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jueves, 29 de octubre de 2015

Dibujos azules







"Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado". 

Gabrielito García Márquez

martes, 8 de septiembre de 2015

Amigo

Mis pasos en tu bolsillo, con el ritmo descompasado, palpitando como relojes frenéticos y lunáticos.
Amigo mío, yo me pongo un pañuelo sobre la cabeza y salgo a caminar. El asfalto atraviesa mis pies pequeños y los llena de incertidumbre endurecida.
Acá van cayendo las gotas inclementes de lluvia ácida sobre la ciudad, pero tú no has notado mis lágrimas, porque crees que un pañuelo puede secarlo todo. Que un pañuelo sobre el cabello puede secar el asfalto, secar el alma, secar el rostro...secar mi voz mientras me das la mano y me dices que sigamos siendo amigos, que la vida es corta, que la amistad es bella, pero que el amor es un cuchillo. Un cuchillo oxidado que se clava en medio de la memoria, desgarrador, sin piedad, sin perdón, sin vuelta...
Me pregunto...me pregunto...me pregunto...pero no alcanzo a esbozar la pregunta siquiera sin que me duela el zapato. Tengo caries en las palabras. Tengo polillas en el pañuelo sobre la cabeza...polillas que atraviesan mis manos tomando  las tuyas, polillas que vuelven amarillentas las fotos que nos tomamos tan solo en mi mente.
Miro a mi alrededor y todo resulta la imagen de la imagen de la imagen. La copia copiada cientos de veces, una tras otra, hasta hacerse cada vez más clara y desaparecer.
Y tu mirada se me hace de cartón también. Un cartón agujereado de temibles indiferencias, de sonrisas vacías, de un whatsapp lleno de emoticones lejanos, de brillantes colores que están llenos de gris, como una mascarada a mitad de la noche.
Y ya ni fuerzas para caminar quedan. Veo pasar la micro y casi ni sé cómo me dejo caer en ella, como quien cae por una ventana, como quien cae al precipicio de tu voz profunda y tus palabras llenas de significados académicos.
La micro siempre se convierte para mí en un paso por la vida, en fracciones de segundo que concentran todo. Pasan rápido y fugazmente los recuerdos junto a nosotros, mientras la micro detenida finge que avanza para llevarme a casa. Mi vida pasa a través de mis ojos en un segundo, como una pequeña muerte, como una asfixia simbólica, como un acontecer roto, como una caída libre...todo...todo, todo, todo en fracciones de segundo, todo en el recorrido de la 126. Fotografías instantáneas que se superponen unas a otras y que, al mismo tiempo, se van difuminando y desapareciendo progresivamente, cuando aparecen otros flashes.
Recuerdo que...Me he despertado durante la noche, con la boca seca, los pies congelados.
Me han quitado las sábanas de golpe y el camino se ha vuelto espantoso. ¿Con qué puedo cubrirme ahora de las dudas? ¿Con qué puedo cubrirme de las miradas? ¿Con qué puedo cubrirme frente a ti, cuando te vea, fingiendo que con tu amistad se conforma mi corazón? Y tu rostro está pegado sobre esa pantalla, la sonrisa brillante, la barba peinada, perfecta...¿Qué hay de real en todo esto? ¿Dónde están las venas tras este aparato? ¿Dónde corre la sangre tras esta foto de facebook? ¿Dónde respiras, dónde lloras tras esta pantalla, tras este perfil, tras esta nueva publicación?
Mirar la ventana de esta micro es como mirar un espejo hacia una profundidad dolorosa, acuosa como un lago congelado del momento en que dijiste no.
Tú has dicho que siga sonriendo. Has dicho que mi rostro se ilumina con esta sonrisa cargada de incertidumbre endurecida. Le pusiste me gusta a la foto de facebook, pero no me besaste cuando sonreí frente a ti. Compartiste la publicación de aquel libro que tanto me gustaba, pero cuando estuve frente a ti te parecieron estúpidas mis palabras salidas de sus páginas. Esas páginas tan llenas de vida, tan auténticas, tan reales...más que yo, más que tú mismo.
Me quito el pañuelo de la cabeza y disimulo la fragilidad de esta tela que he usado para proteger mi vulnerable existencia frente a los pasajeros de la 126. Cada uno de ellos, flotando en sus mundos dentro de sus mundos, nadando entremedio de sus propias fotografías...¿Quién entendería que tras mi mirada no hay solo cansancio? ¿Quién entendería que los mundos dentro de mis mundos se van derrumbando de adentro hacia afuera?
¿Recuerdas tú lo que viste en la micro camino a casa? Eran 2 horas de vuelta del trabajo a la casa, pero...¿qué imágenes viste? Quisiera que te vieras a través de mis ojos y comprendieras lo lejano que estás de mí, quisiera poder ver tus imágenes y no llorar sobre ellas...quisiera poder saludarte y hablar como antes, como si nada hubiera pasado, como si no se me hubiera ocurrido la idea de tratar de decirte que fuéramos más que amigos.
Pero sí, juzgo demasiado. Ninguno de nosotros ha sido inmune a querer desconectar la realidad un rato. Esa brutal, andrajosa y llena de ilusiones, que pretende ser certeza. Esa que es relativa, hasta que quiere ser dolorosa...porque sí, cuando la realidad es un golpe, una puñalada, ¿Cómo he de negar esta existencia ahora? ¿Cómo he de relativizar este dolor tan concreto?
Y yo...bueno, volví dentro de mí misma, como todos.
Apreté la tela morada del pañuelo entre mis manos. Y todo comenzó a dar vueltas sobre mí, la micro desaparecía bajo mis pies, los pasajeros, lo que podía ver desde la ventana...todo se iba perdiendo, desapareciendo el espacio a mi alrededor. Solo importaba mi mente, porque parecía ser el único lugar que permanecía, parecía ser lo único que no podía volver del todo virtual, parecía ocultar algún secreto que no sería compartido ni recibiría algún "me gusta", parecía tener la fotografía de un recuerdo de mi infancia que no fue fotografiado nunca...parecía que podía existir algo que guardara dentro de mí, algo que solo pudiese ser compartido de forma misteriosa y viva, sin darme cuenta siquiera.
Entonces, dentro del pañuelo creí advertir un pequeño universo que no había sido descubierto ni documentado jamás. Un universo con sus propias realidades, con sus propias ficciones y sus virtualidades extrañas...
He aquí que encuentro a un juez en este universo y agudizo mi vista.
Le dije al juez que no dejara caer su martillo, pero él no ha escuchado. Amor le dicen, pero es un tribunal de condenas.
Le digo que no fue mi culpa. ¿No ve que no supe cómo me ha empezado a crecer un árbol en medio del pecho?
Un árbol en medio del pecho con raíces como arterias, con sabia como sangre, con ramas que florecen en mis cabellos y mis ojos, con flores que fueron arrojadas como palabras...¿Qué he de hacer entonces?
¿Qué hago contigo, aquí insertado en mi mente? ¿Qué le digo al juez respecto a la idea de haber querido cambiar lo que fuimos desde el principio?
Ha sido mi culpa sí...pienso. Condénenme, pues. Condéneme, ya que he sido cobarde, ya que no he hablado antes, ya que no he dicho antes lo que sentía. Condéneme pues, por no ser mujer, sino árbol, por no tener carne, sino ramas... Yo solo digo que el árbol de mi pecho está ya formado.
Y yo no soy mujer, porque soy más árbol. Frente al espejo, un árbol. En la micro, un árbol. En las calles, un árbol que camina...las raíces se arrastran y duelen con el roce de lo nuevo, las ramas se sostienen en tu mirada, aun cuando la dirijas ahora a otra, otra que no es árbol, sino mujer.
Y entonces...¿Qué queda? ¿Dónde puedo dejar crecer una flor que haya salido de mí? Me siembro aquí nuevamente, al llegar a casa.
Veo mis libros. Veo mis hojas. Veo mis frases.
Yo te quiero. No lo he dicho, pero yo te quiero. Si soy un árbol, quisiera que una parte fuese mía y se sembrara aquí o donde yo quisiera sembrarla. Pero también quisiera que otra parte de mí, árbol, se convirtiera en libro, porque el libro es el único objeto con alma. Porque hay caminos que nunca estuvieron referidos en los mapas ni en los manuales, sino que eran transitados en silencio, cada noche, cada vez que alguien se cruzaba con el infortunio de recordar los detalles, de recordar tus ojos, tu voz profunda y suave...
Quisiera ser esa parte libro, un libro profundo, intenso, rico, interesante...y quizás solo así, tú me amarías, revisarías mis páginas, abrazarías (abrasarías) mis hojas, comprenderías mi existencia... quizás solo así ahora mismo podría estar entre tus brazos.


