Señora, he atrapado un pájaro.
He atrapado un soneto volador,
una palabra muda arrojada al vuelo,
un pajarillo con su plumaje apenas floreciente,
apenas consistente en humo.
Qué he de hacer con él,
¿Qué voy a hacer con él?
Con la fragilidad de su cuerpo casi muerto
que toca la vida desde una profundidad imposible de muerte.
He atrapado un pájaro,
un pájaro bebé arrojado con violencia de su nido,
cayendo sobre mis manos,
horadándolas en un abrir y cerrar de ojos.
Y yo que no sé,
no sé, nunca he sabido,
no sé qué hacer con este pájaro,
no sé cómo apartarlo de mí,
no sé cómo cobijarlo o soplarle palabras,
o cómo dejarle morir.
Señora, he atrapado un pájaro
o él me ha atrapado a mí,
yo no sé...
Caminaba tan solo de noche,
tan solo de noche respirando agitadamente el silencio,
y las estrellas de plata hacían de mí un pequeño fantasma,
paseándose invisible por recodos imposibles
en donde la memoria no existe porque no hay olvido.
Yo llevaba sobre mí una corona de dagas
y distraída nadaba en la noche,
aleteaba,
buscaba poder salir.
Caía todo el peso de la oscuridad sobre mis hombros,
se impregnaba en mi piel como sustancia viscosa.
Y he pasado...
He pasado llorando junto a un árbol,
no era el único, pero este me pareció el más bondadoso,
siendo en realidad el más despiadado,
y lo abracé con tantas lágrimas congeladas,
le pedí que me llorara o me dejara caer.
Le pregunté por una historia,
le pregunté por un ser.
Le hice preguntas que no sabía pronunciar.
Y le pedí, le supliqué...
No sé si era amor o consuelo o algo más acá o más allá.
Si hubiese tenido manos, le habría pedido estrechar una de las suyas.
Pero no ha contestado
y me ha arrojado un pájaro,
un pobre pájaro,
así de la nada,
sobre mis manos abiertas heridas.
Y ahí lo depositó como desecho del mundo,
lo escupió sobre mí,
lo expulsó sobre mi cuerpo extraño.
Señora, yo no quería,
pero no he podido más que atraparlo
por miedo a dejarlo caer tan simplemente,
por miedo a caer con él.
¡Señor-a! Atrapé este pájaro y me ha destrozado el alma
¿Qué voy a hacer?
¿Qué puedo hacer?
¿Cómo le explico la caída triste de su vida entera,
en espiral,
pero en línea recta hacia la ausencia total?
Es demasiado frágil
y mis manos tan solo son de agua,
no puedo aferrarlas a mi cuerpo,
no puedo darles una dirección
o sostenerlas en la vida.
¿Qué haré con este pájaro?
¿Qué me ha hecho él?
Señora, cae la noche sobre mi cabeza confundida,
la tristeza hace nidos y los destroza pronto,
y no tengo dónde ir...
No tengo madre ni padre,
no tengo nudos que me amarren más al mundo,
no tengo bocas que hablen por nosotros,
huérfanos estamos y el hambre se nos cuela en las entrañas.
Ha caído este pájaro y me aguijonea el miedo,
ha caído de golpe y yo solo he recibido el estruendo distraída...
Si yo no sé cómo vivir ¿Cómo sostendré a este pájaro,
imprudente, balancéandose sobre mi miedo,
sobre mis dudas
y pidiendo que me transforme en un refugio?
Los árboles tenían corazas
y nosotros teníamos piel,
pero nada de eso está escrito.
¿Cómo voy a mantenerme firme, si me tiemblan las piernas
y el respiro se me difumina antes de nacer?
Señora,
he atrapado este pájaro...
y me ha dejado más huérfana de lo que estaba antes sin él.
Me ha condenado a una ausencia que no cesa,
que no calla,
que perdona solo cuando he perdido ya toda posibilidad de resistir.
¿Qué voy a hacer?
¿Qué puedo hacer?
El miedo sopla en mi nuca,
pero no quiero ya dejarle caer.
De algún modo me nace, se nace, se re-nace...
Un cimiento,
Una forma de red...
Una red de entrañas,
De historias tejidas sobre nuestros vacíos
Y se transforman en telas de araña,
En cuentos entretejidos.
Yo no sé.
Me ha nacido un cimiento.
Me balanceo y sostengo.
Me voy cayendo y na-na-na- cimiento.
Yo no tengo manos, pero tengo palabras.
Yo no tengo certezas, pero tengo dudas.
¿Qué haré con este pajarillo?
¿Qué me ha hecho él?
No quiero ya dejarle-dejarte-dejarme...
Caer-caer-caer.
Ser, ¿Qué sustancia extraña te conforma?
El pájaro tiene alas y yo tengo raíces.
