Desde la locura descarnada te llamo más cuerda que nunca. ¿Puedes oírme bien? ¿Puedes oírme?
¿Me oyes más allá del eco de mi voz? ¿Más allá y más profundamente que las resonancias que hacen vibrar tu oído en el interior más recóndito de tu cuerpo-no cuerpo? ¿Me oyes con tu cuerpo sin órganos? ¿Con tus oídos sin oreja? ¿Con tu oreja sellada al vacío?
¿Puedes oírme más allá del eco ensordecedor de las palabras en el tiempo y en el espacio? ¿Mucho más allá de los códigos fríos y afilados del lenguaje? ¿Mucho más claro que la ambigüedad de nuestros diccionarios? ¿Preciso y conciso? Manecillas de letras, manecillas de letras, manecillas de letras...gotean juguetonas con su tic-tac, cayendo cayendo desde mis cuadernos, desde mis croqueras, desde mis fotocopias apiladas por todos lados...se escurren entremedio de las alfombras y las grietas del piso...se enredan en las paredes, se estampan en la ropa, se pegan a los zapatos, se van volando con la brisa que entra por la ventana...se diseminan como polen...flotan, flotan, flotan. Saltan, nadan, vuelan, caminan, reptan viscosas...tic-tac, tic-tac, tic-tac. Se ríen como niños. Se esconden de mí cuando volteo para saber si están jugando a mi espalda. Creo oír susurros que se entretejen en mi mente, creo tener un reloj de arena clavado en la garganta. Cada grano que cae vale mil vidas.
¿Me oyes? Oye, ¿me oyes? ¿Más allá del bien y del mal? ¿Del espacio entre el dolor y el placer? ¿Del espacio entremedio de la luz y la oscuridad? ¿Entre los espacios intersticiales? ¿Más profundo que el centro de la tierra? ¿Más elevado que el Everest? ¿Más agónico que la muerte? ¿Más muerto que la vida? ¿En el cráter de un volcán?
Camino entre cicatrices vestigiales que se incrustan en la piel de la tierra. Me pregunto cómo lo hacen para saltar hacia mis manos. Me pregunto cómo se cuelan en mis ojos y en mi garganta. Me pregunto cómo hacen para caer como lágrimas y regar un árbol de dudas.
¿Me oyes o no? ¿Te llevan el viento mis palabras o las palabras se llevan el viento? ¿Qué permanece? ¿Qué existe?
¿Puedes oírme entremedio de la nada?
Déjame cruzar este puente. Ya sé que me lo advertiste.
La nada está esperándome tras esta puerta. ¿Será tan angustioso como contaban los sabios antiguos? La nada me sabe a frutillas. O a limón. A la memoria que guardan los objetos. Hay que mascarla con fuerza...hay que sumergirse...abrir los brazos, flotar...flotar...
O transitar entre la tristeza que se descuelga de tu boca cuando aceptas lo inevitable, y la catástrofe tremenda que sobreviene en tus huesos cuando eres inmensamente feliz.
¿Me oyes? ¿Puedes oírme?
Estoy debajo del agua.
Tic-tac.
Veo tu rostro entre burbujas.
Veo cómo el libro se cae de la mesita de noche. Un estruendo enorme traspasa el reloj de arena en mi garganta. El conteo inicia de nuevo.
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miércoles, 5 de octubre de 2016
sábado, 27 de agosto de 2016
Replegado hacia dentro
Silencio. El café huele a silencio que sube como vapor a través de la piel y se posa sobre la superficie húmeda de mis ojos. No me decido a parpadear para no desatar el desastre. Ante mí caen los recuerdos como gotas de vapor que se volvieron de sorpresa líquidas, suicidándose desde el techo. Es cíclico ese estado permanentemente en duda de estar aquí. Es cíclico el amor y el dolor, o ambos entrelazados como una trenza de hilos invisibles que atraviesan la piel como espinas.
Tengo una historia triste que me acosa de noche. Una historia triste triste que no puede nunca ser bien contada, que no puede nunca escapar de la prisión terrible que le ponen las palabras. Tengo una historia triste que tiene tintes oscuros que se deshacen en libros de fatalidad surrealista. Cierro los ojos y la realidad misma se vuelve un recuerdo inventado. Falsa memoria que derrumbas casas con una solidez de metralleta.
El café es solo otro mar de cuestionamientos asfixiantes. Pero ya. Me obligo a arrastrar estas dudas hacia la esquina de la habitación y dejarlas allí. Mirando el techo. Me muestran los dientes, amenazadoras. Un movimiento en falso y se me abalanzarán como perros salvajes.
Las miro con distraído ensimismamiento. Tengo tristeza, pero mi tristeza no está aquí. No está aquí conmigo. Está en el aire, o en las paredes, o en las tuberías de la casa, o en las ramas de los árboles que toco camino a la universidad. O en el humo del cigarro que me abraza en esos pasillos de seres distantes. No está aquí ni ahora...no está conmigo, pero está demasiado presente, tanto que siento su aliento en mi nuca.
Traigo los apuntes de las clases. Las clases, las clases, las clases. Cuánta libertad y cuánta esclavitud que me están elevando y lanzando al suelo con fuerza brutal. Me mareo como cada día sentada al borde del asiento, como quien se sienta siempre en el borde de un precipicio, preguntándose cuánto tardará el cuerpo en caer como un pesado saco de nada, de insignificantes menudencias. Puedo tirárselas a los perros famélicos ahora. No parece que hicieran falta aquí, sobre el sobre del sobre del sobre del sobre del sobre pasto verde de la cima de la montaña.
Miro los apuntes en su lenguaje de jeroglíficos. Y con una resignación penosa trato de traducirlos con la ayuda de una lupa. Me preocupa quemarlos en el camino.
Y entonces de mis manos desaparecen. Pestañean. Pestañean tanto que ya no sé si estaba soñando que trataba de estudiar o estaba intentándolo en serio. Veo una laguna de aguas profundas en donde se refleja mi rostro, en él una cavidad negra me llama con sonidos disonantes de chelos al unísono. No sé por qué, pero el sonido de los chelos me hace tener frío y querer saltar dentro.
Hace frío, me digo...y me toco los brazos y encuentro que no están. Me veo cayendo como una pluma al interior de la cavidad oscura. Trato de aferrarme de las paredes, pero solo son paredes de agua. Agua hirviente que rodea una cavidad de hielo. Y entonces me estremezco, porque lo escucho...lo escucho sí...la voz lejana y palpitante. La voz del lobo, de la muerte, zigzagueando en mis oídos con crueldad siniestra...y otra vez tengo ocho años y estoy aquí desnuda preguntándome dónde estoy, cómo llegué aquí, cómo salgo de aquí, por qué, por qué, por qué...Veo tus ojos amarillos mirando desde arriba. Sobre mí gravitan un montón de libros como sábanas...trato de alcanzarlos para esconderme de ti, de los ojos en las sombras, de todos, de todos, de todos...
¿Y acaso tengo alas para poder salir? ¿Acaso tengo brazos? Solo siento espinas en la boca y sabor a sangre.
Me agazapo y miro dentro de mis viejos zapatos, viejos dentro de su caja nueva. Allí están, lo único familiar en el montón de oscuridad. Dentro de ellos parece salir luz, parecen salir imágenes que tienen más cuerpo real y tangible que el mío. Miro dentro...Qué extraña esa sensación de mirar dentro y encontrar todo pequeño, encontrar toda la casa hermosa de años atrás llena de ruinas y polvo, llena de grietas como dudas astillosas. Qué raro mirarse en el espejo y ver un fantasma entonces y sentirse un adulto agazapado en una cuna que queda pequeña y, al mismo tiempo, un ser ínfimo abrazado hacia adentro encontrando todo tan enorme, como un grano de arena en esta caja de zapatos. Qué rara sensación oír a los viejos pájaros que cantando acompañaban la casa, allí cantando canciones en idiomas diferentes e indescifrables, lejos, muy lejos de todo lo que puede pasar...de todo lo que es ser y estar aquí, tratando de estar y no poder conectarse a algo vivo y real de veras. El árbol que estaba junto a la puerta de entrada perdió las raíces, el silencio se cuela en las cuencas de sus ojos.
Me siento como una piel volteada al revés. Mi piel está cubierta por músculos y ellos se cobijan de huesos. Siento que la sangre circula afuera, en la casa, en la tierra, en el patio, en la calle...siento que los perros abandonados la beben y caen tiesos. O salen volando, convertidos en otras especies raras.
¿Estás ahí? ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme? Te muevo las manos a través del vidrio, haciéndote un complicado lenguaje de señas que ni yo entiendo, y tú sonríes y asientes y te vuelves de cera. Tu rostro de cera me mira a los ojos con terrible mirada, me atraviesa como un relámpago, y me pregunto si puedes ver toda esta tristeza, si puedes ver que me arrastro tratando de pegar con cinta adhesiva las millones de heridas, para que no se note que soy un muñeco de paja sin paja y sin gorro. Los pájaros del campo me temen solo porque les parezco un muñeco armado, pero no saben que basta una brisa...una brisa sutil de viento...
Pero no, no quiero pensar en eso ahora. No, solo quiero agazaparme aquí y esperar a que deje de hacer tanto frío. Doblo la piel al revés y la dejo en una esquina no sé cómo. Me veo desde arriba y desde afuera, y parezco un cadáver. Hacia adentro se repliega, la mariposa se traga sus alas y mira hacia el centro oscuro, aprieta el núcleo del pecho con las patas que no salen aún de la semilla. Crece el árbol, pero por debajo de la tierra, sus raíces salen dentro de las ramas y las ramas se acumulan en su intestino de palabras cuajadas por el silencio que observa y dibuja mundos imaginarios.
Y puedo sentir la voz brotándome de la garganta como un vómito. Pero algo sucede que no puede salir, aunque empuja y empuja hacia afuera. Siento los muros de agua y de vidrio venirse sobre mí y apretarme como en una trampa de araña, de ácido letal. El ácido carcome los libros y sus sábanas protectoras...carcome los huesos, los músculos...solo queda la piel, aquí tratando de mudarse en otra cosa que no sea lo que se es ahora.
Se me clavan unas últimas dudas, como astillas de metal sobre las cuencas de los ojos. Caen dos lágrimas y siento que me trago un océano.
Entonces siento su mano sobre mi boca, tapándola hasta hacerla añicos y el nuevo sabor a sangre y la nueva sensación de asfixia. Lo único que me sostiene es el café, el café, el café...lo veo desde la cavidad oscura en la que he caído...me veo durmiendo sobre la mesa y el café humeante. Y me digo: ¡Despierta! ¡Despierta! Tienes que volver, tienes que aparecerte en las aulas, en la universidad, tienes que cargar y leer ese montón de libros, tienes que subir al transantiago y ver qué podemos cocinar a fin de mes con el mínimo de dinero...despierta, despierta, tienes que despertar...
Y la mano sobre mi boca se vuelve más pesada y se hunde y aprieta mis órganos, seca mi sangre, se transforma en víbora que se siembra en el interior de mis entrañas. Siento que una mariposa ha muerto en el interior de mi estómago y crece un alacrán, un alacrán con la espina clavada en sí mismo y con piel suave y blanca, como la de un conejo.
