Caen las hojas del tiempo, poco a poco, como palabras dichas entre susurros,
entre ellas puede ir mi nostalgia por algunos días, pero no lo sé,
porque no logro precisar de qué está hecha la nostalgia.
Una puntada de hilo clavada en la cabeza, en la mente, o en el alma,
una puntada de hilo que me va enhebrando progresivamente, con un método complejo
e indescifrable,
que me va atando a los días pasados,
que me va tirando hacia ellos como se tira de un anzuelo.
Y caigo en la trampa, Dios mío.
Caigo en la trampa de volver a los lugares,
de volver a la mentes,
de volver a las miradas que tenía entonces y que ya no tengo ahora.
Pongo el zapatos en las huellas antiguas que siguen impresas y difusas en algún lugar,
pero cuánto han cambiado mis pies sin yo saberlo.
Cuánto han cambiado que ya no entran ni coinciden por ningún lado
en esas ingenuas huellas con cara de inocencia.
¿En qué transcurso, en qué devenir errante llegué a tener estos nuevos ojos?
¿Cómo se transformó el conejo en caballo?
¿Cómo apareció de pronto mi consciencia flotando allá lejos,
unida indisolublemente a mi sangre ahora,
pero sin ser la misma, aun cuando no se suelta jamás?
Detrás tuyo van las sombras de lo que fuiste,
superpuestas unas sobre otras y haciendo un collage triste de colores perdidos
o de formas en las que yo te veía ingenuamente,
sin saber que, en realidad, todo estuvo en mi mente desde un principio.
Pero estamos distraídos,
la trampa siempre está sujeta a algún límite imaginario,
la trampa siempre tiene mi óptica o la tuya o la de todos.
¿Ven tus ojos el mismo color amarillo chillón que veía yo entonces?
Entonces, miento. Siempre miento en alguna medida.
¿Dónde está la nostalgia?
Aquí, acá, antes, ahora.
En el hígado, en el cerebro, en el corazón, en los pies, en el cabello.
Yo te juro que la nostalgia no es todo trampa, o quizás sí.
Quizás sí.
Una trampa cruel a la que uno cae con gusto.
Feliz por ponerse el cuchillo en el cuello.
Feliz, porque alguna cosa extraña que vive en uno,
tira el anzuelo fuerte y te aprieta algunas partes del ser,
obligándote a mirar las cosas con una óptica lejana,
o quizás demasiado actual.
¿Soy yo misma cuando estoy pensando en la yo de antes?
¿Eres tú mismo cuando estás preguntándote por tu mismisidad?
Y mira las manecillas del tiempo, siempre tan distraídas,
tan pensativas,
pasando en la calle con millones de cosas que hacer,
tanto que pasamos junto a ellas y no nos ven,
ingratas pasan y no nos saludan, aunque nos conocen.
Siempre nos han conocido más que nosotros mismos.
Siempre con su apariencia de verdugos alados,
siempre con la alegría de la muerte diaria y el renacimiento prometido.
Deseo fugaz.
Deseo fatal, deseo insaciable.
¿Dónde estaba yo?
La puntada del hilo comienza a coserme los ojos y la boca,
me envuelve el cuello,
me corta el aire,
me cose los miembros,
me cose la costilla al suelo,
me cose el silencio a las palabras de otro, en el momento de otro.
Estoy transformándome en una tela que se cose hacia dentro,
que se convierte en ovillo,
que se oculta hasta ser solo una puntada
que esconde una frazada bordada,
bajo su apariencia de superficialidad.
Y parezco vacía, pero no lo estoy.
Cuando te miro en el espejo me crees indiferente, pero no lo soy.
Cuando me miras con desprecio, me crees fría, pero no lo soy.
Estoy luchando contra la última puntada ¿No lo ves?
La nostalgia, ese hijo muerto que soy yo misma y que está lejos,
tan lejos que no sé si habría podido salvarlo o nunca tuvo cura.
Y la memoria aparece en la llave que gotea en la cocina y me despierta en la noche.
Oye, me dice, ¿tienes un tiempo para hablar de cualquier cosa?
Necesito que me hables esta noche, para rehuir a mi propia tristeza,
a mis propios recuerdos.
Entiendo que ninguno de nosotros comprende nada, entonces...
¿En qué te puedo servir yo?, le respondo con ojos somnolientos.
Pero ella es tierna y cruel a la vez. Y me abraza hasta dormirme.
Sueño con ella todas las noches y me dice que la nostalgia vendrá y seremos amantes.
Pero entonces...¿A qué viene de pronto esta soledad a confundir mi corazón?
¿A qué viene la visión terrorífica de los años,
la vejez, la deterioridad de los minutos,
si se supone que la nostalgia vendría a despertar mis sentidos?
Yo amaba una imagen que parecía más real que mí misma.
Nunca entendí que en realidad era ella la que me amó siempre a mí.
Con malicia me deseaba detrás de un espejo,
con locura me despojaba de mi vitalidad.
Acaso yo era recuerdo y ella siempre fue realidad.
Acaso yo estaba soñando y ella era la cuna de mis sueños.
Acaso yo era el hilo y la puntada, arrastrándola sin final,
a esa infidelidad con el pasado que es la memoria,
a esa usurpadora que viene a quitarnos del presente.
Y cuando se iba, yo bajaba la vista.
Mi cama seguía vacía,
y mi corazón seguía lleno de preguntas.
Sus palabras seguían corporalizándose frente a mí
y golpeando mis huesos hasta destrozarlos.
Entonces, te digo,
sinceramente, ya no hay cura que yo pueda aplicar en mi defensa,
porque la puntada ya ha llegado a su punto culmine.
¿Dónde está ese punto?
Quizás estaba en mi prisión más remota,
o en la ilusión de libertad.
Quizás estaba en un espacio enorme e invisible,
escalofriante, oscuro,
un espacio que estaba entre mi mirada y la de otros.
Entre el recuerdo que creía cierto y los recuerdos que ellos creían ciertos.
Quizás todo fue imaginario.
Y entonces...¿Por qué no vienes y me destrozas de una vez?
¿Por qué no te resignas a que yo he escogido esto?
Mi espejo siempre está roto y buscando otro trozo que añadirse.
Mi espejo siempre es como un reloj de arena que la deja escapar.
¿De qué está hecha la nostalgia?
Un punto eterno entre la verdad y la ilusión de ella.
Un juego de reflejos.
Un soneto arrancado y robado de la mente de su autor antes de ser escrito.
La puntada ha llegado lejos. Profundamente.
¿Seré la misma luego?
¿Era la misma cuando lo pensaba?
Memoria. Nostalgia. Soledad.
¿A qué juego macabro están jugando con mi pobre mente,
agazapada bajo las ventanas más inhóspitas?
Acaso yo nunca sentí nostalgia, era ella la que me sentía.
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