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martes, 6 de noviembre de 2018
miércoles, 24 de octubre de 2018
Mujer árbol (parte 1)
I
Aquí
me siento, amor,
Sobre
los tejados rotos de la Luna
Y
ya no me quedan palabras que aportar
A
este encuentro traumático
De
tu trayectoria elíptica con la mía en espiral.
Toda
escritura es a destiempo,
Todo
amanecer no puede llamarse así hasta que acaba.
Y
yo aquí…a veces veo las nubes sabiendo que son una mentira,
Yo
quisiera recostarme sobre ellas y hallar un nido esponjoso y cálido,
Pero
es tan imposible como hablarte y creer que con ello expreso o explico todo.
Las
palabras son un laberinto que nos pierde de nuestros caminos,
Aunque
a ratos con ellas nos las damos de valientes
Y
construimos algún puente que nos figuramos eterno,
Capaz
de resistir siglos y siglos de enigmas del idioma.
Aquí
me siento…y en silencio creo ver a la gente pasar como si yo estuviese detenida
en algún punto del tiempo,
Pero
equivoco la historia y los recodos de la memoria…
Todo
está en movimiento insaciable siempre,
No
se detiene ninguna manecilla,
No
deja de caer ninguna hoja del árbol,
Ninguna
gota de agua,
Creo
estar quieta aquí cuando ya voy avanzando diez pasos
Y
dejo atrás las cáscaras y pieles que me protegían hace diez segundos.
Todos
los límites los ponen puntos suspensivos
Y
a ratos los quiebra un poema, un llanto o una risa,
Se
desgarran las coordenadas de los mapas
Y
caminamos así sin punto de referencia, creyendo haberlo encontrado.
Una
casa en el cerro, una casa en el árbol,
Un
poema libre en la ventana, un dibujo bajo la cama, un chocolate junto al café…
Me
habría gustado creer en promesas, pero nunca creí en el tiempo ni en mí misma.
Me
suplanto a ratos como ave
Y
como usurpadora aparezco en una brisa,
Pero
siempre termino en un insomnio que echa raíces en la oscuridad,
Danzando
a bostezos con la vida,
Preguntándole
por orígenes subterráneos,
Pidiéndole
una frazada que nos esconda de nuestros fantasmas.
Si
me quitaran la boca,
Si
me cortaran las manos,
Si
me quebraran las piernas
Y
me desgarraran la piel,
No
sé cómo, pero yo hallaría la forma de hablar sin palabras,
Yo
hallaría la forma de cantarte canciones en silencio
Para
ver si después de todo,
Toda
pérdida es un encuentro.
II
Yo
no puedo ser de piedra,
O
que los muros se vuelvan sobre mí una especie de refugio.
Eso
resultaría una especie de presagio del pasado, que ya acabó hace mucho,
Cuando
las corazas arbóreas me hacían un vestido de años de sequías y lluvias copiosas
en el bosque.
Yo
no puedo ser un monumento,
Porque
los monumentos caen sobre la humanidad y se astillan,
Pronto
reluce su carácter de mito,
Pronto
se descubre que bajo sus facciones pulidas había muecas terribles.
Nosotros
por dentro somos como árboles,
Árboles
extraños que palpitan y extienden ramas como palabras,
Árboles
que hunden bajo la tierra la memoria,
Y
desprenden las raíces del núcleo de la tierra
Para
cargarlas mientras se camina,
para
llevarlas ausentes en la presencia de los gestos propios que no se conocen,
que
no se miran,
pero
se desgarran diariamente sobre las facciones agrietadas.
Yo
no podría ser de piedra, aunque quisiera,
Sobre
mí llevo retazos añosos de árboles previos,
Y
yo, retoño, sabiendo tan poco y sabiendo tanto sin saberlo.
Yo
debiese ser mujer, antes que árbol, antes que todo.
Pero
se puede ser ambas a la vez sin ser ninguna,
Sin
encontrar ninguna respuesta en los libros,
Sin
buscar nada mientras se camina sin ningún rumbo fijo,
Solo
por caminar.
Yo
no puedo ser de piedra,
Tengo
que palpitar y respirar como respiran las cosas vivas y misteriosas de la
Tierra,
Tengo
que resonar con la hierba que se mece con el viento en el campo,
Tengo
que sonar en silencio como suena el bosque,
Tengo
que desprenderme de la tierra y comenzar a cargar mis raíces para autoplantarme
en otro sitio.
Mujer
árbol,
me
busco y no me encuentro,
La
feminidad se me escapa entre los dedos
y
una brisa acaricia mis labios para contornearlos.
De
vez en cuando he salido a agitar las hojas,
pero
siempre siempre el follaje se hace insuficiente para proteger un intento de
piel
que
sienta la música en la superficie de lo profundo.
