Ahora entonces, me siento junto a ti y miro los autos pasar, indiferentes, seguros de sí mismos de que no existen. Son estrellas fugaces hechas de metal, de esas que nacieron muertas antes de que las pensáramos.
Tomo un trozo de papel y garabateo dibujos insignificantes. No dices nada, no eres de decir cosas importantes cuando el silencio puede más. Yo siempre fui la que hablé para llenar el vacío de los espacios, apuñalando estúpidamente el verdadero y oculto sentido de las cosas. La señora Dalloway siempre organizando fiestas para disimular el vacío. La miseria de nuestras vidas convertidas en escombros que se venden bien.
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Y te encoges de hombros, porque no sabes decir que no a mis preguntas infinitas. Nos une el adn de millones de cortejos fúnebres, de millones de pensadores y genios muertos a los que ya no podemos escuchar. Ninguno de nosotros podrá igualarlos. Nos quedamos sordos de tantas lecturas.
Tráeme la vida entre las manos como se trae agua, como se trata de apresar sus gotas dolorosas.
Tráemela como si quisieras aprisionar el tiempo en una caja, como si pudieras mirar a tus yos pasados y decirles que vengan a darte lecciones acerca del futuro, como si pudieras decirles que te dieran un manual de pocos pasos para no seguir haciéndote pedazos. Para no seguir sintiéndote inútil, atrapado, llorando acurrucado en el suelo, como si quisieras volver a tu placenta imaginaria.
Te observo tratando de reparar las fisuras que te han dejado las pesadillas diarias. Al abrir los ojos cada mañana tomas una bocanada de aire, diciéndote que debes seguir, que el pasado está muerto como muerto sigues tú. Eres un aborto de ti mismo, preguntándote por qué naciste cadáver para buscar la vida a través de los años. Temes verte anciano sin haber olido realmente una flor. Temes verte anciano sin haber amado a nadie realmente. Temes verte anciano sin ninguna historia que contar. Temes que tu memoria recuerde al paso de los millones de años las cosas más insignificantes, como lavarse los dientes cada mañana, mirar el reloj para salir de clases, comprar una cena para microondas, pagar las cuotas de un crédito que te ha robado la vida y la autenticidad de lo que eras.
Fuiste maravilloso, pero ya no. Tus ojos se apagaron de tanta responsabilidad, de tantas ansias de éxito, de tantas felicitaciones y diplomas.
Te observo mirando ese catálogo natura, preguntándote si es más tú la esencia de cacao o la cremita contra las arrugas. Veo tu decepción cuando ya has comprado tu producto y lo has tirado en ese cajón junto con las otras partes falsas de ti misma. No puedes comprar las certezas, no puedes comprar el amor que desesperadamente buscas en los libros.
Tráeme esa cajita de recuerdos que atesoras cerca de tus libros, que has tapado con ese manto negro de desesperado temor a los demás. Los amas más que a ti misma, pero los detestas tanto que quieres que se vayan para siempre. Solo el reflejo de que te detestas demasiado a ti mismo y quieres transformarte en algo bueno para un mundo al que no le interesas.
Tráemela como si quisieras atrapar el aire que mueve a las olas en medio de la playa. Sé que has ido a lugares llenos de alegría a mirar a las personas, buscando una pizca de sentido, una pizca de humanidad en sus corazones. Sé que te has sentado apartado preguntándote por qué no puedes estar allí, bailando sobre las mesas como ellos, quemando neumáticos como ellos, besando apasionadamente y sin arrepentimiento como ellos. Dime si crees que hay alguna esperanza, que hay alguna posibilidad de que nos miremos al espejo y deseemos no ser más humanos como somos, de que anhelemos profundamente la mortalidad, la finitud, sin esa mezquindad que nos ahoga por las noches, en nuestras cunas queridas, con ese estúpido deseo de vivir sin vivir.