Pero...pero...no sé en qué momento adquiero rostro humano nuevamente. Me palpo la cara y siento húmedas correr las lágrimas, un llanto silencioso que quema la piel recién puesta de nuevo en su lugar. Miro a través del vidrio que rodea la cavidad negra y te veo, sigues allí con tu mirada de cera, moviendo los brazos, tratando de decirme algo que no entiendo. Me acerco al vidrio, transparente y ficticio como las verdades que me cuento, y adquieres por fin tu rostro real, oscuro, siniestro, en una mueca de maldades que yo nunca logré entender. Te ríes de mí y tratas de apuñalar el vidrio con tus carcajadas ensordecedoras, que me vienen persiguiendo hace años en pesadillas...
Te veo tratar con todas tus fuerzas de traspasar el vidrio...y yo aquí, con mi terror mudo, observándote en silencio, con lágrimas que se evaporan fácilmente. Tengo una daga en mis manos y la aprieto con fuerza sobre mi pecho, mirando como eres tú el que sangra y gime, como eres tú el que cae sobre sí mismo y mancha el suelo de sangre...Mi piel está intacta, como la piel sintética de un oso de peluche que ha perdido todo atisbo de esperanza.
Te dejo ahogándote en tu charco de sangre y de cera...recojo mis trozos y me aferro a ellos, suplicando por última vez: despierta, despierta, despierta...
Silencio. Abro los ojos. Aquí hay silencio. El café huele a silencio y se ha enfriado irremediablemente. Miro sobre la mesa los libros, esperando pacientemente a que me ponga a estudiar.
Veo la cortada en mi mano. No sé cómo, pero siento pena por ti y por tu carácter de pesadilla en mi mente. ¿Tenías otros colores antes? ¿Tuviste alguna vez una risa diáfana y tranquila, alegre como el sonido del agua pasando a través de las piedras?
Miro a mi alrededor con una resignación tranquila, al menos por ahora. Me alegra estar despierta por un tiempo...pero qué solo se está aquí entre un café frío y el plano silencio. Es cíclico ese estado permanentemente en duda de estar aquí. Es cíclico el amor y el dolor, o ambos.
jueves, 2 de junio de 2016
Para hablar de vida
Para hablar de vida, tus ojos cafés tendrían que brillar mientras caminas, con esa dulzura que muestras al sonreír, pero que vas perdiendo en el camino.
Para hablar de vida tendríamos que bailar. Bailar a las 3 de la mañana en una calle desierta, solos tú y yo. O bailar un tango en el metro, en hora punta y en la línea 1. Porque solo entonces sabríamos de nuestra humanidad sudorosa y apasionada entre rejas, delimitada por líneas amarillas intraspasables.
Para hablar de vida tendría que ir a ver a mis viejos ancianos, a mis viejos abuelos, a mis viejos yos, a mis viejas raíces. Tendría que mirarles a la cara con afecto y sin reproches, y preguntarles con valentía por el pasado, por la muerte, por las hojas que caen en el otoño, por los desaparecidos, por las cartas que no llegaron a su destino desde la extinta oficina de correos, por las pesadillas, por las peleas de sangre entre dinastías pasadas, por las hambrunas de pueblos lejanos y cercanos, por el origen de todas las preguntas.
Para hablar de vida tendría que caminar por las calles con los pies descalzos y la mirada transparente, buscando mariposas entremedio de los tacos. Jugando con la lluvia a quién cae más lejos, a quién transforma antes en celeste congelado su corazón.
Para hablar de vida tendría que darte la mano mientras cantas una canción a un público enorme, tú cantando a todo pulmón y yo solo observando con una sonrisa tus ojos vibrantes, tus manos heladas, tu miedo secreto, tu fluir entre fluidos que se solidifican.
Para hablar de vida tendría que dejar de describir el mundo a través de una vitrina, tendría que dejar de mirarme a mí misma como en un sellado al vacío, como en una separación artificial del afuera y del adentro, como excluyéndome de la realidad misma. Tendría que darme cuenta de que no soy parte del mundo, sino que soy el mundo, yo soy el afuera y el adentro, soy lo que circula entre los mundos paralelos del yo y el otro, soy esa materia que no se puede definir. Esa materia que en su mayoría es vacío, pero que ocupa el espacio íntimo de la existencia y la no existencia a la vez. Tendría que mirarme y reconocer a este tercer cuerpo que se pone entre nosotros cuando nos conectamos de una forma indescifrable, mágica y misteriosa. Ese tercer cuerpo que nos une, que es vivido como una realidad brutal e impactante, pero que no se ve, no se toca, no se puede describir. Como agujas perforándome el pecho que no tiene carne, pero que se siente como carne, pero que sangra. Yo sería, nosotros seríamos el tiempo-espacio, pero sobretodo el vacío-espacio, circulando, moviéndonos como en un proceso de un proceso de un proceso de un proceso. Un proceso que nos dio la vida, desde antes de la placenta, y que nos ha llevado a las millones de muertes diarias del camino que seguimos caminando.
Para hablar de vida, tendría que sentarme en la micro del transantiago y mirar frente a frente a una vieja a los ojos. A esa misma que me quiere botar del asiento, a esa misma que me empuja, que me golpea, que me insulta, que me escupe...tendría que mirarla a los ojos y sostener la mirada durante un incómodo momento de dolor auténtico. Tendría que dejar de desconectarme de ese dolor, de buscar un lugar de ignorancia cómoda, de buscar cómo evadirme, cómo aislarme...tendría que sentirlo a fondo y aceptarlo. Tendría que elevarme a mí misma a las magníficas y horribles alturas de la destrucción. Tendría que sentir vértigo y saltar desde allí.
Para hablar de vida tendría que encontrarme contigo, viejo amigo, cerca de mi casa, caminando con las manos en los bolsillos y esa sonrisa pícara que te caracterizaba. Tendría que ir a verte bailar vestido de mujer, riéndonos carcajadas; o tendría que ir a gritar, vitoreando, mientras tocabas magistralmente el bajo o la batería con esa mirada seria y oscura. Tendría que dejar de verte en la facultad en un segundo, en donde una puntada me atraviesa, muevo la cabeza, me refriego los ojos y me doy cuenta de que no eres tú, de que solo es otro que, aunque parecido a ti, jamás podrá igualarte. Tendría yo, con las manos astilladas y los huesos hechos polvo, que arrancarte con furia de los brazos de la muerte que te arrancó de tu cuna, en un descuido de media noche.
Para hablar de vida tendría que escribir un soneto decente, un poema real, un poema hermoso, o buscar uno que me lea mejor a mí que yo a él, y recitarlo todos los días, durante años y siglos y universos enteros. Tendría que leérselo a los fiscalizadores de las micros, a los gerentes de los bancos, a los tipos enojados del estadio, a los capuchas, a las palomas en las plazas, a los perros callejeros, a los gatos en los tejados, a la cámara alta y la baja, a los mala leche de las redes sociales, a mi mamá, a mis hermanas, a mis abuelos y a esa persona que siempre me exaspera en la mesa. Tendría que leerlo en todas partes, en el baño, en la facultad, en la Iglesia, en las ayudantías, en las protestas...y un día, después de todo ese recorrido bello, sublime, cotidiano y asqueroso, tendría que dejarlo caer en el piso, pisotearlo con todas mis fuerzas y arrojarme junto a él para llorar en paz nuestras desgracias. Para mirarnos nuestras heridas y decirnos que estaremos bien.
Para hablar de vida tendría que apedrar esa casa de mierda, esa casa maldita de la infancia en donde pasaron tantas catástrofes incontables, tantas tragedias que se transformaron en martillos que golpeaban mi espalda a través de los cumpleaños. Tendría que mirar cómo los muebles se queman, cómo las fotos se hacen cenizas, cómo los que vivían allí dejan de mirarme con esas visiones tan intensas. Tendría que...¿Ocultarme de ellos para siempre o enfrentarlos? Tendría que poder definir cómo reconstruir los pedazos de esa muñeca que se trizó por dentro y que fue a terapia en busca de otro juguetero que le hiciera una cajita musical.
Para hablar de vida tendría que ensayar una canción de recuerdos y abrazarlos a todos, a los malos y a los buenos, a los reales y a los inventados, a los míos y a los de otros, a los de todos, a los de la familia, tan bonitamente pintados de negro y blanco y gris.
Tendría que mirarme al espejo y esbozar una sonrisa de vez en cuando, cambiar el rumbo en la calle de sorpresa, no ir a clases un día y quedarme flojeando en casa, arrancarme al museo y mirar en silencio los cuadros, escribirte un poema y dejarlo a un extraño.
Para hablar de vida tendría que cerrar los ojos y contarme un cuento, decirme lo extraña que es la realidad y lo familiar que es la ficción. Hablarme de dragones, de unicornios, de tesoros y magias.
Tendría que agradecer por estar acá ahora y no mañana. Tendría que agradecer porque el mañana juega a las carreras conmigo y siempre gana. Tendría que agradecer porque el pasado me muerde los talones y siempre se impregna en mi imitación de piel. Soy como una serpiente que se muda de mundo, pero no de piel. Nací sin piel, nunca supe qué definir en el espejo, nunca supe qué dibujar sobre el lienzo en blanco de lo que parece ser mi vida.
Para hablar de vida tendría que correr entre las hojas del otoño y escuchar placenteramente cómo suenan bajo mis pies, cómo su agonía es el nacimiento nuevo del mundo, cómo por su muerte hemos sido devueltos al vientre, renacidos, re-creados. Tendría que oler el intenso aroma de la tierra mojada.
Para hablar de vida tendría que cantarles canciones de cuna a mis hermanas ya ancianas desde la tumba, porque yo las tuve entre los brazos, porque yo las ayudé a caminar, porque ellas me enseñaron todas las cosas que pude aprender en la vida, porque por ellas yo pude ser concebida en este mundo, porque por ellas decidieron arrancarme de una mirada imaginativa y tirarme desnuda aquí.
Para hablar de vida tendría que tomarme un mate y hablarte de muerte. Tendría que contarte los mitos viejos de terror, de doloroso miedo, de incertidumbre, de podredura física, de angustia de separación forzosa. Tendría que llorar contigo. Tendría que llorar por mis amados perdidos. Tendría que contarte de lo material de su rostro, de lo brutal de su llamado, de lo increíblemente potente de su oferta secreta, esa que nadie puede rechazar.
Para hablar de vida tendría que decirte que no le tengas miedo. Que le sonrías y te dejes conducir en el nuevo viaje. Porque ella, de rostro cubierto, ella de manto negro...es solo la vida teniendo una duda existencial. Es solo la vida, preguntándose por nuevos caminos, por nuevos horizontes, por borrar un trazo de su obra de arte gigante y poner otro en su lugar. Otro que en ese momento efímero le da sentido al cuadro enorme y raro.
Para hablar de vida, tendría que chupar con fuerza el último sorbo de mate, tendría que besar por última vez a mis hermanas; tendría que abrazar y oler por última vez a mi vieja, con su olor de amor de abuela; tendría que tirarte un chiste por última vez, tendría que leerte un cuento antes de ir a la cama...tendría que pasearme por la facultad con un libro bajo el brazo, tendría que pintarte de rojo la nariz...Para hablar de vida tendría que tomar un último respiro, cerrar lo ojos y guardar silencio. El resto de las formas de hablarla, las aprenderás tú, las vivirás, las sentirás tú.