Un
día yo estaba plantada sobre la tierra,
Y
solo quise permanecer allí inmóvil y hermosa,
Oliendo
los secretos de los otros árboles,
Conociendo
al árbol viejo del bosque que hablaba a través de las raíces que se comunican
unas con otras,
En
una red de lo invisible y lo enigmático,
En
una red que nosotros llamamos familia y juramento,
Origen
de la primera semilla y tumba de los árboles ancestros.
Pero
no había sospecha entonces.
No
había sospecha ni historia alguna que diera cuenta de una trasformación tan
extraña.
Una
mujer no puede ser un árbol.
Un
árbol no puede devenir mujer.
O
acaso las preguntas eran la ramificación más gloriosa
Y nosotros
no sabíamos cómo responderlas ni cómo formularlas.
III
Si
los árboles son un refugio o no, no lo puedo saber.
O
lo supe siempre y ahora lo he olvidado de veras.
Dicen
que ellos ocultan una vida subterránea,
Como
he de ocultar yo que vine al mundo con una forma que era distinta de la actual.
O como
he de ocultar el rostro entre las manos,
Dejando
que se difumine en las hojas de papel
O en
las caminatas nocturnas.
Un
día, me contaron, dejé de ser árbol y me convertí en mujer
Todo
parece demasiado extraño para ser cierto.
No
es que lo niegue, pero lo niego.
O
decido retumbarlo sobre la tierra a modo de un “no sé” y una huida.
Lo
cierto es que ahora soy mujer y se supone que tengo una historia para eso.
Aunque
saber qué o cómo se es mujer es una cosa de poetas o de locos.
Si
los árboles son un refugio o no, no lo olvido, no lo olvides,
Tienen
una (H)historia impresa en la piel.
Dibujada
en las raíces.
Susurrada
en las hojas.
Goteante
y gritona en la savia.
Le
hablan ellos al viento
Y ve
a saber cómo, le cantan a los pájaros
Antes
de que siquiera sean pájaros,
Antes
del antes,
Antes
del después,
Antes
de que eclosionen o florezcan de sus huevos.
Les
he visto o les he soñado
Cantando
serenatas bajo la Luna,
En
sutil danza de maestros, moviendo las hojas como se mueve la música invisible.
Y
una abuela se sentaba a tomar mate
Y recitaba
sin cesar, mientras miraba el paso y el goteo del tiempo,
Que
los árboles también conducen a los muertos a sus casas
Para
que se despidan y vayan a nacer de nuevo.
O
a prometérselo al vacío infinito.
Acaso
ellos sepan secretos de la vida
Que
somos muy ciegos para oír…
Que
somos muy acorazados para transmitir en un dulce reventar de muerte,
Ese
que nos convirtió en simples (no) humanos
Y nos
nos dio la dicha de hacernos-nacernos semilla.
Nuestras
palabras son tan solo, o demasiado, un eco.
Nuestra
vida es solo (todo) un suspiro.
Tenemos
historias, pero creemos, ingenuos, olvidarlas pronto.
Los
árboles son cosa distinta,
Una
materia misteriosa les sostiene,
Alma
que se erige hacia la altura entremedio del vacío,
Y un
poco burlones aparecen como madres dando la mano en medio de la oscuridad.
Sus
raíces recuerdan los cuentos antiguos del origen del mundo,
Y construyen
un retrato del universo,
A la
vida la muestran en un silencio elocuente
Y palpita
una sonrisa honesta, difícil de pesquisar.
Qué
difícil pararse aquí ahora luego de decir esto.
A
veces, he cruzado el bosque solo mirando por la ventana.
Y me
digo que puedo escapar a sus copas mirándolos de lejos.
Creí
que mis antepasados eran árboles
Y yo
debí (de)venir humana para sufrir mucho
O para
aprender un poco
Cómo
valorar la tierra bajo los pies
Sin
quitar la vista del manto azul.
Y
en sueños, temí y quise a la vez, convertir mi boca en semilla,
Desgarrar
por dentro y quebrar las raíces,
Hallar
podado de cuajo el último atisbo de locura.
Pero
los árboles se erigen aquí contra toda certeza.
Ellos
se trepan, se ramifican, se siembran
En
los minúsculos poros de una piel que procura hacerse humana.
Aparecen
dando testimonio de un testigo,
Horrorizado
y firme sobre catástrofes que retumban
En
el origen de los intentos de decir…
Y
trepan.
Solo
eso, aunque es demasiado.
Trepan,
trepan, trepan…
Y yo
me angustio, me pierdo, me asfixio…
Y
siguen trepando, entremedio de mis manos,
Echando
raíces en mis músculos
Y haciendo
de la savia mi columna vertebral,
Se
ciñen a mis caderas y contornean formas femeninas,
Subiendo
por mis ojos,
Construyendo
una piel de hojas tímidas,
Una
boca de flor en botón.
Trenzando
mi cabello…
Y haciéndose
nudos.
