Un día me encontrarás caminando con la incerteza rotunda, esperando que las preguntas emerjan del suelo, como soldados, no uniformados, que esperan la justicia de años de sangre sin humanidad. Años de tortura, años de silencio cómplice de lo más horrendo, ellos sobrevuelan a mi paso igual que buitres, mientras ante mí se alzan corpóreos los crímenes, se acumulan en la garganta y se hacen nudo hasta asfixiarnos de noche, hasta dolernos tanto que no queda más que una fuga impune y rabiosa, la lágrima secreta, la lágrima que solo conoce la almohada, la lágrima oscura, sin esperanza, sin alma, sin atisbo de cobijo.
Creo que ninguno de nosotros estaba listo para vivir y que ni en toda la vida, ni en todos los años que llevemos y terminemos intentándolo, estaremos listos.
¿Qué hago aquí?
¿Qué hago aquí?
Hospital limpio y ordenado, blanco como una sábana nueva, con olor a vacío, con sentido de muerte y vida, un pasillo blanco que cruzo como si caminara por el túnel.
Sábana blanca, cubriendo la cara. Sábana blanca cubriendo la infancia, sábana blanca cubriendo la vejez. ¿Quién nos cuidará de noche?
¿Quién nos cuidará mientras caminamos entremedio de nuestras mentes? ¿Quién nos cuidará cuando la fulminante mirada nos atraviese de pies a cabeza y nos deje leyendo poemas de amor?
¿Qué tengo? ¿Qué tengo, señorita enfermera?
Click. Click. Click. Signos vitales, examen de sangre, suero con etiqueta amarilla a las 3 am.
¿Qué tengo, doctor? ¿Qué tengo? ¿¡Qué tengo!?
Oiga, maldita sea, soy yo quien está en esta camilla, respóndame, por favor.
Y la ventana se hace trizas mientras la miro y me revela que nada de lo que toco es cierto, nada de lo que palpo está aquí, nada de lo que amo tiene sentido, nada de lo que he sacrificado me será devuelto por un ideal. O quizás sí, no sé. O quizás solo tengo la esperanza ingenua de que así sea.
Pero ya, no preguntes más. Cállate, cállate, cállate.
El umbral ha sido traspasado hasta el cansancio. Algunos dicen haber salido de allí victoriosos y a salvo, pero mienten. Todos nosotros hemos entregado algo secreto que jamás es mencionado, por miedo, por orgullo o simple resignación.
Y subo las escaleras entremedio de las dudas, tambaleándome, esquivándolas lo más posible, tratando de no tocarlas, para no caer. Tratando de no tropezar con mis propios significados y lo frágiles que son, tratando de no enfriar los pasos hasta que se hagan inútiles.
De pronto me percato que se me van cayendo los trozos de yo, ¿era esa una parte de mi rostro? ¿era ese un trozo de frase que te dije un día por una red virtual?
Creí ver que a cada escalón que subí, un yo caía, y mi ser, formado de pequeños trozos de vida superpuestos, iba perdiendo porte y altura, iba perdiendo sustancia. Yo me iba transformando en un artefacto monstruoso hecho con partes de chatarra nauseabunda.
El hedor que salía de mis pensamientos y sentimientos me iba envolviendo y mataba todo a mi paso. Buscaba entremedio de las multitudes un algo, un atisbo diferente de mi ser, pero todos eran indiferentes al cuestionamiento, a la complejidad de las cosas que está oculta, más allá de lo fácil y bonito que venden en los comerciales.
Veo hacia abajo y es cierto, allí está ese yo que se veía tan reluciente ayer, retorciéndose en el piso y cayendo más abajo de la tierra misma.
La escalera se ha volteado y acaso nunca estuve subiendo las escaleras, sino que siempre estuve subiendo hacia abajo, cada vez más hacia abajo.
Un yo disgregado me mira, ahora no desde el suelo, sino desde arriba, trozos de mí que gritan justicia o que reclaman al olvido el hecho de que sus amores no duraran.
El pasillo blanco y las estrelladas lámparas que pasan a años luz sobre mi cabeza, saetas de fuego, agujereando mis últimos segundos de vida. La camilla camina rápido entremedio de sus rostros profesionales desdibujados.
Mis manos amarradas a la camilla, ni siquiera tienen fuerzas para resistirse.
Operación de emergencia, dicen. Envenenamiento de la sangre, dicen. Riesgo de muerte.
Pero sus voces se desdibujan ante mí y el techo con sus lámparas como saetas de fuego, se hacen tan interesantes, se hacen tan reales, ¿qué importo yo en todo este juego de sombras? ¿qué importaba mi caminar errante en la universidad si nunca supe que estaba haciendo en esta vida?
Y digo esta vida como si hubiera otras, pero quién sabe.
