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martes, 20 de agosto de 2019

Limbo


No me he ido...
Sigue aquí ese lejano crepitar de mis ojos,
pero he olvidado cómo miraban.
Olvidados los lápices, las palabras y mi sangre.
Cómo comía mi boca,
cómo o cuál era mi sed
y el agua que no la dejaba irse.
(Allá, allá...allá...)
La piedra de la locura pasa por mi garganta, 
se atasca,
se me hace nudo.
No sé si tragarla sea más razonable
que dejarme atragantar por ella.
Viste la oscuridad con capas de carne,
se balancea y me apunta.
Me busca una sombra viscosa,
llama desde las nubes de gas que quieren hacer dormir,
llama para aprender a saltar y a pender de un hilo.
(Allá, allá...Allá...)
¿No me he ido?
Intento patalear con fuerza en el alquitranado mar de la noche.
Mar de muerte.
Nada.
Nadar.
¿Por qué a la vida le sobran tantos puntos suspensivos?
¿Por qué tantas horas, días...años...?
Me acuesto en el silencio,
me tiembla en el cuerpo ese quedarme,
ese quedarme humo.
Tan real.
Tan mentira.
Tan mentira que hay algo más que humo.

(Allá...allá...allá...)

Boca de lobo,
parece que la tumba no está cerrada...
Intento abrigarme de palabras,
saborearlas,
amasarlas por toda la piel.
O ellas eran la piel,
Piel de comillas.
¿Cuál será mi cobijo?
¿Cuál será mi casa?
Debería existir un suelo donde sembrar los pies.
Donde gritar y llorar,
donde sufrir un nacimiento hacia dentro.
Una implosión.
(Aquí)
Permanecer también es una partida.

viernes, 9 de agosto de 2019

Ana

Sobre esta noche yo abro un pequeño surco,
un paréntesis, 
un síncope.
Y aquí deposito mis pequeñas palabras
para que desde las sombras adquieran sus alas,
cayéndose,
como los pájaros aprendiendo a nacer,
como los seres humanos intentando amar.
Ana, Ana, anA.
Ana.
¿Quién eres tú?
¿Quién es esa forma de querer ser algo?
¿Quién eres entre la confusión de ser quien eres?
Ana.
Te enmarco esta pregunta al borde de tu cama,
te la pinto en el techo.
Yo sé que el insomnio va a jugar con ustedes en la noche.
Yo sé que en la mañana la vomitarás (ella a ti).
Y saldrás de casa, saldrás al mundo...
a ese mundo que no es más, como dije, un paréntesis,
abierto de noche en el cielo,
cierro estrellado,
dejado caer sobre los bordes de la memoria,
que se duerme como se duermen los peces.
Que se mira como se miran los árboles balanceándose y azotándose contra la ventana antes de dormir.
Ana.
Ojalá no te salves.
Ojalá te acuestes y te apuñalen las haches (H). 
Mudas (h).
Ana.
(Ana)
Ana, ana, Ana.
Síncopa. 
Te llamo desde el útero en donde me naciste.
Y yo esperaré allí,
agazapada...
a que tu cuerpo sea ese mi no cuerpo,
a que te broten sabrosas las vértebras,
a que la sangre circule en trombosis de orquesta.
Y allí déjame...
cúbreme de be(r)sos los labios,
ahueca mi pecho para que reciba el nido,
déjame lamer tu silencio,
mientras te siembras en los espacios en los que cierro los ojos.
Mientras te estrellas sobre la ventana de mis lentes a cada paso.
Mientras la piedra cae una y otra vez sobre la misma gota y la perfora.






miércoles, 10 de julio de 2019

Temo

¿Por qué te apartas?
¿Por qué haces camino al borde del camino?
Era de noche y te invité a quedarte junto a la lumbre.
Hace frío. Mucho frío.
Pero tu presencia prefirió quedarse siempre ausente,
tenías el nombre propio titilando a fuego,
te temblaban las piernas,
te temblaba la razón.
Corazón frío, desbocado, hecho jirones de escarcha filosa,
preferiste quedarte allí, agazapada en la oscuridad,
único refugio que has conocido. 
Único refugio que te conoce. Casa.
¿Por qué se apartan tus manos del papel antes de dibujarlo?

-...

Te vi recitar sin labios, te vi quedarte sin cuerpo.
Allá vas, yo te he visto,
te he visto, te he visto, te he visto,
te he visto siempre como en el aire.
O aire eres. Casa.

-Me llamo Raquel, me llamo Rosa. 
Tal vez me llamo Elena, Francisca, Alejandra...María Luisa. 
Me llamo Gabriela, me llamo Teodora. 
Todos los nombres, ningún nombre.
He perdido el rostro.
Se me escabulle en los pequeños detalles del cotidiano.
Allí donde me ves, yo no estoy allí.
Quisiera encontrar casa.
Al árbol quemado, prenderle fuego.
Temo.