Nudos
terribles
En
el corazón del corazón.
lunes, 21 de mayo de 2018
Poner en palabras
(https://www.youtube.com/watch?v=olWOl8ny-3Y)
Crearé un espacio libre de todo espacio,
en donde las comillas y los puntos suspensivos puedan escribir historias infinitas e interesantes sin la necesidad de palabras enredadas, dolorosas y difíciles de comprender.
Dijiste que había que poner todo en palabras,
que había que circunscribir la vida a su magia brillante,
a su curativa forma de no alcanzar para llenar nada ni explicar algo,
a su enigmática manera de fascinarnos, liberarnos y esclavizarnos al mismo tiempo.
Yo tenía pesadillas sin sonido cuando apenas estaba aprendiendo a balbucear,
sueños en donde se escondía la supuesta razón y la burlona locura decidía posicionarse sobre mi ingenuidad.
Y el terror se volvía allí protagonista y yo un mero envase,
una niña escondida debajo de la mesa, contando bajito secretos que llegaban tan solo al oído de las paredes frías y enormes de la casa familiar.
Habría tenido acaso una búsqueda pendiente de otras vidas,
una búsqueda interminable que prometía desde antes consumirme por completo.
Y aquí que las palabras aparecen como sonidos que horadan el silencio,
que revientan las notas de una melodía armoniosa y crean una sinfonía de preguntas que aguijonean mi cuerpo antes de que hubiese alcanzado una forma constituida.
Caí sobre mis huesos y me oí llorar a través de mis arterias abiertas.
Miré las cuencas de mis ojos cantando canciones desgarradas, contoneando un Aleluya que contradecía su sentido, que apuntaba más a la tragedia que al gozoso descubrimiento de un milagro.
Un Aleluya ateo, un estruendo que generaba ruptura en los nidos que usábamos para protegernos de algo que no sabemos.
Un Aleluya sorprendido ante la crueldad que se escapa de nuestro amor,
ante una condición humana que no deja de destruir bellezas que nosotros mismos creamos o que nos crearon a nosotros.
Un aleluya que se acercaba más a lo traumático,
más a un clamor que busca en el borde de lo posible, allí donde las palabras se desangran antes de tomar cuerpo,
allí donde el dolor se traduce en un nervio gritando,
una pulsación aguda sobre el corazón,
un nudo en la garganta...
Una sensación de asfixia que atrapa mi rostro y lo deshace sobre la hoja de papel.
Allí donde las palabras no existen y retumban los sonidos disonantes de un violín desafinado.
O la palpitación de los dedos sobre un teclado que no tiene notas.
Un aleluya como un grito ensordecedor allí donde no es posible el sonido.
Poner en palabras.
Y poner en palabras era como tratar de retratar realidades imposibles.
Mi cuerpo tiembla bajo la perspectiva de un abrigo que no existe,
de un poema que no sabe cómo escribirse sin transformarse en una copia de la copia de la copia.
Sutil goteo de voces sobre mi mente.
Sutil muerte que me aprietas las entrañas y me sacas de la cama cada mañana para vivir.
Poner en palabras.
Poner en palabras una memoria que se inscribe en detalles que se clavan en el hábito de lo invisible.
Los monjes de la vida no me van a perdonar la seducción que ejerce sobre mí la forma cariñosa que tiene la muerte de hacer descansar nuestras carreras frenéticas.
Voy a intentar crear espacios que dejen la posibilidad de dejarse desaparecer en ellos.
La posibilidad de dejarse transformar en puntos suspensivos.
Porque tuve miedo, pero ella ya no es la hora para tenerlo.
Ella ya no va a ser su cuna.
Ella ya no va a bailar a solas con él, dejando que congele todo a su paso.
Tuve miedo de pronunciar tanto algunas palabras que terminaron por escribírseme en la frente y hacer añicos todas las nuevas creaciones que empezaban a colorear.
Yo no dije palabras, pero esas que se callan se vuelven monstruos que aplastan.
Se volvieron cuerpo sobre mi cuerpo,
parásitos que se alimentaban del silencio,
movimientos que salían de noche sin mi permiso.
Vida paralela de asesinatos propios.
Cada mañana una nueva rasgadura, un nuevo golpe. Otro secreto.
Tuve miedo frente a la mirada de los ojos llorosos que aprenden que el pasado a veces es tan brutal como un sonido de bomba en medio de tu casa.
Despiertas y los niños están aferrados a ti como si creyeran que puedes defenderlos de todo el mal del mundo.
Despiertas y te hayas totalmente solo…en una cama enorme. Desnudo frente a la oscuridad. Despiertas y eres pequeño. Pequeño. Pequeño.
(Ojalá sí pudiéramos).
Y tuve miedo sobretodo de articular palabras, mientras mi boca se sentía desmembrarse poco a poco, mientras a cada sonido de ellas la garganta se hacía llamas devastadoras
y el tórax adquiría rasgos de derrumbe.
