asomándose por la boca.
¿Qué define este momento? ¿No es un poco de ambos? ¿No es un poco de ninguno?
Las palabras juguetean alegres entremedio de mis piernas. Unas gritan, otras callan. Las tomo y las abrazo.
Parece que de eso se trata todo esto. Las palabras son como las personas en el mundo.
Aquí estamos, preguntándonos cosas, tratando de alcanzarlas, de tocarlas, de penetrarlas hasta la médula, de llegar aunque sea un poquito a comprender algo...¿pero qué tenemos? Solo esto. Un montón de preguntas, un montón de respuestas, un montón de palabras que son dagas o caricias. Me gusta pensar que son tan adictivas como lo son para mí los chocolates.
Mis libros en el estante me guiñan un ojo. Uno de ellos abre sus brazos y deja crecer un par de árboles con hojas de palabras.
¿Qué es el amor?
La pregunta se plasma en las paredes, peligrosa, dolorosa, luminosa, transparente, oscura, fatal.
Las palabras que jugueteaban bulliciosamente entre mis piernas se detienen y quedan petrificadas. Sus letras titilan como pequeñas estrellas de vidrio.
¿Qué es el amor? ¿Qué es el amor?
¿No es algo tan enormemente grande que te hace tan pequeño? ¿No es un cúmulo de sentimientos? ¿No es todos los sentimientos?
¿Es odio?
Puede ser.
¿Qué es el amor?
He ahí el misterio.
Las palabras y yo tenemos miedo de contestar y no saber definirlo.
Agazapadas nos miramos unas a otras y temblamos.
No queremos decirlo.
Ya han gastado en ello muchas palabras ya. Algunas sinceras y otras asquerosamente profanadas y manoseadas.
¿Qué es el amor?
Un demonio con aspiraciones de ángel. O un ébola con aspiraciones de cura.

miércoles, 15 de octubre de 2014

"Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era solo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más"
Mario Benedetti, La Tregua.

martes, 14 de octubre de 2014

Las llaves. Las llaves. Las llaves...

Salgo de la casa y reviso 3 veces si apagué el gas. En la puerta del patio reviso si llevaba las llaves. ¿Las llevo? Sí. Doy dos pasos. ¿Las llevo? Sí. Tres pasos más. ¿Segura de que las llevaba? Sí.
Ya en la puerta de la calle las reviso por cuarta vez.
Se hace tarde. Ya, ya, ya. Última oportunidad: ¿Llevo las llaves, de la casa, en el bolso?
Están aquí, igual que cuando salí al principio. No se han desvanecido. Siguen aquí. Està bien. Odio revisar tanto las cosas, pero temo que se esfumen. Haré sonar las llaves para asegurarme por última vez que están aquí. Qué lindo suenan. Salgo de la casa.
Camino. Por la calle, camino. Llevo 20 pasos. Me quedan 20 minutos para llegar. Llevo 30 pasos. Me quedan 19 minutos. ¿Llevaba las llaves? Sí, mujer, las hiciste sonar, ¿recuerdas?
Cuando llevo 50 pasos, se me cuela un pensamiento para ti. No estaba calculado.
10 minutos y 5 cuadras. Hago un poco más lentos mis pasos. Quiero llegar a la hora exacta. Ni antes ni después. Deslizo la mano suavemente hacia el bolsillo del bolso, palpo las llaves.
¿Estarás bien? Eso espero, de verdad.
¿Fue verdad todo esto? ¿Nuestra cercanía? ¿Nuestro amor? ¿Nuestras conversaciones, nuestras caminatas, nuestras risas?
Ojala pudiera revisar si realmente estuviste aquí antes, así como las llaves, las llaves, las llaves...
¿Estuviste aquí antes? ¿En mi vida?
¿Apagué el gas?
Te extrańo. Te extraño. Te extraño. Mejor me aseguro: es verdad que te extraño. Lo pienso 7 veces. No. Prefiero un número más cerrado. Te extraño, 10 veces.
Llegué justo a tiempo. Dejé el sobre en el buzón. Pero ya nadie escribe cartas, ya nadie escribe a mano, ya nadie compra estampillas, ya nadie las echa en un buzón, ya nadie se asegura de que las cosas a su alrededor sean reales. Todo es muy enloquecedoramente instantáneo.
