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martes, 20 de agosto de 2019

Limbo


No me he ido...
Sigue aquí ese lejano crepitar de mis ojos,
pero he olvidado cómo miraban.
Olvidados los lápices, las palabras y mi sangre.
Cómo comía mi boca,
cómo o cuál era mi sed
y el agua que no la dejaba irse.
(Allá, allá...allá...)
La piedra de la locura pasa por mi garganta, 
se atasca,
se me hace nudo.
No sé si tragarla sea más razonable
que dejarme atragantar por ella.
Viste la oscuridad con capas de carne,
se balancea y me apunta.
Me busca una sombra viscosa,
llama desde las nubes de gas que quieren hacer dormir,
llama para aprender a saltar y a pender de un hilo.
(Allá, allá...Allá...)
¿No me he ido?
Intento patalear con fuerza en el alquitranado mar de la noche.
Mar de muerte.
Nada.
Nadar.
¿Por qué a la vida le sobran tantos puntos suspensivos?
¿Por qué tantas horas, días...años...?
Me acuesto en el silencio,
me tiembla en el cuerpo ese quedarme,
ese quedarme humo.
Tan real.
Tan mentira.
Tan mentira que hay algo más que humo.

(Allá...allá...allá...)

Boca de lobo,
parece que la tumba no está cerrada...
Intento abrigarme de palabras,
saborearlas,
amasarlas por toda la piel.
O ellas eran la piel,
Piel de comillas.
¿Cuál será mi cobijo?
¿Cuál será mi casa?
Debería existir un suelo donde sembrar los pies.
Donde gritar y llorar,
donde sufrir un nacimiento hacia dentro.
Una implosión.
(Aquí)
Permanecer también es una partida.

viernes, 9 de agosto de 2019

Ana

Sobre esta noche yo abro un pequeño surco,
un paréntesis, 
un síncope.
Y aquí deposito mis pequeñas palabras
para que desde las sombras adquieran sus alas,
cayéndose,
como los pájaros aprendiendo a nacer,
como los seres humanos intentando amar.
Ana, Ana, anA.
Ana.
¿Quién eres tú?
¿Quién es esa forma de querer ser algo?
¿Quién eres entre la confusión de ser quien eres?
Ana.
Te enmarco esta pregunta al borde de tu cama,
te la pinto en el techo.
Yo sé que el insomnio va a jugar con ustedes en la noche.
Yo sé que en la mañana la vomitarás (ella a ti).
Y saldrás de casa, saldrás al mundo...
a ese mundo que no es más, como dije, un paréntesis,
abierto de noche en el cielo,
cierro estrellado,
dejado caer sobre los bordes de la memoria,
que se duerme como se duermen los peces.
Que se mira como se miran los árboles balanceándose y azotándose contra la ventana antes de dormir.
Ana.
Ojalá no te salves.
Ojalá te acuestes y te apuñalen las haches (H). 
Mudas (h).
Ana.
(Ana)
Ana, ana, Ana.
Síncopa. 
Te llamo desde el útero en donde me naciste.
Y yo esperaré allí,
agazapada...
a que tu cuerpo sea ese mi no cuerpo,
a que te broten sabrosas las vértebras,
a que la sangre circule en trombosis de orquesta.
Y allí déjame...
cúbreme de be(r)sos los labios,
ahueca mi pecho para que reciba el nido,
déjame lamer tu silencio,
mientras te siembras en los espacios en los que cierro los ojos.
Mientras te estrellas sobre la ventana de mis lentes a cada paso.
Mientras la piedra cae una y otra vez sobre la misma gota y la perfora.






miércoles, 10 de julio de 2019

Temo

¿Por qué te apartas?
¿Por qué haces camino al borde del camino?
Era de noche y te invité a quedarte junto a la lumbre.
Hace frío. Mucho frío.
Pero tu presencia prefirió quedarse siempre ausente,
tenías el nombre propio titilando a fuego,
te temblaban las piernas,
te temblaba la razón.
Corazón frío, desbocado, hecho jirones de escarcha filosa,
preferiste quedarte allí, agazapada en la oscuridad,
único refugio que has conocido. 
Único refugio que te conoce. Casa.
¿Por qué se apartan tus manos del papel antes de dibujarlo?

-...

Te vi recitar sin labios, te vi quedarte sin cuerpo.
Allá vas, yo te he visto,
te he visto, te he visto, te he visto,
te he visto siempre como en el aire.
O aire eres. Casa.

-Me llamo Raquel, me llamo Rosa. 
Tal vez me llamo Elena, Francisca, Alejandra...María Luisa. 
Me llamo Gabriela, me llamo Teodora. 
Todos los nombres, ningún nombre.
He perdido el rostro.
Se me escabulle en los pequeños detalles del cotidiano.
Allí donde me ves, yo no estoy allí.
Quisiera encontrar casa.
Al árbol quemado, prenderle fuego.
Temo.

