Entradas populares

domingo, 25 de enero de 2015

¿Dónde está mi mente?

Pronto caerán los pétalos desde la cima de mi cabeza.
¿Dónde está mi mente?
Parece que estoy nadando en un tembloroso mar de preguntas.
Había una vez una historia que no empezaba con una vez, sino con una no-vez.
Una no- vez en que te mostré mi casa y mis dibujos, porque siempre esperé a que vinieras y jamás lo hiciste.
Ahora el tiempo viene a reclamarme su tributo, entonces al dormir, sueño con que te muestro mi casa y mis dibujos, mientras ellos saltan de las paredes y cobran vida y yo tomo más fuerza en mis bordes y voy a plasmarme en la pared.
En ese momento, podría jurar que todo toma una sensación más real, más tangible de lo que soy cuando no soy una creación artística.
Aunque quizás lo soy. Toda yo. Todos nosotros.
No somos más que una creación artística, simbólica, semántica, cultural...un lenguaje escrito con signos de una lengua muerta que pocos pueden descifrar.
Y todo resulta tan cuestionable, tan lleno de grietas teóricas y prácticas.
Si la ciencia quisiera estudiarnos, si estuviera en su sano juicio, no lo haría. No somos aptos para tales exactitudes.
Las hipótesis se nos clavan en los ojos antes de que podamos tratar de observar algo. Antes de usar el método científico ya estamos sin presencia objetiva.
Mi pecho tiene pétalos clavados. Mis manos tienen raíces que comienzan a humedecerse. Van a salir las flores y me quedaré sin venas.
Yo necesito respirar, pero ¿dónde está mi mente exactamente?
Necesito escapar de esta caja y salir a caminar, caminar, caminar, caminar, sin descanso.
¿Dónde está mi mente?
Eres demasiado joven para entender estas cosas. Eres demasiado vieja para entender esto.
Eres demasiado ingenua para comprender. O eres muy desconfiada como para ver que no hay maldad en todas las cosas.
Así es que, esta no-vez pasa a menudo.
A menudo los sueños vienen a pasar más en nosotros que las cosas que vivimos cuando estamos despiertos. A menudo somos menos reales que reales, a menudo somos más creación imaginativa que realidad. A menudo no tenemos ni la más mínima idea de las cosas.
Pero tú, querido no-alguien, no tengas miedo de mis palabras.
A veces encuentro mitades donde otros dicen que hay enteros. A veces detengo mi vista en algún punto ínfimo del espacio, mirando verdades que otros consideran mentiras.
¿Dónde está mi mente? ¿Dónde estoy yo? ¿Dónde vives tú?
Círculos crecen en mi rostro como árboles dispuestos a ser burbujas.
Pero acaso...¿puedes ver al menos los pétalos?
¿No te parece que esta noche llueven pétalos por todos lados?
¿No te parece que nos inundaremos de pétalos y nos ahogaremos en ellos?
¿No te parece que podríamos abordar un barco enorme y navegar en ellos?
Ohhh...es que somos tan frágiles que me da escalofríos.
Estos pétalos son en millones de sentidos más fuertes y resistentes que nosotros.
Más resistentes que todos los nosotros que están dentro mío y fuera de mí.
¿Ves un atisbo de duda en ellos? ¿Ves un atisbo de maldad? ¿Ves un atisbo de no-vez?
Porque ellos son y ya está. Caen y ya está.
Pero yo...acaso solo soy yo la que duda, la que cuestiona, la que cae y vuelve a caer desde otra altura diferente a la anterior.
Pero...¿somos? ¿soy? ¿Soy un somos? ¿O somos un soy?
Quizás nada. Solo una mitad de papel. Solo una mitad de frase.
Un soy rotundo en medio del bosque, donde el árbol cae solo y no se sabe si es oído.
Soy la pequeña parte rasgada de un pétalo. Soy el aire que se abalanza sobre ellos mientras caen y trato de tocarlos, pero no lo logro más que por un instante. Instante perfecto, fugaz, inapreciable y tan anhelante. Viviría por ese instante y me dejaría morir luego.
Pero...¿no es una ilusión también ese instante?
¿No se olvida rápidamente y viene otro nuevo?
¿Dónde está mi mente?
Por favor, por favor, ¿Me puedes decir dónde está mi mente?
¿Me puedes decir si estas manos son las mías?
Entonces...me gustaría que esta no-vez fuera simplemente una vez.
Que los pétalos cayeran y yo pudiera sentirlos en mi rostro, como se siente la caricia de tu mirada de no-alguien, esperando a que te dibuje o te dé bordes, esperando a que te vea en sueños y te muestre mi casa.
Pero no basta con eso. No, no, no basta.
¿Para qué queríamos bordes en todo caso? ¿Para qué queríamos saber si éramos reales o no?
¿Acaso se aclara la duda con eso? ¿Se soluciona la persistencia de la grieta, se detiene la caída de pétalos, se callan por fin las goteras?
Pero no tengas miedo de mis palabras.
No tengas miedo de la no-vez.
Mira que en ello estamos más presentes, más incrustados que en todo. En esa duda, en esa cuerda floja nacimos. ¿No lo ves? ¿No ves que estamos más seguros aquí que en cualquier otra parte?
Y mírame ahora, empiezan a crecer las flores y las venas se ensanchan hasta romperse por completo. La sangre, será savia. La carne será tallo. Ya no seré lo que soy, seré una no-vez.
Pero ya te diste cuenta de que no soy la misma. Sí.
Ya te diste cuenta de que nada es igual desde hace cinco segundos.
¿Tienes miedo?
Te diste cuenta de que mis pupilas se pierden poco a poco. De que mis razones se desgastan. De que mis pies se difuminan.
¿Tienes miedo?
Yo sí.
Yo sí.
Yo sí...
Pero, por favor, al menos, ¿Me puedes decir dónde está mi mente?
¿Me puedes decir dónde está mi mente?
¿Me puedes decir si existe mi mente?