viernes, 26 de junio de 2015

Mar ficticio y el fuego que huye

Yo de pronto he caído sobre este sentido que no tiene nada de su nombre. Como Dante cayó al infierno, así caigo entre tus ojos, tu mirada me parte el núcleo más íntimo de mi existencia insignificante.
Me parece que camino en un desierto, lleno de preguntas, lleno de respuestas al azar, ninguna que calce, ninguna que llueva suavemente sobre mi interior y lo alivie de este fuego espantoso que lo consume.
Llegué hasta acá, hasta esta ciudad bulliciosa y torbellinezca, con la apariencia impertérrita, con la mirada grisácea y serena como un mar ficticio sin olas, cayendo de a poco, profundamente, pero con la sensación de calma, siempre calma, maldita calma. Tú miras mi rostro y piensas que nada diré, que soy sumisa, que estoy tranquila, pero yo ardo por dentro y nada puedo hacer para detener este incendio lleno de agujas intocables.
Me paseo por la casa que no es mía en la ciudad extraña, emigré y me fue pegada al cuerpo como un órgano muerto y falso, una mutación...una pieza inconexa... allá me ves, mirando los espejos del centro comercial con la mirada perdida.
Busco algo, no sé qué.
Quizás es que no me reconozco, aunque llevo siempre este abrigo café que me hace parecer, a veces un ave enferma; a veces, un ratón que se esconde en medio de la oscuridad. Bendita oscuridad, protectora de mi pecho en ruinas.
Y entonces...¿hay entonces?
Entonces, la ciudad refleja lo que yo tengo dentro, pero mi mirada sigue fija, sin expresión, sin alma, la máscara perfecta para un interior perturbador y lleno de grietas.
Una vez quise rogarte, quise suplicarte que me salvaras. Pero quizás también siempre estuve cómoda con  la idea de la oscuridad que lo corrompe todo, que lo destruye todo, que lo mata todo y se oculta, tan suave, tan tierna, tan misericordiosa al mismo tiempo. Su abrazo me atraganta y me llena de leche la boca. Leche cortada.
Esa indescifrable sensación de querer sufrir sin querer hacerlo, de ser clavada, maniatada, matada delante de todos y exhibida en la plaza pública. Te pedí, córtame y no quisiste hacerlo. Te pedí, golpéame y no lo has hecho. Te pedí, tómame las manos y arráncamelas, y no pudiste. Pero aún con todo ese no querer, no poder, no hacer...tú me mataste bien. Me cortaste bien, me golpeaste bien. Las heridas de mi cuerpo has enaltecido. Me elevaste al punto de la destrucción. Me extasiaste al punto de la asfixia.
Tiemblo entonces, como tiembla mi tierra. Pero yo no sé por qué he de temblar tanto. No sé por qué se me ha de inflamar tanto el corazón, hasta que alcanza las paredes que forman las costillas y me duele. Me duele mucho, porque quiere transformarse en instrumento de tortura ya.
Y has huido, yo lo sé, despavorida, despavorido, mirando atrás, pero sin volver. Me recordaste el sueño de mi infancia.
Y, sí. Y, no.
No. No. No.
No te lo impedí, porque sabía que tenías derecho a salvarte como yo he querido a veces, golpeando el espejo con rabia enferma, sin poder hacerlo trizas, porque una vez roto se vuelve a armar espantosamente, sin remedio, con su mirada siniestra y su sonrisa imborrable. Su contenido es líquido como lo es mi mente a veces, dándose vueltas por el mundo y volviendo innegablemente al lugar de nacimiento y de muerte. Llegará el día en que no viajará más la suave corriente, porque quizás se le sequen las dudas y todo se quede en silencio. No sé...duda, sostiene mi cuerpo, mientras me dejo acariciar por el aire a mi alrededor. 
Y pienso, pienso, pienso, jamás dejo de pensar en llamas, jamás dejo de sentir como algo se quiebra dentro de mí y sigue su curso, como si no doliera. ¿Cómo es que me paro frente a ustedes con la mirada lejana sin hacerme mil pedazos de tantas grietas sostenidas por años? No tengo idea. No tengo idea de por qué la desesperación no se ha atrevido a cruzar mi puerta simple y llanamente, prefiriendo siempre jugar a la rayuela, descubriéndose infantil, juguetona, graciosa, tierna, tanto que me dan ganas de abrazarla amorosamente y estrangularla mientras tanto.
Y yo, yo, yo, siempre soy yo tiritando de frío frente a los miedos de siempre. Siempre, siempre y nunca. Cayendo despacio en una caída libre de 0 kilómetros por segundo. A veces quisiera la muerte final, pero me defiendo por una estúpida tradición de años de sobrevivencia sin motivo. ¿De qué sirve sobrevivir? ¿Qué mérito tiene prolongar la vida que desea la muerte constantemente?
Y sí, no te detuve, es cierto. Mi culpa, mi pecado, mi responsabilidad, mi razón. Pero, a veces, en las noches te llamo, te grito en sueños, que vuelvas, que vuelvas, que me des otra oportunidad para decirte que te quiero, que te amo y que siempre ha sido así, que siempre lo será, que si mi rostro no lo grita, lo han gritado mis entrañas.
Que estoy encerrada hasta las raíces en esta apariencia de calma total, abrasándome en una jaula hermética, cerrada al vacío, incapaz de comprender el por qué, incapaz de hallar la cura. Una vida anciana llena de sentimientos ancianos, de miradas lejanas, de la sensación de haber vivido ya demasiado y quedarse sin tiempo, todo eso, oculto tras un rostro infantil y tonto, carente de vísceras, lleno de ángel con la certeza de saberse malvada o, al menos manchada, hasta el último hueso.
Pero es verdad. Tú lo sabes. Tú sabes que en realidad nuestra relación nunca existió. Que nunca te tuve. Que nunca fuiste mi hermano, mi profesor, mi amante, mi amigo, amiga, mi conocido cercano, mi pariente muerto.
No, tú lo sabes.
Sabes, cuando te llamo de noche, que nuestro afecto no existió, que yo una vez te soñé y te amé allí, pero que la ilusión no bastó para consolar mi falta de alma, mi falta de amigos, mi falta de relaciones ciertas. Todas ellas han estado en mi imaginario triste. Todos los fracasos se han plantado ante mí, chocando las narices, oliendo el miedo, tocando la carne desollada, lamiendo la sangre con placer y me han saludado con la mano, como desafiándome a que me atreva con nuevos intentos que no tienen nada de reales. Yo fracasé antes, es cierto, pero no lo intenté nuevamente más que en imaginarios colectivos, llenos de basura pseudo-poética.
Yo te amaba, pero ya no sé dónde estuviste, si fuiste un pasado lejano o solo te inventé para consolarme de mi soledad que se maquilla de rostros.
Porque yo camino entre las calles, atravieso las puertas, me aviento contra ventanas, fumo en los patios, discuto en las asambleas de la facultades y a nada pertenezco en realidad. Les hablo, les abrazo, les beso, les toco, pero no puedo llegar a sus almas. Me siento colmada, rebosada de vacío. Me siento ascética, pero sucia hasta la médula.
Una vez fui madre de un hijo que murió pronto y lo despedí tiernamente con una canción de cuna antes de cerrar los ojos. Pero luego pensé que quizás lo había visto en un programa de televisión antiguo.
Una vez fui hija y me comporté mal con mis padres. Fui rebelde, fumé, bebí, me drogué. Abandoné 4 carreras, tiré por la borda los ahorros, escupí en su cara sus palabras amorosas y me fui una noche de julio, sin dejar cartas, sin dar abrazos. Y después morí sola, con la certeza de que ellos aún me buscaban tristes, destrozados, sin comprender el por qué de mi maldad hacia ellos. Pero luego pensé que quizás lo imaginé una tarde en que estaba aburrida y nunca tuve padres, fui huérfana desde un inicio.
Una vez me hice monja y dejé que Dios se me colara por los ojos, por la nariz, por las orejas. Penetró la médula misma de mi columna vertebral, inundó de luz los espacios. Pero también se hizo pedazos el cielo de mi capilla. Porque...allí, en el altar, estaba la certeza lujuriosa de que quería ver el mundo, saborear los libros prohibidos, besar las bocas llenas de palabras pecaminosas como manjares. Porque allí...allí estaba yo, preguntándome si Dorian Gray habría pensado lo mismo, mirando mi rostro lozano y preguntándome si acaso el rostro es ese mismo, mismo, mismo y extraño, mientras que por dentro está la podredumbre echando raíces y subiendo como enredadera a través de mis músculos.
Pero, quizás no lo he vivido y solo fue una leyenda urbana que me contaron mis abuelos.
Quizás nunca nada he vivido. Quizás estuve conectada a una pantalla de deseos, llenándome de espasmos, llenándome de bellezas inflamables, llenándome de experiencias que nunca me dejaron tener, porque debía ser útil para otras cosas. Un recipiente de la vida, que ha sido colmado con burbujas.
Quizás... fui yo, pariéndome a mí misma y luego, abortándome siempre.
Una vez pensé que te amaba, pero luego se me ocurrió que todo es ficticio en esta vida o que me he mentido tanto para no caerme a pedazos y poder permanecer en pie, que ya no sé distinguir la fantasía de la realidad.
Y ardo, ardo, pero no sé cómo este fuego sobrevive si mientras tanto se me congelan las manos y tiemblo de frío. Me siento el fénix cubierto de una capa de hielo, que no se amedrenta por el fuego intenso que palmotea en su interior. Un hielo eterno como los glaciares.
Ellos me miran, no dicen nada. También se miran entre ellos. ¿Será que creen que he perdido la razón?
Probablemente, o quizás tampoco existió eso. ¿Qué es la razón? ¿Qué es estar parado aquí ahora, mirando hacia arriba la infinitud celeste y su silencio que se ríe de nosotros? ¿Qué es amarte, qué es tocarte, qué es alcanzarte mientras te lanzas de esa casa hacia abajo y yo te miro, cabizbajo, cabizbaja, sin poderte responder? Dime tú, que pareces más seguro, ¿soy hombre o mujer?
Temí que un día te acercaras a mí y me dijeras que en realidad todo esto ha pasado. Que no fue quimera, que no fue invención mía, que no fue que te viera distante pasar todos los días, sino que vivimos juntos, tuvimos una historia juntos, paseamos juntos por las veredas llenas de incertidumbre, llenas de rutina, llenas de odio hacia la humanidad.
Temía que me dijeras que, de verdad, de verdad, estuve ahí cuando te marchaste. Cuando me dijiste que no había nada que hacer, que lo nuestro estaba muerto, que lo nuestro había expirado como si las relaciones, el alma, el corazón o lo que sea, fuera realmente desechable. Temía que entonces yo supiera que no fui tras de ti, que no me abalancé sobre tus piernas y te supliqué que te quedaras.
Porque entonces...¿Cómo sigo aquí? ¿Cómo puedo seguir avanzando ante la brutal certeza de que no tuve el valor para correr a tus brazos, por última vez?
Pero qué va. Qué inútil es todo.
Te despedí con la mano en el paradero de micro. Como siempre, tenías esa mirada calma, fría, tranquila...llevabas un abrigo café, llevabas encima un rostro infantil...lozano...
Me extrañé un poco. ¿En serio? ¿Qué es lo que estoy viendo ahora?
Creí ver mis ojos apareciendo de a poco en tu cara, mi boca ensayando una sonrisa cínica, mi frente, mi cabello despeinado y suelto. Dorian Gray se ríe en mis oídos, pero lo espanto como a una mosca. Se me hiela la sangre por el terror.
No puede ser.
Te ríes por fin, cruel. Y yo caigo espantada. No puedo creer que haya sido cierto, no puedo creer que te hayas llevado hasta mi ser contigo, dejándome aquí. No puede ser.
Un rictus de pánico se dibuja ahora en mi rostro blanquecino, que se va difuminando. Palpo mis facciones y no las encuentro. ¿Dónde están mis cabellos? Se los ha llevado el viento.
Siento el crujido final. Las piernas comienzan a temblar y gradualmente, van desmembrándose. Un estruendo de vidrios rotos les sigue. Mi dorso se equilibra en el espectro del aire, de la mirada de todos, en el auto que pasa y susurra sonetos.
Yo te tuve, sí. Pero no más de lo que tú me has tenido.
¿Y ahora qué hacer?
De a poco me trizo, me agujereo, la oscuridad atraviesa mis grietas y cual bomba, me revienta hasta el más íntimo de los secretos.
Qué vulgar desaparecer en un paradero de micro, me digo. Qué vulgar hablarte de amor a ti.
Dios mío, ¡por qué! ¿Que acaso a nadie le conmueve el estruendo de mis huesos haciéndose añicos contra el pavimento? ¿Que acaso los autos no se detendrán y seguirán pasando encima de mis restos, aferrados al último aliento, sin uñas, sin dientes, sin sangre? ¿Que acaso nadie dirá una oración por mí, una palabra afectuosa, un testimonio de mi paso por el mundo? 
Mi rostro calmo. Sí, lo último. El fuego se ha diseminado, ha ido a incendiarse eternamente a otro lugar. Solo mi boca queda para decir algo, fervorosa: ¡yo te quise, hija de puta, hijo de puta! Yo nací de la misma sangre de tus mismas entrañas, nos une el cordón umbilical de la identidad, nos une la placenta de los recuerdos, la memoria, nos une el adn entretejido de cortejos fúnebres, nos une la misma silueta, la misma figura, el mismo rostro tonto e infantil. ¿Me dejas aquí para irte dónde? ¿Qué quieres buscar? ¿Qué quieres demostrar cambiando tanto?
Pero sí, ahora me río. Brutalmente, he cambiado de escenario, en la micro me siento solemne, dispuesta a saborear el rito. A esa, a esa pobre parte de mí la he despedido y nuestra relación negaré si me lo preguntan. Porque las yo que he matado, el amor que se ha ido con ellas, se pierde conmigo y poco a poco, aparece una cáscara, sin pulpa, vacía. Quedará entonces un día, una foto, una conversación simple, un despojo de cuerpo de mí y todas esas yo superpuestas en algún momento, abandonadas en otro y consumidas de la manera más cruel posible, vendrán a buscarme a este infierno, donde vivimos todos los que nos vamos quedando sin aliento. La resignación, la rutina, la vida misma nos abate las moradas. Yo debo volver a trabajar ahora, yo debo volver a estudiar, a ser productiva... de las otras, nada. A veces las recuerdo, cuando susurra el viento algún lamento, pero aquí sigo, como la ceniza disuelta en el agua, como el recado perdido, como el edificio que se derrumba y nunca es reconstruido, como la casa olvidada de las yo antiguas.
La brizna de polvo se ha petrificado en la palma de mi mano. No hay tiempo, no hay lugar, no hay tierra, ni tampoco hay mar. Las olas se mecen o detenidas están, tampoco había cuerpo, ni rostro, ni mirada. Solo duda.
Mátame ahora, entonces, bórrame, desgárrame... muérdeme ahora y que no quede nada. Los restos, tíraselos a los perros.



