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martes, 8 de septiembre de 2015

Amigo

Mis pasos en tu bolsillo, con el ritmo descompasado, palpitando como relojes frenéticos y lunáticos.
Amigo mío, yo me pongo un pañuelo sobre la cabeza y salgo a caminar. El asfalto atraviesa mis pies pequeños y los llena de incertidumbre endurecida.
Acá van cayendo las gotas inclementes de lluvia ácida sobre la ciudad, pero tú no has notado mis lágrimas, porque crees que un pañuelo puede secarlo todo. Que un pañuelo sobre el cabello puede secar el asfalto, secar el alma, secar el rostro...secar mi voz mientras me das la mano y me dices que sigamos siendo amigos, que la vida es corta, que la amistad es bella, pero que el amor es un cuchillo. Un cuchillo oxidado que se clava en medio de la memoria, desgarrador, sin piedad, sin perdón, sin vuelta...
Me pregunto...me pregunto...me pregunto...pero no alcanzo a esbozar la pregunta siquiera sin que me duela el zapato. Tengo caries en las palabras. Tengo polillas en el pañuelo sobre la cabeza...polillas que atraviesan mis manos tomando  las tuyas, polillas que vuelven amarillentas las fotos que nos tomamos tan solo en mi mente.
Miro a mi alrededor y todo resulta la imagen de la imagen de la imagen. La copia copiada cientos de veces, una tras otra, hasta hacerse cada vez más clara y desaparecer.
Y tu mirada se me hace de cartón también. Un cartón agujereado de temibles indiferencias, de sonrisas vacías, de un whatsapp lleno de emoticones lejanos, de brillantes colores que están llenos de gris, como una mascarada a mitad de la noche.
Y ya ni fuerzas para caminar quedan. Veo pasar la micro y casi ni sé cómo me dejo caer en ella, como quien cae por una ventana, como quien cae al precipicio de tu voz profunda y tus palabras llenas de significados académicos.
La micro siempre se convierte para mí en un paso por la vida, en fracciones de segundo que concentran todo. Pasan rápido y fugazmente los recuerdos junto a nosotros, mientras la micro detenida finge que avanza para llevarme a casa. Mi vida pasa a través de mis ojos en un segundo, como una pequeña muerte, como una asfixia simbólica, como un acontecer roto, como una caída libre...todo...todo, todo, todo en fracciones de segundo, todo en el recorrido de la 126. Fotografías instantáneas que se superponen unas a otras y que, al mismo tiempo, se van difuminando y desapareciendo progresivamente, cuando aparecen otros flashes.
Recuerdo que...Me he despertado durante la noche, con la boca seca, los pies congelados.
Me han quitado las sábanas de golpe y el camino se ha vuelto espantoso. ¿Con qué puedo cubrirme ahora de las dudas? ¿Con qué puedo cubrirme de las miradas? ¿Con qué puedo cubrirme frente a ti, cuando te vea, fingiendo que con tu amistad se conforma mi corazón? Y tu rostro está pegado sobre esa pantalla, la sonrisa brillante, la barba peinada, perfecta...¿Qué hay de real en todo esto? ¿Dónde están las venas tras este aparato? ¿Dónde corre la sangre tras esta foto de facebook? ¿Dónde respiras, dónde lloras tras esta pantalla, tras este perfil, tras esta nueva publicación?
Mirar la ventana de esta micro es como mirar un espejo hacia una profundidad dolorosa, acuosa como un lago congelado del momento en que dijiste no.
Tú has dicho que siga sonriendo. Has dicho que mi rostro se ilumina con esta sonrisa cargada de incertidumbre endurecida. Le pusiste me gusta a la foto de facebook, pero no me besaste cuando sonreí frente a ti. Compartiste la publicación de aquel libro que tanto me gustaba, pero cuando estuve frente a ti te parecieron estúpidas mis palabras salidas de sus páginas. Esas páginas tan llenas de vida, tan auténticas, tan reales...más que yo, más que tú mismo.
Me quito el pañuelo de la cabeza y disimulo la fragilidad de esta tela que he usado para proteger mi vulnerable existencia frente a los pasajeros de la 126. Cada uno de ellos, flotando en sus mundos dentro de sus mundos, nadando entremedio de sus propias fotografías...¿Quién entendería que tras mi mirada no hay solo cansancio? ¿Quién entendería que los mundos dentro de mis mundos se van derrumbando de adentro hacia afuera?