Mi lengua se transformaba en hilachas sin forma, sin función.
Mi voz era apenas un aullido, apenas un sonido que estaba más abajo que un susurro.
Apenas una articulación bocal sin efecto.
He pedido a las palabras que me salven como verdugos.
He pedido que me encuentren en una esquina y me señalen un camino que lleva a la oscuridad.
Una oscuridad hermosa y victoriosa,
aunque es difícil de entenderlo y explicarlo.
Cuánta luz allí donde pareciese que no puede caber o existir o ser algo.
Cuánta luz en reconocerse allí donde vive la grieta,
allí donde aparece la posibilidad de partir de cero y crear una forma imposible.
Me aprietan, me asfixian, me obligan a ponerme de rodillas frente a ellas
y a un no poder decir que me está enloqueciendo.
Un no poder decir que se cuela en mis sueños y los interrumpe con demasiado éxito,
con demasiada persistencia, con pavor.
No poder decir. Poner en palabras.
Poner en no poder decir las palabras.
Atragantarse de silencio.
Asfixiarse de sonidos que rodean el cuerpo con un frío desolador.
Me veo caminando entremedio del espacio del derrumbe.
Y trato de recoger piezas para armar otra historia,
una historia en donde exista un espacio que no contenga ningún espacio,
un espacio vacío que dé espacio para la duda sonriente y la duda que marcha.
La duda que lucha con fuerza y enciende las calles y los edificios y los cuerpos y las mentes.
Y generaciones enteras.
Una duda que abre la camisa y muestra la herida. Con orgullo.
Trato de tomar las cenizas entre medio de mis manos y sentirlas como agua fluyendo.
Sentirlas como arterias de la Tierra que conecten una creación de un lugar acogedor para todos nosotros.
Un calor fantasioso cubre mi cuerpo antes de dormir,
pero yo sé que debe venir de alguna parte, de alguna realidad que existía.
Y pienso…bueno, siempre hay un espacio sin espacio en donde las pesadillas acaban y las palabras se vuelven amigas.
Un mago aparece para sentarse a tu lado y te inventa cuentos que te protejan de ti mismo.
Poner en palabras.
Poner en silencio.
Poner en suspensión.
Y viceversa.
Y asreveciv.
Yo voy a derrumbar todo este derrumbe para construir una casa hacia abajo.
Una casa que se erija sobre un borde de rebeldía, un borde de sobrevivencia…
como las plantas que crecen a pesar del cemento, entremedio de las rendijas, enredándose alrededor del metal y de lo indestructible, para consumirlo de a poco y prometer justicia.
Una casa que se pueda reconstruir de arriba hacia abajo,
con cimientos hechos de poemas y techo protegido por canciones.
Yo voy a hacer cálida esta casa, yo voy a cubrirla de dibujos como flores.
Voy a dotarla de humildad, como mi último acto narcisista antes de sonreír y cerrar la puerta para que otros la encuentren.
Mi último acto egoísta va a ser cubrirte con mis abrazos y decirte: pequeña mía, todo va a estar bien. Tarde o temprano todo va a estar bien.
Y allí voy a dejar que las palabras me hagan un cuerpo y una coraza.
Voy a dejar que coloreen mi piel y le soplen vida,
voy a dejar que le den sentido a un latido perpetuo de juego sobre mis manos pálidas.
Y voy a dejarme habitar allí por ellas.
Voy a convertirme en ese espacio en donde puedan florecer y dejar de creerse flores un día
y creerse piedras. Y llegar a serlo.
Ponerme en palabras. Ponerme en silencio.
Convertir el espacio del derrumbe en el espacio de la construcción.
Allí donde yo solo sé intentar. Y cuando no me doy cuenta, algo sé hacer.
Y aquí yo soy nada. Solo una frase como tantas otras.
Solo la promesa de un último silencio.
De crear palabras allí donde la nada echa raíces.
sábado, 10 de marzo de 2018
Intentar ser poeta
Déjame atrapar un soneto de un salto mortal en el aire.
Allí me dejaré caer sobre los brazos nostálgicos de la Luna.
Negaré ahora estas certezas monstruosas que me rasgan la piel con brutal desesperación
y atragantaré la temida adultez con mis libros infantiles,
tratando de refugiarme con ellos
de mis viejos fantasmas hechos de carne y hueso.
No es que yo haya querido ser reina
como decían que todas queríamos serlo.
Yo solo quise tener una pequeña casa apartada,
en el vientre de los árboles tupidos
bajo las estrellas mojadas y el aliento fresco de una noche inconclusa.
Allí quise cobijarme del amor temible que decían uds que me tenían.
Quería apartarme con cautela del daño cariñoso que nos hacemos unos a otros.
Sin cesar.
Sin descanso.
Sin letra.
Sin melodía.
Y no tengo arrepentimientos o estoy llena de ellos.