martes, 23 de junio de 2015

El hombre que marchaba

Con la boca rota, ha caído el hombre que marchaba,
de su voz se escucha, una especie de lucha olvidada,
quién sabe dónde ha estado, quién sabe dónde ha ido,
solo se sabe que ahora, yace allí herido.
Yo tenía la mirada lejana,
perdidas las razones de todo camino,
pero siempre me había sentado,
en el borde de esa calle entonando un silbido.
Y yo vi cómo caía, yo vi cómo miraba
y me pregunté si acaso había alguna cosa que ignoraba.
A veces salí a la calle a entonar algún himno,
pero es verdad y ha sido cierto, que yo he tenido un mejor destino.
Allí yo me fumaba un cigarro y escuchaba en silencio los himnos,
pensando qué sucede con nosotros, hasta dónde crueles hemos sido.
El hombre que marchaba, con la boca rota a piedrazos,
gritando al gobierno que estaba cansado
de vivir de sus pedazos.
El hombre que caminaba, con la boca rota a cuchillazos,
un poco de indiferencia, un poco de comentario malintencionado,
o quedarse allí, cómodamente sentado,
mientras afuera llueve, truena, relampaguea
y nos cae el agua sobre las cabezas,
y nos cae y nos cae, y nos destroza la carne,
y nos destroza los huesos,
y nos arranca el pelo,
nos martillea los sesos.
La lluvia es un ácido de argumentos vacíos,
de pasar la mano y enterrar el cuchillo.
Un día, creí ver entre sombras,
que tenía la mano ensangrentada y húmeda,
cayendo de mí se veían unos pañuelos,
espesos y densos como la noche,
había voces a mi alrededor que gritaban y gritaban,
y entre ellas estaba la mía,
pero si miraba más allá veía caras de cera,
mirándonos de lejos, pero sin cambiar su expresión.
¿Es que están sordos? me dijo un niño que caminaba a mi lado,
tomado de la mano de su madre,
y no supe contestarle bien.
Pensé que podría haberle dicho muchas cosas,
pero tenía un nudo en la garganta que no me dejaba ni explicarme las cosas a mí misma.
Allá lejos se ven los hombres verdes,
protegidas sus almas de alguna cosa llamada humana,
pero no dicen nada tampoco,
están al acecho esperando que caigamos
para destrozarnos algo que no es físico,
pero que solo tocan desde nuestros cuerpos.
No sé si esté en ellos mismos el querer destrozarnos
o si solo están cegados por algo que los ahoga también.
Me pregunto que habrá en sus mentes
cuando levantan la mano contra otro,
o si latirá su corazón con la misma furia que el nuestro al escapar,
o si tendrán sangre sus venas,
o si querrán leer libros alguna noche para sus hijos que quizás también quieran marchar mañana.
No sé.
Me siento frente a esta caja donde se acumulan las imágenes de nuestra sociedad
y todo parece volverse turbio, cada vez más turbio.
Miro el cielo.
Con la boca rota, ha caído el hombre que marchaba, al suelo.
Al suelo la vida, al suelo la muerte,
al suelo, el deseo, el sueño,
el beso de quererte;
al suelo, consignas,
al suelo, llamados,
al suelo, tristezas de luchas y argumentos nunca ganados.
Al suelo, yo, al suelo tú.
No sé qué pensábamos,
quizás lo hicimos mal,
quizás no supimos qué camino tomar,
pero es verdad...queríamos salvar,
las historias, los besos, los libros
que ellos nos quieren ocultar.
Bajo la cabeza.
El hombre que marchaba yace inerte.
Y entonces, todo se ha quedado en silencio.
La oscuridad se ciñe frente a mí.
¿Qué queda amigo, qué queda por decir?
Él está muerto ya, pero su boca aún habla,
su boca se levanta,
se transforma en pájaro, se transforma en mariposa
y entonces yo miro y veo su hazaña,
porque las ideas no mueren y ni el tiempo las engaña.
El hombre que marchaba,
ahora marcho yo,
ahora somos todos y nunca dejamos de serlo,
porque él era nosotros,
desde un principio y hasta un final,
nuestra alma era una y recorría la tierra, el cielo y el mar.
La historia, la memoria y nuestro lugar...





Tu boca

Acá, que las hojas van cayendo a nuestro alrededor y no sabemos de dónde vienen.
Yo miré tu boca, miré tu boca, miré tu boca.
Yo miré tu boca y me he dejado caer.
El edificio es como un cuerpo vacío. De él brotan pasos ahogados en un mar de dudas.
Nos miramos de reojo, sabemos qué estamos haciendo. Sabemos a dónde queremos llegar.
El piano suena a nuestro paso clavando sus teclas en nuestras costillas.
Yo miré tu boca, miré tu boca, miré tu boca.
Yo miré tu boca y fui cayendo como un ave enjaulada que es lanzada del edificio.
Pero siempre sonreí ante tus preguntas afiladas.
Las hojas van cayendo dentro de mis ojos, pero no lo notas.
¿No ves dónde estamos parados?
Creí percibir que el suelo se hacía añicos y nuestros pies no tenían dónde ir.
Debo decir, tenía 8 años...
Debo decir, 8 años es mucho y nada de tiempo.
El juego de ingenio se para frente a mi cama con sus ojos siniestros. Tengo miedo.
Yo miré tu boca, miré tu boca, miré tu boca.
Se me cayeron las razones y quise recogerlas, pero no queda ya esperanza de conseguir algo.
8 años es demasiada juventud para un juego de ingenio siniestro sobre la cama.
Esto es un juego. Si pierdes, haremos la danza de la muerte sobre nuestras cabezas.
Y ya no vi tu boca. No vi tu boca, no vi tu boca.
Estaba demasiado preocupada tratando de que su otra boca no cayera sobre mí en mis pesadillas.
Temo que los secretos salgan huyendo espantados ahora.
Temo que la mano sobre la rodilla de la inocencia me haga caer una vez más.
Pero tú...pero tú...¿permaneces a mi lado ahora? ¿Ves cómo caen las hojas a nuestro alrededor, aunque no sepamos de dónde hemos venido hasta aquí?
Tenía miedo, pero la voz no me sale ahora.
Miré tu boca y deseé que fuese esta boca la boca antigua, que fuese esta boca la que caía sobre mí cuando los 8 años se alzaban sobre la tela real de lo que no se cuenta.
Pero no. Tú no digas lo que hemos dicho.
La oscuridad nos ocultará y nos hará estrellas de noche, lo suficientemente sólidas como para brillar en el mundo.
Lo suficientemente sólidas como para no desvanecerse en lágrimas calladas.
Miro tu boca, miro tu boca.
Pero no deseo besarla, aunque deseo besarla.
No deseo besarla, porque las sombras se van alzando a mi alrededor y temo caer más abajo de la tierra misma.
Temo que un día me despidas con la mano, diciéndome que he muerto. Que he muerto y que los recuerdos no me dejaron antes que yo a ellos.
Pero entonces...¿ves cómo se caen las hojas desde el techo hacia arriba? Parecen burbujas, te digo. Y tú sonríes. La verdad es que los muertos son los que caminan, no tengas miedo, me dices, que son los muertos los que abordan las micros, los que comen y duermen, los que miran tu boca, son los muertos los que se paran frente a mí con sus ojos llorosos. Los vivos están allá, en sus tumbas, descansando en paz, mientras nuestras palabras los sostienen, mientras nuestras frases les dan aliento.
Y yo veo tu boca, quisiera besarte, pero la muerte me lo impide. Estás lleno de gusanos, estás lleno de tierra.

domingo, 7 de junio de 2015

Hojas en el cabello

-Ella era muy bonita ¿sabe? ¿La conoce? Vivía en una casa, rodeada de árboles y llevaba siempre el cabello despeinado y lleno de hojas...o de algo que caía de los árboles, una pelucilla o algo así...era bella y obstinada. Tenía algo...no sé...¿Cuál es la palabra? Como...mmm...como...esto de...- se tocó la frente como si tratara de que la palabra brotara desde allí y él pudiera sacarla y ponerla sobre su lengua como una flor.-¡maldita sea, ni siquiera la palabra correcta! Ayúdeme, usted, ¿Cómo es que se llama cuando un vaso se cae al suelo?
-Ehh...¿te refieres quizás a que se quiebra el vaso?- dijo ella, un poco confundida.
-¡Sí! ¡Eso! Como un vaso, exactamente. Estaba quebrada...de pies a cabeza y era muy evidente. Claro que...nunca se lo dije...Había tanta fuerza en su rostro y en todos sus modales, que casi me lo habría creído de no ser por la mirada que ponía apenas alguien reconocía algo bueno en ella. Cualquier virtud, cualquier halago desencadenaba esa mirada tan penetrante, tan dolorosa...me partía el corazón verla así, incluso antes de llegar a amarla. Cuando sentía dolor era el único momento en que podía ser sincera. Pero era tan buena actriz y lo había hecho tanto tiempo que...supongo que sentía más dolor del que mostraba y en muchas más ocasiones de las que yo pude notar. Siempre me pregunté cómo podía resistirlo. Ella parecía estar en la cuerda floja...parecía que en cualquier momento iba a colapsar...pero, extrañamente, la vi tan solo una vez quebrarse. O quizás más...pero no recuerdo si...no sé...Bueno, si no una, pocas veces. Y aún así...estoy seguro de que no lloraba por ella en esa ocasión, sino que porque no había podido cambiar una situación injusta.
-¿Crees que ella habrá venido a verte en el último tiempo?- dijo ella.
-Nunca la vi por acá. - suspiró y miró hacia el exterior, mientras la suave luz se colaba por la ventana.- Quisiera saber dónde está...Sé que peleamos, pero no recuerdo por qué.
-¿Cómo se llamaba?- preguntó otra vez la mujer.
Elías guardó silencio. Pareció esforzarse en recordar. Una expresión de frustración inundó su rostro poco a poco y se mostró abatido.
-No puedo recordar su nombre...¿es ridículo no? A veces sueño con ella, pero...no sé quién es. Quizás la amé y no debía. O quizás murió. O quizás...¿cree ud. que quizás anduvo por ahí pensando que me encontraría y la dejé plantada? - su mirada comenzó a perderse poco a poco.- Quizás solo la he soñado. Parece que la veo entre brumas.
Un silencio de minutos pareció separarlo un poco de su interlocutora. Indagó hacia afuera con su mirada, pero el hospital le molestaba un poco, para él era un lugar demasiado horrible como para centrarse en mirar afuera. Solo había concreto y, los ojos verdes de Elías, siempre buscaban un semejante. Necesitaba árboles, campo, pasto...incluso la tierra pelada le habría parecido más bella que ese monstruoso blanco y gris. Ella sonrió apenada. Le tomó la mano dulcemente y buscó su mirada.
-Ella te ama, Elías. Donde sea que esté, ella piensa en ti. Quizás también está perdida, buscándolos a ambos entre un montón de niebla.
Elías sonrió.
-¿Comprendes?- dijo ella melodiosamente.
-Qué linda voz.- dijo -Me resulta familiar, no sé por qué.-de pronto,mirándola un poco más, se sintió avergonzado. Aclaró su garganta.- Disculpa, te parecerá tonto lo que te diré, pero...¿qué haces aquí?
-Estábamos hablando. -dijo sorprendida.
-¿De qué?- preguntó él intrigado.
-Te decía que quizás ella también te andaba buscando.- contestó, apagadamente, como si fuera perdiendo energía a la velocidad de la luz.
-¿Ella, quién?- dijo él, desorientado.
La mujer cerró los ojos y los apretó. Estaba cansada. Tratar de sostener una conversación en esas circunstancias era difícil. Abrió los ojos y respiró hondo.
-Una mujer con el pelo despeinado y que casi siempre lo llevaba lleno de hojas...o pelucilla que caía de los árboles.
-¡Ah, sí! ¿Te hablé de ella? Era hermosa. Vivía en una casa rodeada de árboles.
-Sí, hace poco hablábamos de ella.- dijo lacónica.
-¿Y tú quién eres? ¿La conoces?- preguntó él.
-La conocía.- contestó.-Soy pariente suya, pero...hace tiempo que no la veo.
-¿En serio? Bueno sí...te pareces un poco a ella, pero...- la observó detenidamente, aunque sin dejar de sonreír cortésmente.- No, no. No te pareces tanto a ella. De hecho, creo que...no sé si eres su pariente.
-¿Por qué lo dices?- contestó la mujer, sin poder ocultar el temblor de su voz.
Elías la miró con el ceño fruncido, desconfiado. Pareció enojosa e insistentemente buscar algo, indagar, suspicaz, cada detalle con urgencia.
-No...-dijo lentamente, cabizbajo.- ¿A qué has venido? No te pareces a ella.
-¿Estás seguro?- dijo suplicante- Mírame bien.
-¡Tú no eres ella!- dijo molesto.- ¿Por qué vienes a jugar con mi mente? ¿No tienes compasión? Luces demasiado elegante y cuidada. Ascética. Ella tenía hojas en el cabello y un aspecto algo descuidado. No me malinterpretes, ella tenía una elegancia natural, pero te daba la sensación de algo indómito, no preparado. ¡Mírate! Tú usas traje y te cepillas el cabello, tus ojos son extraños...pareces calmada, pero...no sé...apostaría a que tramas algo. Ella tenía unos ojos que no sé...la mirabas y parecía que se estaba quemando por dentro.
-Es que...- dijo con un nudo en la garganta.
-¿Es que qué?- dijo él.
-Es que yo no dije que fuera ella.
-¿Qué dijo exactamente?- preguntó él, dudoso.
-Dije que...
-¿Quién es usted?- preguntó de nuevo. Ahora su mirada estaba perdida, como buscando algo en la habitación.- ¿Me lastimé? ¿Por qué estoy en el hospital?
-Por favor...- dijo ella, un tanto desesperada, sin poder ocultar ahora su perturbación ante todo lo sucedido hace pocos minutos.- Háblame más de la mujer del cabello con hojas. ¡Necesito encontrarla! Por favor...- sus ojos titilaban como estrellas corrientes a punto de convertirse en estrellas fugaces.
-La mujer del cabello con hojas...¿le hablé de eso? Sí, a veces hablo de ella. No sé quién es. Solo sé que la extraño mucho. A veces sueño con ella, y veo que mueve sus labios, llamándome y diciendo otras cosas, pero nunca logro escucharlas bien. Mi cabeza está como nublada ¿sabe? ¿Me golpeé la cabeza?
Ella suspiró. Negó con la cabeza, manteniendo sus ojos muy abiertos. Suspiró. El nudo en la garganta se hacía pesado, igual que si comenzara a cargarlo con todo el cuerpo y la mente.
Un ancla, eso era. La dolorosa ancla de la realidad.
Se levantó suavemente, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Tomó sus cosas.
-Disculpa, ya debo irme.
-Bueno...hasta luego.- dijo Elías, un tanto sorprendido, con esa sonrisa tan agradable que solía mostrar.
Ella caminó un poco, pero se volteó antes de atravesar el umbral de la puerta.
-Cuídate ¿bueno?- dijo cariñosamente.
Elías asintió risueño. Le pareció divertido que esa mujer con la que hablaba hace tan poco le hiciera una recomendación tan cercana. Era extraño.
Un hombre fornido entró en la habitación y miró a la mujer con cara de enojada sorpresa.
-¿Qué demonios haces aquí?- le dijo.
-Ya me voy.- dijo la mujer, mirándolo apenadamente y saliendo de súbito de la habitación, casi corriendo.
-Oye, ¡espera! ¡Espera!- gritó el hombre, pero ella no se volteó.