¿Recuerdas tú lo que viste en la micro camino a casa? Eran 2 horas de vuelta del trabajo a la casa, pero...¿qué imágenes viste? Quisiera que te vieras a través de mis ojos y comprendieras lo lejano que estás de mí, quisiera poder ver tus imágenes y no llorar sobre ellas...quisiera poder saludarte y hablar como antes, como si nada hubiera pasado, como si no se me hubiera ocurrido la idea de tratar de decirte que fuéramos más que amigos.
Pero sí, juzgo demasiado. Ninguno de nosotros ha sido inmune a querer desconectar la realidad un rato. Esa brutal, andrajosa y llena de ilusiones, que pretende ser certeza. Esa que es relativa, hasta que quiere ser dolorosa...porque sí, cuando la realidad es un golpe, una puñalada, ¿Cómo he de negar esta existencia ahora? ¿Cómo he de relativizar este dolor tan concreto?
Y yo...bueno, volví dentro de mí misma, como todos.
Apreté la tela morada del pañuelo entre mis manos. Y todo comenzó a dar vueltas sobre mí, la micro desaparecía bajo mis pies, los pasajeros, lo que podía ver desde la ventana...todo se iba perdiendo, desapareciendo el espacio a mi alrededor. Solo importaba mi mente, porque parecía ser el único lugar que permanecía, parecía ser lo único que no podía volver del todo virtual, parecía ocultar algún secreto que no sería compartido ni recibiría algún "me gusta", parecía tener la fotografía de un recuerdo de mi infancia que no fue fotografiado nunca...parecía que podía existir algo que guardara dentro de mí, algo que solo pudiese ser compartido de forma misteriosa y viva, sin darme cuenta siquiera.
Entonces, dentro del pañuelo creí advertir un pequeño universo que no había sido descubierto ni documentado jamás. Un universo con sus propias realidades, con sus propias ficciones y sus virtualidades extrañas...
He aquí que encuentro a un juez en este universo y agudizo mi vista.
Le dije al juez que no dejara caer su martillo, pero él no ha escuchado. Amor le dicen, pero es un tribunal de condenas.
Le digo que no fue mi culpa. ¿No ve que no supe cómo me ha empezado a crecer un árbol en medio del pecho?
Un árbol en medio del pecho con raíces como arterias, con sabia como sangre, con ramas que florecen en mis cabellos y mis ojos, con flores que fueron arrojadas como palabras...¿Qué he de hacer entonces?
¿Qué hago contigo, aquí insertado en mi mente? ¿Qué le digo al juez respecto a la idea de haber querido cambiar lo que fuimos desde el principio?
Ha sido mi culpa sí...pienso. Condénenme, pues. Condéneme, ya que he sido cobarde, ya que no he hablado antes, ya que no he dicho antes lo que sentía. Condéneme pues, por no ser mujer, sino árbol, por no tener carne, sino ramas... Yo solo digo que el árbol de mi pecho está ya formado.
Y yo no soy mujer, porque soy más árbol. Frente al espejo, un árbol. En la micro, un árbol. En las calles, un árbol que camina...las raíces se arrastran y duelen con el roce de lo nuevo, las ramas se sostienen en tu mirada, aun cuando la dirijas ahora a otra, otra que no es árbol, sino mujer.
Y entonces...¿Qué queda? ¿Dónde puedo dejar crecer una flor que haya salido de mí? Me siembro aquí nuevamente, al llegar a casa.
Veo mis libros. Veo mis hojas. Veo mis frases.
Yo te quiero. No lo he dicho, pero yo te quiero. Si soy un árbol, quisiera que una parte fuese mía y se sembrara aquí o donde yo quisiera sembrarla. Pero también quisiera que otra parte de mí, árbol, se convirtiera en libro, porque el libro es el único objeto con alma. Porque hay caminos que nunca estuvieron referidos en los mapas ni en los manuales, sino que eran transitados en silencio, cada noche, cada vez que alguien se cruzaba con el infortunio de recordar los detalles, de recordar tus ojos, tu voz profunda y suave...
Quisiera ser esa parte libro, un libro profundo, intenso, rico, interesante...y quizás solo así, tú me amarías, revisarías mis páginas, abrazarías (abrasarías) mis hojas, comprenderías mi existencia... quizás solo así ahora mismo podría estar entre tus brazos.


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