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martes, 23 de junio de 2015

El hombre que marchaba

Con la boca rota, ha caído el hombre que marchaba,
de su voz se escucha, una especie de lucha olvidada,
quién sabe dónde ha estado, quién sabe dónde ha ido,
solo se sabe que ahora, yace allí herido.
Yo tenía la mirada lejana,
perdidas las razones de todo camino,
pero siempre me había sentado,
en el borde de esa calle entonando un silbido.
Y yo vi cómo caía, yo vi cómo miraba
y me pregunté si acaso había alguna cosa que ignoraba.
A veces salí a la calle a entonar algún himno,
pero es verdad y ha sido cierto, que yo he tenido un mejor destino.
Allí yo me fumaba un cigarro y escuchaba en silencio los himnos,
pensando qué sucede con nosotros, hasta dónde crueles hemos sido.
El hombre que marchaba, con la boca rota a piedrazos,
gritando al gobierno que estaba cansado
de vivir de sus pedazos.
El hombre que caminaba, con la boca rota a cuchillazos,
un poco de indiferencia, un poco de comentario malintencionado,
o quedarse allí, cómodamente sentado,
mientras afuera llueve, truena, relampaguea
y nos cae el agua sobre las cabezas,
y nos cae y nos cae, y nos destroza la carne,
y nos destroza los huesos,
y nos arranca el pelo,
nos martillea los sesos.
La lluvia es un ácido de argumentos vacíos,
de pasar la mano y enterrar el cuchillo.
Un día, creí ver entre sombras,
que tenía la mano ensangrentada y húmeda,
cayendo de mí se veían unos pañuelos,
espesos y densos como la noche,
había voces a mi alrededor que gritaban y gritaban,
y entre ellas estaba la mía,
pero si miraba más allá veía caras de cera,
mirándonos de lejos, pero sin cambiar su expresión.
¿Es que están sordos? me dijo un niño que caminaba a mi lado,
tomado de la mano de su madre,
y no supe contestarle bien.
Pensé que podría haberle dicho muchas cosas,
pero tenía un nudo en la garganta que no me dejaba ni explicarme las cosas a mí misma.
Allá lejos se ven los hombres verdes,
protegidas sus almas de alguna cosa llamada humana,
pero no dicen nada tampoco,
están al acecho esperando que caigamos
para destrozarnos algo que no es físico,
pero que solo tocan desde nuestros cuerpos.
No sé si esté en ellos mismos el querer destrozarnos
o si solo están cegados por algo que los ahoga también.
Me pregunto que habrá en sus mentes
cuando levantan la mano contra otro,
o si latirá su corazón con la misma furia que el nuestro al escapar,
o si tendrán sangre sus venas,
o si querrán leer libros alguna noche para sus hijos que quizás también quieran marchar mañana.
No sé.
Me siento frente a esta caja donde se acumulan las imágenes de nuestra sociedad
y todo parece volverse turbio, cada vez más turbio.
Miro el cielo.
Con la boca rota, ha caído el hombre que marchaba, al suelo.
Al suelo la vida, al suelo la muerte,
al suelo, el deseo, el sueño,
el beso de quererte;
al suelo, consignas,
al suelo, llamados,
al suelo, tristezas de luchas y argumentos nunca ganados.
Al suelo, yo, al suelo tú.
No sé qué pensábamos,
quizás lo hicimos mal,
quizás no supimos qué camino tomar,
pero es verdad...queríamos salvar,
las historias, los besos, los libros
que ellos nos quieren ocultar.
Bajo la cabeza.
El hombre que marchaba yace inerte.
Y entonces, todo se ha quedado en silencio.
La oscuridad se ciñe frente a mí.
¿Qué queda amigo, qué queda por decir?
Él está muerto ya, pero su boca aún habla,
su boca se levanta,
se transforma en pájaro, se transforma en mariposa
y entonces yo miro y veo su hazaña,
porque las ideas no mueren y ni el tiempo las engaña.
El hombre que marchaba,
ahora marcho yo,
ahora somos todos y nunca dejamos de serlo,
porque él era nosotros,
desde un principio y hasta un final,
nuestra alma era una y recorría la tierra, el cielo y el mar.
La historia, la memoria y nuestro lugar...





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