La mujer caminó apresuradamente a través de los pasillos del hospital. Se llamaba Emilia. Era una mujer bajita, delgada, de cabello castaño. Realmente no tenía nada de especial. Tenía una belleza común, digamos normativa. Esa belleza que se puede repartir un poco equitativamente dentro de las personas. Ni muy bella, ni muy fea. 
Ojos café. Siempre parecía que ocultaban algo. Y era cierto.
En una esquina, ella dobló por otro pasillo y llegó a una salida que tenía el hospital hacia una especie de jardín con árboles y flores. Era la zona condicionada para los fumadores o para los amantes del verde. Estaba un poco oculta y el camino hacia ella parecía un laberinto en el hospital, así es que pocos la encontraban y casi siempre había poca gente.
Estaba vestida tan elegantemente, que lo más esperable era que se sentara con sus pantalones grises de tela en una de las sillas puestas allí. Pero no lo hizo.
Avanzó un poco y se sentó en el pasto, sin consideración hacia el traje perfectamente planchado y ordenado.
Se desamarró el cabello con decisión y seriedad. 
Miró por un momento a su alrededor. Habían otras personas, pero nunca hubieran puesto atención en ella. A simple vista ella era insignificante. Y tan simple como agua. 
Pareció tranquilizarle la idea de que estuviera sola en ese sentido. 
Se despeinó con energía. Sacudió su cabello brutalmente. Se recostó en el pasto, recogió algunas hojas caídas a su alrededor y se las fue colocando lentamente en el cabello. Miró el cielo un momento, en silencio, solemnemente. Toda su vida se concentró en ese celeste intenso, suave, impenetrable, que escapaba de sus ojos como escapaba la mente de Elías de su corazón.
Solo entonces pudo llorar de verdad.

martes, 12 de mayo de 2015

Señora Muerte

He aquí la muerte, presente como un ladrillo de concreto, pero jamás asible, jamás delimitable. Aquí viene con su manto imponente y suave, pero brutal a la vez, pero doloroso, áspero. Siempre real, siempre ficticio, pasando por todas partes invisible, visibilizándose de golpe. Y tú, que la has llamado tantas veces entre llanto y dolor, que la has llamado como a una amiga entremedio de la oscuridad de tu cama, ¿por qué retrocedes ahora asustado? ¿Por qué le pides un poco más de tiempo, un poco más de vida, para seguir llamándola y clamándola incesantemente cuando se te retuerzan de nuevo las entrañas?

