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miércoles, 9 de marzo de 2016

Pregunta de rincón


Y la pregunta se descolgó del tendedero. Yo vi que esa criatura la dejó allí hace meses, y en las noches me recostaba en la cama y la observaba bambolearse inquieta, pero sin desprenderse.
Hasta esa mañana que la vi súbitamente descolgarse.
Como una araña de rincón salió presurosa y se escondió debajo de la cama. Yo, asustada, corrí la cama con una sartén entre las manos, porque sabía que ella me acecharía hasta que me distrajera. Pero no la encontré...¡no la encontré! La busqué por todos lados y no la encontré. Corrí todos los muebles y no la encontré.
Siempre, a lo que más le temí en la vida fue a las arañas.
Y aquí estoy, hace días, sin poder pegar un ojo, con el miedo vivo, con la mente pensando a cien, como si pasaran trenes cargados de pensamientos que tienen que ver con esa pregunta gorda, arañosa y letal.
Me pregunto si no me habrá picado ya, en algún momento de pestañeo. De otra forma, no me explico los terribles síntomas: insomnio, miedo de su incertidumbre...y la duda constante de qué sucederá ahora...el presentimiento de que vendrá algún cambio, alguna metamorfosis, alguna transformación brutal...Me tomo un café, tragando miedo mezclado con azúcar. ¿Tendré fiebre? 
Hasta que sí...la encuentro, agazapada detrás de mis libros. Miro mis brazos, miro mi rostro, mi cuerpo...esta pregunta de rincón ha logrado hacer que dude del sentido de toda esta casa.
Arrojo los muebles por la ventana, amontono los libros sobre la cama, me recuesto sobre el suelo mirando el techo, en un instante de tangos ensordecedores y suspensión. Cierro los ojos.
Aquí vislumbro una imagen de vías de tren que se han cortado, pero no hay tren. Solo una maleta en medio de la arena. Y una vía solitaria que no tiene un inicio, ni un final, como si hubiera sido abandonada allí, en medio de un camino sin camino. Todo cae en una especie de madrugada. Los sonidos salen de mi boca sin que los emita. 
Allí está...la pregunta de rincón. La veo salir presurosa desde el lugar en donde estaban los libros y caer sobre mí. Como un rayo, como un cuchillo de cristales que forman un caleidoscopio de vidas. Ya no hago nada para detenerla, entregada por completo a su influencia mortífera, con los brazos abiertos como en un salto final. Un último discurso, un último concierto frente a una audiencia invisible. Una última página en blanco, con un lápiz que tiembla ante su silencio.
La picadura llega fuerte. Duele, entra, penetra hasta mis orígenes negados. Un montón de recuerdos agrietados atraviesan mi memoria y suben con sus patas arañosas a través de mis labios. Circulan, corren, se agolpan, chocan, se desbocan, se desgarran, se tuercen, se bambolean, caen, suben, caen de nuevo al vacío...Abro los ojos. Millones de preguntas de rincón por todos lados, corriendo entremedio de los libros, haciéndolos pedazos, mordiendo mi carne, precipitando mi cuerpo en gruesas gotas que se hacen vapor.
Todo este tiempo...solo hacía falta que yo la llamara, que yo la sacara del rincón para que cumpliera su destino. Un destino que yo necesitaba...yo...viviendo sin vivir...deambulando con una sartén entre las manos, mientras mi sangre se pudría en mis venas, mientras ennegrecía mis órganos, perdía mis dientes, se caían mis brazos. Una nada profunda, cómoda, pero lentamente asfixiante y desesperante. Sí...toda esta picadura mortal que viene en el momento justo, a matarme brutalmente, esperando que la dejara entrar, aun cuando existía el miedo. El miedo, ese enemigo sin rostro que visita los cementerios, desenterrando fantasmas que se encuentran con nosotros en el espejo. Ese asqueroso ser que toma corporalidad de agresión, que te amenaza con sus dientes de hiena a cada paso, acariciando tu espalda de explorador nunca experimentado, a pesar de haber realizado millones de excursiones.
Y ahora...mi habitación, un hervidero de preguntas de rincón, registrando mis miedos, mis tristezas, mis estúpidas quejas e inseguridades. 
Me siento junto a ellas, las miro deambular en mi interior, en mi exterior, en mi subjetividad, en mi objetividad, en todas esas palabras y dimensiones que ya no son, que parecen fundidas de súbito en una sola vorágine dolorosa de mandíbulas que pican, que inyectan veneno delicioso. 
Lo saboreo.
Ven aquí, susurro. Ven aquí. Deja caer tu aguda antorcha sobre mí, sobre mi maltrecho espacio, sobre mi maltrecha definición de mí misma. Déjate caer con tus duras letras sin sonido, con tus duras frases sin sintaxis, con tus duras cuestiones epistemológicas para triturar la certeza de mis ojos cafés. ¿Vas a pesar mi corazón? ¿Vas a medir la expansión de mi bondad, de mis logros, de mi valor, de mi ser inacabado? Ven aquí. Guarda silencio. Guarda silencio. Guarden silencio todas las preguntas-arañas de rincón, porque quiero oír sus gritos, sus reproches, sus exigencias en la oscuridad.
