Era lo que tenía que decir.
Váyanse a la mierda y me esperan allá. Pronto llegaré.
La mesera le tiró el vaso de jugo en la cara y le dijo que se metiera su propina miserable por donde mejor le cupiera.
Renunció y antes de irse no perdió la oportunidad de hacer pedazos el libro de reclamos.
Y yo estaba ahí mirando todo y preguntándome acerca de nuestra capacidad de ponernos a nosotros mismos en las situaciones más tristes y asfixiantes.
Tomaste el cortaplumas y lo miraste detenidamente por varias horas.
Eras tan civilizada que nadie habría esperado que hicieras algo como lo que hiciste, pero lo hiciste.
No le debes explicaciones a nadie. No le debes tu vida a nadie.
Era lo que tenía que decir.
Era lo que tenía que decir.
Y abriste un surco en tu piel y todo pareció más intenso de lo que jamás había sido.
Tus ojos ardían de rabia y tus labios temblaban de una tristeza tan profunda que pensaste que te ibas a ahogar en ella y nunca más ibas a salir de allí.
Yo te miraba, pero estaba atada en un rincón. Nadie puede ayudarte más que tú, hubiera querido decir, pero mis labios estaban sellados.
Soy la testigo. Me quedo aquí y miro cómo tomas un camino, lo tejes y lo vuelves a destejer.
Y el surco se tiñó de rojo. Te pareció bonito el intenso color y respiraste.
Era como si desde ese surco saliera una materia asquerosa invisible de la cual tenías que deshacerte de la forma menos convencional.
¿Por qué? Porque a veces hacer lo correcto no funciona.
A veces no funciona buscar ayuda. A veces no funciona sentarse frente a un confesionario y suplicar el perdón.
Pero tú no sabías eso y no tenías idea de qué decir. Estabas derrumbándote de adentro hacia afuera y nadie podía verte más allá de un montón de sonrisas de plástico.
Ellos iban a misa y se arrodillaban. Rezaban con los ojos cerrados y las manos juntas, pero no te miraban de frente. No encontraban las grietas en tus manos. No podían oler el sonido de las lágrimas cayéndose y volviéndose un montón de miradas pensativas.
Y rezaban y rezaban. Y tomaban sus rosarios y creían que con eso bastaba.
Yo me paseaba por las iglesias y te miraba sentada allí, con los ojos vidriosos, como queriendo decir algo, pero no sabes qué decir.
Así es que ese día te encerraste en tu pieza y todos creyeron que querías leer otro buen libro.
Abriste los surcos más hermosos que podrías haber abierto en tu piel. Parecían un Picasso, o un Van Gogh.
Quise abrazarte, pero la verdad es que yo no puedo tocarte. Estoy lejos de todo, queriendo estar cerca de todo.
Y allí escribiste en la piel la palabra "idiota" y todo pareció condensarse en esas seis pobrecitas letras.
Era lo que tenía que decir.
Váyanse a la mierda todos y me esperan allí. Llegaré un día con las vestiduras blancas, mi respiración será tan pausada que se sorprenderán de que siga siendo la misma persona que creyeron haber conocido.
La cajera cuenta el dinero, una y otra y otra y otra y otra vez durante el día. Los billetes pasan como las horas, millones de billetes, montañas de billetes, años de billetes, pero nada pesa más que el tiempo y la sensación de asfixia. Tú odias tu trabajo, aunque no lo digas. Creíste que con esto ibas a lograr algo, pero de pronto ese algo parece tan vacío e iluso que resulta espantoso notarlo.
Es como si te adormecieras durante la jornada y un zombie amable y eficiente tomara tu lugar.
Perdónanos, Señor, por nuestros pecados. Perdón, Señor.
Y a veces pasan tantos millones por tus manos que te preguntas qué harías si ese dinero fuera realmente tuyo y no tuviera que ser echado en ese sobre azul. Piensas...el pan diario sale $600 en casa. El té sale...y te pareces a ti mismo tan pequeño. Las cosas toman un valor descomunal y parece que bailan a tu alrededor con caras que te asustan.