viernes, 23 de enero de 2015

Corta la hoja de papel

Corta la hoja de papel.
Nada de lo que digas me parecerá cierto.
¿No lo ves?
La ventana está golpéandose contra el cielo, pronto se reventarán las estrellas, pronto se morirá la noche.
Tú no sabes lo que se siente querer decir algo y no poder decirlo. O si lo sabes, pero no caes en esta desesperación profunda. Se me quema la garganta, tengo ácido en la lengua. Quisiera entender algo.
Pronto pronto comenzará a arder la casa.
Golpea la piedra contra el cráneo.
Nunca nos explicaron algo. Nunca nos enseñaron algo. Nunca supimos qué significaba amor. Nunca supimos ni una mierda.
El cigarro comienza a fumarme y me siento usada. Lo que digo parecen bocanadas de alquitrán, lo que digo parece un montón de palomas que cagan estatuas.
Pero ahora...ohh, siento que soy demasiado dura. Y tú jamás podrás perdonarme. Yo jamás podré perdonarme.
Pero no logro nada diciéndote tú. Tú estás solo aquí, como una sombra a mi lado, diciéndome que hay que salir de la casa, que hay que quemar ropa, que hay que lanzar libros desde edificios. que hay que re-encontrar lo no mencionado.
Eres el pájaro atrofiado que crece en mi espalda. Tocas mis labios con tus alas de murciélago, agujereas mi mente con tus notas internas.
¿Qué más quieres de mí?
De pronto siento que estás queriendo salir de mi espalda y me sangra la columna. Quizás me derrumbe, quizás aprenda a vivir arrastrándome por el suelo.
Entonces...¿Qué quedará de nosotros sin las alas de ángel, sin la boca de dragón, sin el ácido cayéndome encima y haciéndome pedazos?
Tú no entiendes la desesperación agonizante que tengo de decir palabras extrañas que se tergiversan unas con otras sin lograr decir lo que siento, lo que pienso, lo que soy.
Ojala las palabras me perdonaran. Ojala me dejaran vivir en paz.
Pero es probable que yo te suplicara que me mataras entonces. Es probable que suplicara que me incrustaras el pájaro de la espalda y dejaras que me comiera las entrañas.
Y corta la hoja de papel. Desecha lo que digo. Nada de lo que escriba será suficientemente bueno.
Golpea el cráneo contra la vida y que se me reviente el cuerpo. Abrasaré este libro hasta mi tumba y pediré que me entierren en una biblioteca repleta de autores que sí sabían lo que decían, lo que querían lograr.
Lloraré pidiendo el perdón a las palabras, diciéndoles que me han salvado la vida.
Diciéndoles que me han matado hasta curarme de espanto.
Corta la hoja de papel.
¿No lo ves?
No habría podido ser más feliz en la vida. No habría podido conocer otro infierno mejor que este.
¿No ves lo que sucede?
Estoy perdiendo la razón y la noche no durará para siempre, las estrellas se caerán y yo me haré cenizas, pero el pájaro de mi espalda se incrustará en otra y preguntará otras cosas a otro.
Infiel amor, infiel palabra, infiel literatura.
Yo moriré y buscaras otro sacrificio. Yo moriré y nada habré dicho. Nada sabré. Las historias que lea serán más grandes que todo lo que pueda hacer en la vida.
Corta la hoja de papel.
Córtame a mí, no tengas piedad jamás.