¿Por qué siempre te apartas?
¿Por qué abriendo el costado llagado te haces a un lado?
¿Eliges ser humo difuminado entremedio de los muebles?
¿Personaje secundario escabullido entre las frases del libro que cita a otro libro?
Lanzas sobre la cama.
Cuchillos en el lavamanos del baño.
Bombas bajo la almohada.
Revólver escondido bajos las raíces de las plantas del balcón.

-Temo.
Cuerpo, ¿Por qué me tiemblas así?

Indigno el beso sobre tu mejilla,
indigna la mirada coqueta, la palabra parsimoniosa,
indigna la grulla de papel posada sobre tu mano.
Indigna la forma de cubrir descubriéndolo todo.

-Temo...

Allá vas, llegaste antes de llegar. 
Te quedaste en la sombra. 
La dejaste quedar.
Cantabas en silencio antes de que llegara el sonido,
antes de que llegara la voz de tus ojos grisáceos como de muerte.
Mi cicatriz sobre el libro se escribe,
la veo sangrar en una hoja y me pregunto
si no fueron acaso sus páginas siempre de carne.
Siempre huesos las letras,
siempre bocas los símbolos.
¿Por qué has elegido apartarte?
¿Por qué siempre decides que el lado ha de ser tu casa?

-Temo. Como a las gramíneas avanzando sin remedio. Yo temo. Temo, temo, temo.
Temo. Nada más, nada menos.
Temo.

Este libro se incendia.
Y es verdad. 
Verdad la mentira que pronuncia tu boca sin labios y sin lengua.
No lo digas más.
No lo repitas más.

-Temo. 
Yo temo.
"Temo" se inscribe en mi carne,
carne blanda, nauseabunda, cobardía...
carne como pulpa,
yo le supliqué, le supliqué...

...sosténme, por los dioses mentirosos, sosténme,
envuélveme, 
proporcióname la envoltura de tus palabras que no son mías,
envuélveme alrededor del temor, como un abrazo...

-Me llamo Raquel, me llamo Alicia.
¿No querías escuchar tú mi nombre?
Gabriela, Ana, Patricia.
Eran otros nombres propios,
todos eran míos.
Ninguno lo era.
Temo.

Tiene miedo mi sueño,
se desanuda la naciente promesa de poder dormir siquiera,
aún caen las gotas del techo sobre mi frente,
aún se desmigajan los momentos y adquieren carácter de pesadilla.

-¿Cómo se repara un hueso roto?
¿Cómo se cose una herida profunda como la constelación de una galaxia no descubierta aún,
detrás del mar, detrás del horizonte?
¿Cómo se curan mis heridas?
¿Cómo se curan las curadas?
Temo.
Llámame de noche, allí verás que no me encuentras.

Tiene miedo mi fe,
me danzan los fantasmas sobre la nuca,
me respiran frío y yo no sé hablar.
Callo. Me pregunto si puedo decir algo,
si la mudez no se vuelve una pesada sábana sobre la boca,
una sábana que poco cubre y asfixia,
una sábana que como velo se encarga de cubrir descubriéndolo todo.
Tú lo dijiste. No dijiste nada.

-¿Cómo se escucha?
¿Cómo se camina?
¿Cómo aferrarse, cómo agarrarse?
Mis brazos no están allí. Los estiro en la oscuridad hacia alguien, pero no están. No los veo.
Temo.

Se cuela el miedo como sombra entremedio de las rendijas de las dudas
y me chorrea de los bolsillos, como signo de locura.
Se dijo que era un juego, 
pero los juegos no son así. 
No se vuelven oscuros durante el día,
no traspasan los objetos y los órganos con un tono grisáceo y viscoso,
nauseabundo como saber lo que ha sucedido y negarlo a los cuatro vientos.
Tenías que decirlo.
No lo dijiste.

-Me habría gustado que no lo dijeras jamás, pero que lo dijeras,
para saber que mi imaginación no ha tenido la terrible y loca misión 
de crear mundos tan cargados de horrores.
Si yo pudiera ponerlo sobre papel, 
mi locura quedaría expuesta
y mi miedo se volvería transparente.
Pero lo transparente siempre se vuelve una sombra
y las sombras no son opuestas a la luz. 
Ojalá lo fueran.
Solo digo, temo.
Lo único que me queda.
Temo.

Al menos allí creería encontrar una defensa.
Una defensa para el vértigo que supone colocarse frente a otro 
y soportar su ausente forma de estar presente.
Más presente que la presencia propia.

-...
Llámame, llámame de noche.
Allí verás que no me encuentras.


