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domingo, 7 de junio de 2015

Hojas en el cabello

-Ella era muy bonita ¿sabe? ¿La conoce? Vivía en una casa, rodeada de árboles y llevaba siempre el cabello despeinado y lleno de hojas...o de algo que caía de los árboles, una pelucilla o algo así...era bella y obstinada. Tenía algo...no sé...¿Cuál es la palabra? Como...mmm...como...esto de...- se tocó la frente como si tratara de que la palabra brotara desde allí y él pudiera sacarla y ponerla sobre su lengua como una flor.-¡maldita sea, ni siquiera la palabra correcta! Ayúdeme, usted, ¿Cómo es que se llama cuando un vaso se cae al suelo?
-Ehh...¿te refieres quizás a que se quiebra el vaso?- dijo ella, un poco confundida.
-¡Sí! ¡Eso! Como un vaso, exactamente. Estaba quebrada...de pies a cabeza y era muy evidente. Claro que...nunca se lo dije...Había tanta fuerza en su rostro y en todos sus modales, que casi me lo habría creído de no ser por la mirada que ponía apenas alguien reconocía algo bueno en ella. Cualquier virtud, cualquier halago desencadenaba esa mirada tan penetrante, tan dolorosa...me partía el corazón verla así, incluso antes de llegar a amarla. Cuando sentía dolor era el único momento en que podía ser sincera. Pero era tan buena actriz y lo había hecho tanto tiempo que...supongo que sentía más dolor del que mostraba y en muchas más ocasiones de las que yo pude notar. Siempre me pregunté cómo podía resistirlo. Ella parecía estar en la cuerda floja...parecía que en cualquier momento iba a colapsar...pero, extrañamente, la vi tan solo una vez quebrarse. O quizás más...pero no recuerdo si...no sé...Bueno, si no una, pocas veces. Y aún así...estoy seguro de que no lloraba por ella en esa ocasión, sino que porque no había podido cambiar una situación injusta.
-¿Crees que ella habrá venido a verte en el último tiempo?- dijo ella.
-Nunca la vi por acá. - suspiró y miró hacia el exterior, mientras la suave luz se colaba por la ventana.- Quisiera saber dónde está...Sé que peleamos, pero no recuerdo por qué.
-¿Cómo se llamaba?- preguntó otra vez la mujer.
Elías guardó silencio. Pareció esforzarse en recordar. Una expresión de frustración inundó su rostro poco a poco y se mostró abatido.
-No puedo recordar su nombre...¿es ridículo no? A veces sueño con ella, pero...no sé quién es. Quizás la amé y no debía. O quizás murió. O quizás...¿cree ud. que quizás anduvo por ahí pensando que me encontraría y la dejé plantada? - su mirada comenzó a perderse poco a poco.- Quizás solo la he soñado. Parece que la veo entre brumas.
Un silencio de minutos pareció separarlo un poco de su interlocutora. Indagó hacia afuera con su mirada, pero el hospital le molestaba un poco, para él era un lugar demasiado horrible como para centrarse en mirar afuera. Solo había concreto y, los ojos verdes de Elías, siempre buscaban un semejante. Necesitaba árboles, campo, pasto...incluso la tierra pelada le habría parecido más bella que ese monstruoso blanco y gris. Ella sonrió apenada. Le tomó la mano dulcemente y buscó su mirada.
-Ella te ama, Elías. Donde sea que esté, ella piensa en ti. Quizás también está perdida, buscándolos a ambos entre un montón de niebla.
Elías sonrió.
-¿Comprendes?- dijo ella melodiosamente.
-Qué linda voz.- dijo -Me resulta familiar, no sé por qué.-de pronto,mirándola un poco más, se sintió avergonzado. Aclaró su garganta.- Disculpa, te parecerá tonto lo que te diré, pero...¿qué haces aquí?
-Estábamos hablando. -dijo sorprendida.
-¿De qué?- preguntó él intrigado.
-Te decía que quizás ella también te andaba buscando.- contestó, apagadamente, como si fuera perdiendo energía a la velocidad de la luz.
-¿Ella, quién?- dijo él, desorientado.
La mujer cerró los ojos y los apretó. Estaba cansada. Tratar de sostener una conversación en esas circunstancias era difícil. Abrió los ojos y respiró hondo.
-Una mujer con el pelo despeinado y que casi siempre lo llevaba lleno de hojas...o pelucilla que caía de los árboles.
-¡Ah, sí! ¿Te hablé de ella? Era hermosa. Vivía en una casa rodeada de árboles.
-Sí, hace poco hablábamos de ella.- dijo lacónica.
-¿Y tú quién eres? ¿La conoces?- preguntó él.
-La conocía.- contestó.-Soy pariente suya, pero...hace tiempo que no la veo.
-¿En serio? Bueno sí...te pareces un poco a ella, pero...- la observó detenidamente, aunque sin dejar de sonreír cortésmente.- No, no. No te pareces tanto a ella. De hecho, creo que...no sé si eres su pariente.
-¿Por qué lo dices?- contestó la mujer, sin poder ocultar el temblor de su voz.
Elías la miró con el ceño fruncido, desconfiado. Pareció enojosa e insistentemente buscar algo, indagar, suspicaz, cada detalle con urgencia.
-No...-dijo lentamente, cabizbajo.- ¿A qué has venido? No te pareces a ella.
-¿Estás seguro?- dijo suplicante- Mírame bien.
-¡Tú no eres ella!- dijo molesto.- ¿Por qué vienes a jugar con mi mente? ¿No tienes compasión? Luces demasiado elegante y cuidada. Ascética. Ella tenía hojas en el cabello y un aspecto algo descuidado. No me malinterpretes, ella tenía una elegancia natural, pero te daba la sensación de algo indómito, no preparado. ¡Mírate! Tú usas traje y te cepillas el cabello, tus ojos son extraños...pareces calmada, pero...no sé...apostaría a que tramas algo. Ella tenía unos ojos que no sé...la mirabas y parecía que se estaba quemando por dentro.
-Es que...- dijo con un nudo en la garganta.
-¿Es que qué?- dijo él.
-Es que yo no dije que fuera ella.
-¿Qué dijo exactamente?- preguntó él, dudoso.
-Dije que...
-¿Quién es usted?- preguntó de nuevo. Ahora su mirada estaba perdida, como buscando algo en la habitación.- ¿Me lastimé? ¿Por qué estoy en el hospital?
-Por favor...- dijo ella, un tanto desesperada, sin poder ocultar ahora su perturbación ante todo lo sucedido hace pocos minutos.- Háblame más de la mujer del cabello con hojas. ¡Necesito encontrarla! Por favor...- sus ojos titilaban como estrellas corrientes a punto de convertirse en estrellas fugaces.
-La mujer del cabello con hojas...¿le hablé de eso? Sí, a veces hablo de ella. No sé quién es. Solo sé que la extraño mucho. A veces sueño con ella, y veo que mueve sus labios, llamándome y diciendo otras cosas, pero nunca logro escucharlas bien. Mi cabeza está como nublada ¿sabe? ¿Me golpeé la cabeza?
Ella suspiró. Negó con la cabeza, manteniendo sus ojos muy abiertos. Suspiró. El nudo en la garganta se hacía pesado, igual que si comenzara a cargarlo con todo el cuerpo y la mente.
Un ancla, eso era. La dolorosa ancla de la realidad.
Se levantó suavemente, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Tomó sus cosas.
-Disculpa, ya debo irme.
-Bueno...hasta luego.- dijo Elías, un tanto sorprendido, con esa sonrisa tan agradable que solía mostrar.
Ella caminó un poco, pero se volteó antes de atravesar el umbral de la puerta.
-Cuídate ¿bueno?- dijo cariñosamente.
Elías asintió risueño. Le pareció divertido que esa mujer con la que hablaba hace tan poco le hiciera una recomendación tan cercana. Era extraño.
Un hombre fornido entró en la habitación y miró a la mujer con cara de enojada sorpresa.
-¿Qué demonios haces aquí?- le dijo.
-Ya me voy.- dijo la mujer, mirándolo apenadamente y saliendo de súbito de la habitación, casi corriendo.
-Oye, ¡espera! ¡Espera!- gritó el hombre, pero ella no se volteó.