Dejarse ir.
Dejarse ir.
El umbral está transparentándose y jugando a las escondidas conmigo. Sabio dolor, vendrás por mí de noche y me abrazarás cálidamente. Tengo la certeza de que me has amado más que a ningún otro. Tengo la certeza de que tu indiferencia al encontrarme en los corredores de la universidad es solo el reflejo de que me extrañas.
Quiero creerlo así, pero qué va, bailemos un rato, finjamos que la vida fue hecha a nuestra medida alguna vez. Creamos que lo que nos dijeron era seguro, creamos que la vida tenía sus credibilidades y neutralidades, creamos en la objetividad, creamos en tu mano sobre la mía y en que nada había que nos matara el amor.
Camilla, o estrella fugaz. Quizás soy un astro a la velocidad de la luz. Un sol que se apaga, un sol que abre los brazos, entregado, antes de explotar.
Madre, el pasillo es frío y tengo miedo. Madre, tápame, cúbreme, cuéntame las historias de la niñez, déjame jugar hasta las nueve, sírveme la leche tibia con dos galletas de chocolate.
El umbral es como una boca y tiene sed. Me afirmo del color blanco y trato de no ser succionada.
Padre, el pasillo es solitario, tan solitario que hace estremecer mis entrañas. Y los tubos me entran por la nariz y la garganta. Mis venas se convierten en casa. Mi sangre cubre las sábanas.
Y tengo ganas de llorar, porque la sábana ya no es blanca y porque la niñez no existía y porque a caperucita realmente se la comió el lobo para siempre.
¿Cuál es mi pecado? ¿Cuál fue el error tan grande que cometí que me volviste la espalda con tanta crueldad?
Ohh madre, protégeme de los fantasmas de la memoria. Ohh padre, cobíjame en tus brazos. Tápenme de noche con las sábanas de blanco y el espanta-cuco, protéjanme de la sombra sobre mi cama, protéjanme de su aliento estremecedor sobre mi cuerpo, protéjanme de la caída imaginaria.
Pero basta, basta , basta.
Yo solo creía que tenía padres, yo solo creía que ellos me protegerían, cuidarían y amarían.
Pero qué va, ustedes siempre fueron como yo, siempre fueron otros hijos, otros huérfanos, tirados desnudos en medio del mundo a que se las arreglaran solos. Y nunca estuvieron ahí realmente, siempre con sus rostros impávidos y secos, y mis brazos extendidos y suplicantes que jamás encontraron una respuesta.
Mis huesos están rotos, mi humanidad extinta. Las certezas nada tienen de certezas. Los suelos, los pisos, las raíces se desvanecen de golpe cuando intento tocarlas.
¿Qué es esto? ¿Qué es esto?
Cuenta hasta siete, dice el médico, la anestesia surtirá efecto antes de que te des cuenta.
Uno...
Y ya no sentirás más dolor.
Dos...
Te curaremos.
Tres...
Llamamos a tu familia, vienen en camino.
Cuatro...No pude despedirme de ellos, doctor...
No te preocupes, todo saldrá bien.
Cinco...
Los... verás... cuando... vuelvas...
El doctor se aleja. El umbral se dilata como un pozo de agua azul.
Y caigo. Caigo, caigo. Caigo hacia dentro, caigo hacia arriba, los brazos extendidos como el Cristo, la vida entregada sin resistencia.
Yo amé demasiado.
Yo caminé demasiado.
Yo busqué demasiado, cuestioné demasiado, Me equivoqué demasiado.
¿Pero...cuál es mi pecado? ¿Por qué me condenas así? ¿Por qué me condeno así?
Sigo cayendo con el cuerpo hecho pluma y a mis brazos se van ciñendo oscuros momentos, oscuros recuerdos. Sombra junto a mi cama, el llanto de las lágrimas que no cayeron, las culpas de los crímenes no cometidos.
¿Es esto la muerte? ¿El destino final?
Esta caída se siente como un largo y profundo suspiro. Se siente como un flashback. Se siente como un libro bajo la almohada.
Sigo cayendo con el cuerpo hecho pluma y a mis brazos se van ciñendo oscuros momentos, oscuros recuerdos. Sombra junto a mi cama, el llanto de las lágrimas que no cayeron, las culpas de los crímenes no cometidos.
¿Es esto la muerte? ¿El destino final?
Esta caída se siente como un largo y profundo suspiro. Se siente como un flashback. Se siente como un libro bajo la almohada.
Atravieso la oscura barrera que separa este mundo de otra cosa que es indefinible.
¿Dónde estamos exactamente todo el tiempo? ¿En qué lugar residen nuestras mentes cuando no están concentradas en algo particular?