Para hablar de vida tendría que amarte otro poco más y darte las gracias por aparecerte aquí. Por compartir la vida, por recordar los abrazos y las palabras, por mandar besos y cariños a la distancia, por los regalos de no-cumpleaños...por las conversaciones que me diste a través de miles de rostros, de miles de voces, de miles de sueños, de miles de manos y cuerpos.
Por caminar a mi lado.
Por crecer juntos y volver a empezar.
Por cocinarnos amor y tomar el té. Por acostarnos juntos cuando teníamos mucho frío. Por acompañarnos y contar con nosotros mismos en las buenas y en las malas. Por burlarnos de nosotros mismos.
Tendríamos que tomarnos de la mano y hablar de libros y música, reírnos a gritos, sonreírnos sin motivo, caminar como humanos y volar como pájaros de papel.
Tendrías que susurrar una última vez, mirar que he sido feliz, aunque tengo lágrimas permanentes en los ojos; besarme las manos y dejarme partir en silencio... Como una brisa...
Para hablar de vida tendría que amarte otro poco más y darte las gracias por aparecerte aquí. Por compartir la vida, por recordar los abrazos y las palabras, por mandar besos y cariños a la distancia, por los regalos de no-cumpleaños...por las conversaciones que me diste a través de miles de rostros, de miles de voces, de miles de sueños, de miles de manos y cuerpos.
Por caminar a mi lado.
Por crecer juntos y volver a empezar.
Por cocinarnos amor y tomar el té. Por acostarnos juntos cuando teníamos mucho frío. Por acompañarnos y contar con nosotros mismos en las buenas y en las malas. Por burlarnos de nosotros mismos.
Tendríamos que tomarnos de la mano y hablar de libros y música, reírnos a gritos, sonreírnos sin motivo, caminar como humanos y volar como pájaros de papel.
Tendrías que susurrar una última vez, mirar que he sido feliz, aunque tengo lágrimas permanentes en los ojos; besarme las manos y dejarme partir en silencio... Como una brisa...
martes, 31 de mayo de 2016
La lluvia boca ancha
La lluvia ha salido del suelo con la
fuerza de un volcán.
No ha desembocado en el cielo, porque la
evaporación se la ha tragado antes que al alba reventada, en sus canicas de
juego raro de mundo inmóvil, en su rutina diaria de New York Times.
La lluvia se ha pulverizado al entrar en
contacto con la piel humana. No alcanzó su humedad para apagar el incendio de
la juventud encarcelada. No hubo libros que no se rompieran, no hubo palacios
que no se quemaran, el destello del sol explotando en mil retazos de existencia
no quiso detenerse hasta no acabar con todos los cuadrados que danzaban
invocando a su dios efímero de números resquebrajados.
Yo estaba allí y por eso lo digo. Era la
única testigo con millones de ojos binoculares que se giraban sobre sí mismos para
ver en diferentes direcciones desenfrenadamente, hasta herir de información mis
materias grises esparcidas en muchos papeles que tengo imaginariamente grabados
en el cuerpo completo, como tatuajes de sangre.
Tenía una cámara y fotografié todo el
mundo desplomándose sobre sus ejes caleidoscópicos. La gravedad ha sido
desafiada y expulsada del reino. La revista Vogue fue lanzada a los zombies que
se la tragaron hasta que la podredumbre los desintegró a ambos en un gigantesco
Big Bang celuloide. Wall Street se hundió en el mar para siempre, como
Atlántida lo hizo hace años, vi cómo los números de los billetes pataleaban
desesperadamente para tratar de salvarse, pero se ahogaron igual en goterones
de veneno radioactivo y azufre hirviente.
El reloj se detuvo en el 12 y empezó a
correr hacia atrás.
El incendio consumió los árboles y las
casas, sus llamas se movilizaron por las calles de la capital gritando
protestas, consumiendo hipocresías, reuniendo otras llamas efusivas, reclamando
derechos...vomitando sistemas, martillando educaciones que estaban llenas de
termitas.
La lluvia desgarró los ojos del mundo con
su ácido dinamitado. Mario Bros corría en las aceras tras un paraguas que el
viento virtual se llevaba cada vez más lejos…como si fuera una burla de las millones
de mentes que penetraron el sistema y no lograron derretirlo.
Los bomberos han desenmascarado a todos
los pirómanos de este mundo en Game Over, pero nadie se atreve a llevarlos tras
las puertas de la justicia imaginaria. Una enorme huelga mundo se canaliza en
los estanques de agua potable envenenando todo de dudas lentamente…casi como un
ladrón diestro en la oscuridad de la noche golpeada por los asteroides del
silencio obligado.
Había letras que se terminaron
consumiendo así mismas dentro de sus cárceles. Había caníbales que se comieron
sus propios cuerpos pintados de frustración. Un juez que no quiso dictar nada,
un médico que no quiso dar diagnóstico, un profesor que se calló una lección
importante…curiosamente todos estábamos mirando el vidrio roto desde adentro,
aterrorizados, pero inmóviles.
Las razones no las tengo, pero no las
diré tampoco.
Tenemos una ignorancia que se jacta de
ser letrada caminando por las facultades de las universidades, succionando la
energía de los jóvenes e ilusos, ametrallando la razón con todos sus recovecos
sinuosos, donde los árboles humanos brotan y se posicionan de las ideas,
maltratando el cuerpo hasta consumirlo por completo, que se transforme en una
pila de la mente, un motor que le permita volar a distancias inimaginables y
menos aún, pronunciables por nadie.
Nada de lo que nos importe en serio
podremos explicarlo.
Vi como el mundo se succionaba así mismo
y se reinflaba para reventar de nuevo. Un cambio de rotación de millones de
cenizas pegadas en los manicomios de las calles humanas, recortando angustias
de los rostros felices de sus trajes espaciales que mentían acerca de ir a la
Luna. La Luna está en las palmas de nuestras manos, allí ha estado haciendo
poesía todos estos años, anónimamente, como un ángel vilipendiado injustamente.
No todos los ángeles caídos son malos.
Algunos decidieron caer para respirar ese aire vívido y real. Ese dejo de dolor
y alivio que se mezcla en las azoteas del ser humano con sus muros vomitados de
razón, limpiándolos un poco con su desinfectante de ignorancia que rasga almas
idealistas.
Yo me metí en mi escafandra y recorrí el
incendio así, nadando por los pensamientos dudosos de la noche, los cambios a
veces se disfrazan y juegan a las escondidas, hasta que nos saltan de un segundo
a otro. Algunos ríen por la broma, otros mueren de ataques al corazón.
Y la lluvia sigue cayendo por las calles
con su boca ancha, inundándolo todo cada vez más, pero incapaz de apagar el
incendio aún. Quiere ahogarnos como lo hizo alguna vez el diluvio histórico,
pero algo sale mal. El incendio parece capaz de devorarlo y calcinarlo todo.
A veces me siento en el borde del pozo,
junto a la serpiente, y me pregunto dónde andarán ya los grifos de esta era del
hielo mental. A veces el miedo viene a burlarse de mí con su ronroneo
zigzagueante y helado, como un fantasma que acaricia las teclas de un piano
viejo. Pienso que los caminos que uno toma en el desierto son para pintarlos y
por eso nadie nunca entiende bien porqué lo hiciste.
¿Por qué el cuchillo estaba en tu mano
ese día cuando la lluvia limpiaba la sangre de tus manos? Nadie quiere ya
cuentos de hadas o caballeros enlatados. Todos quieren crónicas policiales que
los convenzan de lo que ya tienen pegado a la mente como una sanguijuela.
Corazones de claustro. Cerebros
encerrados en bolsas ziploc. Ojos de papel. Manos de aserrín. Bocas de caucho
quemado…
El reloj está empañado y ya no deja ver
la hora. Las máquinas ensordecen a todos con su marcha de soldados de aceite.
Me quito la escafandra y tomo el arma. Si
querían mi sangre, aquí la tienen. Si querían mis letras, pueden olvidarlo. No
importa dónde vaya, o dónde decida estar, mañana la lluvia boca ancha decidirá
desaparecer, o querremos obligarla…un día ella dejará de azotar sueños, un día
dejará de ser verdugo, un día su cascabeleo fatal dejará de rotar alrededor de
las cabecitas de los escolares dirigiéndose inocentemente a sus escuelas, un
día alguien contará su secreto y todos verán llover en sus propios rostros…y se
mitigará el incendio, porque la lluvia que proviene desde dentro, la boca
estrecha, acrecienta las llamas y las hace arcoiris.
Y allí seguiré yo. Y entonces no tendré
que dar explicaciones…lo sabrán ya. Lo sabré ya.
Mientras tanto…la lluvia boca ancha sigue
derrumbando mis castillos de dibujos y fotografías…pero los seguiré
reconstruyendo. Los árboles que brotan de mis manos no quieren secarse, procuro
regarlos de dudas todos los días para que no se detengan y no dejen de dar
oxígeno a este vehículo soñado dentro de una caja. Algún día estallará, lo sé,
pero me tragaré la cola del mundo girando en mi propia canción.
Después de todo…aquí está enorme aún el
trazo limpio del desierto, y la serpiente sigue zigzagueando junto al pozo…allá
lejos susurran unos viajeros infinitos.
Siéntate a hablar conmigo
Ahora entonces, me siento junto a ti y miro los autos pasar, indiferentes, seguros de sí mismos de que no existen. Son estrellas fugaces hechas de metal, de esas que nacieron muertas antes de que las pensáramos.
Tomo un trozo de papel y garabateo dibujos insignificantes. No dices nada, no eres de decir cosas importantes cuando el silencio puede más. Yo siempre fui la que hablé para llenar el vacío de los espacios, apuñalando estúpidamente el verdadero y oculto sentido de las cosas. La señora Dalloway siempre organizando fiestas para disimular el vacío. La miseria de nuestras vidas convertidas en escombros que se venden bien.
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Y te encoges de hombros, porque no sabes decir que no a mis preguntas infinitas. Nos une el adn de millones de cortejos fúnebres, de millones de pensadores y genios muertos a los que ya no podemos escuchar. Ninguno de nosotros podrá igualarlos. Nos quedamos sordos de tantas lecturas.
Tráeme la vida entre las manos como se trae agua, como se trata de apresar sus gotas dolorosas.
Tráemela como si quisieras aprisionar el tiempo en una caja, como si pudieras mirar a tus yos pasados y decirles que vengan a darte lecciones acerca del futuro, como si pudieras decirles que te dieran un manual de pocos pasos para no seguir haciéndote pedazos. Para no seguir sintiéndote inútil, atrapado, llorando acurrucado en el suelo, como si quisieras volver a tu placenta imaginaria.
Te observo tratando de reparar las fisuras que te han dejado las pesadillas diarias. Al abrir los ojos cada mañana tomas una bocanada de aire, diciéndote que debes seguir, que el pasado está muerto como muerto sigues tú. Eres un aborto de ti mismo, preguntándote por qué naciste cadáver para buscar la vida a través de los años. Temes verte anciano sin haber olido realmente una flor. Temes verte anciano sin haber amado a nadie realmente. Temes verte anciano sin ninguna historia que contar. Temes que tu memoria recuerde al paso de los millones de años las cosas más insignificantes, como lavarse los dientes cada mañana, mirar el reloj para salir de clases, comprar una cena para microondas, pagar las cuotas de un crédito que te ha robado la vida y la autenticidad de lo que eras.