lunes, 19 de enero de 2015

Temblamos tanto

Un día estaba sentada en el pasto de la facultad y todo tenía ese gusto a nostalgia.
A veces, pensaba, uno nunca deja ciertos lugares, incluso si pasan años, si pasan siglos, si pasan millones de fotografías por tu mente, si tu cuerpo no las toca, si tus manos no las toman, si tus pies no avanzan realmente.
La última vez que estuve aquí, estuve rota, como si quisiera llenarme a mí misma de palabras que brotaban de todos los rincones, pero gotearan desde mis grietas sin dejarme hablar. Una taza rota, una boca llena de sangre, unos ojos llenos de cataratas...
Y de pronto, temblamos. Temblamos tanto que tuvimos miedo de seguir viviendo.
Pero no es tan simple.
La última vez que estuve aquí, había lágrimas en mis ojos.
Y ahora todo parece cobrar sentido. Un sentido abstracto, pero por alguna razón, muy convincente.
No necesito explicar más, pero sigo sintiendo unos puntos suspensivos en todas las cosas, en todas las habitaciones. El espejo me los muestra cuando trato de encresparme las pestañas torpemente.
¿Crees en mí?
No importa.
Yo había venido a acariciarte con mis manos magulladas que comienzan a sanar.
Pero no es necesario que me mires con tanta desconfianza con esos ojos tuyos.
¿Confías en mí?
Un día vine a casa y se me caían a pedazos los rasgos del rostro. Nada había de mí en ningún lugar, ni siquiera en mi propia vida, ni siquiera en mis propias palabras.
He venido a abrazarte y a guardar silencio.
No debemos decir nuestros errores esta noche, solo esta noche, dejemos que solo por hoy se callen y abriguémonos bien.
Digámosle a los inquisidores que vengan a ejecutarnos mañana. Digámosle a la dueña que mañana pagaremos, que mañana nos iremos, que mañana tomaremos medidas de reparación.
Vine a llevarte a los lugares que has olvidado, con los ojos cerrados y la boca sedienta, con las manos agarrotadas y la cara golpeada, porque tienes miedo, porque tienes la mirada triste, porque pareces de piedra o de algodón.
Y tiemblas, mientras yo tiemblo. Parece que la vida nos envuelve y tiene las manos demasiado frías para nuestra acostumbrada inocencia.
El miedo es implacable conmigo. ¿Dónde está mi corazón? ¿Dónde están mis realidades más calladas?
Shh. No digas nada. No digas que he sido demasiado reservada como para quererte ahora.
Vine a llevarte.
A llevarte lejos.
¿Crees en mí? ¿Confías en mí?
El pasto de la facultad es inmenso, pero puedo sentirlo todo.
No te caigas sobre mis brazos. No te asustes. No te calles.
Yo sé que no puedes odiarme tanto, yo sé que no puedes amarme por siempre.
Vine a llevarte como un ladrón, y cuando logres escapar, ya no lograrás volver a ser lo mismo. Porque las preguntas se hacen grandes y te comes las raíces, a veces un árbol crece junto a tu mano, pero no sabes a dónde te llevará.
Un día te encontré sentada en el puente, pero huiste de mí. Yo ya lo sabía. Lo sabía desde el inicio.
Pero no temo ya, porque estoy en casa, porque las respuestas se achican y se agrietan, mientras se te caen las cobardías viejas y nacen otras.
Y seguimos temblando, como si tuviéramos miedo de seguir viviendo, pero ya lo sabes.
No es tan simple. 