El tumor se ha reventado dentro de mí, puedo verme, puedo ver la sangre sobre la camilla, puedo ver la sangre corriendo a través de la habitación y cubriendo la sombra, el electrocardiógrafo juega a cansarse, y la caída se hace más lenta, floto en el espacio, floto en un líquido viscoso y asqueroso llamado humanidad.
Perdí algo, creo.
Perdí algo importante.
¿Tenía que ser así esta muerte o era igual que las otras muertes diarias?
Nunca viajé por Chile. Nunca adopté un gato. Nunca le robé un beso a mi amor platónico. Nunca le planté una cachetada al acosador de la micro, nunca rompí una foto, nunca maté al espejo y le dije que lo odiaba.
Pip...pip...pip...
Alicia cayendo a la madriguera del conejo.
Pip...
El reloj toma cuerpo y tiene más humanidad que uno.
Pip...
El umbral palpita y mi sangre se vuelve transparente.
Pip...pip...
Creo que le encontré en un paradero de micro, agazapado, hablando historias, hablando palabras que envolvían cuerpos.
Pip...pip...pip...
Madre, padre...si hubiéramos cambiado las cosas antes...
Madre, padre...si no hubiera tenido siempre tanto miedo...
Madre, padre...
Madre, padre...protéjanme de la caída imaginaria. Protéjanme de la sombra junto a mi cama, respirando sobre mi cuerpo, retorciendo mi pánico frente a mis entrañas, agujereando mi memoria.
Un día me encontraste caminando con la incerteza rotunda y me ignoraste.
Y es verdad.
Es verdad.
Todas las cosas que no he dicho y todas las cosas que dije mal.
La caída imaginaria, llevándome hacia dentro, recortándome las entrañas suavemente, anestesiándome la vida, soplándome el tiempo, resquebrajándome el espejo, ahorcándome los árboles de dudas y respuestas que traté de construir.
El pasillo solitario. La camilla saeta. La sábana blanca cubierta de sangre.
Mi infancia suicidándose, mi adultez apareciendo con una ráfaga de viento y destrozando con un hacha los libros.
Yo estaba llorando debajo de la mesa, la mesa estaba llorando debajo de mí, tiritaba y trataba de cobijarse de algo que no podía decirse.
Doctor, ¿este es el fin?
Doctor, ¿qué es lo que tengo?
Doctor...no me alcancé a despedir de ellos.
¿Esta era la vida, este rumbo sin camino, esta respuesta sin pregunta?
En serio, en serio ¿Está era la vida, estas venas sin sangre, esta jeringa sin aguja?
¿Era esta la vida? ¿Era esta Psicología intentando explicar al ser humano sin explicarlo?
La caída imaginaria, todo es como una mecedora que no se mece, una caída detenida, una caída en un segundo alargado siglos, caigo, pero no caigo, avanzo, pero no avanzo. Mis brazos extendidos son cosidos a los intestinos del mundo, trago la sangre de millones de seres humanos y soy escupida a través de su gran boca.
¿Dónde estoy?
¡Zas!
Me caigo de golpe. Choco con el concreto directamente. Me duele la cabeza.
¿Dónde estoy?
¿Dónde estoy?
Qué bueno que hayas despertado, dice su voz suave, cansada.
¿Dónde estoy?
En el hospital, la operación duró 6 horas. Pero estás bien, te pondrás bien.
Quiero seguir durmiendo...
No duermas más, tienes que despertar, eso dijo el doctor.
La mano sobre la mía, cálida, suave, como un baño de agua tibia. Como un nacimiento nuevo.
Y un segundo más tarde...sí...mmm...dolor, viejo amigo, pensé que no ibas a volver.
El umbral sigue latiente, pero expectante, no seguro, no definitivo.
¿Esto es?
¿Y esta caída imaginaria qué?
La vida es una maldita que te agarra a martillazos mientras duermes plácidamente y no te puedes defender. Y nosotros estamos apretando los dientes, pero pidiendo más golpes, más tortura, más dolor, por favor.
Sí, sí, bendito dolor.
Me duelen las sábanas blancas cubiertas de sangre. Me duele la memoria. Me duele la sombra sobre mi cama. Me duele la indiferencia. Me duele Alicia cayendo a la madriguera del conejo. Me duele el tumor, la camilla, el pasillo. Me duelen los padres que no son padres y los hijos que están desamparados y solos, siempre tan solos.
Pero...no sé...no sé por qué...no sé...
¿A qué viene ahora esta sonrisa enorme, emergiendo de mi rostro espontáneamente, como una bomba nuclear?
No puedo parar de sonreír, casi me dan ganas de reír a carcajadas.
Reír a carcajadas con una sonrisa sonora y lunática.
Qué bueno es estar aquí. Qué bueno es tener tu mano sobre la mía. Qué bueno es este dolor de mierda.