Fuiste maravilloso, pero ya no. Tus ojos se apagaron de tanta responsabilidad, de tantas ansias de éxito, de tantas felicitaciones y diplomas.
Te observo mirando ese catálogo natura, preguntándote si es más tú la esencia de cacao o la cremita contra las arrugas. Veo tu decepción cuando ya has comprado tu producto y lo has tirado en ese cajón junto con las otras partes falsas de ti misma. No puedes comprar las certezas, no puedes comprar el amor que desesperadamente buscas en los libros.
Tráeme esa cajita de recuerdos que atesoras cerca de tus libros, que has tapado con ese manto negro de desesperado temor a los demás. Los amas más que a ti misma, pero los detestas tanto que quieres que se vayan para siempre. Solo el reflejo de que te detestas demasiado a ti mismo y quieres transformarte en algo bueno para un mundo al que no le interesas.
Tráemela como si quisieras atrapar el aire que mueve a las olas en medio de la playa. Sé que has ido a lugares llenos de alegría a mirar a las personas, buscando una pizca de sentido, una pizca de humanidad en sus corazones. Sé que te has sentado apartado preguntándote por qué no puedes estar allí, bailando sobre las mesas como ellos, quemando neumáticos como ellos, besando apasionadamente y sin arrepentimiento como ellos. Dime si crees que hay alguna esperanza, que hay alguna posibilidad de que nos miremos al espejo y deseemos no ser más humanos como somos, de que anhelemos profundamente la mortalidad, la finitud, sin esa mezquindad que nos ahoga por las noches, en nuestras cunas queridas, con ese estúpido deseo de vivir sin vivir.
Te veo con los ojos llenos de lágrimas, tratando de convencerte de que deberíamos poder llorar en los espacios públicos, aunque hayan reemplazado los letreros de "No fumar" por los de "No seas frágil, no seas humano". Veo correr las palabras en tu mente, como si fueran trenes que temen estrellarse si salen. Te veo llenar estados de felicidad infinita en facebook, cuando no has sido feliz hace años. Todo por esa enfermedad social de que debemos ser tan felices como la gente de la publicidad, con sonrisas que nos perforan los ojos, que nos ponen corchetes en las entrañas, que nos atraviesan con espadas de indiferencia y odio a la humanidad. Somos unos lunáticos compartiendo likes e imágenes sin imagen. Sonreímos de manera siniestra, al borde de la muerte por tanta risa y tan poco llanto.
Y veo que tu boca se abre, tomando bocanadas de aire, ansioso. Veo que quieres decir algo. Veo que quieres callar mis preguntas insistentes y crueles. Me callo yo, en realidad siempre estoy callada cuando me piden que hable de mil cosas.
Esto no es fácil y nunca lo será. Trataría de no escribirlo, pero lo haré, solo una vez, aquí, solo una vez, disfrazado, livianito, como pasos silenciosos que se pierden con el bullicio de las bocinas. Y...esto, porque entiendo que las palabras son como la sangre. Circulan a través de ese gran cuerpo que formamos todos nosotros. Fluyen a nuestro alrededor, en nuestras vidas, en los que amamos y lo que hacemos. En nuestros sueños y nuestras pesadillas. Es vital dejarlas circular en algún lado, con el lenguaje que sea, porque si se callan...si se estancan, se pudren dentro nuestro y nos enferman. Nos gangrenan. Nos hacen cáncer terminal. Nos enloquecen, nos matan en una agonía dulcemente lenta. Escúchame entonces, ya que quieres que te hable. Habitualmente no aprecio demasiado mi propia vida, pero ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo sobreviviendo a tantas muertes? ¿Acaso había un plan maestro para todos nosotros? ¿O solo somos los hijos no deseados del cable, de las multinacionales, de las sopa para uno, de las alfombras de Sodimac, de los manuales APA y los DSM?
Tuve miedo de mirarte a los ojos y decirte que estoy perdido. No perdido en la gran ciudad, no perdido en la carrera, no perdido en los estudios...perdido en la vida. ¿Todo este esquema para qué? ¿Para qué estar en el colegio, ir a la universidad, trabajar, casarte, tener hijos, trabajar más como burro, acumular deudas y luego jubilar para morir? ¿Cuál era el motivo de todo eso? ¿Por qué?
La Señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Compró flores de todos colores y llenó la casa de ellas para decirle a los demás que estaba bien. Publicó fotos en facebook. Se sacó una selfie sonriente para instagram. Publicó el increíble anuncio de la fiesta en twitter. Pero llegada la hora, salió de la casa y dejó a los invitados afuera.
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Me miras enojado, sabes que no estoy allí ¿cierto? ¿Sabes que solo estás sentado nuevamente al borde de la cama...en la oscuridad? Otra pesadilla más y otra maraña de dudas enredándose en tus pobres huesos. Éramos ancianos sentados en el borde de nuestros zapatos, mirando con expectativa nuestra juventud futura. Éramos ancianos caminando entre medio de los autos, cansados de nada, aburridos de todo, una generación de seres no pensantes.
Una parte de mí supo que no dirías nada nunca más. Una parte de mí supo que frente a todo y ante todos, era yo la que hablaba sola mirando los autos, que era yo la que sentada al borde de la cama no pude contener las lágrimas. Otra pesadilla. Otra más. Y ya no sabía por qué estaba llorando. No era capaz de entender esa vida normal que no tenía nada de normal, que no tenía nada de vida.
Tuve miedo de mirarme con los ojos inyectados en sangre, esperándome monstruosamente frente al espejo.
miércoles, 30 de marzo de 2016
jueves, 17 de marzo de 2016
Una caja
Guardar todo como en una caja,
suponiendo que la caja tendrá que abrirse,
colocarse en el espacio intermedio de lo visible y lo invisible,
en un espacio fluido de lenguaje, de palabras,
de muertes
y miradas sigilosas, penetrantes...
Suponiendo que la caja habrá de transparentarse sin dejar de existir,
habitando en un espacio en donde lo corpóreo se cruza con lo fantasmagórico,
donde se articulan las rejas imaginarias,
y se atragantan las bocas con pergaminos que saben en el gusto y en el tacto a dolor, a sufrimiento.
Una caja que se abre como se abre un fruto,
con el gesto preciso de una ruptura radical,
un estruendo de derrumbe,
quebrándose las raíces de los árboles,
reventándose las venas en sus cuerpos,
resquebrajándose las estructuras teóricas de los edificios.
Y entonces me preocupo por nombrarla caja en el principio,
porque sucumbe esa palabra,
porque está condenada al fracaso desde su génesis,
se hunde en el mar,
se muestra como una triste pulpa de letras,
llena de sangre, manchas, dureza, libros quemados...
Porque con ese nombre no alcanza, no cabe,
ni siquiera dentro de sí misma.
Ni siquiera dentro de unos límites temblorosos.
La supuesta caja acaba siendo todo menos caja
y la veo alejarse volando,
figura transitoria,
mezcla de humo y voces,
de mil rostros-sin ningún rostro,
una vieja costumbre,
un cuerpo que se forma en el nudo del vacío,
el residuo que ha dejado el lenguaje, bajo su sombra,
ya imposibilitada de guardar todo o nada.
Indefinidamente sustituida por otras supuestas cajas,
por otros supuestos conceptos,
por otros orígenes milenarios que nadie supo nombrar.
¿Qué es una caja al fin? ¿Un escondite, un reservorio de fantasmas que atraviesan las paredes y los cuerpos, que te despiertan en sueños?
¿Y qué puede esconder sino nada? ¿Puede un escondite esconder un secreto sin guardarlo, sin petrificarlo allí, malvado, oscuro para siempre,
mientras su putrefacción se expande y toca lo profundo y lo que no puede ser mirado ni olvidado?
¿Qué es una caja al fin? ¿Qué posibilidad tiene de ser?
suponiendo que la caja tendrá que abrirse,
colocarse en el espacio intermedio de lo visible y lo invisible,
en un espacio fluido de lenguaje, de palabras,
de muertes
y miradas sigilosas, penetrantes...
Suponiendo que la caja habrá de transparentarse sin dejar de existir,
habitando en un espacio en donde lo corpóreo se cruza con lo fantasmagórico,
donde se articulan las rejas imaginarias,
y se atragantan las bocas con pergaminos que saben en el gusto y en el tacto a dolor, a sufrimiento.
Una caja que se abre como se abre un fruto,
con el gesto preciso de una ruptura radical,
un estruendo de derrumbe,
quebrándose las raíces de los árboles,
reventándose las venas en sus cuerpos,
resquebrajándose las estructuras teóricas de los edificios.
Y entonces me preocupo por nombrarla caja en el principio,
porque sucumbe esa palabra,
porque está condenada al fracaso desde su génesis,
se hunde en el mar,
se muestra como una triste pulpa de letras,
llena de sangre, manchas, dureza, libros quemados...
Porque con ese nombre no alcanza, no cabe,
ni siquiera dentro de sí misma.
Ni siquiera dentro de unos límites temblorosos.
La supuesta caja acaba siendo todo menos caja
y la veo alejarse volando,
figura transitoria,
mezcla de humo y voces,
de mil rostros-sin ningún rostro,
una vieja costumbre,
un cuerpo que se forma en el nudo del vacío,
el residuo que ha dejado el lenguaje, bajo su sombra,
ya imposibilitada de guardar todo o nada.
Indefinidamente sustituida por otras supuestas cajas,
por otros supuestos conceptos,
por otros orígenes milenarios que nadie supo nombrar.
¿Qué es una caja al fin? ¿Un escondite, un reservorio de fantasmas que atraviesan las paredes y los cuerpos, que te despiertan en sueños?
¿Y qué puede esconder sino nada? ¿Puede un escondite esconder un secreto sin guardarlo, sin petrificarlo allí, malvado, oscuro para siempre,
mientras su putrefacción se expande y toca lo profundo y lo que no puede ser mirado ni olvidado?
¿Qué es una caja al fin? ¿Qué posibilidad tiene de ser?
martes, 15 de marzo de 2016
El otro lugar
-Enciende la luz- dijo con voz temblorosa, impaciente.
Me quedé un momento en silencio, sintiendo como temblaban las cosas a su alrededor, como si su cuerpo se reflejara en el espacio. Sus ojos me miraban fijamente.
Sentí un aliento frío, despiadado y animal en mi nuca.
Tragué saliva.
Sentí un aliento frío, despiadado y animal en mi nuca.
Tragué saliva.
-¿Para qué?- contesté con una frialdad que me sorprendió.- La luz no nos protegerá de nuestros miedos.
La oscuridad es el otro lugar.
Donde vive la luz, hay cientos de ser.
La oscuridad, en cambio, la que reina en el mundo paralelo,
solo tiene cientos de no ser,
de dudas,
de miedos callados y disimulados al alero de la calidez luminosa,
de posibilidades críticas, vívidas e interesantes...
En la oscuridad se corporaliza lo negado,
la respiración brutal de lo más básico, lo más real, lo más sangriento del ser humano,
devorándose a sí mismo, donde no llegan los ojos a juzgarlo.
Allí, en el no-lugar aparecen los no, los anti...