jueves, 23 de abril de 2015

La caída imaginaria

Un día me encontrarás caminando con la incerteza rotunda, esperando que las preguntas emerjan del suelo, como soldados, no uniformados, que esperan la justicia de años de sangre sin humanidad. Años de tortura, años de silencio cómplice de lo más horrendo, ellos sobrevuelan a mi paso igual que buitres, mientras ante mí se alzan corpóreos los crímenes, se acumulan en la garganta y se hacen nudo hasta asfixiarnos de noche, hasta dolernos tanto que no queda más que una fuga impune y rabiosa, la lágrima secreta, la lágrima que solo conoce la almohada, la lágrima oscura, sin esperanza, sin alma, sin atisbo de cobijo.
Creo que ninguno de nosotros estaba listo para vivir y que ni en toda la vida, ni en todos los años que llevemos y terminemos intentándolo, estaremos listos.
¿Qué hago aquí?
¿Qué hago aquí?
Hospital limpio y ordenado, blanco como una sábana nueva, con olor a vacío, con sentido de muerte y vida, un pasillo blanco que cruzo como si caminara por el túnel.
Sábana blanca, cubriendo la cara. Sábana blanca cubriendo la infancia, sábana blanca cubriendo la vejez. ¿Quién nos cuidará de noche?
¿Quién nos cuidará mientras caminamos entremedio de nuestras mentes? ¿Quién nos cuidará cuando la fulminante mirada nos atraviese de pies a cabeza y nos deje leyendo poemas de amor?
¿Qué tengo? ¿Qué tengo, señorita enfermera?
Click. Click. Click. Signos vitales, examen de sangre, suero con etiqueta amarilla a las 3 am.
¿Qué tengo, doctor? ¿Qué tengo? ¿¡Qué tengo!? 
Oiga, maldita sea, soy yo quien está en esta camilla, respóndame, por favor.
Y la ventana se hace trizas mientras la miro y me revela que nada de lo que toco es cierto, nada de lo que palpo está aquí, nada de lo que amo tiene sentido, nada de lo que he sacrificado me será devuelto por un ideal. O quizás sí, no sé. O quizás solo tengo la esperanza ingenua de que así sea.
Pero ya, no preguntes más. Cállate, cállate, cállate.
El umbral ha sido traspasado hasta el cansancio. Algunos dicen haber salido de allí victoriosos y a salvo, pero mienten. Todos nosotros hemos entregado algo secreto que jamás es mencionado, por miedo, por orgullo o simple resignación.
Y subo las escaleras entremedio de las dudas, tambaleándome, esquivándolas lo más posible, tratando de no tocarlas, para no caer. Tratando de no tropezar con mis propios significados y lo frágiles que son, tratando de no enfriar los pasos hasta que se hagan inútiles.
De pronto me percato que se me van cayendo los trozos de yo, ¿era esa una parte de mi rostro? ¿era ese un trozo de frase que te dije un día por una red virtual?
Creí ver que a cada escalón que subí, un yo caía, y mi ser, formado de pequeños trozos de vida superpuestos, iba perdiendo porte y altura, iba perdiendo sustancia. Yo me iba transformando en un artefacto monstruoso hecho con partes de chatarra nauseabunda. 
El hedor que salía de mis pensamientos y sentimientos me iba envolviendo y mataba todo a mi paso. Buscaba entremedio de las multitudes un algo, un atisbo diferente de mi ser, pero todos eran indiferentes al cuestionamiento, a la complejidad de las cosas que está oculta, más allá de lo fácil y bonito que venden en los comerciales.
Veo hacia abajo y es cierto, allí está ese yo que se veía tan reluciente ayer, retorciéndose en el piso y cayendo más abajo de la tierra misma.
La escalera se ha volteado y acaso nunca estuve subiendo las escaleras, sino que siempre estuve subiendo hacia abajo, cada vez más hacia abajo.
Un yo disgregado me mira, ahora no desde el suelo, sino desde arriba, trozos de mí que gritan justicia o que reclaman al olvido el hecho de que sus amores no duraran.
El pasillo blanco y las estrelladas lámparas que pasan a años luz sobre mi cabeza, saetas de fuego, agujereando mis últimos segundos de vida. La camilla camina rápido entremedio de sus rostros profesionales desdibujados.
Mis manos amarradas a la camilla, ni siquiera tienen fuerzas para resistirse.
Operación de emergencia, dicen. Envenenamiento de la sangre, dicen. Riesgo de muerte.
Pero sus voces se desdibujan ante mí y el techo con sus lámparas como saetas de fuego, se hacen tan interesantes, se hacen tan reales, ¿qué importo yo en todo este juego de sombras? ¿qué importaba mi caminar errante en la universidad si nunca supe que estaba haciendo en esta vida?
Y digo esta vida como si hubiera otras, pero quién sabe.
Dejarse ir.
Dejarse ir.
El umbral está transparentándose y jugando a las escondidas conmigo. Sabio dolor, vendrás por mí de noche y me abrazarás cálidamente. Tengo la certeza de que me has amado más que a ningún otro. Tengo la certeza de que tu indiferencia al encontrarme en los corredores de la universidad es solo el reflejo de que me extrañas.
Quiero creerlo así, pero qué va, bailemos un rato, finjamos que la vida fue hecha a nuestra medida alguna vez. Creamos que lo que nos dijeron era seguro, creamos que la vida tenía sus credibilidades y neutralidades, creamos en la objetividad, creamos en tu mano sobre la mía y en que nada había que nos matara el amor.
Camilla, o estrella fugaz. Quizás soy un astro a la velocidad de la luz. Un sol que se apaga, un sol que abre los brazos, entregado, antes de explotar.
Madre, el pasillo es frío y tengo miedo. Madre, tápame, cúbreme, cuéntame las historias de la niñez, déjame jugar hasta las nueve, sírveme la leche tibia con dos galletas de chocolate.
El umbral es como una boca y tiene sed. Me afirmo del color blanco y trato de no ser succionada.
Padre, el pasillo es solitario, tan solitario que hace estremecer mis entrañas. Y los tubos me entran por la nariz y la garganta. Mis venas se convierten en casa. Mi sangre cubre las sábanas.
Y tengo ganas de llorar, porque la sábana ya no es blanca y porque la niñez no existía y porque a caperucita realmente se la comió el lobo para siempre.
¿Cuál es mi pecado? ¿Cuál fue el error tan grande que cometí que me volviste la espalda con tanta crueldad?
Ohh madre, protégeme de los fantasmas de la memoria. Ohh padre, cobíjame en tus brazos. Tápenme de noche con las sábanas de blanco y el espanta-cuco, protéjanme de la sombra sobre mi cama, protéjanme de su aliento estremecedor sobre mi cuerpo, protéjanme de la caída imaginaria.
Pero basta, basta , basta. 
Yo solo creía que tenía padres, yo solo creía que ellos me protegerían, cuidarían y amarían.
Pero qué va, ustedes siempre fueron como yo, siempre fueron otros hijos, otros huérfanos, tirados desnudos en medio del mundo a que se las arreglaran solos. Y nunca estuvieron ahí realmente, siempre con sus rostros impávidos y secos, y mis brazos extendidos y suplicantes que jamás encontraron una respuesta.
Mis huesos están rotos, mi humanidad extinta. Las certezas nada tienen de certezas. Los suelos, los pisos, las raíces se desvanecen de golpe cuando intento tocarlas.
¿Qué es esto? ¿Qué es esto?
Cuenta hasta siete, dice el médico, la anestesia surtirá efecto antes de que te des cuenta.
Uno...
Y ya no sentirás más dolor.
Dos...
Te curaremos.
Tres...
Llamamos a tu familia, vienen en camino.
Cuatro...No pude despedirme de ellos, doctor...
No te preocupes, todo saldrá bien.
Cinco...
Los... verás... cuando... vuelvas...
El doctor se aleja. El umbral se dilata como un pozo de agua azul.
Y caigo. Caigo, caigo. Caigo hacia dentro, caigo hacia arriba, los brazos extendidos como el Cristo, la vida entregada sin resistencia.
Yo amé demasiado.
Yo caminé demasiado.
Yo busqué demasiado, cuestioné demasiado, Me equivoqué demasiado.
¿Pero...cuál es mi pecado? ¿Por qué me condenas así? ¿Por qué me condeno así?
Sigo cayendo con el cuerpo hecho pluma y a mis brazos se van ciñendo oscuros momentos, oscuros recuerdos. Sombra junto a mi cama, el llanto de las lágrimas que no cayeron, las culpas de los crímenes no cometidos.
¿Es esto la muerte? ¿El destino final?
Esta caída se siente como un largo y profundo suspiro. Se siente como un flashback. Se siente como un libro bajo la almohada.
Atravieso la oscura barrera que separa este mundo de otra cosa que es indefinible.
¿Dónde estamos exactamente todo el tiempo? ¿En qué lugar residen nuestras mentes cuando no están concentradas en algo particular?
El tumor se ha reventado dentro de mí, puedo verme, puedo ver la sangre sobre la camilla, puedo ver la sangre corriendo a través de la habitación y cubriendo la sombra, el electrocardiógrafo juega a cansarse, y la caída se hace más lenta, floto en el espacio, floto en un líquido viscoso y asqueroso llamado humanidad.
Perdí algo, creo.
Perdí algo importante.
¿Tenía que ser así esta muerte o era igual que las otras muertes diarias?
Nunca viajé por Chile. Nunca adopté un gato. Nunca le robé un beso a mi amor platónico. Nunca le planté una cachetada al acosador de la micro, nunca rompí una foto, nunca maté al espejo y le dije que lo odiaba.
Pip...pip...pip...
Alicia cayendo a la madriguera del conejo.
Pip...
El reloj toma cuerpo y tiene más humanidad que uno.
Pip...
El umbral palpita y mi sangre se vuelve transparente.
Pip...pip...
Creo que le encontré en un paradero de micro, agazapado, hablando historias, hablando palabras que envolvían cuerpos.
Pip...pip...pip...
Madre, padre...si hubiéramos cambiado las cosas antes...
Madre, padre...si no hubiera tenido siempre tanto miedo...
Madre, padre...
Madre, padre...protéjanme de la caída imaginaria. Protéjanme de la sombra junto a mi cama, respirando sobre mi cuerpo, retorciendo mi pánico frente a mis entrañas, agujereando mi memoria.
Un día me encontraste caminando con la incerteza rotunda y me ignoraste.
Y es verdad.
Es verdad.
Todas las cosas que no he dicho y todas las cosas que dije mal.
La caída imaginaria, llevándome hacia dentro, recortándome las entrañas suavemente, anestesiándome la vida, soplándome el tiempo, resquebrajándome el espejo, ahorcándome los árboles de dudas y respuestas que traté de construir.
El pasillo solitario. La camilla saeta. La sábana blanca cubierta de sangre.
Mi infancia suicidándose, mi adultez apareciendo con una ráfaga de viento y destrozando con un hacha los libros.
Yo estaba llorando debajo de la mesa, la mesa estaba llorando debajo de mí, tiritaba y trataba de cobijarse de algo que no podía decirse.
Doctor, ¿este es el fin?
Doctor, ¿qué es lo que tengo?
Doctor...no me alcancé a despedir de ellos.
¿Esta era la vida, este rumbo sin camino, esta respuesta sin pregunta?
En serio, en serio ¿Está era la vida, estas venas sin sangre, esta jeringa sin aguja?
¿Era esta la vida? ¿Era esta Psicología intentando explicar al ser humano sin explicarlo?
La caída imaginaria, todo es como una mecedora que no se mece, una caída detenida, una caída en un segundo alargado siglos, caigo, pero no caigo, avanzo, pero no avanzo. Mis brazos extendidos son cosidos a los intestinos del mundo, trago la sangre de millones de seres humanos y soy escupida a través de su gran boca.
¿Dónde estoy?
¡Zas!
Me caigo de golpe. Choco con el concreto directamente. Me duele la cabeza.
¿Dónde estoy?
¿Dónde estoy?
Qué bueno que hayas despertado, dice su voz suave, cansada.
¿Dónde estoy?
En el hospital, la operación duró 6 horas. Pero estás bien, te pondrás bien.
Quiero seguir durmiendo...
No duermas más, tienes que despertar, eso dijo el doctor.
La mano sobre la mía, cálida, suave, como un baño de agua tibia. Como un nacimiento nuevo.
Y un segundo más tarde...sí...mmm...dolor, viejo amigo, pensé que no ibas a volver.
El umbral sigue latiente, pero expectante, no seguro, no definitivo.
¿Esto es?
¿Y esta caída imaginaria qué?
La vida es una maldita que te agarra a martillazos mientras duermes plácidamente y no te puedes defender. Y nosotros estamos apretando los dientes, pero pidiendo más golpes, más tortura, más dolor, por favor.
Sí, sí, bendito dolor.
Me duelen las sábanas blancas cubiertas de sangre. Me duele la memoria. Me duele la sombra sobre mi cama. Me duele la indiferencia. Me duele Alicia cayendo a la madriguera del conejo. Me duele el tumor, la camilla, el pasillo. Me duelen los padres que no son padres y los hijos que están desamparados y solos, siempre tan solos.
Pero...no sé...no sé por qué...no sé...
¿A qué viene ahora esta sonrisa enorme, emergiendo de mi rostro espontáneamente, como una bomba nuclear?
No puedo parar de sonreír, casi me dan ganas de reír a carcajadas.
Reír a carcajadas con una sonrisa sonora y lunática.
Qué bueno es estar aquí. Qué bueno es tener tu mano sobre la mía. Qué bueno es este dolor de mierda.




martes, 14 de abril de 2015

Un dibujo espontáneo

Hoy hice este dibujo, porque me compré una croquera nueva esperando usarla como cuaderno en la universidad. Literalmente es el primer "cuaderno" que compro y que no es reutilizado este año.
Fue bonito hacer este dibujo, a pesar de la idea siempre recurrente de que debería estar estudiando en vez de hacer estas cosas.
Se los comparto :) A ver si se nos ocurren ideas de cómo forrarlo para que no se desgaste con el tiempo y el uso y termine poniéndose feo :(
Saluditos a todos :D