¿Guardé la carta o la envié a la hora? ¿La envié?
Un señor me mira. Me acerco. Ojala no tuviera que hablarle. Soy tímida. Meda vergüenza. Pero pero pero...pero tengo que asegurarme.
¿Usted sabe si yo eché la carta en el buzón? ¿Me vio hacerlo? ¿Puede probarlo?
Camino de vuelta. Saco las llaves y las hago sonar. Sí las llevo. Qué aliviador sonido.
¿Qué decía la carta? El señor dijo que me vio echarla al buzón. Le creo, porque no es yo.
Me aseguro de lo que decía la carta. Repaso las palabras en mi mente:
"Aunque suene cursi, permíteme escupir el corazón, que me creaste, con toda la sinceridad del mundo. Estoy abrumadoramente triste, es verdad. Entre tanta alegría junta y tanta energía juvenil derrochada, estoy brutalmente triste. Aunque ninguna palabra logra tocar siquiera una gota de esa tristeza. Las palabras están lejos, como todos. No sé si son reales, pero me permiten saber que estuviste aquí en algún momento. Me aferro a ellas como si quisiera abrazarte. No. No "como si...", quiero abrazarte. Al menos una última vez. Una sola.
¿Qué será esta carta para ti? ¿La leerás?
Ya no tengo que asegurame de esto. Porque sé que pasó...Tú estuviste en mi vida e iluminaste todas mis dudas con tu segura presencia. Te creo, porque no eras yo, pero eras parte de mí. La única parte que sé que existe. ¿Existieron mis otras partes tambaleantes en tu vida?
¿Existo yo?
Te extraño, de verdad.
Te extraño.
Ya sé que no quieres más cartas.
Pero es que...parece que ya nada es verdad aquí. No confío en mis revisiones, así es que tengo que asegurarme de todas las cosas.
De ti no dudé nunca. Pero no te encontré en mi última revisión. Te quiero. Ya no estabas. Te quiero. ¿Estuviste? Las palabras son mi último y desesperado reconocimiento de ti ahora. De tu presencia existente, luminosa, real.
Te amo.
Ahora ya no estás.
Te amo. Te quiero. Te extraño. Te amo. Te quiero. Te extraño. "
60 pasos. 30 minutos. Tomo las llaves y las miro. Sí las tengo.
Sí estuviste aquí, lo sé. Lo que siento es real y no tengo que asegurarme.
Qué dolor más feliz. Qué alegría más agonizante.
¿Estoy aquí yo? ¿Apagué el gas? ¿Llegué a la hora exacta? ¿Llevo las llaves? ¿Apagué el gas? ¿Mandé la carta? ¿Lograré recordar mi existencia cuando tú ya no estés ni siquiera en mi mente?
Las llaves. Las llaves. Las llaves...

lunes, 13 de octubre de 2014

El puente

Cuando tomé el bus sabía perfectamente a dónde iba.
Han pasado dos años, me dije. Puedo lograrlo esta vez.
El viaje tuvo ese toque agridulce de familiaridad y extrañeza a la vez. Solía viajar todos los lunes a Santiago y volver todos los viernes. Solía. Hasta que dejé de hacerlo por dos años. Dos años de lágrimas, silencios, gritos, soledad...amistad, amor.
No pude dormir en el viaje. Oí música y observé el paisaje, solo eso, como si supiera, en el fondo, que aún no era momento de pensar en las cosas. Como si...a través del reconocimiento implícito del paisaje, detalle a detalle, fuera recogiendo ciertos fragmentos de mí misma dejados por ahí, de forma inconsciente.
Cuando llegué al terminal Los Héroes, bajé del bus con la hermosa sensación de volver a casa. ¿Era eso posible? ¿El tan odiado Santiago? ¿El bullicioso, intranquilo, peligroso, grosero, frío y sucio "Santiasco" se había transformado en otra casa para mí? ¿Había otra posible casa a la que acudir?