Se me aparece en el baño la culpa de no tener culpa,
y se enreda en mi piel desnuda de a poco, subiendo por mis muslos llenos de celulitis y estrías.
Parece que las reinas no debían ser reales. O debíamos estar muertas para ser mejores.
O debíamos sonreír y fingir. Sonreír y fingir.
No me digas que me calle.
Voy a morder hasta la última piedra de este mundo.
Voy a regar con sangre y con mis dientes las entrañas de la tierra.
Y voy a gritar...voy a gritar hasta el final.
Aunque...
de pronto me borro a mí misma y me invento de nuevo.
A veces se me desarma un rostro antiguo y se adhiere una pequeña parte de él a uno nuevecito, recién pulido, recién enunciado, recién plantado en la granja de cemento.
A veces quería/quiero ser invisible como un beso nunca arrancado de sus ciernes.
Quería que mi paso por el mundo fuese silencioso, igual que el paso de un cometa sin descubrir, escurriéndose entre los dedos de los astrónomos, haciéndolos llorar con los recuerdos añejados sobre sus lentes sucios.
Y quiero acurrucarme entremedio de acuarelas familiares y acolchadas,
con la suavidad indescriptible de sus colores vividos y diversos...
mientras siento cómo apuñalan mis ojos y se encarnan en mis intestinos.
Y mírame bien. Mi pequeño cuerpo se vuelve antorcha...estoy aquí lanzada al vacío en caída libre y bulliciosa.
Busco, escarbo, revuelvo...clamo ayuda a un círculo enredado de laberintos y espejos.
Trato de llamar a una voz conocida en un bosque de muros duros y temibles,
adornados con las cuentas de fin de mes y la "resolución de conflictos" tapizada en dineros que no salvan o aman a nadie. Diciéndome que la burocracia es amiga nuestra, mientras la veo pasar con su traje de sepulturero.
Me diluyo en pequeños goteos cotidianos. Océanos cotidianos.
Compra pan. Paga el gas.
¿Sacaste la basura?
Hay que limpiar el baño, la cocina, el piso...
Cargar la bip.
Pero dónde dónde dónde dónde dónde dónde...
Cuándo. Cómo. Por qué.
¿Cómo voy a detener esta caída abrupta hacia arriba,
que me sacude los huesos y los tritura desde el futuro hacia el pasado?
¿Cómo he de evitar esta orfandad dolorosa que me ataca en la juventud de mi vejez?
Estoy rodeada de muerte. Nacida desde la muerte. Armada, inventada desde la muerte.
Atrapada por su aliento ligero de lamentos humanos que cubren generaciones enteras.
Me atrapa su silueta lejana,
oscura respirando en mi nuca.
La muerte me atraviesa los tallos nerviosos,
las pequeñas raíces celulares,
las constelaciones del ojo,
los mares caleidoscópicos de mi cabello,
los universos escondidos en las palmas de mis manos y mis pies.
Yo me digo: pequeña, son solo siete horas y media con este nudo en la garganta,
con esta planta, este árbol inmenso de preguntas que está a punto de reventar en tu cuerpo,
solo un poco más...solo traga un poco más de saliva. Solo perdura un poco más la agonía antes del estallido. Antes de que el árbol se trague a la mujer.
Aguántate otro rato. Son solo siete horas y media recorriendo la vida callo por callo, dureza por dureza, tejido por tejido...de rodillas o de palmas...sangrando las sobrevivencias diarias y las deudas aguijoneantes.
Solo siete horas y media que se vuelven una sucesión de eternidades cristalizadas en el recuento de los años y los "triunfos".
Y aquí me veo. Yo tan ficticia y tan hecha de aire, removida del suelo y del espanto, atragantada de números y realidades afiladas.
No me hables de ser adulto. Háblame de ser niño y conservar la cordura.
Supuestamente todas queríamos ser reinas. Pero algunas solo queremos ser árboles, aferrándonos a la médula de la vida y echando raíces rebeldes. Otras también queremos ser poetas, muriendo prematuramente entremedio de los tacos de la gran capital.
Y sí. Es verdad.
¿Cómo he de negarlo?
Ante todo soy un ser humano.
Nada más. Nada menos.
Un ser esculpido de humanidad sucia, gastada desde que se pensó,
con jirones de cotidianeidad enclavados en cada nervio profundo...
y la finitud expeliendo hediondamente por todos mis poros,
la exigencia de una adultez inexistente,
y lo efímero que me rodea cual sudor...cual anuncio tardío de tragedia.
Pero a veces...sí, a veces trato de ser poeta.
A veces trato de olvidar que me odio lo suficiente como para no querer vivir conmigo por el resto de mis días.
Y cuando lo intento me aparecen rasgos de magia en los ojos,
hebras de fábula abrillantan mis cabellos,
la sonrisa infantil rejuvenece el endeudamiento prematuro.