lunes, 13 de abril de 2015

El cielo que camina

Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, al anochecer, cubierto de su manto estrellado y había algo en sus ojos, pero no dijimos nada, porque teníamos miedo de ser siempre los mismos, preguntándonos las mismas cosas. Teníamos miedo de nacer pensando que podíamos hacer todo y llegar simplemente a hacer un nada cómodo y sin gloria.
Un día escalamos hasta la cima de nuestras dudas y miramos desde abajo cómo todo se veía diferente, estábamos plantados en un espacio-tiempo, con la idea de que éramos pájaros enjaulados en sus mentes.
Yo te dije: no puedo pensar en la vida sin la muerte, pero tú callaste, porque siempre te produjeron recelo mis palabras.
La muerte siempre tuvo ese tinte tan oscuro, tan recóndito, tan lejano, tan odiado por la humanidad, pero a mí me pareció que era hora de reivindicarla.
¿Por qué a la muerte se le vio tan negativamente? ¿Por qué se le juzgó, desconociendo sus encantos?
No me pidas que ignore la muerte diaria, no me pidas que no me piense como un cúmulo de muertes renaciendo en sí mismas. Pero tú te tapabas los oídos cuando yo decía eso, porque pensabas que la vida debía ser prolongada, aunque ésta estuviese vacía.
¿Por qué?
¿Por qué?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra y a veces creíamos que sus palabras no nos tocaban, a veces pensábamos que éramos irrompibles o que la luna no era más que un satélite idealizado por los poetas.
Te dije que prefería una vida corta y con emociones a concho, pero tú no dijiste nada.
¿Dónde estaba tu silencio entonces? ¿En la cima o en la bóveda estrellada? ¿En el subsuelo? ¿En la mente de todos diciéndonos algo inconsciente que sabíamos igual, pero que no queríamos reconocer?
Y ahora me traes este pedazo de alma deshilachado, como si yo pudiera siquiera resistir que estuviera entero frente a mí.
El reloj está a punto de detenerse para siempre y el cielo sigue caminando junto a nosotros, impasible, como si se riera de nuestra humanidad tan llena de grietas, tan llena de cuentos de terror, tan llena de palabras que pretenden alcanzar lo inalcanzable y explicar lo inexplicable.
¿Temes al vacío? ¿Temes a la oscuridad? ¿Temes a los recuerdos?
Yo no sé a dónde tengo que ir esta noche, pero ya estoy atrasada. Ya estoy sintiendo el llamado lejano desde allá. ¿Me acompañarás? ¿Me acompañarás a donde vaya incluso ante la expectativa inevitable de la muerte?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, al anochecer, cubierto de su manto estrellado y había algo en sus ojos, pero no dijimos nada, nos miramos cómplices y callamos nuestra idea de vida, o muerte, como si no supiéramos que no son diferentes nunca, sino más bien como hermanas siamesas ligadas siempre la una a la otra, con el cordón umbilical oscilando.
Y te veo caminar por los pasillos oscuros de la casa, fingiendo que no sientes nada, fingiendo que hay una meta que alcanzar antes de que acabe el día y llegue la noche y te exija que hables, aunque quieras callar para protegerte, aunque quieras gastar el tiempo y matar las horas en cosas que parecen importantes, pero no lo son realmente.
Te veo, ¿me ves tú? Te siento aunque no estés, puedo tocarte, pero te haces humo. Pareces una palabra que se posa en mi mente y me lleva al espejo en busca de una verdad que aún no logro precisar. Podría perder la razón buscándola.
La noche llega de manera tan inesperada que me espanto. Las horas parecen quedarse pegadas todo el día y, de súbito, se corretean unas a otras en mi casa y pasan de golpe. Me abofetean con sus minutos filosos. Como si el tiempo se dividiera en una sucesión infinita de pestañeos imperceptibles que jamás logro entender del todo. Una lógica absurda me persigue a todas partes, buscando las causas de momentos que realmente no las tienen.
El cielo camina con sus pies ligeros en la tierra y sigo buscando cosas que no conozco. La muerte me guiña el ojo en una esquina y yo la saludo con la mano. Estamos en paz. ¿Vendrás mañana por la mañana cuando me cuestione el por qué estoy aquí y el por qué hago las cosas que hago?
Tenemos una cita agendada para el jueves a las 17:30. Ella vendrá con sus dudas y yo procuraré jugar al ajedrez con mis respuestas inventadas, pero el juego nunca llega a una conclusión. El problema es que no tenemos reyes, sino solo peones que caminan incansablemente y enfrentan la vida poniéndole el pecho a las balas.
Pero bueno, seguimos caminando y hablando de ella, de la vida.
Habíamos escalado hasta la cima y miramos hacia abajo, donde la vida parecía perder la seriedad de siempre. No veíamos a los otros pequeños, sino que nosotros nos veíamos pequeños a nosotros mismos, pero no importaba.
El cielo se tumbó con nosotros en el pasto y se echó a reír de nuestra tontería diaria de querer ser perfectos.
¿A qué viene la idea de perfección? No la necesitamos nunca. Solos queríamos poder ser lo que queríamos ser. Solo queríamos poder mirarnos a los ojos y disfrutar de los viajes que nos planteáramos sin estar jugando al gato y al ratón con el tiempo.
Éramos ancianos sentados en el borde de nuestros zapatos, mirando con expectativa muda nuestra juventud futura.
Nos miramos las manos, nos miramos los pies...¿dónde estaba nuestra subjetividad? ¿dónde estaba nuestra identidad? ¿Era verdad que solo estaba en nosotros mismos?
A veces te veo y tengo la sensación de que te pareces más a mí que yo misma. Y yo me parezco más a ti que tú mismo.
Pero te callas y sonríes, siempre discreto, siempre con tu manta de invisibilidad camuflándote con el cielo.Y me confundo, porque tengo la tendencia a poner todo en palabras tratando de alcanzar lo que ellas no alcanzan.
Son bonitas ¿cierto? Son hermosas y misteriosas como nosotros, ¿no es verdad?
¿No contestas, no contestas más?
El cielo se balancea con su manto estrellado y las estrellitas giran ante nosotros, formando un espiral de recuerdos, un espiral de dudas, un silencio que comunica más que todos los escritos juntos.
Y, por fin, advierto que te destapas los ojos y te volteas hacia mí.
De pronto, ahora me recuerdas...y me miras con ese rostro tuyo. ¿Olvidaste que éramos hermanos de esencia? ¿Olvidaste que encontramos la razón del silencio en alguna parte? Y, de improviso, un estallido te va alejando, como si cayeras en un subterráneo mar de preguntas vacías, como si algún agujero te tragara a ti y al tiempo. Me quedo en este espacio que no tiene color más que el que has ido dejando, como una estela de respuestas que están desconectadas de la realidad...como si nada existiese más que un grito desgarrador en la noche que escribiste en esta página.
Y sí, me equivoqué. ¿Por qué te pensé diferente?
Tú eres yo, yo soy tú. Tú eres mi reflejo callado, mi reflejo pensativo, mi reflejo que mira el horizonte mientras este se aleja corriendo y vuelve con flores frescas.
Me pareció que habíamos recorrido mil caminos distintos, pero era solo yo caminando uno solo entre sueños, con el cielo de la mano, con el manto estrellado cubriéndonos y diciéndonos que no importa la muerte, que no importa la vida, porque el misterio es ese, porque los caminos no dejan de ser nosotros mismos buscándonos a nosotros constantemente.
Ahora camino por estos pasillos, calada de frío hasta la médula, sola, buscando a una persona que decían que tenía mi nombre. O que se parecía a mí desde algún punto incompleto. Lo olvidé. No sé quién era ni dónde estaba.
Esa persona del pasado, esa persona del futuro guiñándome el ojo, esa persona que aparece en cada momento y que inventa sus propias palabras y crea sus propias respuestas.
Me golpea la puerta de noche y me cosquillea las entrañas.
¿Pero no era el cielo el que hacía eso?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, camine sobre nuestras vidas, camine sobre nuestras búsquedas, camine sobre nuestras entrañas y se transforme en nuestra sangre para que sepamos que es posible el cambio, que es posible la extrañeza frente a lo que parece real, que es posible que seamos pájaros y salgamos volando y nos confundamos con el azul enorme.
Yo te miro y ahora yo callo. Nos entendemos sin necesidad de muchas guías y muchos métodos. Nos entendemos en el espacio callado de lo que somos y lo que no queremos ser, ancianos mirando hacia el futuro, jóvenes mirando hacia el pasado.
El cielo nos abraza y caminamos juntos.
Y pienso. La vida y esa cosa que nadie entiende, que para vivir la vida en serio, hay que tirarse al vacío todos los días y morir de nuevo, y volver otra vez.
Reventar el inicio, descuartizar el tiempo y buscar el botón de salida.
Buscar el botón de salida. Buscar el botón de salida. Buscar el botón de salida.

Algunas consideraciones formales, no literarias

¡Hola! Quería hacer una entrada aclarativa dado mi último "abandono" hacia el blog. He estado un poco ocupada con la U y es de suma importancia para mí publicar escritos y dibujos que por lo menos me parezcan decentes. Bajo esa lógica, he estado trabajando en algunos escritos, pero ninguno me ha convencido lo suficiente como para ser publicado.
Pido disculpas si es que alguien estaba esperando mi cumplimiento estricto en este sentido, pero de verdad de verdad para mí es más importante la calidad que la cantidad. Apenas tenga algo que me parezca relativamente interesante, no duden en que lo compartiré con todo gusto.
Espero que me disculpen por esto.
Gracias por leer a los que han leído, gracias por comentar a los que lo han hecho. Invito a los demás, como siempre, a comentar, a dar sus opiniones o a dar ideas acerca de qué podría escribir.
Saluditos! Y espero que todos estén muy bien :)

sábado, 4 de abril de 2015

Nostalgia y el hilo clavado en la sien

Caen las hojas del tiempo, poco a poco, como palabras dichas entre susurros,
entre ellas puede ir mi nostalgia por algunos días, pero no lo sé,
porque no logro precisar de qué está hecha la nostalgia.
Una puntada de hilo clavada en la cabeza, en la mente, o en el alma,
una puntada de hilo que me va enhebrando progresivamente, con un método complejo
e indescifrable,
que me va atando a los días pasados,
que me va tirando hacia ellos como se tira de un anzuelo.
Y caigo en la trampa, Dios mío.
Caigo en la trampa de volver a los lugares,
de volver a la mentes,
de volver a las miradas que tenía entonces y que ya no tengo ahora.
Pongo el zapatos en las huellas antiguas que siguen impresas y difusas en algún lugar,
pero cuánto han cambiado mis pies sin yo saberlo.
Cuánto han cambiado que ya no entran ni coinciden por ningún lado
en esas ingenuas huellas con cara de inocencia.
¿En qué transcurso, en qué devenir errante llegué a tener estos nuevos ojos?
¿Cómo se transformó el conejo en caballo?
¿Cómo apareció de pronto mi consciencia flotando allá lejos,
unida indisolublemente a mi sangre ahora,
pero sin ser la misma, aun cuando no se suelta jamás?
Detrás tuyo van las sombras de lo que fuiste,
superpuestas unas sobre otras y haciendo un collage triste de colores perdidos
o de formas en las que yo te veía ingenuamente,
sin saber que, en realidad, todo estuvo en mi mente desde un principio.
Pero estamos distraídos,
la trampa siempre está sujeta a algún límite imaginario,
la trampa siempre tiene mi óptica o la tuya o la de todos.
¿Ven tus ojos el mismo color amarillo chillón que veía yo entonces?
Entonces, miento. Siempre miento en alguna medida.
¿Dónde está la nostalgia?
Aquí, acá, antes, ahora.
En el hígado, en el cerebro, en el corazón, en los pies, en el cabello.
Yo te juro que la nostalgia no es todo trampa, o quizás sí.
Quizás sí.
Una trampa cruel a la que uno cae con gusto.
Feliz por ponerse el cuchillo en el cuello.
Feliz, porque alguna cosa extraña que vive en uno,
tira el anzuelo fuerte y te aprieta algunas partes del ser,
obligándote a mirar las cosas con una óptica lejana,
o quizás demasiado actual.
¿Soy yo misma cuando estoy pensando en la yo de antes?
¿Eres tú mismo cuando estás preguntándote por tu mismisidad?
Y mira las manecillas del tiempo, siempre tan distraídas,
tan pensativas,
pasando en la calle con millones de cosas que hacer,
tanto que pasamos junto a ellas y no nos ven,
ingratas pasan y no nos saludan, aunque nos conocen.
Siempre nos han conocido más que nosotros mismos.
Siempre con su apariencia de verdugos alados,
siempre con la alegría de la muerte diaria y el renacimiento prometido.
Deseo fugaz.
Deseo fatal, deseo insaciable.
¿Dónde estaba yo?
La puntada del hilo comienza a coserme los ojos y la boca,
me envuelve el cuello,
me corta el aire,
me cose los miembros,
me cose la costilla al suelo,
me cose el silencio a las palabras de otro, en el momento de otro.
Estoy transformándome en una tela que se cose hacia dentro,
que se convierte en ovillo,
que se oculta hasta ser solo una puntada
que esconde una frazada bordada,
bajo su apariencia de superficialidad.
Y parezco vacía, pero no lo estoy.
Cuando te miro en el espejo me crees indiferente, pero no lo soy.
Cuando me miras con desprecio, me crees fría, pero no lo soy.
Estoy luchando contra la última puntada ¿No lo ves?
La nostalgia, ese hijo muerto que soy yo misma y que está lejos,
tan lejos que no sé si habría podido salvarlo o nunca tuvo cura.
Y la memoria aparece en la llave que gotea en la cocina y me despierta en la noche.
Oye, me dice, ¿tienes un tiempo para hablar de cualquier cosa?
Necesito que me hables esta noche, para rehuir a mi propia tristeza,
a mis propios recuerdos.
Entiendo que ninguno de nosotros comprende nada, entonces...
¿En qué te puedo servir yo?, le respondo con ojos somnolientos.
Pero ella es tierna y cruel a la vez. Y me abraza hasta dormirme.
Sueño con ella todas las noches y me dice que la nostalgia vendrá y seremos amantes.
Pero entonces...¿A qué viene de pronto esta soledad a confundir mi corazón?
¿A qué viene la visión terrorífica de los años,
la vejez, la deterioridad de los minutos,
si se supone que la nostalgia vendría a despertar mis sentidos?
Yo amaba una imagen que parecía más real que mí misma.
Nunca entendí que en realidad era ella la que me amó siempre a mí.
Con malicia me deseaba detrás de un espejo,
con locura me despojaba de mi vitalidad.
Acaso yo era recuerdo y ella siempre fue realidad.
Acaso yo estaba soñando y ella era la cuna de mis sueños.
Acaso yo era el hilo y la puntada, arrastrándola sin final,
a esa infidelidad con el pasado que es la memoria,
a esa usurpadora que viene a quitarnos del presente.
Y cuando se iba, yo bajaba la vista.
Mi cama seguía vacía,
y mi corazón seguía lleno de preguntas.
Sus palabras seguían corporalizándose frente a mí
y golpeando mis huesos hasta destrozarlos.
Entonces, te digo,
sinceramente, ya no hay cura que yo pueda aplicar en mi defensa,
porque la puntada ya ha llegado a su punto culmine.
¿Dónde está ese punto?
Quizás estaba en mi prisión más remota,
o en la ilusión de libertad.
Quizás estaba en un espacio enorme e invisible,
escalofriante, oscuro,
un espacio que estaba entre mi mirada y la de otros.
Entre el recuerdo que creía cierto y los recuerdos que ellos creían ciertos.
Quizás todo fue imaginario.
Y entonces...¿Por qué no vienes y me destrozas de una vez?
¿Por qué no te resignas a que yo he escogido esto?
Mi espejo siempre está roto y buscando otro trozo que añadirse.
Mi espejo siempre es como un reloj de arena que la deja escapar.
¿De qué está hecha la nostalgia?
Un punto eterno entre la verdad y la ilusión de ella.
Un juego de reflejos.
Un soneto arrancado y robado de la mente de su autor antes de ser escrito.
La puntada ha llegado lejos. Profundamente.
¿Seré la misma luego?
¿Era la misma cuando lo pensaba?
Memoria. Nostalgia. Soledad.
¿A qué juego macabro están jugando con mi pobre mente,
agazapada bajo las ventanas más inhóspitas?
Acaso yo nunca sentí nostalgia, era ella la que me sentía.