sábado, 10 de enero de 2015

Ya no sé si te quiera

Toca mi rostro, que con esto se apagarán todas las antorchas.
Vine a decirte que ya no sé si te quiero, que ya no sé si valga algo lo que ha sucedido.
No se puede escribir poesía sintiendo demasiado,o quizás sí se puede, una vez que todo está en cenizas.
Ya no sé si te quiera.
A veces veo tus fotos, pero estás lejos, lejos, lejos.
De pronto, me encontré recostada en el suelo,mientras ante mí resucitaban las flores marchitas.
Yo tenía las manos heladas y tú no hablabas nada.
Yo estaba corriendo de un incendio y chocaba contigo,pero tu cara era de cera y no podías oírme.
Ya no sé si te quiera.
Así es que oscurezco mis hojas, para que las palabras se vuelvan invisibles,para que dejen de titilar las estrellas en la noche, como si fueran pequeños relojes que marcan la hora, el día, el lugar... en que dejaste de querer estar conmigo;como si fueran pequeños corazones, latiendo hasta terminar de hacerse pedazos.
Así es que...aquí estamos, con las manos cubiertas de bolsillos que pretenden ser armaduras.
Toca mi rostro y verás un montón de preguntas muertas, y así encenderé todos los focos de las calles, que son artificiales, pero quizás valgan algo.
Que están lejos de todo, como lejos estás tú, como lejos estoy yo, como lejos están las cosas, pero quizás valgan algo.
Ya no sé si te quiero, pero quizás valga algo.
Estuve nadando en un lago, estuve nadando en el sol, allá encuentro las experiencias acumuladas, allá se las doy de ofrenda al viento, maldiciendo las historias, maldiciendo las palabras, maldiciéndonos a nosotros y lo que estamos buscando.
Porque casi siempre estamos confusos, casi siempre tenemos miedo, casi siempre tenemos esperanza y en un segundo, no.
Pero nada de eso importa.
Una vez maldito, lo quiero más.
Una vez repudiado, estoy segura de que me arrastrara hasta un ansia asfixiante.
A veces te llamo: ¿Dónde estás?
Pero tú ya no vienes, no, no, no vienes, porque no me oyes.
Estás mandando mensajes en una botella o escribiendo en tu muro de facebook, mensajes abstractos que tocan como manos de humo, hablando a través de canciones de youtube...subiendo fotos a instagram.
¿Pero es verdad que me hablas y me recuerdas?
¿O hablas a otros?
Pareces una línea que zigzaguea y me pregunto quién eres.
Acaso no eres y yo trato de definirte infamemente.
Había un cerezo que me recordaba a mi infancia en la casa de mi mente.
Y tú no estabas allí, porque no existes.
No exististe nunca.
O quizás lo hiciste, pero en un espacio-tiempo que no se tocó con mi línea de rotación.
Las flores del cerezo parecían nieve cuando caían sus pétalos y entonces todo permanecía intacto, o eso parecía.
Nosotros éramos niños con los ojos bien abiertos, y todo parecía intacto, aunque estaba siendo tocado y asqueado constantemente.
Siento náuseas de esa corrupción.
Unas manos negras atraviesan mi mente.
Una sombra se para en el respaldo de mi cama y sonríe brutalmente.
Tú no sabes lo que es eso.
No lo sabes, porque no quieres saberlo, o porque no me oyes, o porque no existes.
O porque yo callé demasiado por muchos años. Porque callé tanto que ya casi me olvidé de cómo era hablar de los instantes que logran hacer un corte profundo en cada uno de nosotros.
Pero qué sabe uno.
Lo tocado siempre sufre una pérdida.
Lo tocado siempre sufre un arranque, un despojo.
Y no existe lo intacto. No existe el sellado al vacío.
Lo rasgué con mis dientes y la boca se me ha hecho sangre.
Ahora me lanzo como flecha al agua y veo la vida desde la profundidad.
Acá todo tiene sentido abstracto, lúcido o fluido, estoy haciendo burbujas.
Estoy haciendo burbujas que no tienen sentido.
Ya no sé si te quiera, pero el caso es que te recuerdo.
Un círculo está trazado en mi mano y lo miro, se parece a ti, pero no lo verás.
Estoy mirando hacia abajo y la vida parece extraña.
Mis libros son más reales que tú, es verdad.
Pero ya no te quiero.
¿Dónde estás?
¿Fuiste de viaje? ¿Compraste un auto?
Me gustan las flores del cerezo.
Arranqué unas pocas y las puse sobre mis dibujos.
Pero se marchitan y los dibujos se difuminan hasta perderse en el blanco silencio del papel.
Vi tus fotos, pero las borraste ¿Te borraste tú?
Y...¿Si salgo del agua, seré diferente yo? ¿Seré agua yo? ¿Si cierro los ojos ahora, podré despertar siendo otra cosa?
Ya no sé si te quiero, el caso es que te recuerdo.
Te recuerdo como recuerdo que eras, pero hasta esa visión es solo parte de mi mente.
Hasta esa visión está tocada.
Hasta esa visión se arranca, se resquebraja.
Porque yo sigo corriendo en mis sueños y chocándome contigo, sigo gritándote y suplicándote, pero sigues sin oírme, con tu cara de cera y tus ojos que brillan de tanta bondad que me hace daño saber que la bondad no basta.
Que hasta lo bueno hace daño. Que hasta la bondad es cruel.
A veces ya no sé si te quiero.
Y estoy cubierta de bolsillos tratando de retener los pétalos de las flores del cerezo como nieve,
estoy cubierta de bolsillos tratando de retener las palabras o los recuerdos.
Y corro, corro, corro, corro...no sé qué trato de alcanzar o de qué estoy huyendo.
Pero al final, me alcanzan, me canso de correr y me caigo, me asfixio. El agua del lago comienza a hervir conmigo dentro de ella.
Quizás yo sea como los dibujos y me difumine en el silencio de la hoja de papel, mis ojos, mi cara, todo se pierda...hasta que pasen años y nadie sepa si existí o no.
Es que no se puede hacer poesía si se siente demasiado o si las cosas no están reducidas a cenizas, porque las palabras son capaces de prender fuego y dejar confuso todo.
Así es que nado, nado, porque solo eso queda.
Aunque cuando toco el agua y las cosas y las personas, todo deja de ser lo que era. Hasta yo.
Y no puedo retener esto. No puedo retenerme a mí misma.
El agua es como un espejo, así es que me dejé ir, empecé a flotar...pude ver que hasta los bolsillos se marchitan antes y todo lo que tratan de retener se desvanece.
Todas las armaduras que tratan de ser no logran resguardarme.