¿Por qué siempre te apartas?
¿Por qué abriendo el costado llagado te haces a un lado?
¿Eliges ser humo difuminado entremedio de los muebles?
¿Personaje secundario escabullido entre las frases del libro que cita a otro libro?
Lanzas sobre la cama.
Cuchillos en el lavamanos del baño.
Bombas bajo la almohada.
Revólver escondido bajos las raíces de las plantas del balcón.

-Temo.
Cuerpo, ¿Por qué me tiemblas así?

Indigno el beso sobre tu mejilla,
indigna la mirada coqueta, la palabra parsimoniosa,
indigna la grulla de papel posada sobre tu mano.
Indigna la forma de cubrir descubriéndolo todo.

-Temo...

Allá vas, llegaste antes de llegar. 
Te quedaste en la sombra. 
La dejaste quedar.
Cantabas en silencio antes de que llegara el sonido,
antes de que llegara la voz de tus ojos grisáceos como de muerte.
Mi cicatriz sobre el libro se escribe,
la veo sangrar en una hoja y me pregunto
si no fueron acaso sus páginas siempre de carne.
Siempre huesos las letras,
siempre bocas los símbolos.
¿Por qué has elegido apartarte?
¿Por qué siempre decides que el lado ha de ser tu casa?

-Temo. Como a las gramíneas avanzando sin remedio. Yo temo. Temo, temo, temo.
Temo. Nada más, nada menos.
Temo.

Este libro se incendia.
Y es verdad. 
Verdad la mentira que pronuncia tu boca sin labios y sin lengua.
No lo digas más.
No lo repitas más.

-Temo. 
Yo temo.
"Temo" se inscribe en mi carne,
carne blanda, nauseabunda, cobardía...
carne como pulpa,
yo le supliqué, le supliqué...

...sosténme, por los dioses mentirosos, sosténme,
envuélveme, 
proporcióname la envoltura de tus palabras que no son mías,
envuélveme alrededor del temor, como un abrazo...

-Me llamo Raquel, me llamo Alicia.
¿No querías escuchar tú mi nombre?
Gabriela, Ana, Patricia.
Eran otros nombres propios,
todos eran míos.
Ninguno lo era.
Temo.

Tiene miedo mi sueño,
se desanuda la naciente promesa de poder dormir siquiera,
aún caen las gotas del techo sobre mi frente,
aún se desmigajan los momentos y adquieren carácter de pesadilla.

-¿Cómo se repara un hueso roto?
¿Cómo se cose una herida profunda como la constelación de una galaxia no descubierta aún,
detrás del mar, detrás del horizonte?
¿Cómo se curan mis heridas?
¿Cómo se curan las curadas?
Temo.
Llámame de noche, allí verás que no me encuentras.

Tiene miedo mi fe,
me danzan los fantasmas sobre la nuca,
me respiran frío y yo no sé hablar.
Callo. Me pregunto si puedo decir algo,
si la mudez no se vuelve una pesada sábana sobre la boca,
una sábana que poco cubre y asfixia,
una sábana que como velo se encarga de cubrir descubriéndolo todo.
Tú lo dijiste. No dijiste nada.

-¿Cómo se escucha?
¿Cómo se camina?
¿Cómo aferrarse, cómo agarrarse?
Mis brazos no están allí. Los estiro en la oscuridad hacia alguien, pero no están. No los veo.
Temo.

Se cuela el miedo como sombra entremedio de las rendijas de las dudas
y me chorrea de los bolsillos, como signo de locura.
Se dijo que era un juego, 
pero los juegos no son así. 
No se vuelven oscuros durante el día,
no traspasan los objetos y los órganos con un tono grisáceo y viscoso,
nauseabundo como saber lo que ha sucedido y negarlo a los cuatro vientos.
Tenías que decirlo.
No lo dijiste.

-Me habría gustado que no lo dijeras jamás, pero que lo dijeras,
para saber que mi imaginación no ha tenido la terrible y loca misión 
de crear mundos tan cargados de horrores.
Si yo pudiera ponerlo sobre papel, 
mi locura quedaría expuesta
y mi miedo se volvería transparente.
Pero lo transparente siempre se vuelve una sombra
y las sombras no son opuestas a la luz. 
Ojalá lo fueran.
Solo digo, temo.
Lo único que me queda.
Temo.

Al menos allí creería encontrar una defensa.
Una defensa para el vértigo que supone colocarse frente a otro 
y soportar su ausente forma de estar presente.
Más presente que la presencia propia.