Lo comprendí mientras caminaba hacia el metro. Aunque parezca absurdo, recién lo comprendí entonces. Miré la Torre Entel con los ojos llorosos y me dije que, en realidad, había dos casas.
La casa de mis padres. De mis abuelos, de mis tíos, de mis hermanos. Esa casa, en mi ciudad natal, era una parte de mí, llena de crecimientos, recuerdos, afectos...mi cuna, mi nutrición, mi seguridad.
Y luego estaba la otra casa. Una casa que odié por un tiempo. Esa casa era la casa de mi despegue. Santiago. Había llegado desde provincia a la capital, de la forma más folclórica y típica posible. Había estado sola. Ahogadamente sola.
Una ciudad tan enorme y, en medio, unos ojos brillosos e insignificantes como los míos.
No me di cuenta cómo, del odio, pasé al amor. Santiago era y es esto. Mi otra casa. La casa en la que estoy yo. La yo que aprende a tomar el metro y a acurrucarse en un rincón seguro, para que no la toqueteen más de lo debido (las multitudes me aterran, pero me gusta observar a la gente en ellas. Soy un tanto difícil, supongo). La yo que se pierde en las calles y toma las micros incorrectas. La que camina por Santiago sin saber a dónde va. La que observa, la que mira. A la que asaltan. La que tiene un poco de miedo, pero también interés. Esta es mi otra casa, la casa de la yo que crece, que aprende, que se independiza. Esta casa es mi casa, porque en ella estoy yo y yo me acompaño. Es la casa en donde me conocí. Un silencio interior lleno de palabras.
Y luego llegué al Puente.
Miré el vacío de un puente que custodia un lugar por donde ya no pasa agua.
Es casi divertido pensar en eso.
Antes circulaba agua, claro. Se desbordaba. Tenía poder, presencia.
Y me doy cuenta de que, este pequeño viaje es momentáneo. Mañana tendré que volver a la otra casa. Esa casa, que en los últimos días, ha tenido algo de asfixiante. ¿Por qué? Porque es como cumplir 21 años y tratar de ponerse la ropa que usabas cuando tenías 10. Porque es como tener un cochecito y sentarse en él a estas alturas.
No es odio lo que siento por esta casa. Sino ternura. Una ternura enrraizante y maravillosamente dolorosa. Una ternura feliz de doler.
Pero comprendo que uno siempre debe crecer, despegar, irse y volver, a veces y solo si es necesario.
Yo no soy de las personas que se van sin retorno de un lugar. Soy de los que viajan. De los que circulan. Como el agua.
Santiago es mi casa, porque me tiene a mí ahora. Solo por eso. Porque cuando vengo aquí, estoy sola y sé que debo arreglármelas. Porque cuando vengo aquí, comprendo que he crecido (no tanto, pero algo) y que lo que queda viene casi por entero por mi cuenta. Todo es construcción personal desde aquí.
Algún día, quizás, logre llevarme de aquí a mí misma a otro lugar que será mi casa nueva. No lo sé.
Algún día, cuando esté ya por entero dibujada, podré llevarme a mí misma a todas partes, tal como soy. Podré llevarme un trozo de cada lugar y de cada alma y dejar algo mío a cambio.
Miro el puente.
¿No es aquí dónde he estado estos dos años? ¿En el puente, esperando a que circule otra vez el agua?
Yo soy como el agua.
¿Dónde he estado?
No estoy segura. Quizás tomando fuerza para volver, para circular, para emprender por fin mi camino, mi búsqueda. Mi búsqueda.
El puente es provisorio. Solo un camino. Solo una balsa. Solo un instante. Un parpadeo.
Allá voy, donde sea que ese "allá" signifique ahora o en unos 30 años. Voy a disfrutar de la caminata. Voy a disfrutar del viaje.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ser un fracasado

Ser un fracasado en la vida. 
Así, sin más. 
Cuando de pronto empiezas a darte cuenta de que las cosas que soñaste hacer, parecen tardar más de lo que esperabas o definitivamente ya es muy tarde para tratar siquiera de realizar esos sueños.