miércoles, 7 de enero de 2015

Era lo que tenía que decir

Era lo que tenía que decir.
Váyanse a la mierda y me esperan allá. Pronto llegaré.
La mesera le tiró el vaso de jugo en la cara y le dijo que se metiera su propina miserable por donde mejor le cupiera.
Renunció y antes de irse no perdió la oportunidad de hacer pedazos el libro de reclamos.
Y yo estaba ahí mirando todo y preguntándome acerca de nuestra capacidad de ponernos a nosotros mismos en las situaciones más tristes y asfixiantes.
Tomaste el cortaplumas y lo miraste detenidamente por varias horas. 
Eras tan civilizada que nadie habría esperado que hicieras algo como lo que hiciste, pero lo hiciste.
No le debes explicaciones a nadie. No le debes tu vida a nadie.
Era lo que tenía que decir.
Era lo que tenía que decir.
Y abriste un surco en tu piel y todo pareció más intenso de lo que jamás había sido.
Tus ojos ardían de rabia y tus labios temblaban de una tristeza tan profunda que pensaste que te ibas a ahogar en ella y nunca más ibas a salir de allí.
Yo te miraba, pero estaba atada en un rincón. Nadie puede ayudarte más que tú, hubiera querido decir, pero mis labios estaban sellados.
Soy la testigo. Me quedo aquí y miro cómo tomas un camino, lo tejes y lo vuelves a destejer. 
Y el surco se tiñó de rojo. Te pareció bonito el intenso color y respiraste.
Era como si desde ese surco saliera una materia asquerosa invisible de la cual tenías que deshacerte de la forma menos convencional.
¿Por qué? Porque a veces hacer lo correcto no funciona.
A veces no funciona buscar ayuda. A veces no funciona sentarse frente a un confesionario y suplicar el perdón.
Pero tú no sabías eso y no tenías idea de qué decir. Estabas derrumbándote de adentro hacia afuera y nadie podía verte más allá de un montón de sonrisas de plástico.
Ellos iban a misa y se arrodillaban. Rezaban con los ojos cerrados y las manos juntas, pero no te miraban de frente. No encontraban las grietas en tus manos. No podían oler el sonido de las lágrimas cayéndose y volviéndose un montón de miradas pensativas.
Y rezaban y rezaban. Y tomaban sus rosarios y creían que con eso bastaba.
Yo me paseaba por las iglesias y te miraba sentada allí, con los ojos vidriosos, como queriendo decir algo, pero no sabes qué decir.
Así es que ese día te encerraste en tu pieza y todos creyeron que querías leer otro buen libro.
Abriste los surcos más hermosos que podrías haber abierto en tu piel. Parecían un Picasso, o un Van Gogh. 
Quise abrazarte, pero la verdad es que yo no puedo tocarte. Estoy lejos de todo, queriendo estar cerca de todo.
Y allí escribiste en la piel la palabra "idiota" y todo pareció condensarse en esas seis pobrecitas letras.
Era lo que tenía que decir.
Váyanse a la mierda todos y me esperan allí. Llegaré un día con las vestiduras blancas, mi respiración será tan pausada que se sorprenderán de que siga siendo la misma persona que creyeron haber conocido.
La cajera cuenta el dinero, una y otra y otra y otra y otra vez durante el día. Los billetes pasan como las horas, millones de billetes, montañas de billetes, años de billetes, pero nada pesa más que el tiempo y la sensación de asfixia. Tú odias tu trabajo, aunque no lo digas. Creíste que con esto ibas a lograr algo, pero de pronto ese algo parece tan vacío e iluso que resulta espantoso notarlo.
Es como si te adormecieras durante la jornada y un zombie amable y eficiente tomara tu lugar.
Perdónanos, Señor, por nuestros pecados. Perdón, Señor.