-...
Llámame, llámame de noche.
Allí verás que no me encuentras.


Tiene miedo mi obra, tiene miedo mi ser,
se sacuden las entrañas,
se sacuden los puentes
y sigo aquí mirando la estación sin tiempo,
sigo aquí mirando a las letras danzar frente a mis ojos
con su consistencia de nada.
Con su materialidad invisible frente al horror.
...sosténme, sosténme, soy yo quien te suplica.
Dame un envoltorio que pueda cubrir mi cuerpo enrarecido por la falta de piel...

-Me llamo Raquel, me llamo Alicia...
Temo...
No tengo nada que ofrecerte más que un eco.

No se puede describir ni siquiera su incapacidad de bordear el miedo y atraparlo.
Al miedo no se le atrapa, él atrapa los espacios,
los envuelve con su aliento lúgubre,
les da cuerpo con su capacidad de disolverlo todo.
El tiempo se petrifica frente a su cristal.
Miro la mesa de la cocina, temblando de miedo,
temblando de miedo el café recién hecho,
tiembla de miedo el pan, las ventanas,
teme la puerta, temen los zapatos.
El aire se vuelve aliento sin aliento,
se han secado las plantas en sus semillas antes de salir.
Cae la noche, 
el miedo sigue allí, sentado al borde de la cama,
lo veo estirarse y ajustarse,
tomando forma, 
haciéndose más visible,
como si yo no lo hubiese percibido allí toda la mañana.
Toda la vida, 
paseándose entremedio de mis libros,
entremedio de mis dibujos.
Nauseabundo, difuminando los contornos de las cosas.
Frente al espejo, lo veo aparecerse en mis ojos
y repta sobre mi piel, lento, escurridizo, pegajoso,
si me la quitara toda, seguiría allí, 
pululando en las venas,
nadando en mi sangre.
Ayúdame, que ayuda no me puedes dar ninguna.

-¿Cómo se repara un jarrón roto?
¿Cómo se detiene su súbita caída hacia el suelo,
fragmentada en millones de segundos,
unidades de tiempo,
que solo son perceptibles como pequeñas fotografías que pasan sin control?
Temo...
Allí donde me ves, yo no estoy allí.

Me he subido a una montaña rusa. Y no he sabido gritar.







sábado, 5 de enero de 2019

Evanescere

Yo soy la ausencia,
me presentifico en las cosas invisibles,
me corporalizo en los difuminados dibujos que quedaron solo en la imaginación
antes de plasmarse en el papel,
aparezco allí donde las sombras hacen canciones de la negrura,
camino a destiempo en calles desiertas,
busco entremedio de los silencios aquello que quise decir,
obscurezco mi silueta sobre los tejados de Santiago.
Un goteo de llave mala recuerda mi risa,
pero ella ya no está allí más que una brisa colándose por la ventana a medianoche.
Me desaparezco en los lugares cotidianos,
soy la fotógrafa de las fotos familiares,
apareciendo-desapareciendo siempre,
como la mano que se divisa de casualidad en la esquina del marco
y nadie sabe a quién pertenece o si era una mano simplemente,
por el simple hecho de ser y vivir como lo que vemos y nada más.
Me inscribo como puntos suspensivos en hojas negras
y me gusta balancearme en los momentos de silencio que nadie planifica en una fiesta,
sutil titileo de quedarse dormido y que pase la hora sin atraparla nunca.
Soy un recuerdo antes de ser un presente
y mis ojos miran en direcciones que no han existido.
He hundido la cabeza en el corazón de los árboles
y allí he respirado sin que la granja de cemento lo presienta.
Sobre mí caen las rupturas
y me invento unos ojos negros como agujeros negros,
mi boca igual que un vacío
y mi piel como la cáscara arrancada del mundo,
marcada por un grito de niña solitaria,
tratando de recubrir su caparazón con palabras que quedaban cortas.
Solo se me puede atrapar en el aire,
una línea borrosa sobre mi rostro habla en lenguas muertas
y cae la noche mientras busco una raíz materna que se saboree como la palabra sólido.
Pero de pronto, tiembla mi cuerpo, tiembla la tierra
porque bajo las copas de los árboles aparezco más humana que real.
Más viva que ficción.
Y temen mis puntos suspensivos,
porque lo efímero se ha petrificado
y allí donde debían palpitar solo los libros,
las manecillas del reloj se han marcado sobre mis cabellos.
¿Por qué los recuerdos iban a tener más vida que los momentos
que se viven en ese preciso instante?
¿Por qué lo no dicho se iba a encarnar
más que la articulación sangrienta de palabras en nuestra boca?
¿Por qué en la sinfonía iban a importar más las notas que los silencios entre ellas?
Se despedazan mis contornos frente a la mirada que los detecta
y ya se aterran mis pasos alegres de fantasma
¿Por qué me quieren encontrar allí como cadáver?
Se hace visible el miedo de existir,
fugazmente me atraviesa la puñalada de la certeza.
Y comienzo el juego perpetuo de volver a jugar a las escondidas.
Como si pudiésemos escondernos realmente de nosotros mismos.