sábado, 28 de marzo de 2015

Preguntas

Aquí. En esta esquina. Donde todo parece tan concreto, tan seguro, tan epistemológicamente objetivo. 
Aquí. En este paradero donde veo la hora y tomo la micro como si nada. Donde la rutina tiene su casa en cada rincón, donde yo me siento y miro a ningún punto en particular.
Entonces...¿Esto es todo? ¿Eso fue todo? 
La vida parecía una cosa que habían estudiado y diseccionado muchas veces. Con todas sus partes definidas y todas sus opciones planteadas.
Y...de pronto, siento como un estruendo, como si una cachetada sorpresiva apareciera y saliera corriendo antes de ser vista.
Parecía que todo lo que debía hacerse ya estaba hecho. Concluido, pero...
Pero ¿Qué puedo hacer por la vida que se cae, que se detiene, que se resquebraja?
¿Dónde encuentro el hilo conductor, el hilo argumentativo en sus idas y vueltas? ¿Dónde localizo la conceptualización de sus momentos más claves? ¿Dónde me ubico yo en ese devenir? ¿Soy un mero término? ¿Soy una parte errante? ¿Soy un desencadenante? ¿Soy el final de algún punto?
¿Y si no fuera nada de eso y terminara por resultar un elemento irrelevante?
La luz. La oscuridad. La medida de ciertas cosas. El cuestionamiento de la medida. El cuestionamiento de la cosa. El cuestionamiento de mi forma de ver ambas dos. Cuestionamiento de la forma en que las ven otros. Cuestionamiento del cuestionamiento. Y el fin. Siempre el patente fin que da la sensación de vacío. Y empezar de nuevo enfermizamente.
Yo me preguntaba cosas y ahora las cosas me preguntan, mientras yo me las sigo preguntando. El discurso que doy de las cosas las hace. El discurso que doy de mí misma me hace, como si yo creara un círculo sin saber que el círculo se irá ciñendo a mi alrededor hasta marcar mis límites. Yo hago el discurso, el discurso me hace a mí.
Pero ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de mí en los lugares que transito? ¿Qué hay de mí en las cosas que toco, en las personas que veo en la calle, en las personas con las que converso? ¿Qué hay de mí frente al espejo o frente a un muro de concreto intraspasable? ¿Qué hay de mí en mis amigos, en mi familia, en mis enemigos? ¿Qué hay de mí en ellos? ¿Qué hay de ti? ¿Cómo ignorar la existencia de tu existencia que se cruzó con la mía antes y que la marcó profundamente, aún cuando ahora no me quieras ni mirar? ¿Cómo puedo borrar la historia sin sacarme un trozo de alma constitutivo de todo, que se relaciona directamente con el cuerpo? ¿Cómo obviar la posibilidad de que, si, como me pides, te arranco de mi mente, no me arranque un brazo y con ello un rasgo característico de mí que va más allá del brazo mismo?
Es como si me desmembrara y fuera dejando trozos por los lugares que transito. Trozos de subjetividad, trozos de identidad. ¿Dónde estás, vida mía? ¿Dónde, vida, estoy yo? ¿Estoy aquí? ¿Estoy allá? ¿Estoy en el pasado, estoy en el presente, estoy en el futuro? ¿Estoy en los tres a la vez? ¿O estoy en ninguno, porque el tiempo es solo un invento del ser humano para entenderlo todo? ¿O estoy dentro de mí misma? ¿O mirando el universo desde arriba, girando sin parar?
Que me atrape la dialéctica entonces, como un torbellino atrapa a una brizna de polvo que no deja de ser el torbellino mismo. Abro los brazos y me dejo arrastrar y girar en este mar de preguntas, en este mar de arranques, de rechazos, de abandonos, de respuestas no satisfactorias, de respuestas demasiado satisfactorias que parecen sospechosas, de ingenuos planteamientos, de teorías muertas ya y otras pudriéndose...de teorías naciendo y siendo asfixiadas antes de ver la luz.
Hambre, sed. ¿Qué soy si no un cúmulo de carencias, de necesidades, de intentos y proyectos en curso? ¿Qué soy sino una hoja en blanco con un par de puntos suspensivos en medio?
Me miro al espejo y tengo grabados en la piel los rostros de millones de personas, algunas ya muertas, que se toparon conmigo, que me dijeron una palabra, que escribieron un libro, que pintaron un cuadro, que me saludaron, que preguntaron una dirección. ¿Están muertos realmente? ¿O siguen viviendo donde todas las personas con las que se cruzaron?
Vida. Muerte. ¿No es la muerte parte de la vida y nada más? La muerte no existe. La muerte nos toca, pero no nos traspasa. Estamos atados unos a otros como un mosaico lleno de grietas y colores que se mezclan y se separan.
¿Qué queda de mí sin la memoria de ti o la de los otros? ¿Qué queda de mí sin las cosas que han sucedido y que tú me pides tan ciegamente que olvide?
Dime, por favor, dime. ¡¿Dónde quedo yo en esto?! ¡¿Dónde queda mi vida que se encontró a sí misma en ese punto?!
Y sí, estamos llenos de significados, accesibles o no. Reales o ilusorios, o pendientes de una cuerda floja que oscila en medio. Estamos inventándolos o encontrándolos. Estamos viendo una pintura, creyendo ver la visión de un artista, pero somos nosotros los que estamos viendo también, estamos viendo la pintura y creyendo interpretar, pero al interpretar solo nos vemos a nosotros mismos con la ilusión de otro. El otro nos mira y mira afuera, nosotros lo miramos y nos miramos. La pintura nos mira desde dentro y nos inyecta un soplo en la mente.
Y por eso la idea de un fin que detenga esa búsqueda de significado significa vacío, nada, inexistencia total. Por eso hay que volver a empezar. Por eso no puedo olvidar la existencia de tu existencia modificando la mía, mientras yo te modificaba a ti.
Y entonces...te extraño, debes saberlo. Te extraño cuando veo tu pelo ondeando en la cabeza de otro que no tiene tus otras partes. Te extraño cuando veo tu nariz paseando en la cara de un anciano en el paradero. Te extraño cuando veo una canción que cantabas paseándose por un hospital, distraída de que es tan parte tuya que podría ser tu sangre. Te extraño cuando la palabra evoca a tu silencio. Te extraño cuando me enojo con alguien por actitudes que tú tenías.
Y no, no eres nada perfecto. Nada perfecto, como yo no lo soy. Y por eso sé que se ha acabado, por eso sé que ese punto en que nuestras líneas paralelas dejaron de ser paralelas y se entrecruzaron ha acabado. Está en el pasado y ha acabado. Está en el presente, pero ha acabado. Y permanece en el futuro, pero ha acabado. 
¿Cómo se puede borrar la existencia de un amigo, de una pareja, de un hijo, de un padre, de una tía, de un extraño en la calle así como así?
Y no te mientas. Cuando me miras en la calle y arrastras la mirada hacia otro lado, ¿No te parece a ti que cuando me ignoras el mundo se vuelve de papel y pierdes algo?
No te pido que vuelvas. No quiero que me pidas perdón. Te pido que sepas que fue probabilísticamente improbable encontrarnos en otra historia, en otro tiempo, en otro lugar. Te pido que sepas que era más probabilístico que nos separáramos. Te pido que sepas que las probabilidades y la estadística son inexactas y a veces mienten.
Quizás, como dijo Cortázar, estábamos destinados a no ser. No lo sé.
Quizás estábamos destinados a ser en un plazo definido o estábamos destinados a no ser como nosotros mismos mientras nos encontrábamos o a dejar de ser nosotros mismos cuando nos separáramos. Quizás yo estaba destinada a ser en parte tú después de esto. Y quizás tú también eres en parte yo, aunque no lo quieras reconocer.
Pero ya basta. Basta de ausencias, basta de noches caminando en el limbo.
Puedo abrazarte sin que estés aquí. Y si te borro sabré que me he borrado a mí misma, así es que no lo haré. Habrá una canción en la calle, habrá un intermitente devenir entre ser y no ser, entre el vivir y el morir diario. Habrá historias, habrá dibujos, habrá letras. Y un día tú no estarás allí y yo tampoco estaré, pero no nos habremos ido.
¿Cómo se mata a alguien? ¿Cómo se destruye a alguien?
Pues...todo queda en algún lado. En alguna caja comprada en el mercado de las pulgas que tenía las huellas de alguien. En algún álbum de fotos viejas que es desechado por ahí, no sin antes ser ojeado por algún curioso. En algún pariente que tiene tu sonrisa, en algún amigo que repite alguna palabra dicha en una tarde de juegos, en algún beso tirado al aire, en alguna frase leída en una muralla.
Y la medida de las cosas. ¿Cuánto mides tú ahora en mi vida? ¿Tres centímetros? ¿12 leguas? ¿3 cucharadas de azúcar? ¿Un mes llorado? ¿Una caluga feliz? ¿Una canción de Los Prisioneros? 
¿Cuánto mido yo? ¿Cuánto miden mis abuelos? ¿Cuánto mide el amor? ¿Cuánto mide el odio? ¿Cuánto mide la universidad?
Y el cuestionamiento de las medidas estandarizadas. ¿Estás seguro de que tres centímetros miden tres centímetros?
Y el cuestionamiento del cuestionamiento. ¿Qué derecho tenía yo a cuestionar? ¿Qué derecho tenía a usar una medida? ¿Qué derecho tenía a inventar una medida, un tiempo, una forma de acercarse?
¿Y si todos empezáramos a medir las distancias por cantidades de naranjas?
-¿A cuánto queda tu casa de acá?
-Mmmm...como a 28 naranjas de distancia, pero no te preocupes, llegaremos como en 52 conejos.
Y podría parecer perfectamente lógico.
¿Quién mide lo que mide? ¿Quién es medido cuando mide?
Pero no. A veces te veo en sueños mirándome y preguntándome cosas, pero tu boca no pronuncia palabra. Pareces un reflejo, cada vez más, como si te alejaras...como si fueras solo una caricatura de mi forma de ver las cosas. Porque...cuando te pienso, lo que pienso no eres tú, es solo una sombra de ti. Cuando te veo, lo que veo no eres tú. Pero así te quiero, así te quise. ¿Qué más te puedo decir?
Las medidas nunca fueron exactas. La dialéctica siempre estuvo destrozándonos demasiado mientras nos creaba por todos lados.
¿Estás seguro de que exististe aquí conmigo en ese momento preciso, en ese lugar?
La luz. La oscuridad. Nuestra capacidad de crear agujeros negros, arrancar hojas de golpe y colocar otras. Nuestra costumbre de quemar libros, de quemar gente, de quemar casas, de quemar la vida.
Yo antes escribía cosas y hacía dibujos y ahora los escritos me escriben y los dibujos me dibujan, mientras estoy distraída... 
Nuestra dialéctica fue modificada y reformulada. El diálogo pasó a la categoría de lo imaginario, a la medida de las naranjas y los conejos.
¿Dónde estamos ahora? ¿Vamos? ¿Venimos? ¿O las dos al mismo tiempo?
Yo antes me preguntaba cosas y ahora las cosas me preguntan.