O pueden sentarse junto a mí y dejar que esta noche les lea un libro. Podría palidecer, quedarme como vapor para siempre, quedarme desmembrada en este suelo, mientras ustedes se dan su festín. Agonizo. Todos los relojes de mi habitación se detienen. ¿Quién sostendrá mi cabeza cuando dé mi paso final? ¿Quién armará mis huesos otra vez?
¿Vas a pesar mi corazón? ¿Vas a pesar mi razón en una balanza para saber si alcanza su equilibrio perfecto? Hazlo.
Susúrrame miedos y dime cómo he de enfrentarlos ahora. Cómo he de construir otro castillo de naipes que se sostenga como piedra por un tiempo.
No contestan. Las preguntas de rincón solo siguen mordiendo, solo siguen rasgando.
Y atravieso un túnel oscuro, acompañada de ellas, palpando a ciegas para llegar al final. Me bamboleo, me arrastro. Vislumbro una posible respuesta. Una vía de tren nueva se alza frente a mí, débil aún, pero posiblemente interesante.
Llego a un espejo. Me corporalizo de súbito, me formo como un feto ya nacido en medio de un espacio de extrañeza. A mi cara la está brotando otra cara. A mis brazos le están brotando agujas. A mis piernas le brotan hojas en blanco que tienen la consistencia de intestinos. A mis manos les brotan dientes. Soy un manojo trasplantado de otro manojo. Una criatura experimental. 
Observo con ojos de pregunta de rincón al interior de este lago de cristal. Fijo la atención en mis cabellos. Único vestigio de los hilos de certezas anteriores...antes de la picadura original que se hizo verbo y se hizo carne. Único vestigio de seguridad que queda, no devorado por las preguntas-arañas...antes...antes de que me transformara en distorsión de onda, en fuente de emergencia de error ante la exactitud de sus postulados matemáticos.
Y escribo sobre el espejo. Escribo como forma de hablar a esa parte de mí misma que no quiere escucharme, que se regodea en su cómoda cama de cobardía, en su cómoda cama de certezas, de dudas simples, de teorías grandiosas acerca de situaciones no profundas y no palpitantes.
Digo: Si me cortas el brazo, me crece un ala. Si me cortas la lengua, me crece una canción. Si me cortas una pierna, me crece un árbol. Si me arrancas el corazón, me crece un libro. Si pulverizas mi cuerpo, me salpico como pintura, me estampo como grafitti. Si me dejas ciega, me brota un violín. Si me dejas sorda, me brota una escultura que fluye, que es real, que tiene más vida que la vida misma. Y todo esto...mírate a los ojos ahora, mira al interior de tu silencioso mundo oscuro, en el interior de ese rincón que pocos ven...Me digo: Sobrevuela entonces tus viejos temores,toma aliento, toma vuelo, toma del fuego lo que sea necesario de fuerza y pasión, toma las maletas, sal de viaje al sur, al centro de la Tierra, a Alemania, a otra región, a la Luna, a lo desconocido, a lo conocido, al lugar definido antaño por muchos o al anti-lugar.
Y corto. Corto, corto, corto, corto el cabello. A tijeretazos lo corto, lo esparramo en el suelo, en el aire, en el agua. A mordiscos me arranco pedazos de mí, me quito los hilos que quedaban, los que sostienen. La sangre fluye a través de mis ojos.
Y camino solo como puedo caminar, ya que soy criatura recién construida de trozos de palabras y preguntas de rincón. Lo que queda es lo que he decidido conservar, al menos hasta otra picadura mortal.
Mis ojos rojos se posan sobre la vía de tren, única, solitaria, abandonada en el desierto. En el camino sin camino. Tomo martillo, tomo mis huesos como clavos, tomo mis músculos como tornillos, mi sangre como aceite que permita la circulación de un nuevo tren y un nuevo destino de viaje.
Ven aquí...susúrrame algo...súsurrame cómo debo pesar mi corazón, cómo debo pesar mi ser convertido en mutante...cómo debo desenvolverme en este espacio doloroso de extrañeza...
Preguntas de rincón revolotean bajo mis pies, salen de mi boca, entran por mis oídos. Todavía me duelen sus mandíbulas, todavía me torturan sus patas caminando por mis venas...pero...es hermosa la posibilidad que entraña su veneno.
Un día...me escabullí en una casa durante la noche. No sabía quién era esa joven de ojos cafés que era feliz en su pobre cobardía. Con mis ojos rojos y mis dientes blancos y afilados esbocé una sonrisa siniestra...dejé que brotara de la oscuridad una pregunta de rincón y la dejé en el tendedero. Acechando.










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