martes, 6 de noviembre de 2018

(Na) Cimiento

Señora, he atrapado un pájaro.
He atrapado un soneto volador,
una palabra muda arrojada al vuelo,
un pajarillo con su plumaje apenas floreciente,
apenas consistente en humo.
Qué he de hacer con él,
¿Qué voy a hacer con él?
Con la fragilidad de su cuerpo casi muerto
que toca la vida desde una profundidad imposible de muerte.
He atrapado un pájaro,
un pájaro bebé arrojado con violencia de su nido,
cayendo sobre mis manos,
horadándolas en un abrir y cerrar de ojos.
Y yo que no sé,
no sé, nunca he sabido,
no sé qué hacer con este pájaro,
no sé cómo apartarlo de mí,
no sé cómo cobijarlo o soplarle palabras,
o cómo dejarle morir.
Señora, he atrapado un pájaro
o él me ha atrapado a mí,
yo no sé...
Caminaba tan solo de noche,
tan solo de noche respirando agitadamente el silencio,
y las estrellas de plata hacían de mí un pequeño fantasma,
paseándose invisible por recodos imposibles
en donde la memoria no existe porque no hay olvido.
Yo llevaba sobre mí una corona de dagas
y distraída nadaba en la noche,
aleteaba,
buscaba poder salir.
Caía todo el peso de la oscuridad sobre mis hombros,
se impregnaba en mi piel como sustancia viscosa.
Y he pasado...
He pasado llorando junto a un árbol,
no era el único, pero este me pareció el más bondadoso,
siendo en realidad el más despiadado,
y lo abracé con tantas lágrimas congeladas,
le pedí que me llorara o me dejara caer.
Le pregunté por una historia,
le pregunté por un ser.
Le hice preguntas que no sabía pronunciar.
Y le pedí, le supliqué...
No sé si era amor o consuelo o algo más acá o más allá.
Si hubiese tenido manos, le habría pedido estrechar una de las suyas.
Pero no ha contestado
y me ha arrojado un pájaro,
un pobre pájaro,
así de la nada,
sobre mis manos abiertas heridas.
Y ahí lo depositó como desecho del mundo,
lo escupió sobre mí,
lo expulsó sobre mi cuerpo extraño.
Señora, yo no quería,
pero no he podido más que atraparlo
por miedo a dejarlo caer tan simplemente,
por miedo a caer con él.
¡Señor-a! Atrapé este pájaro y me ha destrozado el alma
¿Qué voy a hacer?
¿Qué puedo hacer?
¿Cómo le explico la caída triste de su vida entera,
en espiral,
pero en línea recta hacia la ausencia total?
Es demasiado frágil
y mis manos tan solo son de agua,
no puedo aferrarlas a mi cuerpo,
no puedo darles una dirección
o sostenerlas en la vida.
¿Qué haré con este pájaro?
¿Qué me ha hecho él?
Señora, cae la noche sobre mi cabeza confundida,
la tristeza hace nidos y los destroza pronto,
y no tengo dónde ir...
No tengo madre ni padre,
no tengo nudos que me amarren más al mundo,
no tengo bocas que hablen por nosotros,
huérfanos estamos y el hambre se nos cuela en las entrañas.
Ha caído este pájaro y me aguijonea el miedo,
ha caído de golpe y yo solo he recibido el estruendo distraída...
Si yo no sé cómo vivir ¿Cómo sostendré a este pájaro,
imprudente, balancéandose sobre mi miedo,
sobre mis dudas
y pidiendo que me transforme en un refugio?
Los árboles tenían corazas
y nosotros teníamos piel,
pero nada de eso está escrito.
¿Cómo voy a mantenerme firme, si me tiemblan las piernas
y el respiro se me difumina antes de nacer?
Señora,
he atrapado este pájaro...
y me ha dejado más huérfana de lo que estaba antes sin él.
Me ha condenado a una ausencia que no cesa,
que no calla,
que perdona solo cuando he perdido ya toda posibilidad de resistir.
¿Qué voy a hacer?
¿Qué puedo hacer?
El miedo sopla en mi nuca,
pero no quiero ya dejarle caer.
De algún modo me nace, se nace, se re-nace...
Un cimiento,
Una forma de red...
Una red de entrañas,
De historias tejidas sobre nuestros vacíos
Y se transforman en telas de araña,
En cuentos entretejidos.
Yo no sé.
Me ha nacido un cimiento.
Me balanceo y sostengo.
Me voy cayendo y na-na-na- cimiento.
Yo no tengo manos, pero tengo palabras.
Yo no tengo certezas, pero tengo dudas.
¿Qué haré con este pajarillo?
¿Qué me ha hecho él?
No quiero ya dejarle-dejarte-dejarme...
Caer-caer-caer.
Ser, ¿Qué sustancia extraña te conforma?
El pájaro tiene alas y yo tengo raíces.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Mujer árbol (parte 1)