Te veo con los ojos llenos de lágrimas, tratando de convencerte de que deberíamos poder llorar en los espacios públicos, aunque hayan reemplazado los letreros de "No fumar" por los de "No seas frágil, no seas humano". Veo correr las palabras en tu mente, como si fueran trenes que temen estrellarse si salen. Te veo llenar estados de felicidad infinita en facebook, cuando no has sido feliz hace años. Todo por esa enfermedad social de que debemos ser tan felices como la gente de la publicidad, con sonrisas que nos perforan los ojos, que nos ponen corchetes en las entrañas, que nos atraviesan con espadas de indiferencia y odio a la humanidad. Somos unos lunáticos compartiendo likes e imágenes sin imagen. Sonreímos de manera siniestra, al borde de la muerte por tanta risa y tan poco llanto.
Y veo que tu boca se abre, tomando bocanadas de aire, ansioso. Veo que quieres decir algo. Veo que quieres callar mis preguntas insistentes y crueles. Me callo yo, en realidad siempre estoy callada cuando me piden que hable de mil cosas.
Esto no es fácil y nunca lo será. Trataría de no escribirlo, pero lo haré, solo una vez, aquí, solo una vez, disfrazado, livianito, como pasos silenciosos que se pierden con el bullicio de las bocinas. Y...esto, porque entiendo que las palabras son como la sangre. Circulan a través de ese gran cuerpo que formamos todos nosotros. Fluyen a nuestro alrededor, en nuestras vidas, en los que amamos y lo que hacemos. En nuestros sueños y nuestras pesadillas. Es vital dejarlas circular en algún lado, con el lenguaje que sea, porque si se callan...si se estancan, se pudren dentro nuestro y nos enferman. Nos gangrenan. Nos hacen cáncer terminal. Nos enloquecen, nos matan en una agonía dulcemente lenta. Escúchame entonces, ya que quieres que te hable. Habitualmente no aprecio demasiado mi propia vida, pero ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo sobreviviendo a tantas muertes? ¿Acaso había un plan maestro para todos nosotros? ¿O solo somos los hijos no deseados del cable, de las multinacionales, de las sopa para uno, de las alfombras de Sodimac, de los manuales APA y los DSM?
Tuve miedo de mirarte a los ojos y decirte que estoy perdido. No perdido en la gran ciudad, no perdido en la carrera, no perdido en los estudios...perdido en la vida. ¿Todo este esquema para qué? ¿Para qué estar en el colegio, ir a la universidad, trabajar, casarte, tener hijos, trabajar más como burro, acumular deudas y luego jubilar para morir? ¿Cuál era el motivo de todo eso? ¿Por qué?
La Señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Compró flores de todos colores y llenó la casa de ellas para decirle a los demás que estaba bien. Publicó fotos en facebook. Se sacó una selfie sonriente para instagram. Publicó el increíble anuncio de la fiesta en twitter. Pero llegada la hora, salió de la casa y dejó a los invitados afuera.
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Me miras enojado, sabes que no estoy allí ¿cierto? ¿Sabes que solo estás sentado nuevamente al borde de la cama...en la oscuridad? Otra pesadilla más y otra maraña de dudas enredándose en tus pobres huesos. Éramos ancianos sentados en el borde de nuestros zapatos, mirando con expectativa nuestra juventud futura. Éramos ancianos caminando entre medio de los autos, cansados de nada, aburridos de todo, una generación de seres no pensantes.
Una parte de mí supo que no dirías nada nunca más. Una parte de mí supo que frente a todo y ante todos, era yo la que hablaba sola mirando los autos, que era yo la que sentada al borde de la cama no pude contener las lágrimas. Otra pesadilla. Otra más. Y ya no sabía por qué estaba llorando. No era capaz de entender esa vida normal que no tenía nada de normal, que no tenía nada de vida.
Tuve miedo de mirarme con los ojos inyectados en sangre, esperándome monstruosamente frente al espejo.
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