Levantarse temprano y sentir que algo te falta. Lavarse los dientes con la sensación de vacío como pasta dental. Lavarse la cara, como si borraras con ello alguna expresión que te hacía feliz antes. Vestirse como si te prepararas para ir a un lugar inhóspito, frío, solitario...
¿En qué momento me encontré a mí mismo en este lugar? ¿En qué momento olvidé las ganas que tenía de vivir mi propia vida, de encontrarme a mí mismo, de saber quién era, de sentir amor, de vivir cada segundo lo más intensamente posible?
Mirarse a los ojos en el espejo y preguntarse...¿Qué es lo que falta? ¿Cuál pieza del rompecabezas? ¿Qué parte de mí, qué brillo en mis ojos que se ha difuminado sin que yo lo notara?
Hace algunos años, cuando salí del colegio (parecen siglos), creí que tenía una gama infinita de posibilidades en mi mano, que podía hacer lo que quisiera, ir donde quisiera, lograr lo que quisiera, triunfar. Tener éxito. Cambiar el mundo.
Pensé: "Voy a ser feliz. Voy a tomar todas mis herramientas, todas mis ganas y toda mi pasión y voy a trabajar para ser feliz. Sí. La felicidad está cerca".
No me di cuenta de lo que eso significaba. Una felicidad a futuro. Una realización a futuro. Unas ganas y una pasión orientadas a un futuro.
Como tomar un montón de billetes e invertirlos en el aire. Como acumular un montón de ladrillos para construir una casa y lanzarlos en el mar, esperando ese futuro. Ese futuro inexistente.
Solía pensar que todo estaba orientado a eso. Éxito. Futuro. Una especie de premio que podría exhibir, poner en un estante y guardar por los años. Que todos los vieran. Que lo miraran mis amigos, que lo presumieran mis padres, que lo comentara mi familia. Que se sintieran orgullosos de mí. 
No me di cuenta de lo que eso significaba. De verdad.
¿Es extraño dejar 3 carreras universitarias? Quizás. ¿Es malo? Quizás. ¿Es triste? Mucho.
Algunas de las personas que están a mi alrededor piensan que fue una especie de capricho. Una especie de caballo sin riendas.
No lo fue. 
De pronto me encontré a mí misma con ese montón de diplomas acumulados en un cajón, con el galvano de las mejores calificaciones, con los aplausos de mis papás, con la gente que me decía que estudiara derecho o medicina...ingeniería, enfermería...con los que predecían la vida de la casa lujosa, de los trajes caros, de las fiestas, de los viajes...
Un día me levanté y me sentí vacía. 
¿Por qué? Porque nada de eso era mío. Nada de eso era mi vida. Nada de eso era yo. 
Y fracasé. Les digo. Fracasé 3 veces. 
Cada año, cuando me matriculé en cada universidad, estaba apostando por un sueño nuevo, un pensamiento nuevo, un intento nuevo.
Posiblemente nadie que no lo haya vivido sabe muy bien qué es lo que se siente. 
La decepción de los papás, los retos, la pérdida de confianza, las preguntas incesantes y en su mayoría hirientes, los reproches..."Y ¿Por qué estás haciendo esto?¿Por qué si eres tan inteligente? ¿Por qué si tienes tan buenas notas? ¿Por qué si tienes todo en la vida para ser feliz y para hacer lo que quieras? ¿Por qué te saboteas a ti misma? ¿Por qué nos haces esto?"
Y al final, todo se trata de eso. Soy una fracasada, porque no he hecho lo que ellos querían. Porque les he hecho esto.
Me definen como una fracasada, porque parece que no quiero los trajes caros y la casa lujosa, parece que no quiero la vida de oficina o el montón de billetes. ¿Y qué son los billetes? Yo les diré: algo provisorio. Algo azaroso. Algo que viene y va. Tú puedes acumularlos, puedes ahorrarlos, puedes pensar en el futuro y estaría bien, es comprensible...pero, ¿sabes? Nadie garantiza que dure. Nadie garantiza que eso te haga feliz. 
¿Qué cosas duran? El amor, las personas que uno quiere, los recuerdos bonitos, los amigos, las cosas que uno hace para ser realmente feliz. 