I

Aquí me siento, amor,
Sobre los tejados rotos de la Luna
Y ya no me quedan palabras que aportar
A este encuentro traumático
De tu trayectoria elíptica con la mía en espiral.
Toda escritura es a destiempo,
Todo amanecer no puede llamarse así hasta que acaba.
Y yo aquí…a veces veo las nubes sabiendo que son una mentira,
Yo quisiera recostarme sobre ellas y hallar un nido esponjoso y cálido,
Pero es tan imposible como hablarte y creer que con ello expreso o explico todo.
Las palabras son un laberinto que nos pierde de nuestros caminos,
Aunque a ratos con ellas nos las damos de valientes
Y construimos algún puente que nos figuramos eterno,
Capaz de resistir siglos y siglos de enigmas del idioma.
Aquí me siento…y en silencio creo ver a la gente pasar como si yo estuviese detenida en algún punto del tiempo,
Pero equivoco la historia y los recodos de la memoria…
Todo está en movimiento insaciable siempre,
No se detiene ninguna manecilla,
No deja de caer ninguna hoja del árbol,
Ninguna gota de agua,
Creo estar quieta aquí cuando ya voy avanzando diez pasos
Y dejo atrás las cáscaras y pieles que me protegían hace diez segundos.
Todos los límites los ponen puntos suspensivos
Y a ratos los quiebra un poema, un llanto o una risa,
Se desgarran las coordenadas de los mapas
Y caminamos así sin punto de referencia, creyendo haberlo encontrado.
Una casa en el cerro, una casa en el árbol,
Un poema libre en la ventana, un dibujo bajo la cama, un chocolate junto al café…
Me habría gustado creer en promesas, pero nunca creí en el tiempo ni en mí misma.
Me suplanto a ratos como ave
Y como usurpadora aparezco en una brisa,
Pero siempre termino en un insomnio que echa raíces en la oscuridad,
Danzando a bostezos con la vida,
Preguntándole por orígenes subterráneos,
Pidiéndole una frazada que nos esconda de nuestros fantasmas.
Si me quitaran la boca,
Si me cortaran las manos,
Si me quebraran las piernas
Y me desgarraran la piel,
No sé cómo, pero yo hallaría la forma de hablar sin palabras,
Yo hallaría la forma de cantarte canciones en silencio
Para ver si después de todo,
Toda pérdida es un encuentro.

II

Yo no puedo ser de piedra,
O que los muros se vuelvan sobre mí una especie de refugio.
Eso resultaría una especie de presagio del pasado, que ya acabó hace mucho,
Cuando las corazas arbóreas me hacían un vestido de años de sequías y lluvias copiosas en el bosque.
Yo no puedo ser un monumento,
Porque los monumentos caen sobre la humanidad y se astillan,
Pronto reluce su carácter de mito,
Pronto se descubre que bajo sus facciones pulidas había muecas terribles.
Nosotros por dentro somos como árboles,
Árboles extraños que palpitan y extienden ramas como palabras,
Árboles que hunden bajo la tierra la memoria,
Y desprenden las raíces del núcleo de la tierra
Para cargarlas mientras se camina,
para llevarlas ausentes en la presencia de los gestos propios que no se conocen,
que no se miran,
pero se desgarran diariamente sobre las facciones agrietadas.
Yo no podría ser de piedra, aunque quisiera,
Sobre mí llevo retazos añosos de árboles previos,
Y yo, retoño, sabiendo tan poco y sabiendo tanto sin saberlo.
Yo debiese ser mujer, antes que árbol, antes que todo.
Pero se puede ser ambas a la vez sin ser ninguna,
Sin encontrar ninguna respuesta en los libros,
Sin buscar nada mientras se camina sin ningún rumbo fijo,
Solo por caminar.
Yo no puedo ser de piedra,
Tengo que palpitar y respirar como respiran las cosas vivas y misteriosas de la Tierra,
Tengo que resonar con la hierba que se mece con el viento en el campo,
Tengo que sonar en silencio como suena el bosque,
Tengo que desprenderme de la tierra y comenzar a cargar mis raíces para autoplantarme en otro sitio.
Mujer árbol,
me busco y no me encuentro,
La feminidad se me escapa entre los dedos
y una brisa acaricia mis labios para contornearlos.
De vez en cuando he salido a agitar las hojas,
pero siempre siempre el follaje se hace insuficiente para proteger un intento de piel
que sienta la música en la superficie de lo profundo.
Un día yo estaba plantada sobre la tierra,
Y solo quise permanecer allí inmóvil y hermosa,
Oliendo los secretos de los otros árboles,
Conociendo al árbol viejo del bosque que hablaba a través de las raíces que se comunican unas con otras,
En una red de lo invisible y lo enigmático,
En una red que nosotros llamamos familia y juramento,
Origen de la primera semilla y tumba de los árboles ancestros.
Pero no había sospecha entonces.
No había sospecha ni historia alguna que diera cuenta de una trasformación tan extraña.
Una mujer no puede ser un árbol.
Un árbol no puede devenir mujer.
O acaso las preguntas eran la ramificación más gloriosa
Y nosotros no sabíamos cómo responderlas ni cómo formularlas.