Y a veces pasan tantos millones por tus manos que te preguntas qué harías si ese dinero fuera realmente tuyo y no tuviera que ser echado en ese sobre azul. Piensas...el pan diario sale $600 en casa. El té sale...y te pareces a ti mismo tan pequeño. Las cosas toman un valor descomunal y parece que bailan a tu alrededor con caras que te asustan.
Tienes miedo. Siempre lo tuviste. Desde que eras una niña y te escondías bajo la mesa para no tener que ver cómo llegaba mamá a casa, cansada del trabajo, a retarte por no hacer tus tareas.
Nunca terminaste la universidad. Nunca llegaste a nada. 
Y siguen bailando a tu alrededor, como enormes letreros de Coca-Cola riéndose de tu ínfima existencia.
La cajera toma unas tijeras y corta los billetes en pequeños pedacitos. Tan pequeños como chaya. Presenta la renuncia, no sin antes gritarle a su jefa que jamás jamás volverá a desperdiciar su tiempo en un trabajo que odie tanto. 
Era lo que tenía que decir.
Así es que después de que escribiste esa palabra, "idiota", en la piel de tu brazo, lo ocultaste por semanas bajo un chaleco negro. Una parte de ti se sentía a gusto con ese gran maltrato.
Yo te miraba y sentía pena por ti.
Pero tú sonreías, cada vez más.
Tocaste el fondo y te quedaste sentada allí, mirando como las burbujas del agua subían y subían, felices. entonando canciones que nadie oía.
Traté de gritarte desde lo alto del lago, a través del espejo del agua, pero tú solo sonreías.
Tú solo decías que ya no importaba, que ya no importaba.
Empezaste a gritar y a gritar de improviso. Gritaste tanto que te quedaste sin voz. Lloraste tanto después, que pensé que nunca más podrías llorar en tu vida. Dormiste tanto, que pensé que te ibas a quedar así hasta hacerte vieja.
Así es que ellos seguían rezando, ellos seguían contando los billetes y cuadrando las cajas del supermercado, ellos seguían llevando los pedidos de los clientes y recogiendo las propinas.
Y tú mirabas y sonreías. Mirabas y te echabas a llorar. Volvías a sonreír.
Empezaste a nadar hacia arriba sin saber cómo. Empezaste a patalear tanto que saliste más allá del agua y tomaste una estrella. Bajaste como una bailarina en la noche, tocaste la tonada más dulce que pude haber escuchado. Fuiste a abrazar a tus padres y a tus hermanos.
Y la marca de la palabra grabada en tu piel seguía allí, ya cicatrizada. A veces la miras y piensas en lo que ha sucedido, pero no sabes qué decir, porque el nudo en la garganta aprisiona las palabras. No sabes qué decir, porque te dan ganas de llorar y de dar gracias por no haber rezado tanto y haber tocado fondo.
¿Cómo habrías podido curarte de otra forma? ¿Cómo habrías podido salir a flote?
Hay gente que no sabe pedir ayuda. Hay gente que no sabe qué decir a un sacerdote. Hay gente que solo tiene que decirles a todos que se vayan a la mierda y que lo esperen allí.
Y tocar fondo no es un juego. No es una cosa que haces un día y que puedes cambiar al siguiente. Todo se retuerce y se destuerce y parece que fueras a reventar.
Pero estás lejos de eso ahora. Estás lejos, lo más lejos posible.
Ahora tienes flores en el cabello, caminas en la calle con tus libros bajo el brazo, vas a la universidad sin ánimo de ganar nada más que la satisfacción de la curiosidad sedienta, llegaste con la ropa de colores y respiraste tan profundo que todos se sorprendieron de saber que eras tú y no otra la que les miraba y hablaba.
Tu sonrisa se ha vuelto tan brillante que parecen luces de neón. 
Dijiste que querías sentir el viento en la cara. Que querías comprar chocolates. Que querías subir una montaña y mirar el cielo desde más cerca.
Yo te miraba y quería abrazarte. Una sonrisa profunda se dibujó en mis ojos. Pero aquí estoy, tan lejos de todo y con tantas ganas de estar más cerca. Solo soy la testigo. 

