No me he ido...
Sigue aquí ese lejano crepitar de mis ojos,
pero he olvidado cómo miraban.
Olvidados los lápices, las palabras y mi sangre.
Cómo comía mi boca,
cómo o cuál era mi sed
y el agua que no la dejaba irse.
y el agua que no la dejaba irse.
(Allá, allá...allá...)
La piedra de la locura pasa por mi garganta,
se atasca,
se me hace nudo.
No sé si tragarla sea más razonable
que dejarme atragantar por ella.
Viste la oscuridad con capas de carne,
se balancea y me apunta.
Me busca una sombra viscosa,
llama desde las nubes de gas que quieren hacer dormir,
llama para aprender a saltar y a pender de un hilo.
(Allá, allá...Allá...)
¿No me he ido?
Intento patalear con fuerza en el alquitranado mar de la noche.
Mar de muerte.
Nada.
Nadar.
¿Por qué a la vida le sobran tantos puntos suspensivos?
¿Por qué tantas horas, días...años...?
Me acuesto en el silencio,
me tiembla en el cuerpo ese quedarme,
ese quedarme humo.
Tan real.
Tan mentira.
Tan mentira que hay algo más que humo.
(Allá...allá...allá...)
Boca de lobo,
parece que la tumba no está cerrada...
Intento abrigarme de palabras,
saborearlas,
amasarlas por toda la piel.
O ellas eran la piel,
Piel de comillas.
¿Cuál será mi cobijo?
¿Cuál será mi casa?
Debería existir un suelo donde sembrar los pies.
Donde gritar y llorar,
donde sufrir un nacimiento hacia dentro.
Una implosión.
Una implosión.
(Aquí)
Permanecer también es una partida.
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