III

Si los árboles son un refugio o no, no lo puedo saber.
O lo supe siempre y ahora lo he olvidado de veras.
Dicen que ellos ocultan una vida subterránea,
Como he de ocultar yo que vine al mundo con una forma que era distinta de la actual.
O como he de ocultar el rostro entre las manos,
Dejando que se difumine en las hojas de papel
O en las caminatas nocturnas.
Un día, me contaron, dejé de ser árbol y me convertí en mujer
Todo parece demasiado extraño para ser cierto.
No es que lo niegue, pero lo niego.
O decido retumbarlo sobre la tierra a modo de un “no sé” y una huida.
Lo cierto es que ahora soy mujer y se supone que tengo una historia para eso.
Aunque saber qué o cómo se es mujer es una cosa de poetas o de locos.
Si los árboles son un refugio o no, no lo olvido, no lo olvides,
Tienen una (H)historia impresa en la piel.
Dibujada en las raíces.
Susurrada en las hojas.
Goteante y gritona en la savia.
Le hablan ellos al viento
Y ve a saber cómo, le cantan a los pájaros
Antes de que siquiera sean pájaros,
Antes del antes,
Antes del después,
Antes de que eclosionen o florezcan de sus huevos.
Les he visto o les he soñado
Cantando serenatas bajo la Luna,
En sutil danza de maestros, moviendo las hojas como se mueve la música invisible.
Y una abuela se sentaba a tomar mate
Y recitaba sin cesar, mientras miraba el paso y el goteo del tiempo,
Que los árboles también conducen a los muertos a sus casas
Para que se despidan y vayan a nacer de nuevo.
O a prometérselo al vacío infinito.
Acaso ellos sepan secretos de la vida
Que somos muy ciegos para oír…
Que somos muy acorazados para transmitir en un dulce reventar de muerte,
Ese que nos convirtió en simples (no) humanos
Y nos nos dio la dicha de hacernos-nacernos semilla.
Nuestras palabras son tan solo, o demasiado, un eco.
Nuestra vida es solo (todo) un suspiro.
Tenemos historias, pero creemos, ingenuos, olvidarlas pronto.
Los árboles son cosa distinta,
Una materia misteriosa les sostiene,
Alma que se erige hacia la altura entremedio del vacío,
Y un poco burlones aparecen como madres dando la mano en medio de la oscuridad.
Sus raíces recuerdan los cuentos antiguos del origen del mundo,
Y construyen un retrato del universo,
A la vida la muestran en un silencio elocuente
Y palpita una sonrisa honesta, difícil de pesquisar.
Qué difícil pararse aquí ahora luego de decir esto.
A veces, he cruzado el bosque solo mirando por la ventana.
Y me digo que puedo escapar a sus copas mirándolos de lejos.
Creí que mis antepasados eran árboles
Y yo debí (de)venir humana para sufrir mucho
O para aprender un poco
Cómo valorar la tierra bajo los pies
Sin quitar la vista del manto azul.
Y en sueños, temí y quise a la vez, convertir mi boca en semilla,
Desgarrar por dentro y quebrar las raíces,
Hallar podado de cuajo el último atisbo de locura.
Pero los árboles se erigen aquí contra toda certeza.
Ellos se trepan, se ramifican, se siembran
En los minúsculos poros de una piel que procura hacerse humana.
Aparecen dando testimonio de un testigo,
Horrorizado y firme sobre catástrofes que retumban
En el origen de los intentos de decir…
Y trepan.
Solo eso, aunque es demasiado.
Trepan, trepan, trepan…
Y yo me angustio, me pierdo, me asfixio…
Y siguen trepando, entremedio de mis manos,
Echando raíces en mis músculos
Y haciendo de la savia mi columna vertebral,
Se ciñen a mis caderas y contornean formas femeninas,
Subiendo por mis ojos,
Construyendo una piel de hojas tímidas,
Una boca de flor en botón.
Trenzando mi cabello…
Y haciéndose nudos.
Nudos terribles
En el corazón del corazón.