Revolotean como polillas.
La luz nunca temió tanto de la oscuridad.
Sabía ella, en sus alas de mariposa diurna, llena de colores,
que no existía sin la oscuridad.
Sabía que en ese otro lugar, habitaba lo desconocido
y se alzaba sonriente,
negro, bello, lleno de aprendizaje.
La boca de la oscuridad estaba corcheteada,
pero aprendió a comunicarse en lenguaje de señas,
tirándonos las tripas cuando nos creíamos solos.
miércoles, 9 de marzo de 2016
Pregunta de rincón
Y la pregunta se descolgó del tendedero. Yo vi que esa criatura la dejó allí hace meses, y en las noches me recostaba en la cama y la observaba bambolearse inquieta, pero sin desprenderse.
Hasta esa mañana que la vi súbitamente descolgarse.
Como una araña de rincón salió presurosa y se escondió debajo de la cama. Yo, asustada, corrí la cama con una sartén entre las manos, porque sabía que ella me acecharía hasta que me distrajera. Pero no la encontré...¡no la encontré! La busqué por todos lados y no la encontré. Corrí todos los muebles y no la encontré.
Siempre, a lo que más le temí en la vida fue a las arañas.
Y aquí estoy, hace días, sin poder pegar un ojo, con el miedo vivo, con la mente pensando a cien, como si pasaran trenes cargados de pensamientos que tienen que ver con esa pregunta gorda, arañosa y letal.
Me pregunto si no me habrá picado ya, en algún momento de pestañeo. De otra forma, no me explico los terribles síntomas: insomnio, miedo de su incertidumbre...y la duda constante de qué sucederá ahora...el presentimiento de que vendrá algún cambio, alguna metamorfosis, alguna transformación brutal...Me tomo un café, tragando miedo mezclado con azúcar. ¿Tendré fiebre?
Hasta que sí...la encuentro, agazapada detrás de mis libros. Miro mis brazos, miro mi rostro, mi cuerpo...esta pregunta de rincón ha logrado hacer que dude del sentido de toda esta casa.
Arrojo los muebles por la ventana, amontono los libros sobre la cama, me recuesto sobre el suelo mirando el techo, en un instante de tangos ensordecedores y suspensión. Cierro los ojos.
Aquí vislumbro una imagen de vías de tren que se han cortado, pero no hay tren. Solo una maleta en medio de la arena. Y una vía solitaria que no tiene un inicio, ni un final, como si hubiera sido abandonada allí, en medio de un camino sin camino. Todo cae en una especie de madrugada. Los sonidos salen de mi boca sin que los emita.
Allí está...la pregunta de rincón. La veo salir presurosa desde el lugar en donde estaban los libros y caer sobre mí. Como un rayo, como un cuchillo de cristales que forman un caleidoscopio de vidas. Ya no hago nada para detenerla, entregada por completo a su influencia mortífera, con los brazos abiertos como en un salto final. Un último discurso, un último concierto frente a una audiencia invisible. Una última página en blanco, con un lápiz que tiembla ante su silencio.
La picadura llega fuerte. Duele, entra, penetra hasta mis orígenes negados. Un montón de recuerdos agrietados atraviesan mi memoria y suben con sus patas arañosas a través de mis labios. Circulan, corren, se agolpan, chocan, se desbocan, se desgarran, se tuercen, se bambolean, caen, suben, caen de nuevo al vacío...Abro los ojos. Millones de preguntas de rincón por todos lados, corriendo entremedio de los libros, haciéndolos pedazos, mordiendo mi carne, precipitando mi cuerpo en gruesas gotas que se hacen vapor.
Todo este tiempo...solo hacía falta que yo la llamara, que yo la sacara del rincón para que cumpliera su destino. Un destino que yo necesitaba...yo...viviendo sin vivir...deambulando con una sartén entre las manos, mientras mi sangre se pudría en mis venas, mientras ennegrecía mis órganos, perdía mis dientes, se caían mis brazos. Una nada profunda, cómoda, pero lentamente asfixiante y desesperante. Sí...toda esta picadura mortal que viene en el momento justo, a matarme brutalmente, esperando que la dejara entrar, aun cuando existía el miedo. El miedo, ese enemigo sin rostro que visita los cementerios, desenterrando fantasmas que se encuentran con nosotros en el espejo. Ese asqueroso ser que toma corporalidad de agresión, que te amenaza con sus dientes de hiena a cada paso, acariciando tu espalda de explorador nunca experimentado, a pesar de haber realizado millones de excursiones.
Y ahora...mi habitación, un hervidero de preguntas de rincón, registrando mis miedos, mis tristezas, mis estúpidas quejas e inseguridades.
Me siento junto a ellas, las miro deambular en mi interior, en mi exterior, en mi subjetividad, en mi objetividad, en todas esas palabras y dimensiones que ya no son, que parecen fundidas de súbito en una sola vorágine dolorosa de mandíbulas que pican, que inyectan veneno delicioso.
Lo saboreo.
Ven aquí, susurro. Ven aquí. Deja caer tu aguda antorcha sobre mí, sobre mi maltrecho espacio, sobre mi maltrecha definición de mí misma. Déjate caer con tus duras letras sin sonido, con tus duras frases sin sintaxis, con tus duras cuestiones epistemológicas para triturar la certeza de mis ojos cafés. ¿Vas a pesar mi corazón? ¿Vas a medir la expansión de mi bondad, de mis logros, de mi valor, de mi ser inacabado? Ven aquí. Guarda silencio. Guarda silencio. Guarden silencio todas las preguntas-arañas de rincón, porque quiero oír sus gritos, sus reproches, sus exigencias en la oscuridad.
O pueden sentarse junto a mí y dejar que esta noche les lea un libro. Podría palidecer, quedarme como vapor para siempre, quedarme desmembrada en este suelo, mientras ustedes se dan su festín. Agonizo. Todos los relojes de mi habitación se detienen. ¿Quién sostendrá mi cabeza cuando dé mi paso final? ¿Quién armará mis huesos otra vez?
¿Vas a pesar mi corazón? ¿Vas a pesar mi razón en una balanza para saber si alcanza su equilibrio perfecto? Hazlo.
Susúrrame miedos y dime cómo he de enfrentarlos ahora. Cómo he de construir otro castillo de naipes que se sostenga como piedra por un tiempo.
No contestan. Las preguntas de rincón solo siguen mordiendo, solo siguen rasgando.
Y atravieso un túnel oscuro, acompañada de ellas, palpando a ciegas para llegar al final. Me bamboleo, me arrastro. Vislumbro una posible respuesta. Una vía de tren nueva se alza frente a mí, débil aún, pero posiblemente interesante.
Llego a un espejo. Me corporalizo de súbito, me formo como un feto ya nacido en medio de un espacio de extrañeza. A mi cara la está brotando otra cara. A mis brazos le están brotando agujas. A mis piernas le brotan hojas en blanco que tienen la consistencia de intestinos. A mis manos les brotan dientes. Soy un manojo trasplantado de otro manojo. Una criatura experimental.
Observo con ojos de pregunta de rincón al interior de este lago de cristal. Fijo la atención en mis cabellos. Único vestigio de los hilos de certezas anteriores...antes de la picadura original que se hizo verbo y se hizo carne. Único vestigio de seguridad que queda, no devorado por las preguntas-arañas...antes...antes de que me transformara en distorsión de onda, en fuente de emergencia de error ante la exactitud de sus postulados matemáticos.
Y escribo sobre el espejo. Escribo como forma de hablar a esa parte de mí misma que no quiere escucharme, que se regodea en su cómoda cama de cobardía, en su cómoda cama de certezas, de dudas simples, de teorías grandiosas acerca de situaciones no profundas y no palpitantes.
Digo: Si me cortas el brazo, me crece un ala. Si me cortas la lengua, me crece una canción. Si me cortas una pierna, me crece un árbol. Si me arrancas el corazón, me crece un libro. Si pulverizas mi cuerpo, me salpico como pintura, me estampo como grafitti. Si me dejas ciega, me brota un violín. Si me dejas sorda, me brota una escultura que fluye, que es real, que tiene más vida que la vida misma. Y todo esto...mírate a los ojos ahora, mira al interior de tu silencioso mundo oscuro, en el interior de ese rincón que pocos ven...Me digo: Sobrevuela entonces tus viejos temores,toma aliento, toma vuelo, toma del fuego lo que sea necesario de fuerza y pasión, toma las maletas, sal de viaje al sur, al centro de la Tierra, a Alemania, a otra región, a la Luna, a lo desconocido, a lo conocido, al lugar definido antaño por muchos o al anti-lugar.
Y corto. Corto, corto, corto, corto el cabello. A tijeretazos lo corto, lo esparramo en el suelo, en el aire, en el agua. A mordiscos me arranco pedazos de mí, me quito los hilos que quedaban, los que sostienen. La sangre fluye a través de mis ojos.
Y camino solo como puedo caminar, ya que soy criatura recién construida de trozos de palabras y preguntas de rincón. Lo que queda es lo que he decidido conservar, al menos hasta otra picadura mortal.
Mis ojos rojos se posan sobre la vía de tren, única, solitaria, abandonada en el desierto. En el camino sin camino. Tomo martillo, tomo mis huesos como clavos, tomo mis músculos como tornillos, mi sangre como aceite que permita la circulación de un nuevo tren y un nuevo destino de viaje.
Ven aquí...susúrrame algo...súsurrame cómo debo pesar mi corazón, cómo debo pesar mi ser convertido en mutante...cómo debo desenvolverme en este espacio doloroso de extrañeza...
Preguntas de rincón revolotean bajo mis pies, salen de mi boca, entran por mis oídos. Todavía me duelen sus mandíbulas, todavía me torturan sus patas caminando por mis venas...pero...es hermosa la posibilidad que entraña su veneno.
Un día...me escabullí en una casa durante la noche. No sabía quién era esa joven de ojos cafés que era feliz en su pobre cobardía. Con mis ojos rojos y mis dientes blancos y afilados esbocé una sonrisa siniestra...dejé que brotara de la oscuridad una pregunta de rincón y la dejé en el tendedero. Acechando.
miércoles, 27 de enero de 2016
Caballero Anavajado
Ellos dicen que a mí siempre se me puede hallar caminando. En cualquier parte y a cualquier hora.
Y tienen razón.
Incluso estoy caminando cuando estoy sentada, en esas ocasiones en que me acompaña la mirada perdida, en algún punto que espero jamás exista o se atreva siquiera a tomar cuerpo de realidad. Yo misma me encargaría de destruirlo entonces, porque la realidad, cuando toma forma, se dedica a poner límites.
O al menos así se ha vuelto gracias a cierta manera estúpida de poner reglas de algunos.
Supongo que antes no era así, y parece demasiado ideal cuando lo cuentan las leyendas.
Ahora las cosas son diferentes, la generación de los no generados ha nacido sabiéndola una esclava de sí misma, encerrada entre sus propios colores y sus vientos vívidos que antes azotaban las costas de la imaginación humana sin amarrarla y sacrificarla a un dios inexistente.
Un dios pagano o no, que reclama sangre y más sangre azul, o negra, dependiendo del tipo de tinta que tenga el lápiz que cada uno escoja para escribir o dibujar…o lo que sea, a fin de cuentas.