Muerdo las piedras del mundo y me bebo los muros. Nada de mí se desvanece, nada de mí perece en sangre furiosa esparcida sin remedio.
Cuando trato de ser poeta se me despegan los pies del suelo.
Y entonces...
Me podría transformar en un intento de algo divino por un instante.
Un instante preciso impreciso.
Aquí, acá y allá del presente entre el norte del pasado y el sur del futuro.
Entre la hoja de papel y mi mano escribiendo frenética,
exprimiendo cada gota de color de mi esencia
para luego desplomarme otra vez sobre el mundo,
recuperando el cansancio o las zapatillas a punto de romperse.
Siendo humano nada más. Humano de nuevo, solo eso.
Solo eso. Pobremente, solo eso.
Mi pequeñísima humanidad con surcos horribles sobre la piel y secretos escondidos tallados en los huesos.
A mí solo me queda caer. Me queda caer sobre la tierra y dejar que el silencio pudra mi cuerpo.
Y voy a caer, voy a caer, voy a caer. Cuando me calle voy a caer. Cuando no escriba voy a morir.
Voy a desplomarme como lo hacen los árboles heridos sobre la hierba y la tierra,
y sobre mí caminarán cientos de nuevos muertos.
Se abrirán caminos desde mis venas convertidas en raíces,
mi piel se volverá polvo viajero esparcido por el mundo a modo de tormenta apasionada e invisible.
Desearé fundirme con la materia del universo y de la humanidad nueva,
agobiada por sus adulteces, sus amores, y sus preguntas...
Las cuencas de mis ojos querrán ser abandonadas y vaciadas,
el vacío más lleno las va a corromper y cerrar para siempre.
¿Me acordaré entonces de que debía aguantar siete horas y media?
¿De que tenía que ir al banco y vestir formal para una entrevista de trabajo?
¿Me acordaré de que quise ser poeta...?
¿De que por un momento parecía que podía emanar divinidad o saltar hasta el cielo y balancearme sobre los dibujos de la Luna?
Tan ficción yo y tan real la poesía.
Allí me dejaré caer sobre los brazos nostálgicos de la Luna.
Negaré ahora estas certezas monstruosas que me rasgan la piel con brutal desesperación
y atragantaré la temida adultez con mis libros infantiles,
tratando de refugiarme con ellos
de mis viejos fantasmas hechos de carne y hueso.
No es que yo haya querido ser reina
como decían que todas queríamos serlo.
Yo solo quise tener una pequeña casa apartada,
en el vientre de los árboles tupidos
bajo las estrellas mojadas y el aliento fresco de una noche inconclusa.
Allí quise cobijarme del amor temible que decían uds que me tenían.
Quería apartarme con cautela del daño cariñoso que nos hacemos unos a otros.
Sin cesar.
Sin descanso.
Sin letra.
Sin melodía.
Y no tengo arrepentimientos o estoy llena de ellos.
Se me aparece en el baño la culpa de no tener culpa,
y se enreda en mi piel desnuda de a poco, subiendo por mis muslos llenos de celulitis y estrías.
Parece que las reinas no debían ser reales. O debíamos estar muertas para ser mejores.
O debíamos sonreír y fingir. Sonreír y fingir.
No me digas que me calle.
Voy a morder hasta la última piedra de este mundo.
Voy a regar con sangre y con mis dientes las entrañas de la tierra.
Y voy a gritar...voy a gritar hasta el final.
Aunque...
de pronto me borro a mí misma y me invento de nuevo.
A veces se me desarma un rostro antiguo y se adhiere una pequeña parte de él a uno nuevecito, recién pulido, recién enunciado, recién plantado en la granja de cemento.
A veces quería/quiero ser invisible como un beso nunca arrancado de sus ciernes.
Quería que mi paso por el mundo fuese silencioso, igual que el paso de un cometa sin descubrir, escurriéndose entre los dedos de los astrónomos, haciéndolos llorar con los recuerdos añejados sobre sus lentes sucios.
Y quiero acurrucarme entremedio de acuarelas familiares y acolchadas,
con la suavidad indescriptible de sus colores vividos y diversos...
mientras siento cómo apuñalan mis ojos y se encarnan en mis intestinos.
Y mírame bien. Mi pequeño cuerpo se vuelve antorcha...estoy aquí lanzada al vacío en caída libre y bulliciosa.
Busco, escarbo, revuelvo...clamo ayuda a un círculo enredado de laberintos y espejos.
Trato de llamar a una voz conocida en un bosque de muros duros y temibles,
adornados con las cuentas de fin de mes y la "resolución de conflictos" tapizada en dineros que no salvan o aman a nadie. Diciéndome que la burocracia es amiga nuestra, mientras la veo pasar con su traje de sepulturero.
Me diluyo en pequeños goteos cotidianos. Océanos cotidianos.
Compra pan. Paga el gas.
¿Sacaste la basura?
Hay que limpiar el baño, la cocina, el piso...