lunes, 21 de mayo de 2018

Poner en palabras

(https://www.youtube.com/watch?v=olWOl8ny-3Y)


Crearé un espacio libre de todo espacio, 
en donde las comillas y los puntos suspensivos puedan escribir historias infinitas e interesantes sin la necesidad de palabras enredadas, dolorosas y difíciles de comprender. 
Dijiste que había que poner todo en palabras, 
que había que circunscribir la vida a su magia brillante, 
a su curativa forma de no alcanzar para llenar nada ni explicar algo, 
a su enigmática manera de fascinarnos, liberarnos y esclavizarnos al mismo tiempo. 
Yo tenía pesadillas sin sonido cuando apenas estaba aprendiendo a balbucear, 
sueños en donde se escondía la supuesta razón y la burlona locura decidía posicionarse sobre mi ingenuidad. 
Y el terror se volvía allí protagonista y yo un mero envase,
una niña escondida debajo de la mesa, contando bajito secretos que llegaban tan solo al oído de las paredes frías y enormes de la casa familiar.
Habría tenido acaso una búsqueda pendiente de otras vidas, 
una búsqueda interminable que prometía desde antes consumirme por completo. 
Y aquí que las palabras aparecen como sonidos que horadan el silencio, 
que revientan las notas de una melodía armoniosa y crean una sinfonía de preguntas que aguijonean mi cuerpo antes de que hubiese alcanzado una forma constituida. 
Caí sobre mis huesos y me oí llorar a través de mis arterias abiertas. 
Miré las cuencas de mis ojos cantando canciones desgarradas, contoneando un Aleluya que contradecía su sentido, que apuntaba más a la tragedia que al gozoso descubrimiento de un milagro. 
Un Aleluya ateo, un estruendo que generaba ruptura en los nidos que usábamos para protegernos de algo que no sabemos. 
Un Aleluya sorprendido ante la crueldad que se escapa de nuestro amor, 
ante una condición humana que no deja de destruir bellezas que nosotros mismos creamos o que nos crearon a nosotros. 
Un aleluya que se acercaba más a lo traumático, 
más a un clamor que busca en el borde de lo posible, allí donde las palabras se desangran antes de tomar cuerpo,
allí donde el dolor se traduce en un nervio gritando, 
una pulsación aguda sobre el corazón,
un nudo en la garganta... 
Una sensación de asfixia que atrapa mi rostro y lo deshace sobre la hoja de papel. 
Allí donde las palabras no existen y retumban los sonidos disonantes de un violín desafinado. 
O la palpitación de los dedos sobre un teclado que no tiene notas. 
Un aleluya como un grito ensordecedor allí donde no es posible el sonido. 
Poner en palabras. 
Y poner en palabras era como tratar de retratar realidades imposibles. 
Mi cuerpo tiembla bajo la perspectiva de un abrigo que no existe, 
de un poema que no sabe cómo escribirse sin transformarse en una copia de la copia de la copia. 
Sutil goteo de voces sobre mi mente. 
Sutil muerte que me aprietas las entrañas y me sacas de la cama cada mañana para vivir. 
Poner en palabras. 
Poner en palabras una memoria que se inscribe en detalles que se clavan en el hábito de lo invisible. 
Los monjes de la vida no me van a perdonar la seducción que ejerce sobre mí la forma cariñosa que tiene la muerte de hacer descansar nuestras carreras frenéticas. 
Voy a intentar crear espacios que dejen la posibilidad de dejarse desaparecer en ellos. 
La posibilidad de dejarse transformar en puntos suspensivos. 
Porque tuve miedo, pero ella ya no es la hora para tenerlo. 
Ella  ya no va a ser su cuna. 
Ella ya no va a bailar a solas con él, dejando que congele todo a su paso.
Tuve miedo de pronunciar tanto algunas palabras que terminaron por escribírseme en la frente y hacer añicos todas las nuevas creaciones que empezaban a colorear. 
Yo no dije palabras, pero esas que se callan se vuelven monstruos que aplastan.
Se volvieron cuerpo sobre mi cuerpo,
parásitos que se alimentaban del silencio,
movimientos que salían de noche sin mi permiso.
Vida paralela de asesinatos propios. 
Cada mañana una nueva rasgadura, un nuevo golpe. Otro secreto.
Tuve miedo frente a la mirada de los ojos llorosos que aprenden que el pasado a veces es tan brutal como un sonido de bomba en medio de tu casa. 
Despiertas y los niños están aferrados a ti como si creyeran que puedes defenderlos de todo el mal del mundo. 
Despiertas y te hayas totalmente solo…en una cama enorme. Desnudo frente a la oscuridad. Despiertas y eres pequeño. Pequeño. Pequeño. 