Ellos dicen que jamás estoy en ninguna parte y tienen razón.
Y más ahora que antes, como si ese estado se fuera extendiendo y extendiendo, como si yo me fuera haciendo cada vez más esa presencia que sientes que está allí, aún cuando no la ves. Ese fantasma que buscas por la noche junto a tu cama, pero que más parece una jugarreta del miedo cuando le da por salirse de su casa.
Pero no ceso de caminar nunca. Los pies me duelen si me siento en ese escritorio árido y muerto, tan correcto que me asfixia, tan simbólico de lo triste que es someterse a unas reglas que no se aman…tan inmortalizado en una pintura que se llamaba madurez, tontamente en realidad, porque no han sabido nunca utilizar bien ese concepto.
¿Y existe eso que llaman adulto? ¿Existe ese tomar la responsabilidad y dejar de lado el sueño imposible por un maletín con sus billetes haciendo la tremenda fiesta del hastío diario?
Me pareció escuchar el susurro de las murallas repletas de graffitis jóvenes diciéndome que ese adulto triste está, caminando entre ruinas de algo que le obligaron a dejar, un montón de cadenas que lo apresen sin motivo aparente, porque nadie sabe cuándo el joven salta hacia el acantilado creyendo con ello transformarse en esa persona madura, arrastrado idiotamente por esa cruel quimera mentirosa, que nos sumerge a todos en este olvido terrible y succionador de vidas.
No recuerdo cuándo me pidieron que dejara los juguetes y tomara el maletín y la calculadora. Las cuentas no se pagan de sueños, dijeron. Y sentí como en el fondo de esas palabras había un dejo de amargura inmensa, de saber inconsciente de que en ello se va una mentira asesina, capaz de desgarrar almas y secar ojos pintados de nubes que surquen los cielos felices y libres, avecillas que inventen nuevos mundos, pinceles que pinten posibles ilimitados, donde no pesen ni los papeles acreditadotes de saberes- no saberes, ni las rocas brillantes y cegadoras de ojos ya antes más ciegos.
Y de pronto uno nota que te han clavado una espina en el corazón para salvarte de otra, que han de esgrimir espadas en tu nombre, defendiéndote de dragones que tú nunca viste, pasando hambres en el desierto que tú nunca apreciaste, porque para entonces todo era fácil…los juguetes que te enseñaron a soñar te mantuvieron en un universo paralelo, cargado de vida, pero lejano…allí los leones no entraban a devorar tus corderos, porque de las tinieblas, anónimo y valiente, surgía el sacrificio del caballero triste con ínfulas de adulto…y alzas la cabeza hacia el cielo, los ojos llorosos y el cemento ennudecido en tu garganta te pide que te quites los escudos y salgas a luchar tú…¿Qué espina escogerás entonces? ¿La que te han clavado o la que aguarda afuera?
Las rosas no crecen si no divisan una espina.
Y el caballero se aleja, sin saber por qué, gritando de tristeza, porque las fuerzas extrañas se lo llevan lejos de su tesoro, que ya ha tomado pies de gaviota, alas de ángel, rudeza de demonio contra los peligros…
Creí sentir cierto dejo de lucha interna, cierto mensaje oculto entre líneas que dijera: Hijo, hija…huye ahora que puedes. Hijo, hija…toma tu destino, cuanto quisiera yo evitarte el gran porrazo, pero te acechará hasta que te encuentre en alguna parte, un día en que bebas distraído un café en la playa…
Pero es tan vaga esa advertencia en verdad, tan vaga y tan fugaz…escapando tan rápido, antes de que uno siquiera alcance a tocarla. Y uno olvida que tras todo eso hay un mundo entero donde esa cosa espantosa que llaman realidad y no lo es, va sacándoles lágrimas a esos seres que antes pensaste invencibles…esos dioses que hacían magia, esos dioses que marcaban un camino donde tú podías ser detective o astronauta, escritor o pintor, músico o vaquero…esos dioses que de repente se volvieron seres humanos, grises sus ojos ancianos…frágiles sus manos de cometas…
Y aquí estoy tratando de consolar su cierta pena de vida, tratando de animar su cierto sueño aún latente, tratando de despertar ese joven que no es bobo ni derrochador, irresponsable o rebelde sin razón, si no ese que sabía que con el mero hecho de querer, nada era imposible…ese que se sorprendía cuando encontraba la flor en el patio de su casa, aunque la viera todos los días. Ese que se detenía en la calle a mirar un algo simple y valioso que encerrara un misterio verdadero y digno de aprender.
Ese que sabía que la única clave para vivir, el único alimento que paga cuentas o no, el único sostén y abrigo, era levantarse en la mañana con una sonrisa y encontrar eso que llena el alma, aunque les parezca bobo a otros, porque ese sueño tenía cara de felicidad única. Tenía cara de cielo.
Y antes yo no causaba problemas. Antes yo me portaba bien, derecha sobre ese escritorio vacío, repitiendo como el loro esos papeles que me ponían delante con su tic-tac de falsedad, con su maldito eco de obligación innecesaria, con su desconsolado ronroneo de algo que no tenía alma real para alguien como yo.
Y así todos estaban felices y orgullosos de mí. A veces yo era el bote que ellos utilizaban para llegar a metas que yo no quería ni siquiera realizar, a veces yo era el escalón del que ellos se valían para ver más alto, querían que yo fuera el telescopio que les permitiera absorber un poco de ese tesoro insondable que guardan las estrellas por la noche, y ese que vierten en los niños durante el día.
Y comprendí que hay muchos adultos en el mundo. Comprendí que tenemos adultos de 11 años, adultos de 20, de 30 y más. Comprendí que tenemos adultos en todas partes, agazapados y trémulos, buscando el porqué de su destino cortado, el porqué de la caída del avión, el porqué de la muerte de la mariposa.
Buscando y buscando alrededor del acantilado. Preguntándose qué fuerza misteriosa y nociva los obligó a saltar por algo que no era lo que perseguían.
Y yo me paseo con ganas de darles una mano, de lanzar la soga y alzarlos hasta la cima, de tirar los dados y salvar sus espejos rotos, o de destrozar al hipnotista payaso que nos va consumiendo a todos…ese que beba nuestros alientos hasta que ya no seamos capaces de alzar la mano para hacer una pregunta simple: ¿Cuándo nació el arcoiris? ¿Dónde se esconden los besos de las flores al anochecer? ¿Dónde dejan las estrellas sus trajes de lentejuelas durante el día?
Y recuerdo que ahora yo tengo una espadita pequeña, una navaja que pretende serlo quizás, y que ahora yo puedo defender a mis caballeros heridos, ahora yo les puedo mostrar que todavía en sus armaduras abrazan un sueño secreto.
Y se me agolpan las lágrimas en el rostro, porque el payaso me persigue. Veo a su juez con el reloj de arena apuntando hacia mi rostro, reclamando su tributo imperdonable…reclamando mi alma soñadora que no quiera someterse a sus reglas de mundo adulto.
Me pregunto dónde estaba detenida esa rosa mía guardada en mi pecho…me dejé conducir hasta cierto tramo del acantilado, y ahora siento el vértigo y su aliento de muerte…siento su risa pútrida y burlesca…su azotar los sueños de cristal contra el pavimento estructurado, su quebrar la bailarina de porcelana de la cajita musical, su triturar el oso de felpa que resguardó las mejores aventuras.
Y he querido enfrentar al payaso como lo hacen otros, esos valientes que han sido niños toda su vida y han sobrevivido en su farsa carnavalesca con una sonrisa auténtica en el rostro iluminado por el arcoiris.
Y me he puesto el maquillaje de camuflaje, porque me niego a caer por sus ametralladoras destructivas de esperanzas. Que mi sangre salga y riegue con sus gritos su ciudad de esquemas, pero que no me quiten mis hojas se los suplico, que no me quiten mis dibujos que inmortalicen las canciones del alba, que fotografíen los ojos del mundo que respira entrecortado entre los arbustos de su teatro enjaulado.
Y el payaso adulto se exaspera cuando decido jugarle mis bromas, porque intuye que soy una demente robándole las normas de su bolsillo. Teme que entre a su casa y mezcle las leyes que impuso como ciertas con la revolución mental que tengo que usar como escudo.
Y me siento en las aulas camuflada con la oscuridad y un lápiz en el cinto ¿A quién necesito explicarle mis motivos? Basta con que yo los sepa.
Y me vuelvo muda cuando las preguntas vuelan en el pizarrón, porque temo que el payaso oiga mi voz o que yo me dé cuenta de que he vuelto al círculo vicioso de su sistema aparente, donde el que tiene cara de concentrado, lo está, aún cuando sus ojos brillen con la risotada de la lejanía bien chistosa.
Y cuando veo alguna sombra acercarse a mí, simulo no tener apuntes, simulo dibujar o cantar… ¿Necesitan que ponga cara de atención?
Ya no me agrada la perfección que se pasea en las plazas, porque mucho me recuerda al payaso y a su persecución indolente. Mucho me recuerda que yo quería surcar los océanos que él quería para hacer felices a sus guardias, porque era más fácil ser doctor o arquitecto, era más fácil parase en la cima del castillo y aventar billetes.
Pero yo sabía que cuando uno cierra la puerta de la mansión, los gusanos se empiezan a colar en las camas y las almohadas, en las mesas y las oficinas…vienen a buscar el cadáver de los que se suicidaron en el camino de la olla a presión.
Recuerdo que aún tengo estrategias para escapar, solo hasta que un día sucumba ante su hoz de cautiverio errante de fantasma suicidado.
¿A dónde van los espíritus cuando el mundo del más allá es succionado por un agujero negro? ¿Y los suicidas no tienen perdón nunca, aunque escapen de sí mismos? ¿Y los errantes nunca han de hallar sosiego, aunque sea por un instante bendito?
A veces tengo frío en la punta de este acantilado.
Me tiemblan las piernas y sé que, en fin, el miedo ha de encontrarme alguna vez. Temo por las espinas que yo misma me vaya clavando en el corazón y por la sangre que emane de ellas, aunque alimente flores amarillas…
Y recuerdo que yo un día escribí en un papel que de sueños se construye la vida, aunque otros digan lo contrario…y que el ruiseñor fue el único que se sacrificó para crear la rosa roja para el enamorado…
¿Dónde andas ruiseñor de vidas? ¿Dónde, en qué espacio de la galaxia entera y solitaria?
Siento cómo el viento acaricia mis cabellos en la cima, a dos pasos del acantilado…y sé que digo esto, porque soy joven.
Sé que un día seré adulto, espero que no, y que seguiré temiendo al payaso…
Que se tenga piedad de nuestra sociedad de adultos moldeados en roca…
Y no he de rendirme, no hasta que las espinas me saquen toda la sangre, no hasta que de ella broten millones de rosas, no hasta que de mis letras surjan las flores amarillas, no hasta que de mis manos se eleven las alas de la gaviota que encuentre en los mares una sonrisa…
Soy joven y por eso lo digo…soy joven, y mi camino empieza cuando decida saltar del acantilado, y no sucumbir…yo no moriré con sus tristezas, yo desplegaré mis alas y desapareceré entre las nubes del arcoiris grabador de historias…
Porque la vida es sueño, pero los sueños no se quedan solo allí…si uno escoge la espina que ama, son almas que nacen otra vez en la noche y huellas que brillan en el cielo, recordando a algunos, que antes que ellos, hubo otros caballeros jóvenes que se enfrentaron a dragones y leones con solo navajas…
Y tienen razón.