Tienes miedo. Siempre lo tuviste. Desde que eras una niña y te escondías bajo la mesa para no tener que ver cómo llegaba mamá a casa, cansada del trabajo, a retarte por no hacer tus tareas.
Nunca terminaste la universidad. Nunca llegaste a nada.
Y siguen bailando a tu alrededor, como enormes letreros de Coca-Cola riéndose de tu ínfima existencia.
La cajera toma unas tijeras y corta los billetes en pequeños pedacitos. Tan pequeños como chaya. Presenta la renuncia, no sin antes gritarle a su jefa que jamás jamás volverá a desperdiciar su tiempo en un trabajo que odie tanto.
Era lo que tenía que decir.
Así es que después de que escribiste esa palabra, "idiota", en la piel de tu brazo, lo ocultaste por semanas bajo un chaleco negro. Una parte de ti se sentía a gusto con ese gran maltrato.
Yo te miraba y sentía pena por ti.
Pero tú sonreías, cada vez más.
Tocaste el fondo y te quedaste sentada allí, mirando como las burbujas del agua subían y subían, felices. entonando canciones que nadie oía.
Traté de gritarte desde lo alto del lago, a través del espejo del agua, pero tú solo sonreías.
Tú solo decías que ya no importaba, que ya no importaba.
Empezaste a gritar y a gritar de improviso. Gritaste tanto que te quedaste sin voz. Lloraste tanto después, que pensé que nunca más podrías llorar en tu vida. Dormiste tanto, que pensé que te ibas a quedar así hasta hacerte vieja.
Así es que ellos seguían rezando, ellos seguían contando los billetes y cuadrando las cajas del supermercado, ellos seguían llevando los pedidos de los clientes y recogiendo las propinas.
Y tú mirabas y sonreías. Mirabas y te echabas a llorar. Volvías a sonreír.
Empezaste a nadar hacia arriba sin saber cómo. Empezaste a patalear tanto que saliste más allá del agua y tomaste una estrella. Bajaste como una bailarina en la noche, tocaste la tonada más dulce que pude haber escuchado. Fuiste a abrazar a tus padres y a tus hermanos.
Y la marca de la palabra grabada en tu piel seguía allí, ya cicatrizada. A veces la miras y piensas en lo que ha sucedido, pero no sabes qué decir, porque el nudo en la garganta aprisiona las palabras. No sabes qué decir, porque te dan ganas de llorar y de dar gracias por no haber rezado tanto y haber tocado fondo.
¿Cómo habrías podido curarte de otra forma? ¿Cómo habrías podido salir a flote?
Hay gente que no sabe pedir ayuda. Hay gente que no sabe qué decir a un sacerdote. Hay gente que solo tiene que decirles a todos que se vayan a la mierda y que lo esperen allí.
Y tocar fondo no es un juego. No es una cosa que haces un día y que puedes cambiar al siguiente. Todo se retuerce y se destuerce y parece que fueras a reventar.
Pero estás lejos de eso ahora. Estás lejos, lo más lejos posible.
Y tocar fondo no es un juego. No es una cosa que haces un día y que puedes cambiar al siguiente. Todo se retuerce y se destuerce y parece que fueras a reventar.
Pero estás lejos de eso ahora. Estás lejos, lo más lejos posible.
Ahora tienes flores en el cabello, caminas en la calle con tus libros bajo el brazo, vas a la universidad sin ánimo de ganar nada más que la satisfacción de la curiosidad sedienta, llegaste con la ropa de colores y respiraste tan profundo que todos se sorprendieron de saber que eras tú y no otra la que les miraba y hablaba.
Tu sonrisa se ha vuelto tan brillante que parecen luces de neón.
Dijiste que querías sentir el viento en la cara. Que querías comprar chocolates. Que querías subir una montaña y mirar el cielo desde más cerca.
Yo te miraba y quería abrazarte. Una sonrisa profunda se dibujó en mis ojos. Pero aquí estoy, tan lejos de todo y con tantas ganas de estar más cerca. Solo soy la testigo.
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