Tiene miedo mi obra, tiene miedo mi ser,
se sacuden las entrañas,
se sacuden los puentes
y sigo aquí mirando la estación sin tiempo,
sigo aquí mirando a las letras danzar frente a mis ojos
con su consistencia de nada.
Con su materialidad invisible frente al horror.
...sosténme, sosténme, soy yo quien te suplica.
Dame un envoltorio que pueda cubrir mi cuerpo enrarecido por la falta de piel...

-Me llamo Raquel, me llamo Alicia...
Temo...
No tengo nada que ofrecerte más que un eco.

No se puede describir ni siquiera su incapacidad de bordear el miedo y atraparlo.
Al miedo no se le atrapa, él atrapa los espacios,
los envuelve con su aliento lúgubre,
les da cuerpo con su capacidad de disolverlo todo.
El tiempo se petrifica frente a su cristal.
Miro la mesa de la cocina, temblando de miedo,
temblando de miedo el café recién hecho,
tiembla de miedo el pan, las ventanas,
teme la puerta, temen los zapatos.
El aire se vuelve aliento sin aliento,
se han secado las plantas en sus semillas antes de salir.
Cae la noche, 
el miedo sigue allí, sentado al borde de la cama,
lo veo estirarse y ajustarse,
tomando forma, 
haciéndose más visible,
como si yo no lo hubiese percibido allí toda la mañana.
Toda la vida, 
paseándose entremedio de mis libros,
entremedio de mis dibujos.
Nauseabundo, difuminando los contornos de las cosas.
Frente al espejo, lo veo aparecerse en mis ojos
y repta sobre mi piel, lento, escurridizo, pegajoso,
si me la quitara toda, seguiría allí, 
pululando en las venas,
nadando en mi sangre.
Ayúdame, que ayuda no me puedes dar ninguna.

-¿Cómo se repara un jarrón roto?
¿Cómo se detiene su súbita caída hacia el suelo,
fragmentada en millones de segundos,
unidades de tiempo,
que solo son perceptibles como pequeñas fotografías que pasan sin control?
Temo...
Allí donde me ves, yo no estoy allí.

Me he subido a una montaña rusa. Y no he sabido gritar.







sábado, 5 de enero de 2019

Evanescere

Yo soy la ausencia,
me presentifico en las cosas invisibles,
me corporalizo en los difuminados dibujos que quedaron solo en la imaginación
antes de plasmarse en el papel,
aparezco allí donde las sombras hacen canciones de la negrura,
camino a destiempo en calles desiertas,
busco entremedio de los silencios aquello que quise decir,
obscurezco mi silueta sobre los tejados de Santiago.
Un goteo de llave mala recuerda mi risa,
pero ella ya no está allí más que una brisa colándose por la ventana a medianoche.
Me desaparezco en los lugares cotidianos,
soy la fotógrafa de las fotos familiares,
apareciendo-desapareciendo siempre,
como la mano que se divisa de casualidad en la esquina del marco
y nadie sabe a quién pertenece o si era una mano simplemente,
por el simple hecho de ser y vivir como lo que vemos y nada más.
Me inscribo como puntos suspensivos en hojas negras
y me gusta balancearme en los momentos de silencio que nadie planifica en una fiesta,
sutil titileo de quedarse dormido y que pase la hora sin atraparla nunca.
Soy un recuerdo antes de ser un presente
y mis ojos miran en direcciones que no han existido.
He hundido la cabeza en el corazón de los árboles
y allí he respirado sin que la granja de cemento lo presienta.
Sobre mí caen las rupturas
y me invento unos ojos negros como agujeros negros,
mi boca igual que un vacío
y mi piel como la cáscara arrancada del mundo,
marcada por un grito de niña solitaria,
tratando de recubrir su caparazón con palabras que quedaban cortas.
Solo se me puede atrapar en el aire,
una línea borrosa sobre mi rostro habla en lenguas muertas
y cae la noche mientras busco una raíz materna que se saboree como la palabra sólido.
Pero de pronto, tiembla mi cuerpo, tiembla la tierra
porque bajo las copas de los árboles aparezco más humana que real.
Más viva que ficción.
Y temen mis puntos suspensivos,
porque lo efímero se ha petrificado
y allí donde debían palpitar solo los libros,
las manecillas del reloj se han marcado sobre mis cabellos.
¿Por qué los recuerdos iban a tener más vida que los momentos
que se viven en ese preciso instante?
¿Por qué lo no dicho se iba a encarnar
más que la articulación sangrienta de palabras en nuestra boca?
¿Por qué en la sinfonía iban a importar más las notas que los silencios entre ellas?
Se despedazan mis contornos frente a la mirada que los detecta
y ya se aterran mis pasos alegres de fantasma
¿Por qué me quieren encontrar allí como cadáver?
Se hace visible el miedo de existir,
fugazmente me atraviesa la puñalada de la certeza.
Y comienzo el juego perpetuo de volver a jugar a las escondidas.
Como si pudiésemos escondernos realmente de nosotros mismos.