-Enciende la luz- dijo con voz temblorosa, impaciente.
Me quedé un momento en silencio, sintiendo como temblaban las cosas a su alrededor, como si su cuerpo se reflejara en el espacio. Sus ojos me miraban fijamente.
Sentí un aliento frío, despiadado y animal en mi nuca.
Tragué saliva.
Sentí un aliento frío, despiadado y animal en mi nuca.
Tragué saliva.
-¿Para qué?- contesté con una frialdad que me sorprendió.- La luz no nos protegerá de nuestros miedos.
La oscuridad es el otro lugar.
Donde vive la luz, hay cientos de ser.
La oscuridad, en cambio, la que reina en el mundo paralelo,
solo tiene cientos de no ser,
de dudas,
de miedos callados y disimulados al alero de la calidez luminosa,
de posibilidades críticas, vívidas e interesantes...
En la oscuridad se corporaliza lo negado,
la respiración brutal de lo más básico, lo más real, lo más sangriento del ser humano,
devorándose a sí mismo, donde no llegan los ojos a juzgarlo.
Allí, en el no-lugar aparecen los no, los anti...
Revolotean como polillas.
La luz nunca temió tanto de la oscuridad.
Sabía ella, en sus alas de mariposa diurna, llena de colores,
que no existía sin la oscuridad.
Sabía que en ese otro lugar, habitaba lo desconocido
y se alzaba sonriente,
negro, bello, lleno de aprendizaje.
La boca de la oscuridad estaba corcheteada,
pero aprendió a comunicarse en lenguaje de señas,
tirándonos las tripas cuando nos creíamos solos.
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