viernes, 20 de marzo de 2015

El cautiverio del oso

El oso sigue encerrado dentro de su jaula.
Lo veo desde este subterráneo oculto y pienso en que sería mejor que a ambos no nos importara nuestra soledad.
Quizás…ambos deberíamos perder la razón de una vez y dejarnos caer en el espacio infinito de un día, sin sentir algo.
Llegar a ese momento en que quizás ya nada importa y por eso se es feliz, con lo que se tenga, donde se esté, como se esté…aunque solo exista en nuestra mente.
Pero el oso mira hacia afuera con el alma en la punta de su nariz redondeada.
Quizás mañana nos consolemos mejor, me digo, mientras salgo del zoológico y me voy a cualquier parte.
Una vez…cuando era niña, me pregunté por qué desde siempre nos preguntan qué queremos ser cuando seamos grandes. Por qué debemos ser algo, por qué debemos contestar algo, por qué debemos levantar la mano y esperar nuestro turno para hablar, por qué tenemos que visualizarnos en ese futuro tan incierto, por qué tenemos que pasar horas y días y años y siglos…enteros…dibujando ese futuro hasta que ya no podamos más.
¿Me dejarán desaparecer mis fantasmas? ¿O tendré que hacerlos desaparecer yo? Quizás la vida nunca fue como la describieron y me pasé años creyendo que tenía que llegar a ser alguien, sin darme cuenta de que uno ya es alguien cuando trata de serlo, y que solo te pasas horas borrando ese rostro y construyendo un castillo de naipes. ¿Y ahora...qué se supone que se debe hacer?
De tanto dibujar siento que soy un montón de retazos y bosquejos inconclusos, viviendo montones de vidas por un tiempo…quitándome un trozo enorme de papel y anexándome otro que no concuerda, como un monstruoso collage de futuros muertos.
Me detengo y miro a mi alrededor. ¿Será bueno detenerse mientras todos siguen corriendo?
Todo parece tan irreal desde este punto estático en donde me detengo en mitad de la calle y los veo correr cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, cada vez con más energía, en diferentes direcciones…como si el mundo se transformara en un enorme reloj frenético y hambriento de más tiempo, mientras yo me siento sobre una ruptura en donde el reloj decidió dejarse caer y expirar.
Expirar. Aunque el tiempo jamás expire. Aunque sepa que un día alguien me empujará de esa ruptura y tendré que volver a correr con la misma fuerza, con la misma velocidad, con la misma angustiante agonía de sentir que ya no puedes más.
Y estoy cansada. Es eso. Estoy agotada, sentada en este espacio indefinible, tratando de captar a grandes bocanadas un poco de aire, tratando de ordenar con claridad y coherencia las fotografías que flotan en mi mente, enfermizamente confusas… ¿por qué las historias que inventamos tienen que ser más coherentes que la vida real? ¿Por qué cuando escribo esto me obligo a darle sentido, siendo que nada lo tiene a mí alrededor?
Un día me gustaría llegar a tener claras las cosas, en serio. Me gustaría entender. Entender tantos por qué que se han incrustado por todas partes, como pequeños trozos de metal, y que me rasgan hasta que ya nada quede de mí, si es que aún queda algo.
Y… ¿Quién soy? ¿Quién?
¡¿Quién?!
Sustancia. ¿Qué es la sustancia? Dicen que son unos dulces que se venden por ahí. Esencia. ¿Qué es la esencia? Esencia de vainilla. Brocoli. Coliflor. Picaflor. Una casa. La casa en donde vives. La casa de roca y muro de cemento. La casa de Chile. La casa de los abuelos. La casa de los tíos. La casa de una persona que te cae mal. La casa de tu profesor, ese profesor en específico, a la que te encantaría lanzar huevos algún día. La casa de ti mismo. La casa móvil, esa que llevas a todas partes sin darte cuenta. ¿Qué es una casa? ¿Qué es un hogar? Welcome, dice la alfombra comprada en una tienda perteneciente a una multinacional. Hay otras 100 iguales en diferentes colores. ¿Quién eres tú? ¿Qué eres tú? ¿Qué hacemos aquí?
El oso se levanta y me mira desde donde está. ¿Me mira realmente? ¿Acaso sabe que lo estoy observando? ¿Sabe que lo he estado visitando todos estos días…a él…solo a él?
Quizá solo me gusta pensar eso. Quizá si él supiera que aquí estoy, no como los otros que vienen todos los días, entendería que estoy tan encerrada como él, aunque puedo merodear por tantas partes como quiera.
El cliché podría desaparecer arrastrándome con él hasta un abismo de libros quemados, pero es la verdad. Así tal cual. Aunque a veces la verdad suene a cliché. Aunque a veces suene a mentira o a basura. Aunque a veces sepa a sangre.
Me gustaría saltar desde el punto más alto de la primera frase que escribí en una página en blanco en un día cualquiera.
Volar parece tan sencillo. Dejarse caer parece tan sencillo.
-¿Entonces te ha gustado llegar a estudiar tantas carreras en tan poco tiempo?- dice él, curioseando las fotografías que tienen la misma cara jugando a diferentes vidas.
-A veces sí, otras veces no.- dice ella, despedazando con brusquedad el papel que envuelve un pequeño chocolate amargo.
-Pero... ¿por qué?- carraspea, porque no sabe cómo formular la pregunta.- ¿Te aburres de ser alguien o algo por un tiempo y decides ir por otra cosa? Quiero decir...cuando eras psicóloga te aburriste de serlo y fuiste por otra cosa ¿es eso?
-Creo que...quizás nunca quise ser ninguna de esas cosas. La verdad es que tenía conocidos, amigos, amantes...personas increíbles que fui conociendo y que tenían una idea de lo que hacían con sus vidas y eran felices. -suspira.- Siendo sincera no quería ser ninguno de ellos, pero sí quería la felicidad que ellos tenían, por eso perseguí sus carreras y usurpé sus vidas por un tiempo y a mi manera.
-¿Y fuiste feliz en alguna de ellas?- dice él, mirándola fijamente.
-Realmente no.- dice ella con una sonrisa.- Ahora entiendo que...tenía que encontrar esa felicidad, o esa alegría (siendo más realista, porque la felicidad no existe como creemos conocerla) que yo inventara de la forma en que a mí se me ocurriera...y quizás...ser algo imperfecto, bien imperfecto, pero que me calzara a mí y a nadie más.
-¿Y qué es? ¿Qué serás entonces?- dice él.
-No lo sé. Tengo que buscarlo otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
¿Cuántas veces llevas ya?
Más de las que crees.
Resulta que ahora me pides que explique todo. Que…sobre este sillón blanco y blando, te cuente acerca de mi vida como si las cosas fuesen tan sencillas, como si pudiera ir a desenredar toda una madeja gigante de millones de cauces de colores que ya no recuerdo.
¿Y por qué llegamos a ser lo que somos? ¿Cómo…a través de qué caminos y de qué historias llegamos a ser lo que somos? ¿Cuántas tumbas tendríamos que desenterrar para averiguar de dónde empezamos a dar el primer paso?
No sé cuántos retazos de tela abstracta tendríamos que buscar.
No sé cuántos retratos de mí misma tendría que recuperar para entenderlo yo…menos aún podría explicártelo a ti. Un día…sin darme cuenta, decidí borrar todos los dibujos que me parecían tristes y me quedó un vacío.
Ya no tengo la memoria de esos días.
A veces intento recuperarla para saber quién soy y por qué, pero es tarde.
Lo que se borró, ya está borrado. Simple y llanamente.
¿De qué se trata esto?
¿De qué hablábamos?
Ahh sí…clases de Teatro. Trabajo de imitación corporal de un animal.
-Se supone que debes ser el oso. No identificarte con el oso emocionalmente, no entender al oso, no compadecer al oso, no humanizar al oso…quiero que hagas una traducción física del oso con tu cuerpo humano. Quiero que al verte yo sepa que tú eres el oso sin que te vea imitando al oso. Quiero ser capaz de ver el oso en ti sin tener que racionalizarlo, sin tener que encontrar los elementos separados y unirlos en mi mente.
Sé el oso.
Pero…bueno, ¿Cómo se es un oso? ¿Cómo se es un humano? ¿Cómo se es algo o alguien?
¿Cómo se puede estar aquí dentro sin querer salir y gritar?
¿Cómo se puede estar aquí afuera tratando de sujetar todas las fibras rotas de una caja de cristales suspendidos que tratan de permanecer sólidos, sosteniéndose apenas con un hilito minúsculo que se sujeta de raíces difuminadas?
Voy a tratar de saltar tantas veces como me sea posible, hasta que decida tocar el techo de esta habitación…hasta que mis pies se vuelvan de plumas tan ligeras que ya nada pueda sostenerme sobre este suelo tan fragmentado.
Voy a tratar de apoyar mis manos contra el suelo, bien extendidas las palmas, con las piernas hacia atrás, apoyándome sobre los dedos de los pies…como si mi cuerpo fuese una tabla que resistiera el peso de tantos sueños que he tenido. Voy a tratar de tocar el suelo con mi corazón, sin dejar de resistir.
Voy a tratar. Tengo que tratar.
Ahora…déjame, deja que mire a mí alrededor. ¿Qué hay detrás de todos estos ojos que caminan y sienten? ¿Qué hay detrás de todas estas manos que se pasean por las calles tecleteando en sus mundos de cristal y construyendo pompas de jabón que tienen más peso que la realidad?
Me gustaría saberlo, pero realmente tengo que encontrar otras cosas que he perdido.
¿Qué cosas eran? ¿A dónde íbamos? ¿Dónde vivíamos hace 3 años? ¿Qué significa este tiempo, este espacio, este rincón de momentos congelados que se entremezclan sin dejarme pensar?
Parece que cuando veo en el fondo de la taza repleta de té veo a una persona que tiene mi rostro, pero que dice cosas que jamás hubiese dicho yo.
Parece que hubiera millones de otras, millones de “yos” que me andan buscando para ajustar las cuentas pendientes de las promesas rotas.
Parece que la palabra identidad se diluyó en un montón de ropa sucia y manchada de un grisáceo oscuro con ínfulas de intelectual.
Parece que ya no sé de qué hablo, ni qué siento, ni qué hago…no sé qué contestar cuando me lo preguntan…y es que…la verdad de todo es que me paso flotando en un espacio vacío la mayor parte del tiempo, tratando de no recordar, tratando de ser indolente, porque ya me cansé de que puncen todas las preguntas sin respuesta.
¿Cómo dices que se llama eso que nos falta? ¿Comunicación? ¿Comprensión? ¿Amor?
Ya olvidé qué significaban esas letras cuando se juntaban de la forma “correcta”.
Y el oso está inquieto. Sí, está inquieto.
Está furioso. Está cansado. Está muerto por dentro y por fuera, quebrado de todos los puntos que anexan la vida real y la vida falsa.
Nada tiene sentido. Nada causa realidades. Nada se llena de tanta fuerza para poder decir algo que realmente palpite cuando ves a esa gente que antes parecías conocer, que antes parecías querer con locura.
Me pregunto si puedo abrir esta jaula y cambiar de lugar. Quizás ambos podamos entender qué hacemos aquí si salimos de aquí. Quizás ambos, yo y oso, podamos enojarnos hasta lograr decir algo, hasta dejar de mirar a través de los barrotes, con la nariz húmeda de tanto pensar, de tanto recordar, de tanto vacío junto…de tantas ganas de saber qué pasó y en qué momento nos hicimos esclavos de nosotros mismos y de los demás.
Entonces…lo veo. Puedo verlo. Aquí estoy yo, justo en el momento exacto y en el lugar exacto. Le guiño el ojo al oso y él hace lo que sabe que tiene que hacer.
Cambiamos de lugar. Nadie lo nota. Nos dirigimos una última mirada furtiva.
Se supone que él debiera dirigirse a mi clase de actuación y sacar una buena calificación, o al menos una opinión decente. Pero no lo hace.
¡¿Qué estás haciendo?!
Me vuelve a mirar con sus ojos pardos. Ohh…sí…él sabe lo que hace. Él sabe que con ello derriba otro muro. No es más oso. No es más humano, no es más yo, ni yo soy oso…la verdad es que los dos somos uno y hemos logrado no existir. La verdad es que los dos estamos atados en un estado de búsqueda, un estado en donde los caminos son invisibles, aunque sabes que están ahí. Tienes la certeza y da igual que te lo discutan todas las razones existentes.
No hay jaula. No hay oso. No hay visitantes. No hay clase de actuación. No hay nota o aspiración. No hay llanto, escondida en el baño para que nadie me vea. No hay cuchara, no hay semáforo, no hay metro, no hay escaleras…no hay espejo, no hay miradas, no hay…
¿Y dónde estás?
Escribiendo…solo entonces el mundo es tan realmente nuestro que nada puede detenerse…solo después de eso, el mundo real parece tan tranquilo y tan apacible…como si pudiéramos hacer de todo y no sucumbir nunca.
Oso, por fin, eres libre…