Cargar la bip.
Pero dónde dónde dónde dónde dónde dónde...
Cuándo. Cómo. Por qué.
¿Cómo voy a detener esta caída abrupta hacia arriba,
que me sacude los huesos y los tritura desde el futuro hacia el pasado?
¿Cómo he de evitar esta orfandad dolorosa que me ataca en la juventud de mi vejez?
Estoy rodeada de muerte. Nacida desde la muerte. Armada, inventada desde la muerte.
Atrapada por su aliento ligero de lamentos humanos que cubren generaciones enteras.
Me atrapa su silueta lejana,
oscura respirando en mi nuca.
La muerte me atraviesa los tallos nerviosos,
las pequeñas raíces celulares,
las constelaciones del ojo,
los mares caleidoscópicos de mi cabello,
los universos escondidos en las palmas de mis manos y mis pies.
Yo me digo: pequeña, son solo siete horas y media con este nudo en la garganta,
con esta planta, este árbol inmenso de preguntas que está a punto de reventar en tu cuerpo,
solo un poco más...solo traga un poco más de saliva. Solo perdura un poco más la agonía antes del estallido. Antes de que el árbol se trague a la mujer.
Aguántate otro rato. Son solo siete horas y media recorriendo la vida callo por callo, dureza por dureza, tejido por tejido...de rodillas o de palmas...sangrando las sobrevivencias diarias y las deudas aguijoneantes.
Solo siete horas y media que se vuelven una sucesión de eternidades cristalizadas en el recuento de los años y los "triunfos".
Y aquí me veo. Yo tan ficticia y tan hecha de aire, removida del suelo y del espanto, atragantada de números y realidades afiladas.
No me hables de ser adulto. Háblame de ser niño y conservar la cordura.
Supuestamente todas queríamos ser reinas. Pero algunas solo queremos ser árboles, aferrándonos a la médula de la vida y echando raíces rebeldes. Otras también queremos ser poetas, muriendo prematuramente entremedio de los tacos de la gran capital.
Y sí. Es verdad.
¿Cómo he de negarlo?
Ante todo soy un ser humano.
Nada más. Nada menos.
Un ser esculpido de humanidad sucia, gastada desde que se pensó,
con jirones de cotidianeidad enclavados en cada nervio profundo...
y la finitud expeliendo hediondamente por todos mis poros,
la exigencia de una adultez inexistente,
y lo efímero que me rodea cual sudor...cual anuncio tardío de tragedia.
Pero a veces...sí, a veces trato de ser poeta.
A veces trato de olvidar que me odio lo suficiente como para no querer vivir conmigo por el resto de mis días.
Y cuando lo intento me aparecen rasgos de magia en los ojos,
hebras de fábula abrillantan mis cabellos,
la sonrisa infantil rejuvenece el endeudamiento prematuro.
Muerdo las piedras del mundo y me bebo los muros. Nada de mí se desvanece, nada de mí perece en sangre furiosa esparcida sin remedio.
Cuando trato de ser poeta se me despegan los pies del suelo.
Y entonces...
Me podría transformar en un intento de algo divino por un instante.
Un instante preciso impreciso.
Aquí, acá y allá del presente entre el norte del pasado y el sur del futuro.
Entre la hoja de papel y mi mano escribiendo frenética,
exprimiendo cada gota de color de mi esencia
para luego desplomarme otra vez sobre el mundo,
recuperando el cansancio o las zapatillas a punto de romperse.
Siendo humano nada más. Humano de nuevo, solo eso.
Solo eso. Pobremente, solo eso.
Mi pequeñísima humanidad con surcos horribles sobre la piel y secretos escondidos tallados en los huesos.
A mí solo me queda caer. Me queda caer sobre la tierra y dejar que el silencio pudra mi cuerpo.
Y voy a caer, voy a caer, voy a caer. Cuando me calle voy a caer. Cuando no escriba voy a morir.
Voy a desplomarme como lo hacen los árboles heridos sobre la hierba y la tierra,
y sobre mí caminarán cientos de nuevos muertos.
Se abrirán caminos desde mis venas convertidas en raíces,
mi piel se volverá polvo viajero esparcido por el mundo a modo de tormenta apasionada e invisible.
Desearé fundirme con la materia del universo y de la humanidad nueva,
agobiada por sus adulteces, sus amores, y sus preguntas...
Las cuencas de mis ojos querrán ser abandonadas y vaciadas,
el vacío más lleno las va a corromper y cerrar para siempre.
¿Me acordaré entonces de que debía aguantar siete horas y media?
¿De que tenía que ir al banco y vestir formal para una entrevista de trabajo?
¿Me acordaré de que quise ser poeta...?
¿De que por un momento parecía que podía emanar divinidad o saltar hasta el cielo y balancearme sobre los dibujos de la Luna?
Tan ficción yo y tan real la poesía.
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