¿Por qué te apartas?
¿Por qué haces camino al borde del camino?
Era de noche y te invité a quedarte junto a la lumbre.
Hace frío. Mucho frío.
Pero tu presencia prefirió quedarse siempre ausente,
tenías el nombre propio titilando a fuego,
te temblaban las piernas,
te temblaba la razón.
Corazón frío, desbocado, hecho jirones de escarcha filosa,
preferiste quedarte allí, agazapada en la oscuridad,
único refugio que has conocido.
Único refugio que te conoce. Casa.
¿Por qué se apartan tus manos del papel antes de dibujarlo?
-...
Te vi recitar sin labios, te vi quedarte sin cuerpo.
Allá vas, yo te he visto,
te he visto, te he visto, te he visto,
te he visto siempre como en el aire.
O aire eres. Casa.
-Me llamo Raquel, me llamo Rosa.
Tal vez me llamo Elena, Francisca, Alejandra...María Luisa.
Me llamo Gabriela, me llamo Teodora.
Todos los nombres, ningún nombre.
He perdido el rostro.
Se me escabulle en los pequeños detalles del cotidiano.
Allí donde me ves, yo no estoy allí.
Quisiera encontrar casa.
Al árbol quemado, prenderle fuego.
Temo.
¿Por qué siempre te apartas?
¿Por qué abriendo el costado llagado te haces a un lado?
¿Eliges ser humo difuminado entremedio de los muebles?
¿Personaje secundario escabullido entre las frases del libro que cita a otro libro?
Lanzas sobre la cama.
Cuchillos en el lavamanos del baño.
Bombas bajo la almohada.
Revólver escondido bajos las raíces de las plantas del balcón.
-Temo.
Cuerpo, ¿Por qué me tiemblas así?
Indigno el beso sobre tu mejilla,
indigna la mirada coqueta, la palabra parsimoniosa,
indigna la grulla de papel posada sobre tu mano.
Indigna la forma de cubrir descubriéndolo todo.
-Temo...
Allá vas, llegaste antes de llegar.
Te quedaste en la sombra.
La dejaste quedar.
Cantabas en silencio antes de que llegara el sonido,
antes de que llegara la voz de tus ojos grisáceos como de muerte.
Mi cicatriz sobre el libro se escribe,
la veo sangrar en una hoja y me pregunto
si no fueron acaso sus páginas siempre de carne.
Siempre huesos las letras,
siempre bocas los símbolos.
¿Por qué has elegido apartarte?
¿Por qué siempre decides que el lado ha de ser tu casa?
-Temo. Como a las gramíneas avanzando sin remedio. Yo temo. Temo, temo, temo.
Temo. Nada más, nada menos.
Temo.
Este libro se incendia.
Y es verdad.
Verdad la mentira que pronuncia tu boca sin labios y sin lengua.
No lo digas más.
No lo repitas más.
-Temo.
Yo temo.
"Temo" se inscribe en mi carne,
carne blanda, nauseabunda, cobardía...
carne como pulpa,
yo le supliqué, le supliqué...
...sosténme, por los dioses mentirosos, sosténme,
envuélveme,
proporcióname la envoltura de tus palabras que no son mías,
envuélveme alrededor del temor, como un abrazo...
-Me llamo Raquel, me llamo Alicia.
¿No querías escuchar tú mi nombre?
Gabriela, Ana, Patricia.
Eran otros nombres propios,
todos eran míos.
Ninguno lo era.
Temo.
Tiene miedo mi sueño,
se desanuda la naciente promesa de poder dormir siquiera,
aún caen las gotas del techo sobre mi frente,
aún se desmigajan los momentos y adquieren carácter de pesadilla.
-¿Cómo se repara un hueso roto?
¿Cómo se cose una herida profunda como la constelación de una galaxia no descubierta aún,
detrás del mar, detrás del horizonte?
¿Cómo se curan mis heridas?
¿Cómo se curan las curadas?
Temo.
Llámame de noche, allí verás que no me encuentras.