Incluso estoy caminando cuando estoy sentada, en esas ocasiones en que me acompaña la mirada perdida, en algún punto que espero jamás exista o se atreva siquiera a tomar cuerpo de realidad. Yo misma me encargaría de destruirlo entonces, porque la realidad, cuando toma forma, se dedica a poner límites.
O al menos así se ha vuelto gracias a cierta manera estúpida de poner reglas de algunos.
Supongo que antes no era así, y parece demasiado ideal cuando lo cuentan las leyendas.
Ahora las cosas son diferentes, la generación de los no generados ha nacido sabiéndola una esclava de sí misma, encerrada entre sus propios colores y sus vientos vívidos que antes azotaban las costas de la imaginación humana sin amarrarla y sacrificarla a un dios inexistente.
Un dios pagano o no, que reclama sangre y más sangre azul, o negra, dependiendo del tipo de tinta que tenga el lápiz que cada uno escoja para escribir o dibujar…o lo que sea, a fin de cuentas.
Ellos dicen que jamás estoy en ninguna parte y tienen razón.
Y más ahora que antes, como si ese estado se fuera extendiendo y extendiendo, como si yo me fuera haciendo cada vez más esa presencia que sientes que está allí, aún cuando no la ves. Ese fantasma que buscas por la noche junto a tu cama, pero que más parece una jugarreta del miedo cuando le da por salirse de su casa.
Pero no ceso de caminar nunca. Los pies me duelen si me siento en ese escritorio árido y muerto, tan correcto que me asfixia, tan simbólico de lo triste que es someterse a unas reglas que no se aman…tan inmortalizado en una pintura que se llamaba madurez, tontamente en realidad, porque no han sabido nunca utilizar bien ese concepto.
¿Y existe eso que llaman adulto? ¿Existe ese tomar la responsabilidad y dejar de lado el sueño imposible por un maletín con sus billetes haciendo la tremenda fiesta del hastío diario?
Me pareció escuchar el susurro de las murallas repletas de graffitis jóvenes diciéndome que ese adulto triste está, caminando entre ruinas de algo que le obligaron a dejar, un montón de cadenas que lo apresen sin motivo aparente, porque nadie sabe cuándo el joven salta hacia el acantilado creyendo con ello transformarse en esa persona madura, arrastrado idiotamente por esa cruel quimera mentirosa, que nos sumerge a todos en este olvido terrible y succionador de vidas.
No recuerdo cuándo me pidieron que dejara los juguetes y tomara el maletín y la calculadora. Las cuentas no se pagan de sueños, dijeron. Y sentí como en el fondo de esas palabras había un dejo de amargura inmensa, de saber inconsciente de que en ello se va una mentira asesina, capaz de desgarrar almas y secar ojos pintados de nubes que surquen los cielos felices y libres, avecillas que inventen nuevos mundos, pinceles que pinten posibles ilimitados, donde no pesen ni los papeles acreditadotes de saberes- no saberes, ni las rocas brillantes y cegadoras de ojos ya antes más ciegos.
Y de pronto uno nota que te han clavado una espina en el corazón para salvarte de otra, que han de esgrimir espadas en tu nombre, defendiéndote de dragones que tú nunca viste, pasando hambres en el desierto que tú nunca apreciaste, porque para entonces todo era fácil…los juguetes que te enseñaron a soñar te mantuvieron en un universo paralelo, cargado de vida, pero lejano…allí los leones no entraban a devorar tus corderos, porque de las tinieblas, anónimo y valiente, surgía el sacrificio del caballero triste con ínfulas de adulto…y alzas la cabeza hacia el cielo, los ojos llorosos y el cemento ennudecido en tu garganta te pide que te quites los escudos y salgas a luchar tú…¿Qué espina escogerás entonces? ¿La que te han clavado o la que aguarda afuera?
Las rosas no crecen si no divisan una espina.
Y el caballero se aleja, sin saber por qué, gritando de tristeza, porque las fuerzas extrañas se lo llevan lejos de su tesoro, que ya ha tomado pies de gaviota, alas de ángel, rudeza de demonio contra los peligros…
Creí sentir cierto dejo de lucha interna, cierto mensaje oculto entre líneas que dijera: Hijo, hija…huye ahora que puedes. Hijo, hija…toma tu destino, cuanto quisiera yo evitarte el gran porrazo, pero te acechará hasta que te encuentre en alguna parte, un día en que bebas distraído un café en la playa…
Pero es tan vaga esa advertencia en verdad, tan vaga y tan fugaz…escapando tan rápido, antes de que uno siquiera alcance a tocarla. Y uno olvida que tras todo eso hay un mundo entero donde esa cosa espantosa que llaman realidad y no lo es, va sacándoles lágrimas a esos seres que antes pensaste invencibles…esos dioses que hacían magia, esos dioses que marcaban un camino donde tú podías ser detective o astronauta, escritor o pintor, músico o vaquero…esos dioses que de repente se volvieron seres humanos, grises sus ojos ancianos…frágiles sus manos de cometas…
Y aquí estoy tratando de consolar su cierta pena de vida, tratando de animar su cierto sueño aún latente, tratando de despertar ese joven que no es bobo ni derrochador, irresponsable o rebelde sin razón, si no ese que sabía que con el mero hecho de querer, nada era imposible…ese que se sorprendía cuando encontraba la flor en el patio de su casa, aunque la viera todos los días. Ese que se detenía en la calle a mirar un algo simple y valioso que encerrara un misterio verdadero y digno de aprender.
Ese que sabía que la única clave para vivir, el único alimento que paga cuentas o no, el único sostén y abrigo, era levantarse en la mañana con una sonrisa y encontrar eso que llena el alma, aunque les parezca bobo a otros, porque ese sueño tenía cara de felicidad única. Tenía cara de cielo.
Y antes yo no causaba problemas. Antes yo me portaba bien, derecha sobre ese escritorio vacío, repitiendo como el loro esos papeles que me ponían delante con su tic-tac de falsedad, con su maldito eco de obligación innecesaria, con su desconsolado ronroneo de algo que no tenía alma real para alguien como yo.
Y así todos estaban felices y orgullosos de mí. A veces yo era el bote que ellos utilizaban para llegar a metas que yo no quería ni siquiera realizar, a veces yo era el escalón del que ellos se valían para ver más alto, querían que yo fuera el telescopio que les permitiera absorber un poco de ese tesoro insondable que guardan las estrellas por la noche, y ese que vierten en los niños durante el día.
Y comprendí que hay muchos adultos en el mundo. Comprendí que tenemos adultos de 11 años, adultos de 20, de 30 y más. Comprendí que tenemos adultos en todas partes, agazapados y trémulos, buscando el porqué de su destino cortado, el porqué de la caída del avión, el porqué de la muerte de la mariposa.
Buscando y buscando alrededor del acantilado. Preguntándose qué fuerza misteriosa y nociva los obligó a saltar por algo que no era lo que perseguían.
Y yo me paseo con ganas de darles una mano, de lanzar la soga y alzarlos hasta la cima, de tirar los dados y salvar sus espejos rotos, o de destrozar al hipnotista payaso que nos va consumiendo a todos…ese que beba nuestros alientos hasta que ya no seamos capaces de alzar la mano para hacer una pregunta simple: ¿Cuándo nació el arcoiris? ¿Dónde se esconden los besos de las flores al anochecer? ¿Dónde dejan las estrellas sus trajes de lentejuelas durante el día?
Y recuerdo que ahora yo tengo una espadita pequeña, una navaja que pretende serlo quizás, y que ahora yo puedo defender a mis caballeros heridos, ahora yo les puedo mostrar que todavía en sus armaduras abrazan un sueño secreto.
Y se me agolpan las lágrimas en el rostro, porque el payaso me persigue. Veo a su juez con el reloj de arena apuntando hacia mi rostro, reclamando su tributo imperdonable…reclamando mi alma soñadora que no quiera someterse a sus reglas de mundo adulto.
Me pregunto dónde estaba detenida esa rosa mía guardada en mi pecho…me dejé conducir hasta cierto tramo del acantilado, y ahora siento el vértigo y su aliento de muerte…siento su risa pútrida y burlesca…su azotar los sueños de cristal contra el pavimento estructurado, su quebrar la bailarina de porcelana de la cajita musical, su triturar el oso de felpa que resguardó las mejores aventuras.
Y he querido enfrentar al payaso como lo hacen otros, esos valientes que han sido niños toda su vida y han sobrevivido en su farsa carnavalesca con una sonrisa auténtica en el rostro iluminado por el arcoiris.
Y me he puesto el maquillaje de camuflaje, porque me niego a caer por sus ametralladoras destructivas de esperanzas. Que mi sangre salga y riegue con sus gritos su ciudad de esquemas, pero que no me quiten mis hojas se los suplico, que no me quiten mis dibujos que inmortalicen las canciones del alba, que fotografíen los ojos del mundo que respira entrecortado entre los arbustos de su teatro enjaulado.
Y el payaso adulto se exaspera cuando decido jugarle mis bromas, porque intuye que soy una demente robándole las normas de su bolsillo. Teme que entre a su casa y mezcle las leyes que impuso como ciertas con la revolución mental que tengo que usar como escudo.
Y me siento en las aulas camuflada con la oscuridad y un lápiz en el cinto ¿A quién necesito explicarle mis motivos? Basta con que yo los sepa.
Y me vuelvo muda cuando las preguntas vuelan en el pizarrón, porque temo que el payaso oiga mi voz o que yo me dé cuenta de que he vuelto al círculo vicioso de su sistema aparente, donde el que tiene cara de concentrado, lo está, aún cuando sus ojos brillen con la risotada de la lejanía bien chistosa.
Y cuando veo alguna sombra acercarse a mí, simulo no tener apuntes, simulo dibujar o cantar… ¿Necesitan que ponga cara de atención?
Ya no me agrada la perfección que se pasea en las plazas, porque mucho me recuerda al payaso y a su persecución indolente. Mucho me recuerda que yo quería surcar los océanos que él quería para hacer felices a sus guardias, porque era más fácil ser doctor o arquitecto, era más fácil parase en la cima del castillo y aventar billetes.
Pero yo sabía que cuando uno cierra la puerta de la mansión, los gusanos se empiezan a colar en las camas y las almohadas, en las mesas y las oficinas…vienen a buscar el cadáver de los que se suicidaron en el camino de la olla a presión.
Recuerdo que aún tengo estrategias para escapar, solo hasta que un día sucumba ante su hoz de cautiverio errante de fantasma suicidado.
¿A dónde van los espíritus cuando el mundo del más allá es succionado por un agujero negro? ¿Y los suicidas no tienen perdón nunca, aunque escapen de sí mismos? ¿Y los errantes nunca han de hallar sosiego, aunque sea por un instante bendito?
A veces tengo frío en la punta de este acantilado.
Me tiemblan las piernas y sé que, en fin, el miedo ha de encontrarme alguna vez. Temo por las espinas que yo misma me vaya clavando en el corazón y por la sangre que emane de ellas, aunque alimente flores amarillas…
Y recuerdo que yo un día escribí en un papel que de sueños se construye la vida, aunque otros digan lo contrario…y que el ruiseñor fue el único que se sacrificó para crear la rosa roja para el enamorado…
¿Dónde andas ruiseñor de vidas? ¿Dónde, en qué espacio de la galaxia entera y solitaria?