martes, 6 de enero de 2015

Las hadas ya no son las que vienen a salvarnos

Qué extraño.
Qué extraña la vida, apareciendo de improviso, mientras hacía huevos fritos con arroz.
Estaba caminando el otro día, porque tenía que ir a jugar el típico loto de la vieja. Nada tengo que decir sobre eso. Ya lo sabes. Sabes que detesto los juegos de azar, porque casi siempre significan un azar que nunca llega. Casi siempre soy de los que ganan nada en los bingos, rifas, raspes...y que, cuando logran ganar algo, están demasiado reticentes a creerlo.
Pero bueno. Estaba caminando y se me ocurrió preguntarle a tu sombra si sería verdad eso de que ya nunca más volveríamos a hablar en esta vida. Parece algo tan irreal...tan absurdo. Para estas fechas el año pasado, hablábamos constantemente.
Aunque...admito, que debe ser por el estúpido "Año Nuevo" que se aproxima (o que ya llegó, a estas alturas ya no sé). Siempre pre-dispuesto a hacer que uno se replantee todo, como si no pudiese hacerse antes, un día cualquiera, mientras te tomas un café antes de partir al trabajo.
Pero quizás...
Quizás el Año Nuevo es nuestro sistema de defensa, en todo caso. Quizás si nos replanteáramos las cosas tan repentinamente nos destrozaríamos la vida. Igual que suele suceder a veces, en esos momentos de acabo de mundo que a todos nos llegan de vez en cuando. Como esa vez que entró el pobre tipo de noche al living y se encontró con el mejor amigo besando a su novia. O esa vez que encontraste a uno de tus amigos hablándole pésimo de ti a otro. O esa vez que entraste a casa tarde, después de un pesado día de trabajo, cargando cajas y había una fiesta de cumpleaños sorpresa para ti. De la impresión se te cayó la caja y se hizo pedazos lo de adentro.
Todo es demasiado extraño, o tan demasiado conocido que no nos recuperamos de sentir que es extraño ese exceso de cosas tan conocidas que nos sorprenden igual.
Tenía ganas de escribirte y hablarte sobre las cosas cotidianas como si tuvieran algo que ver con nosotros mismos. Como si lo cotidiano no estuviese lo suficientemente lejano ya, como si, de tan cerca, no se nos hiciera tan distante y tan frío, tan ilusorio, tan carente de significado, porque los días pasan y uno envejece, los días pasan y la vida sigue, aún incluso si uno no tiene ganas de seguir a su ritmo. Aún si uno tiene ganas de inventar un ritmo nuevo, más tranquilo, más contemplativo. Escribir algo que tuviera que ver con lo que pasó, aunque jamás llegué a entenderlo realmente. A pesar de que para ti parecía tan obvio. Como si pudiera escribir algo que tuviera realmente que ver con otra cosa.
Solía pensar que, de todas formas, aunque fuésemos incrédulos de los cuentos, algo increíble nos pasaría un día y todo sería exactamente como ellos lo describen. Fabuloso. Espectacular. Digno de ser escrito, representado, contado...hacerlo una leyenda. Y que todos podíamos sobrevivir a lo cotidiano, a lo obligatorio, a la responsabilidad impuesta, a tener los pies bien puestos en la tierra.
Igual que si un día, mientras te compras unos aburridos calcetines, chocaras con un hada y te rociara de polvo mágico y pudieras salir volando impunemente.
Ahora sé que suele pasar que estás comprando calcetines y ves al hada de pronto (ella está comprando pasta de dientes con hipersensibilidad), y te vuelves completamente loco, te desesperas de tanta emoción, de saber que por fin, por fin, por fin...¡por fin! ha llegado tu momento de ser feliz en la vida...así es que te transformas en un especie de huracán que se abalanza sobre el hada, en un ataque de felicidad, que finalmente sí termina siendo un ataque, porque el hada cae muerta ante tu efusivo abrazo. Sí. Para los que no sepan, las hadas son igual que las mariposas que hay en la naturaleza: vuelan, se ven hermosas, pero no las aprietes demasiado, porque tendrás un montón de puré de insecto. La magia se desvanece. Y uno se choca en la cara con la certeza de que quizás has creído demasiado en ella. O que ya estás muy grande, muy viejo, muy cansado, muy amargado para creer en ella.
Y resultó que mientras compraba la pasta de dientes me di cuenta de eso y me asqueé de tanta cotidianidad, de tanta rutina, de tanta resignación de que no sucederían cosas increíbles. O que sucederían de una forma tan pre-moldeada, como si todo fueran pautas que seguir...¿Quieres magia? Busca un hada, ¿Quieres que tu vida sea digna de ser contada? Tienes que ser la Cenicienta o el Príncipe Azul. ¿Y si no quiero pasarme la vida haciendo aseo hasta que llegue mi príncipe, y ande dejando zapatos botados por aquí y por allá? ¿Y si me da flojera subirme en el noble corcel y enfrentar dragones? ¿Y si prefiero sentarme a conversar con los dragones mientras tomamos una taza de té?
Me intimidé ante la idea de querer ir al banco voluntariamente todos los lunes. Me indigné ante la idea de tener flojera de hacer un dibujo y de pasar nauseabundamente sentada frente al televisor solo por el hecho de tener miedo de hacer algo que jamás ha sido tan peligroso como perder las ganas de vivir con la esperanza de vivir más.
Así es que dejé la pasta de dientes y fui a comprar un ukelele. Jamás había visto uno. Jamás había tocado uno. Jamás había oído uno. Ni siquiera sé qué canciones o qué notas se supone que uno toque con uno.
¿Se puede tocar a Mozart con uno? ¿Se puede hacer un rap? ¿Se pueden cazar mariposas con ukelele e invitarlas a jugar cartas? Díganme su secreto, señoritas mariposas, ¿cómo es que hacen para ser tan frágiles y vivir tan sin miedo? ¿Cómo es que hacen para salir volando todas las mañanas sin descanso y sin dejar de creer en que pueden volar?