Por ejemplo, escribir un poema que nadie va a leer, pero que te hace inmensamente feliz. O pintar un dibujo horrendo y sin técnica. ¿Les parece conocido? Eso quizás te ponga más contento que ser un premio novel. No lo sé.
Yo era una persona de éxito, digamos. Todo lo que me propuse, lo logré. Entré en las mejores universidades de este país. Saqué buenas notas, o notas decentes, o notas esperables. 
Pero no era feliz. No era una fracasada, como ahora (digamos, como me definen ahora), pero no era feliz.
¿Qué significa ser un fracasado? Si significa que, cuando tenga 49 años, 60 o 70, no me vea al espejo y me dé cuenta de que desperdicié mi vida tratando de hacer sentir orgullosos a otros, quizás prefiera serlo. Si significa que no voy a llegar a mi casa amargada, tratando mal a mi familia, desquitándome con ellos por mi propia frustración, quizás prefiera serlo. Si significa que no voy a perder mis ganas de vivir, que no voy a perder mis ganas de aprender, que no voy a perder mis ganas de hacer algo bueno por nuestra pequeña e imperfecta sociedad, quizás sea una fracasada total.
Y es verdad. Lo reconozco. Nadie quiere ser un fracasado ahora. 
Porque...todos queremos la estrellita dorada, todos queremos el premio, todos queremos el aplauso, todos queremos la sonrisa de satisfacción de los padres cuando se jactan del éxito de sus hijos.
Yo no quería ser una fracasada. No quería llegar a mi casa hecha un ovillo de llanto, de culpa, de dudas...Pero aquí estoy.
Me la he pasado no tan bien, supongo. Igual que todos, porque todos no se la pasan tan bien a veces. 
Pero...¿de qué me sirvió esto? 
Me sirvió para darme cuenta de que la vida no se trata de ser exitoso o no. La vida no es de los que persiguen el éxito, si no de los que prefieren fracasar, equivocarse, aprender...entender que uno solo tiene esta vida. ¿Por qué perderla buscando cosas que no son necesarias? ¿Por qué llenarse de hastío y enojo? Yo quería saber qué es lo que más me apasiona en esta vida. Ya lo sé. 
Me demoré un poco, pero ya lo sé. 
Sin embargo, mis papás no confían en mí. Mi familia me ve con recelo. Mis antiguos compañeros se burlan de lo "bajo que he caído". Soy la perfecta imagen de la fracasada. 
Yo no pedí esto. Les digo, no pedí equivocarme y, evidentemente, no lo hice a propósito. 
Mientras mis papás pensaban que esto era una rabieta, un capricho, una tontera y me recriminaban "por estar haciéndoles este daño", la que estaba más dañada era yo. Otro sueño roto, otra mala decisión, otro intento fallido.
Tuve ganas de rendirme a veces. Pero aquí estoy. De pie.
Si darse cuenta de que uno puede aspirar a algo mejor, más auténtico, más sincero y más propio es ser un fracasado. Lo soy.
Aprendí que la gente no se mide por la cantidad de plata que tenga en el banco, aunque muchos creen que sí. Aprendí que las cosas tienen un valor maravilloso que no es comparable a nada que se pueda vender. Aprendí que no tengo que juzgar a nadie por las decisiones que toma o no toma en su vida...¿Por qué son así? ¿Por qué están como están? Puede que yo no lo sepa realmente, puede que yo no tenga toda la información necesaria como para creerme juez de sus vidas y enrrostrarles sus fracasos. Porque ¿saben? Todos nos equivocamos. Quizás hoy no seas tú, pero mañana puedes serlo.
El éxito, es efímero. 
El fracaso dura un poco más.
El éxito, puede que no te enseñe nada.
El fracaso, si lo aprovechas bien, te aseguro que puede ser el mejor maestro.
Y esto es lo que soy. No puedo ser nada más. Aunque a veces, sobre todo por mis papás, quisiera ser algo mejor. De verdad.
Puede que...ustedes, papás, nunca me perdonen por lo que creen que me he hecho y les he hecho. Puede que ya jamás se vuelvan a sentir tan orgullosos de mí. Puede que ya no puedan presumir mis premios o mis logros como lo hacían antes.