Tiene miedo mi fe,
me danzan los fantasmas sobre la nuca,
me respiran frío y yo no sé hablar.
Callo. Me pregunto si puedo decir algo,
si la mudez no se vuelve una pesada sábana sobre la boca,
una sábana que poco cubre y asfixia,
una sábana que como velo se encarga de cubrir descubriéndolo todo.
Tú lo dijiste. No dijiste nada.
-¿Cómo se escucha?
¿Cómo se camina?
¿Cómo aferrarse, cómo agarrarse?
Mis brazos no están allí. Los estiro en la oscuridad hacia alguien, pero no están. No los veo.
Temo.
Se cuela el miedo como sombra entremedio de las rendijas de las dudas
y me chorrea de los bolsillos, como signo de locura.
Se dijo que era un juego,
pero los juegos no son así.
No se vuelven oscuros durante el día,
no traspasan los objetos y los órganos con un tono grisáceo y viscoso,
nauseabundo como saber lo que ha sucedido y negarlo a los cuatro vientos.
Tenías que decirlo.
No lo dijiste.
-Me habría gustado que no lo dijeras jamás, pero que lo dijeras,
para saber que mi imaginación no ha tenido la terrible y loca misión
de crear mundos tan cargados de horrores.
Si yo pudiera ponerlo sobre papel,
mi locura quedaría expuesta
y mi miedo se volvería transparente.
Pero lo transparente siempre se vuelve una sombra
y las sombras no son opuestas a la luz.
Ojalá lo fueran.
Solo digo, temo.
Lo único que me queda.
Temo.
Al menos allí creería encontrar una defensa.
Una defensa para el vértigo que supone colocarse frente a otro
y soportar su ausente forma de estar presente.
Más presente que la presencia propia.
-...
Llámame, llámame de noche.
Allí verás que no me encuentras.
Tiene miedo mi obra, tiene miedo mi ser,
se sacuden las entrañas,
se sacuden los puentes
y sigo aquí mirando la estación sin tiempo,
sigo aquí mirando a las letras danzar frente a mis ojos
con su consistencia de nada.
Con su materialidad invisible frente al horror.
...sosténme, sosténme, soy yo quien te suplica.
Dame un envoltorio que pueda cubrir mi cuerpo enrarecido por la falta de piel...
-Me llamo Raquel, me llamo Alicia...
Temo...
No tengo nada que ofrecerte más que un eco.
No se puede describir ni siquiera su incapacidad de bordear el miedo y atraparlo.
Al miedo no se le atrapa, él atrapa los espacios,
los envuelve con su aliento lúgubre,
les da cuerpo con su capacidad de disolverlo todo.
El tiempo se petrifica frente a su cristal.
Miro la mesa de la cocina, temblando de miedo,
temblando de miedo el café recién hecho,
tiembla de miedo el pan, las ventanas,
teme la puerta, temen los zapatos.
El aire se vuelve aliento sin aliento,
se han secado las plantas en sus semillas antes de salir.
Cae la noche,
el miedo sigue allí, sentado al borde de la cama,
lo veo estirarse y ajustarse,
tomando forma,
haciéndose más visible,
como si yo no lo hubiese percibido allí toda la mañana.
Toda la vida,
paseándose entremedio de mis libros,
entremedio de mis dibujos.
Nauseabundo, difuminando los contornos de las cosas.
Frente al espejo, lo veo aparecerse en mis ojos
y repta sobre mi piel, lento, escurridizo, pegajoso,
si me la quitara toda, seguiría allí,
pululando en las venas,
nadando en mi sangre.
Ayúdame, que ayuda no me puedes dar ninguna.
-¿Cómo se repara un jarrón roto?
¿Cómo se detiene su súbita caída hacia el suelo,
fragmentada en millones de segundos,
unidades de tiempo,
que solo son perceptibles como pequeñas fotografías que pasan sin control?
Temo...
Allí donde me ves, yo no estoy allí.
Me he subido a una montaña rusa. Y no he sabido gritar.