Siento cómo el viento acaricia mis cabellos en la cima, a dos pasos del acantilado…y sé que digo esto, porque soy joven.
Sé que un día seré adulto, espero que no, y que seguiré temiendo al payaso…
Que se tenga piedad de nuestra sociedad de adultos moldeados en roca…
Y no he de rendirme, no hasta que las espinas me saquen toda la sangre, no hasta que de ella broten millones de rosas, no hasta que de mis letras surjan las flores amarillas, no hasta que de mis manos se eleven las alas de la gaviota que encuentre en los mares una sonrisa…
Soy joven y por eso lo digo…soy joven, y mi camino empieza cuando decida saltar del acantilado, y no sucumbir…yo no moriré con sus tristezas, yo desplegaré mis alas y desapareceré entre las nubes del arcoiris grabador de historias…
Porque la vida es sueño, pero los sueños no se quedan solo allí…si uno escoge la espina que ama, son almas que nacen otra vez en la noche y huellas que brillan en el cielo, recordando a algunos, que antes que ellos, hubo otros caballeros jóvenes que se enfrentaron a dragones y leones con solo navajas…
Amarillo. Rojo. Azul. Verde.
Si no tienes nada que decir, no escribas. Entonces morirás y veremos qué hacemos sin ti. Dicen que nadie es irremplazable y, probablemente, encontraremos a otro que ocupe tu lugar.
Si vas a comer sin tener hambre, mejor olvídate de las cosas más misteriosas de la vida.
Tener hambre a veces hace bien. Tener sed a veces es vital.
Sufrir por amor es lo más sensato que podrías hacer.
Llorar a gritos es lo más hermoso que podrías experimentar. Mientras sientes que tu corazón es arrastrado por millas y millas de cemento azul, donde van creciendo árboles de metal…también azules. Árboles que podrían arrancarte los ojos, quitarte la visión, destrozarte la piel, magullarte la mente y punzarte los recuerdos…pero que no te quitarían las ganas de vivir si consideras que aún vale la pena dejarse matar por algo que duele dulcemente.
Quizás tengas ganas de apretarte los dedos con una puerta alguna vez.
O pienses con angustia en el suicidio.
O tengas ganas de sentir celos y enojarte.
Podrías sentir ganas de pincharte el dedo con un alfiler sin querer, algún día.
O de quemarte con la plancha cuando tratabas de saber si estaba caliente.
Aprenderás cosas. Sentirás cosas. Verás cosas que muchos han visto, pero que nadie ve de la misma manera. Ojala que esas cosas te parezcan realmente asombrosas, porque lo son sin que muchos lo noten.
Ojala te des cuenta de todos los matices y todos los colores que se esconden en una herida abierta y en carne viva.
No seas sumiso, pero, de vez en cuando, ábreles el corazón para que te lo destrocen. Cuando sientas que puedes resistirlo…o cuando sientas que no puedes resistir más sin sentir nada. Cuando sientas que te da asco la comodidad de todos los días que ya se sabe cómo vendrán.
De vez en cuando, embriágate y di cosas absurdas. Pierde el control de tus pies. Deja que tus amigos se rían de ti o contigo.
Deja que alguien te rescate, te cuide, te salve o te abrace. Aunque todas las anteriores sean reversibles y nunca durables.
Alguna vez escucha la música tan fuerte que no puedas oír nada más que eso.
Alguna vez distráete en clases, o no cumplas con tu deber. Alguna vez haz una travesura por la que no pidas disculpas.
Quizás algún día descubras que con eso, tus ojos empezarán a brillar más. Más fuerte, más alto, más amarillo. Tal vez notes que te vas haciendo más liviano y que entiendes más cosas, aunque no las puedas explicar a nadie.
Tal vez notes que podrías enseñar cosas sin abrir la boca siquiera. Y que todo lo que enseñes, nunca será recibido como lo enviaste.
Es parte del juego.
A lo mejor estarás sentado en tu casa y te darás cuenta de que tienes muchos recuerdos que importan mucho.
No son esos recuerdos que se pueden poner en un libro que será un best-seller. No son esos recuerdos que puedas filmar en una película y alcanzar la fama ganando un Óscar. No son esos recuerdos que puedan hacer reír a otros más que a ti y a tus amigos cuando solo basta una mirada para recordar el viejo chiste y volver a reír con ganas.
No es como que lo vayas a poner en una canción.
No es como que lo vayas a publicar en tu muro de facebook.
No es como que lo vayas a dibujar en algún bosquejo surrealista.
No es como que valgan millones.
Pero son tuyos. Y puede que solo para ti sean importantes. Vitales.
Sal a mojarte en la lluvia en algún momento de tu vida. No te preocupes por el resfriado, todos se resfrían alguna vez. Resfríate con ganas.
Pisa los charcos y salta en las hojas del otoño que creas que pueden sonar. Si no suenan cuando las pisas, busca otras.
Da un portazo si te sientes enojado.
Bésalo de una buena vez si te gusta mucho, aunque nadie sepa que te gusta. Aunque te parezca que es demasiado pronto. Aunque la gente puede decir que no es correcto. Aunque creas que con eso él no te volverá a hablar más. Aunque temas a sentir amor o a ser lastimado. Aunque te aterre el compromiso.
Lo más sensato que puedes hacer es sufrir por amor.
Sé tú mismo. Sé bien imperfecto. Enójate. Haz show. Deja que la gente te mire con cara de vergüenza ajena de vez en cuando. Deja que se enojen contigo o que te encuentren terriblemente incorrecto.
Les darás algo de qué hablar por unos días. Les permitirás no pensar en lo miserables que pueden llegar a ser por tratar de ser perfectos.
En algún momento pinta un grafitti a escondidas.
Huye de alguien. Escapa corriendo.
Juega al rin-rin-raja.
Deja que un perro amable te persiga y te muerda, o quiera botarte de tu bicicleta.
Descubrirás que con eso, puedes ser algo más feliz, aunque nunca feliz por completo.
Estás vivo y tienes que recordártelo a ti mismo. Vence a la muerte diaria. Vence a la muerte diaria de los demás.
La perfección no es tan bonita como parece.
La felicidad está sobrevalorada, ojos brillantes.
Amarillo. Rojo. Azul. Verde.
Píntalos por todas partes.
Si vas a comer sin tener hambre, mejor olvídate de las cosas más misteriosas de la vida.
Tener hambre a veces hace bien. Tener sed a veces es vital.
Sufrir por amor es lo más sensato que podrías hacer.
Llorar a gritos es lo más hermoso que podrías experimentar. Mientras sientes que tu corazón es arrastrado por millas y millas de cemento azul, donde van creciendo árboles de metal…también azules. Árboles que podrían arrancarte los ojos, quitarte la visión, destrozarte la piel, magullarte la mente y punzarte los recuerdos…pero que no te quitarían las ganas de vivir si consideras que aún vale la pena dejarse matar por algo que duele dulcemente.
Quizás tengas ganas de apretarte los dedos con una puerta alguna vez.
O pienses con angustia en el suicidio.
O tengas ganas de sentir celos y enojarte.
Podrías sentir ganas de pincharte el dedo con un alfiler sin querer, algún día.
O de quemarte con la plancha cuando tratabas de saber si estaba caliente.
Aprenderás cosas. Sentirás cosas. Verás cosas que muchos han visto, pero que nadie ve de la misma manera. Ojala que esas cosas te parezcan realmente asombrosas, porque lo son sin que muchos lo noten.
Ojala te des cuenta de todos los matices y todos los colores que se esconden en una herida abierta y en carne viva.
No seas sumiso, pero, de vez en cuando, ábreles el corazón para que te lo destrocen. Cuando sientas que puedes resistirlo…o cuando sientas que no puedes resistir más sin sentir nada. Cuando sientas que te da asco la comodidad de todos los días que ya se sabe cómo vendrán.
De vez en cuando, embriágate y di cosas absurdas. Pierde el control de tus pies. Deja que tus amigos se rían de ti o contigo.
Deja que alguien te rescate, te cuide, te salve o te abrace. Aunque todas las anteriores sean reversibles y nunca durables.
Alguna vez escucha la música tan fuerte que no puedas oír nada más que eso.
Alguna vez distráete en clases, o no cumplas con tu deber. Alguna vez haz una travesura por la que no pidas disculpas.
Quizás algún día descubras que con eso, tus ojos empezarán a brillar más. Más fuerte, más alto, más amarillo. Tal vez notes que te vas haciendo más liviano y que entiendes más cosas, aunque no las puedas explicar a nadie.
Tal vez notes que podrías enseñar cosas sin abrir la boca siquiera. Y que todo lo que enseñes, nunca será recibido como lo enviaste.
Es parte del juego.
A lo mejor estarás sentado en tu casa y te darás cuenta de que tienes muchos recuerdos que importan mucho.
No son esos recuerdos que se pueden poner en un libro que será un best-seller. No son esos recuerdos que puedas filmar en una película y alcanzar la fama ganando un Óscar. No son esos recuerdos que puedan hacer reír a otros más que a ti y a tus amigos cuando solo basta una mirada para recordar el viejo chiste y volver a reír con ganas.
No es como que lo vayas a poner en una canción.
No es como que lo vayas a publicar en tu muro de facebook.
No es como que lo vayas a dibujar en algún bosquejo surrealista.
No es como que valgan millones.
Pero son tuyos. Y puede que solo para ti sean importantes. Vitales.
Sal a mojarte en la lluvia en algún momento de tu vida. No te preocupes por el resfriado, todos se resfrían alguna vez. Resfríate con ganas.
Pisa los charcos y salta en las hojas del otoño que creas que pueden sonar. Si no suenan cuando las pisas, busca otras.
Da un portazo si te sientes enojado.
Bésalo de una buena vez si te gusta mucho, aunque nadie sepa que te gusta. Aunque te parezca que es demasiado pronto. Aunque la gente puede decir que no es correcto. Aunque creas que con eso él no te volverá a hablar más. Aunque temas a sentir amor o a ser lastimado. Aunque te aterre el compromiso.
Lo más sensato que puedes hacer es sufrir por amor.
Sé tú mismo. Sé bien imperfecto. Enójate. Haz show. Deja que la gente te mire con cara de vergüenza ajena de vez en cuando. Deja que se enojen contigo o que te encuentren terriblemente incorrecto.
Les darás algo de qué hablar por unos días. Les permitirás no pensar en lo miserables que pueden llegar a ser por tratar de ser perfectos.
En algún momento pinta un grafitti a escondidas.
Huye de alguien. Escapa corriendo.
Juega al rin-rin-raja.
Deja que un perro amable te persiga y te muerda, o quiera botarte de tu bicicleta.
Descubrirás que con eso, puedes ser algo más feliz, aunque nunca feliz por completo.
Estás vivo y tienes que recordártelo a ti mismo. Vence a la muerte diaria. Vence a la muerte diaria de los demás.
La perfección no es tan bonita como parece.
La felicidad está sobrevalorada, ojos brillantes.
Amarillo. Rojo. Azul. Verde.
Píntalos por todas partes.
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