(Ojalá sí pudiéramos). 

Y tuve miedo sobretodo de articular palabras, mientras mi boca se sentía desmembrarse poco a poco, mientras a cada sonido de ellas la garganta se hacía llamas devastadoras 
y el tórax adquiría rasgos de derrumbe. 
Mi lengua se transformaba en hilachas sin forma, sin función. 
Mi voz era apenas un aullido, apenas un sonido que estaba más abajo que un susurro. 
Apenas una articulación bocal sin efecto. 
He pedido a las palabras que me salven como verdugos. 
He pedido que me encuentren en una esquina y me señalen un camino que lleva a la oscuridad. 
Una oscuridad hermosa y victoriosa, 
aunque es difícil de entenderlo y explicarlo. 
Cuánta luz allí donde pareciese que no puede caber o existir o ser algo. 
Cuánta luz en reconocerse allí donde vive la grieta, 
allí donde aparece la posibilidad de partir de cero y crear una forma imposible. 
Me aprietan, me asfixian, me obligan a ponerme de rodillas frente a ellas 
y a un no poder decir que me está enloqueciendo. 
Un no poder decir que se cuela en mis sueños y los interrumpe con demasiado éxito, 
con demasiada persistencia, con pavor. 
No poder decir. Poner en palabras. 
Poner en no poder decir las palabras. 
Atragantarse de silencio. 
Asfixiarse de sonidos que rodean el cuerpo con un frío desolador. 
Me veo caminando entremedio del espacio del derrumbe. 
Y trato de recoger piezas para armar otra historia, 
una historia en donde exista un espacio que no contenga ningún espacio, 
un espacio vacío que dé espacio para la duda sonriente y la duda que marcha. 
La duda que lucha con fuerza y enciende las calles y los edificios y los cuerpos y las mentes.
Y generaciones enteras.
 Una duda que abre la camisa y muestra la herida. Con orgullo. 
Trato de tomar las cenizas entre medio de mis manos y sentirlas como agua fluyendo. 
Sentirlas como arterias de la Tierra que conecten una creación de un lugar acogedor para todos nosotros. 
Un calor fantasioso cubre mi cuerpo antes de dormir, 
pero yo sé que debe venir de alguna parte, de alguna realidad que existía.
Y pienso…bueno, siempre hay un espacio sin espacio en donde las pesadillas acaban y las palabras se vuelven amigas. 
Un mago aparece para sentarse a tu lado y te inventa cuentos que te protejan de ti mismo. 
Poner en palabras. 
Poner en silencio. 
Poner en suspensión. 
Y viceversa. 
Y asreveciv. 
Yo voy a derrumbar todo este derrumbe para construir una casa hacia abajo.
Una casa que se erija sobre un borde de rebeldía, un borde de sobrevivencia…
como las plantas que crecen a pesar del cemento, entremedio de las rendijas, enredándose alrededor del metal y de lo indestructible, para consumirlo de a poco y prometer justicia. 
Una casa que se pueda reconstruir de arriba hacia abajo, 
con cimientos hechos de poemas y techo protegido por canciones. 
Yo voy a hacer cálida esta casa, yo voy a cubrirla de dibujos como flores. 
Voy a dotarla de humildad, como mi último acto narcisista antes de sonreír y cerrar la puerta para que otros la encuentren. 
Mi último acto egoísta va a ser cubrirte con mis abrazos y decirte: pequeña mía, todo va a estar bien. Tarde o temprano todo va a estar bien. 
Y allí voy a dejar que las palabras me hagan un cuerpo y una coraza. 
Voy a dejar que coloreen mi piel y le soplen vida, 
voy a dejar que le den sentido a un latido perpetuo de juego sobre mis manos pálidas. 
Y voy a dejarme habitar allí por ellas. 
Voy a convertirme en ese espacio en donde puedan florecer y dejar de creerse flores un día 
y creerse piedras. Y llegar a serlo.
Ponerme en palabras. Ponerme en silencio. 
Convertir el espacio del derrumbe en el espacio de la construcción. 
Allí donde yo solo sé intentar. Y cuando no me doy cuenta, algo sé hacer. 
Y aquí yo soy nada. Solo una frase como tantas otras. 
Solo la promesa de un último silencio. 
De crear palabras allí donde la nada echa raíces. 
De sentarme en el borde y ser ahí- no ser ahí.