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sábado, 5 de enero de 2019

Evanescere

Yo soy la ausencia,
me presentifico en las cosas invisibles,
me corporalizo en los difuminados dibujos que quedaron solo en la imaginación
antes de plasmarse en el papel,
aparezco allí donde las sombras hacen canciones de la negrura,
camino a destiempo en calles desiertas,
busco entremedio de los silencios aquello que quise decir,
obscurezco mi silueta sobre los tejados de Santiago.
Un goteo de llave mala recuerda mi risa,
pero ella ya no está allí más que una brisa colándose por la ventana a medianoche.
Me desaparezco en los lugares cotidianos,
soy la fotógrafa de las fotos familiares,
apareciendo-desapareciendo siempre,
como la mano que se divisa de casualidad en la esquina del marco
y nadie sabe a quién pertenece o si era una mano simplemente,
por el simple hecho de ser y vivir como lo que vemos y nada más.
Me inscribo como puntos suspensivos en hojas negras
y me gusta balancearme en los momentos de silencio que nadie planifica en una fiesta,
sutil titileo de quedarse dormido y que pase la hora sin atraparla nunca.
Soy un recuerdo antes de ser un presente
y mis ojos miran en direcciones que no han existido.
He hundido la cabeza en el corazón de los árboles
y allí he respirado sin que la granja de cemento lo presienta.
Sobre mí caen las rupturas
y me invento unos ojos negros como agujeros negros,
mi boca igual que un vacío
y mi piel como la cáscara arrancada del mundo,
marcada por un grito de niña solitaria,
tratando de recubrir su caparazón con palabras que quedaban cortas.
Solo se me puede atrapar en el aire,
una línea borrosa sobre mi rostro habla en lenguas muertas
y cae la noche mientras busco una raíz materna que se saboree como la palabra sólido.
Pero de pronto, tiembla mi cuerpo, tiembla la tierra
porque bajo las copas de los árboles aparezco más humana que real.
Más viva que ficción.
Y temen mis puntos suspensivos,
porque lo efímero se ha petrificado
y allí donde debían palpitar solo los libros,
las manecillas del reloj se han marcado sobre mis cabellos.
¿Por qué los recuerdos iban a tener más vida que los momentos
que se viven en ese preciso instante?
¿Por qué lo no dicho se iba a encarnar
más que la articulación sangrienta de palabras en nuestra boca?
¿Por qué en la sinfonía iban a importar más las notas que los silencios entre ellas?
Se despedazan mis contornos frente a la mirada que los detecta
y ya se aterran mis pasos alegres de fantasma
¿Por qué me quieren encontrar allí como cadáver?
Se hace visible el miedo de existir,
fugazmente me atraviesa la puñalada de la certeza.
Y comienzo el juego perpetuo de volver a jugar a las escondidas.
Como si pudiésemos escondernos realmente de nosotros mismos.


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