El tumor se ha reventado dentro de mí, puedo verme, puedo ver la sangre sobre la camilla, puedo ver la sangre corriendo a través de la habitación y cubriendo la sombra, el electrocardiógrafo juega a cansarse, y la caída se hace más lenta, floto en el espacio, floto en un líquido viscoso y asqueroso llamado humanidad.
Perdí algo, creo.
Perdí algo importante.
¿Tenía que ser así esta muerte o era igual que las otras muertes diarias?
Nunca viajé por Chile. Nunca adopté un gato. Nunca le robé un beso a mi amor platónico. Nunca le planté una cachetada al acosador de la micro, nunca rompí una foto, nunca maté al espejo y le dije que lo odiaba.
Pip...pip...pip...
Alicia cayendo a la madriguera del conejo.
Pip...
El reloj toma cuerpo y tiene más humanidad que uno.
Pip...
El umbral palpita y mi sangre se vuelve transparente.
Pip...pip...
Creo que le encontré en un paradero de micro, agazapado, hablando historias, hablando palabras que envolvían cuerpos.
Pip...pip...pip...
Madre, padre...si hubiéramos cambiado las cosas antes...
Madre, padre...si no hubiera tenido siempre tanto miedo...
Madre, padre...
Madre, padre...protéjanme de la caída imaginaria. Protéjanme de la sombra junto a mi cama, respirando sobre mi cuerpo, retorciendo mi pánico frente a mis entrañas, agujereando mi memoria.
Un día me encontraste caminando con la incerteza rotunda y me ignoraste.
Y es verdad.
Es verdad.
Todas las cosas que no he dicho y todas las cosas que dije mal.
La caída imaginaria, llevándome hacia dentro, recortándome las entrañas suavemente, anestesiándome la vida, soplándome el tiempo, resquebrajándome el espejo, ahorcándome los árboles de dudas y respuestas que traté de construir.
El pasillo solitario. La camilla saeta. La sábana blanca cubierta de sangre.
Mi infancia suicidándose, mi adultez apareciendo con una ráfaga de viento y destrozando con un hacha los libros.
Yo estaba llorando debajo de la mesa, la mesa estaba llorando debajo de mí, tiritaba y trataba de cobijarse de algo que no podía decirse.
Doctor, ¿este es el fin?
Doctor, ¿qué es lo que tengo?
Doctor...no me alcancé a despedir de ellos.
¿Esta era la vida, este rumbo sin camino, esta respuesta sin pregunta?
En serio, en serio ¿Está era la vida, estas venas sin sangre, esta jeringa sin aguja?
¿Era esta la vida? ¿Era esta Psicología intentando explicar al ser humano sin explicarlo?
La caída imaginaria, todo es como una mecedora que no se mece, una caída detenida, una caída en un segundo alargado siglos, caigo, pero no caigo, avanzo, pero no avanzo. Mis brazos extendidos son cosidos a los intestinos del mundo, trago la sangre de millones de seres humanos y soy escupida a través de su gran boca.
¿Dónde estoy?
¡Zas!
Me caigo de golpe. Choco con el concreto directamente. Me duele la cabeza.
¿Dónde estoy?
¿Dónde estoy?
Qué bueno que hayas despertado, dice su voz suave, cansada.
¿Dónde estoy?
En el hospital, la operación duró 6 horas. Pero estás bien, te pondrás bien.
Quiero seguir durmiendo...
No duermas más, tienes que despertar, eso dijo el doctor.
La mano sobre la mía, cálida, suave, como un baño de agua tibia. Como un nacimiento nuevo.
Y un segundo más tarde...sí...mmm...dolor, viejo amigo, pensé que no ibas a volver.
El umbral sigue latiente, pero expectante, no seguro, no definitivo.
¿Esto es?
¿Y esta caída imaginaria qué?
La vida es una maldita que te agarra a martillazos mientras duermes plácidamente y no te puedes defender. Y nosotros estamos apretando los dientes, pero pidiendo más golpes, más tortura, más dolor, por favor.
Sí, sí, bendito dolor.
Me duelen las sábanas blancas cubiertas de sangre. Me duele la memoria. Me duele la sombra sobre mi cama. Me duele la indiferencia. Me duele Alicia cayendo a la madriguera del conejo. Me duele el tumor, la camilla, el pasillo. Me duelen los padres que no son padres y los hijos que están desamparados y solos, siempre tan solos.
Pero...no sé...no sé por qué...no sé...
¿A qué viene ahora esta sonrisa enorme, emergiendo de mi rostro espontáneamente, como una bomba nuclear?
No puedo parar de sonreír, casi me dan ganas de reír a carcajadas.
Reír a carcajadas con una sonrisa sonora y lunática.
Qué bueno es estar aquí. Qué bueno es tener tu mano sobre la mía. Qué bueno es este dolor de mierda.
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