Pero las cosas son diferentes ahora. Yo sé lo que quiero hacer con mi vida, mi propia vida, y no lo que ustedes querían que hiciera.
Yo puedo mirarme en el espejo y a veces encuentro un brillo bonito en mis ojos. Un brillo modesto, debo decir, pero que me alegra mucho. 
Yo me siento sincera. Me siento con la mejor disposición para aceptar lo que la vida me depare, incluso si eso implica volver a ser una fracasada.
Lamento si eso no es suficiente para ustedes. 
Parece que para mí sí lo es.
¿Ser un fracasado? Quizás no lo sea.
Quizás estamos mal y tenemos una definición errada. 
¿Por qué quién ha fracasado más? ¿Ese que aprende y se levanta con energía una y otra y otra vez? ¿O ese que, como escribí en principio, se levanta todas las mañanas para trabajar en un trabajo que no le gusta, para gastar plata que no dura nada, para presumir frente a gente que realmente no le importa? ¿Quién es el fracasado? ¿El que tiene ganas de vivir, o el que está vencido por la frustración y se da cuenta de que nunca hizo lo que realmente quería por vivir la vida que otros querían?
Yo me lo pregunto, así como me pregunto muchas otras cosas.
Yo soy una fracasada ahora, si quieren, si prefieren definirme así como ya lo han hecho otros, pero estoy feliz. Soy feliz. Tengo todas las ganas de ser feliz ahora, de encontrar cosas ahora, de mirar y sentir ahora.
Y no me voy a rendir. Incluso si ustedes, los que juzgan, ya no confían en que pueda salir adelante.
Lo voy a hacer. Porque ya me estoy liberando de las cadenas. 
Ya estoy saliendo a volar, señores. Buen viaje para nosotros, los que aún estamos vivos.
Los que fracasamos, lloramos, somos mal vistos y estamos llenos de reproches de otros. Porque estamos vivos. Porque hemos sufrido lo suficiente como para darnos cuenta de lo lindo que es sonreír después de eso y buscar el éxito después de haber probado el polvo. 
¿Están vivos ustedes? ¿O solo fingen estarlo? ¿Disfrutan lo que hacen y lo que harán o solo quieren que otros crean que lo están disfrutando?
Hay varios tipos de personas. Los fracasados que parecen exitosos, pero están vacíos. Los exitosos que fueron fracasados en un momento, pero ahora no. Los fracasados que se rinden. Los fracasados que siguen luchando. Los que siguen durmiendo y aún no se dan cuenta de qué es lo que sucede en sus vidas...
Ser fracasado. Ser exitoso. Estar despierto. Estar dormido. Estar dudoso. Estar seguro.
Estar vivo vivo vivo. Estar muerto. O estar muerto en vida.
Mi estado de fracaso no va a durar cien años. Me di cuenta a tiempo, por suerte.
Y doy gracias, porque de no ser por estos grandes fracasos, no podría haber aprendido las cosas que aprendí. No podría haber notado que puedo hacer cosas maravillosas. No podría buscar ese éxito sincero que no busca el éxito precisamente, sino la felicidad.
Como siempre...uno decide. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

¿Ser anónimo?

Ser anónimo es algo casi imposible en estos días. De hecho, es casi una locura pensar en alguien que no tenga facebook, twitter, tumblr, line, y qué sé yo (hay millones de redes sociales virtuales y no las voy a mencionar todas).
Es más, sin ir demasiado lejos, hace algunos días (casi un año, pero el tiempo es más relativo de lo que uno piensa), probé el asunto de cerrar mi facebook por unos días. Mi plan era cerrarlo por un mes. Así. Un mes. Poquito tiempo.
No me pareció algo tan difícil, porque la verdad es que a veces me aburre facebook y, fuera de las páginas de arte, pinturas y citas de libros y autores que hay (muchas) y que siempre me han gustado, facebook es como una especie de plataforma de mentiras para mí. ¿Con quiénes hablas? ¿Son tus amigos o no? ¿Les importas? ¿Y las fotos? ¿Estabas tan feliz en ese momento, o solo sonreíste para la foto y luego la pusiste en facebook para sacarle pica a esa persona que sabes que podría estar molesto contigo? No digamos nada del jueguito de los ex y eso de poner: "Felizmente soltera", después de dos días de terminada la relación (yo no he hecho eso, por suerte xD).