La mujer caminó apresuradamente a través de los pasillos del hospital. Se llamaba Emilia. Era una mujer bajita, delgada, de cabello castaño. Realmente no tenía nada de especial. Tenía una belleza común, digamos normativa. Esa belleza que se puede repartir un poco equitativamente dentro de las personas. Ni muy bella, ni muy fea. 
Ojos café. Siempre parecía que ocultaban algo. Y era cierto.
En una esquina, ella dobló por otro pasillo y llegó a una salida que tenía el hospital hacia una especie de jardín con árboles y flores. Era la zona condicionada para los fumadores o para los amantes del verde. Estaba un poco oculta y el camino hacia ella parecía un laberinto en el hospital, así es que pocos la encontraban y casi siempre había poca gente.
Estaba vestida tan elegantemente, que lo más esperable era que se sentara con sus pantalones grises de tela en una de las sillas puestas allí. Pero no lo hizo.
Avanzó un poco y se sentó en el pasto, sin consideración hacia el traje perfectamente planchado y ordenado.
Se desamarró el cabello con decisión y seriedad. 
Miró por un momento a su alrededor. Habían otras personas, pero nunca hubieran puesto atención en ella. A simple vista ella era insignificante. Y tan simple como agua. 
Pareció tranquilizarle la idea de que estuviera sola en ese sentido. 
Se despeinó con energía. Sacudió su cabello brutalmente. Se recostó en el pasto, recogió algunas hojas caídas a su alrededor y se las fue colocando lentamente en el cabello. Miró el cielo un momento, en silencio, solemnemente. Toda su vida se concentró en ese celeste intenso, suave, impenetrable, que escapaba de sus ojos como escapaba la mente de Elías de su corazón.
Solo entonces pudo llorar de verdad.

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