Pero aquí está el pobre ukelele, apoyado en la mesa, junto a mi planta llamada Lady D.
Me pregunté acerca de si teníamos errada la definición de magia, la definición de felicidad, la definición de increíble, imposible, espectacular, fabuloso, leyenda. ¿Dónde estaba el límite de todas esas cosas y esas palabras? ¿Y el límite de sus significados? ¿Y el límite de lo que podemos entender de ellos? ¿Y el límite de lo que podemos entender de nosotros mismos tratando de entender al mundo que nos rodea?
Tenía que partir a comprar diccionarios también. Tenía que dejarlos furtivamente en la puerta de cada casa. Tenía que aprender a tocar ukelele y cantar canciones que reflejaran lo que realmente sentía.
Había imperfección en todo eso, probablemente. Porque siempre hay imperfección en todas las cosas, una que, si no la vemos nosotros, la ven los otros y que, si no la ven los otros, la vemos nosotros. Como una marca de Caín incrustada en nosotros desde que pegamos el primer llanto.
Y todo resultó tan agonizante de improviso. Todo adquirió palpitaciones de taquicardia. Pensé en nuestras palabras y nuestras señas, en nuestras fallas, en nuestras obras, en nuestros recodos tan llenos de secretos.
Confieso que he pecado, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Guardé secretos y me volví huraña con los años. A veces no tengo ganas de ver a la gente, incluso a la gente que quiero. Tengo vocación de ermitaña, tengo vocación de monja de claustro sin la religión de por medio, tengo vocación de huelguista encadenado a un edificio sin decir una sola palabra.
Confieso que bebí desconsoladamente y te maldije muchas noches. Y te juro que fumé y te pedí perdón un montón de amaneceres después.
Hice una torre de naipes y te olvidé y te enterré, pero a veces me he dado el trabajo desconsolador de desenterrarte. Y cometí el pecado mortal de defenderte frente a mis amigos, aunque bien sabemos que no lo merecías, porque fuiste cruel. Realmente cruel.
Un día caminé kilometros y kilometros desde mi casa, compré dulces y se los di a un perro, porque me asqueé del azúcar que endulza las cosas de forma tan glotona y tan falsa.
Y te puedo asegurar que me maté y que quise recuperarme tal como era, aunque era imposible. Uno jamás vuelve a ser como era antes de una gran crisis. Uno jamás vuelve a tener la misma sonrisa en cada foto. Uno jamás piensa en los amigos de la misma forma tras cada llanto, cada sonrisa, cada traición, cada caminata de noche. Ni tu reflejo piensa lo mismo de ti, antes de ponerte el maquillaje y después de sacártelo.
Tenía que decir que mientras compraba papel higiénico se me ocurrió que quizás nos volvíamos pequeños, cada vez más. Que quizás estábamos olvidándonos de algo, de algo importante, que no nos enseñaban en las escuelas.
Tuve miedo de tantas cosas. Tuve miedo de nosotros, de ellos, de mí, de ti, de él. Y me empequeñecí hasta hacerme microscópica.
Tuve miedo de las paradojas, que nos dicen tan a menudo la verdad real, que dan escalofríos como terremotos en el cuerpo.
Pero me detuve también y miré mis fotos. Había algunas de cuando éramos niños y todo parecía más intacto y más nuevo, como recién sacado del envoltorio, como cuando recién abres un libro y sus páginas resultan incorruptibles y tienen un olor delicioso. Antes de que las letras penetren el alma, antes de que la tinta se cuele a través de las hojas hacia los ojos y se incruste en la mente como una daga llena de dulces venenos.
Cuando las hadas eran hadas. Y la pasta de dientes era una tontería, porque no tenía nada que ver con la realidad más íntima de cada uno. Pagar las cuentas no estaba en los planes, aunque sí podíamos ir al banco con los padres y estar en una jungla del Amazonas.
Pero nada de eso importa, porque querer volver a atrás es lo mismo que querer morirse pronto. Hay algo en el pasado que nos llama constantemente y está bien. Pero hay que seguir. Hay que seguir, seguir, seguir hasta encontrarse. Hasta encontrarnos.
¿Y ahora qué?
La vida se nos aparece de improviso y nos abofetea y qué importa. Nos pega y qué importa. Golpe, sonrisa, golpe, sonrisa, nos pega una patada y soltamos una carcajada a cambio.
No hace falta decir más. La magia se me presentó un día, mientras miraba un amanecer con unos amigos. Supe que ninguno de nosotros sería famoso probablemente, que quizás nadie nos conocía más allá de nuestras familias, que ninguno sería rico o saldría en la tele, que ninguno era una estrella de rock ni viajaba por el mundo...pero allí estábamos juntos, tomados de la mano, con las mismas dudas...y todas las posibilidades caían a nuestros pies. Vi un poco de mis ojos marcado por el fracaso antiguo, pero no me importó.
Pensé...la magia debe estar aquí, en este amanecer frío con los amigos un poco ebrios, en el sentir que todo puede ser tan perfecto como uno quiera (y la perfección no es nada más que esa imperfección que nos abrasa), sin necesidad del cuidado enfermizo de cada detalle.
Porque, estos amigos, estos grandes lunáticos, estos grandes héroes anónimos, me han encontrado y yo los encontré, porque permanecen y no son eternos, porque cada uno de nosotros tiene una sola vida y morirá algún día, porque respiramos con ansia y reímos hasta que nos da hipo...lo otro no importa.
Las hadas ya no son las que vienen a salvarnos.