Ahora, lo siento, me estoy desviando del tema, ya que esto no es una crítica a facebook y las redes sociales (de verdad). Porque, como en todo, también hay cosas buenas, como esa bonita sorpresa que alguien te dio publicando un mensajito bonito en tu muro, o esas fotos que pensaste que habías perdido y que por suerte subiste a facebook (a mí una vez me robaron unas fotos importantes que tenía en mi computador y las recuperé por el infame facebook :D ).
Pero, bueno, volviendo a la historia...¿A que no adivinan que pasó? Mi facebook cerrado duró 1 semana y media.
Exacto.
Una mísera semana y media. ¿Por qué?
Por varias razones. Punto 1, me di cuenta de que no estar en facebook es como casi desaparecer de la faz de la tierra para muchas personas. Ermitañismo puro. Literalmente. Un día tienes facebook, tus amigos (los de verdad) te pueden hablar por ahí y todo bien. Ellos saben cómo estás. Tú lo sabes. Simple. "Normal". Esperable.
Al día siguiente...¿QUÉ RAYOS LE PASÓ? ¿POR QUÉ CERRÓ EL FACEBOOK? ¿Tendrá depresión? ¿Estará castigada? (aunque a mí edad ya no me castigan y menos desde que se dieron cuenta de que quitarme el computador no era un gran sufrimiento :P) ¿Se enojó con alguien? ¿Se enojó con todos? ¿Qué hicimos mal? ¿Se fue de viaje? ¿La raptaron? ¿Murió? ¿La abdujeron los ovnis? ¿Se la raptó EEUU en una conspiración internacional para que se cree un nuevo virus asesino que acabe con todos los seres vivos del tercer mundo? (Ok, exageré xD).
Y todo eso. Por cerrar facebook. Primero, fueron mis amigos. Luego, mis primos. Luego, los conocidos. Y, aunque no lo crean, hasta mi mamá (la mujer más conectada del mundo) me preguntó si tenía algún problema por tener cerrado facebook.
Me encontré con llamadas preocupadas, con mensajes de texto (los que se usaban en mi pre-adolescencia :´) ) y con visitas a mi casa.
Punto 2. Obviamente, después vinieron los reproches. "Ya po, abre facebook, el otro día te quería mandar un vídeo genial y no pude por tu culpa" o "Por tonta no vas a poder ver las fotos de la salida que hicimos el otro día, porque no estás en facebook" o..."queríamos armar una junta y no te pudimos avisar antes, porque no tienes facebook". Y no es que ceda a la presión social (ok, sí cedo un poco), pero ¡sí quería hacer todas esas cosas!
Para qué hablar de los trabajos de la universidad, en los que uno se pone de acuerdo por facebook.
¿Han tratado de conocer a sus compañeros de universidad en primer año sin tener facebook? Posiblemente pasarían un par de semanas antes de que todos te identificaran como la niña sin facebook.
Y así...todo esto, esta locura, por desaparecer de una red social. UNA. Y por una maldita SEMANA Y MEDIA.
¿Y si desapareciera de todos al mismo tiempo? ¿Whassap, instagram...? Y si...¿no usara el internet? ¿Y si toda mi familia no lo usara?
Desastre. Catástrofe.
Dirían que desaparecí. O que estoy muerta. O que no existo.
Así, tal cual, no existe.
Como si uno perdiera algo por conectarse en otro modo (digámosle el "modo real" y tradicional) con la vida.
Y por eso...¿Qué es ser anónimo en estos días?
Yo me lo pregunto. A veces de verdad pienso en la posibilidad remota de serlo, porque a mí me encanta el anonimato (sí oh, por eso escribes un blog...naaahhh, nadie lo lee, así es que sigo en mi identidad resguardada :D ), pero por varias razones no se puede.
Ahora pareciera que cerrar las redes sociales significara desaparecer, y, de pronto, uno piensa que hay personas por las que vale estar presente. No solo en facebook (que al final, no es el culpable de todo), sino en la vida. En el día a día. En el aquí y el ahora. Porque...al final...facebook era eso en un principio (o eso creí yo) : una forma de facilitarte el estar con esos que quieres, pero que a veces no están tan cerca (digamos, físicamente), un modo de hallarlos (como cuando uno encuentra a un amigo antiiiiiiguo, que no ves por años), un modo de conocernos, mirarnos, encontrarnos, preservarnos...como si facebook fuera un frasquito, una especie de lata de conserva de nuestras vidas, de nuestros recuerdos o de nuestros sentimientos (ufffff qué salen de esos).
Parece que facebook es, para algunos, el diario de vida de nuestros días. Y en los estados uno ve cosas insólitas, maravillosas, deprimentes, lunáticas, iracundas, mentirosas, verdaderas, espontáneas o prepotentes. A veces amor, a veces odio.
¿Lo bueno de facebook y de las redes sociales, en general? Lo bueno de nosotros mismos, lo que hay en cada uno y que a veces logra traspasar las fronteras virtuales. Lo bueno que imprimimos en todas las cosas humanas.
¿Lo malo de facebook y sus parientes virtuales? Lo malo de nosotros mismos, lo que ocultamos, lo que fingimos ser, nuestra forma de herir y nuestra forma de criticar a otros cuando piensan distinto.
No quiero que esto se entienda como un odio a la tecnología o a las redes sociales. No. No las odio. En efecto, las uso constantemente.
Por ejemplo, mi facebook es un almacenaje de páginas de citas de autores famosos, de libros, de artistas jóvenes y consagrados, de dibujos, de pinturas, de formas de hacer trenzas, pajaritos de papel, reciclaje, cocina, música, cuidar al planeta, a los animales...todas esas cosas que me definen a mí misma y que a veces me hacen entrar a facebook y sentirme un poco como en casa. ¿Dónde me di cuenta de que leer tanto no era tan raro como me decían en mi familia? Facebook. ¿Dónde noté que hasta los dibujos más simples pueden ser arte si expresan algo con lo que se identifican las personas? Advinen.
De todas formas, uno decide siempre. O tomas facebook y lo haces una parte de tu vida, una que no te absorba y que te deje tiempo para ese mundo que hay afuera (ese mundo maravilloso, alocado, genial y lleno de cosas por descubrir...y que por lo demás, tiene varios peligros que comparte con las redes sociales. Hartas mentiras también). Una plataforma, solo eso, una herramienta, una forma de expresar tus ideas a veces (como podría hacerlo un blog), pero sin olvidarte de que también puedes hacerlo de la forma antigua :) sentándote y hablando con alguien mientras lo miras a los ojos.
O lo haces TU vida. La única forma de conectarte con el mundo y ser tu mismo.Y vives allí, como en un mundo paralelo, olvidando que aún puedes salir y sentir la luz del sol, la textura de la piel de otra persona, el aroma de la tierra mojada, la alegría de echar una carrera por alguna razón absurda, pero muy válida y hermosa.
Yo pienso eso. Mi humilde opinión. Y quiero que, con el paso de los años, todavía podamos saber cómo es el cielo a través de nuestros propios ojos y no a través de las pantallas. Que podamos ver la expresión de nuestras caras y saber cómo se siente cada uno, sin la necesidad del estado triste o de las indirectas, sin el: "me siento...", y sin la necesidad de registrar toda nuestra vida (hasta los detalles no interesantes), porque necesitamos algunos "me gusta" lejanos que no tienen nada que ver con la verdadera seguridad de saber que uno mismo está viviendo ahora su vida, disfrutándola, saboreándola a concho. Los demás no tienen que saberlo. Tiene que saberlo uno y con eso basta.
Y finalmente...Les recomendaría leer un poema muy hermoso de Cristian Warnken acerca de un enamorado que le escribe a una joven que no tiene facebook :)
Y con eso...abran los ojos, que queda mucho por vivir, mucho por ver, mucho por reír y mucho por aprender y buscar. (No pasen demasiado tiempo leyendo blogs como éste).
Decidan, conscientemente. Y sean felices. Lo más felices posible :)