Entradas populares

sábado, 10 de marzo de 2018

Intentar ser poeta

Déjame atrapar un soneto de un salto mortal en el aire.
Allí me dejaré caer sobre los brazos nostálgicos de la Luna.
Negaré ahora estas certezas monstruosas que me rasgan la piel con brutal desesperación
y atragantaré la temida adultez con mis libros infantiles,
tratando de refugiarme con ellos
de mis viejos fantasmas hechos de carne y hueso.
No es que yo haya querido ser reina
como decían que todas queríamos serlo.
Yo solo quise tener una pequeña casa apartada,
en el vientre de los árboles tupidos
bajo las estrellas mojadas y el aliento fresco de una noche inconclusa.
Allí quise cobijarme del amor temible que decían uds que me tenían.
Quería apartarme con cautela del daño cariñoso que nos hacemos unos a otros.
Sin cesar.
Sin descanso.
Sin letra.
Sin melodía.
Y no tengo arrepentimientos o estoy llena de ellos.
Se me aparece en el baño la culpa de no tener culpa,
y se enreda en mi piel desnuda de a poco, subiendo por mis muslos llenos de celulitis y estrías.
Parece que las reinas no debían ser reales. O debíamos estar muertas para ser mejores.
O debíamos sonreír y fingir. Sonreír y fingir.
No me digas que me calle.
Voy a morder hasta la última piedra de este mundo.
Voy a regar con sangre y con mis dientes las entrañas de la tierra.
Y voy a gritar...voy a gritar hasta el final.
Aunque...
de pronto me borro a mí misma y me invento de nuevo.
A veces se me desarma un rostro antiguo y se adhiere una pequeña parte de él a uno nuevecito, recién pulido, recién enunciado, recién plantado en la granja de cemento.
A veces quería/quiero ser invisible como un beso nunca arrancado de sus ciernes.
Quería que mi paso por el mundo fuese silencioso, igual que el paso de un cometa sin descubrir, escurriéndose entre los dedos de los astrónomos, haciéndolos llorar con los recuerdos añejados sobre sus lentes sucios.
Y quiero acurrucarme entremedio de acuarelas familiares y acolchadas,
con la suavidad indescriptible de sus colores vividos y diversos...
mientras siento cómo apuñalan mis ojos y se encarnan en mis intestinos.
Y mírame bien. Mi pequeño cuerpo se vuelve antorcha...estoy aquí lanzada al vacío en caída libre y bulliciosa.
Busco, escarbo, revuelvo...clamo ayuda a un círculo enredado de laberintos y espejos.
Trato de llamar a una voz conocida en un bosque de muros duros y temibles,
adornados con las cuentas de fin de mes y la "resolución de conflictos" tapizada en dineros que no salvan o aman a nadie. Diciéndome que la burocracia es amiga nuestra, mientras la veo pasar con su traje de sepulturero.
Me diluyo en pequeños goteos cotidianos. Océanos cotidianos.
Compra pan. Paga el gas.
¿Sacaste la basura?
Hay que limpiar el baño, la cocina, el piso...
Cargar la bip.
Pero dónde dónde dónde dónde dónde dónde...
Cuándo. Cómo. Por qué.
¿Cómo voy a detener esta caída abrupta hacia arriba,
que me sacude los huesos y los tritura desde el futuro hacia el pasado?
¿Cómo he de evitar esta orfandad dolorosa que me ataca en la juventud de mi vejez?
Estoy rodeada de muerte. Nacida desde la muerte. Armada, inventada desde la muerte.
Atrapada por su aliento ligero de lamentos humanos que cubren generaciones enteras.
Me atrapa su silueta lejana,
oscura respirando en mi nuca.
La muerte me atraviesa los tallos nerviosos,
las pequeñas raíces celulares,
las constelaciones del ojo,
los mares caleidoscópicos de mi cabello,
los universos escondidos en las palmas de mis manos y mis pies.
Yo me digo: pequeña, son solo siete horas y media con este nudo en la garganta,
con esta planta, este árbol inmenso de preguntas que está a punto de reventar en tu cuerpo,
solo un poco más...solo traga un poco más de saliva. Solo perdura un poco más la agonía antes del estallido. Antes de que el árbol se trague a la mujer.
Aguántate otro rato. Son solo siete horas y media recorriendo la vida callo por callo, dureza por dureza, tejido por tejido...de rodillas o de palmas...sangrando las sobrevivencias diarias y las deudas aguijoneantes.
Solo siete horas y media que se vuelven una sucesión de eternidades cristalizadas en el recuento de los años y los "triunfos".
Y aquí me veo. Yo tan ficticia y tan hecha de aire, removida del suelo y del espanto, atragantada de números y realidades afiladas.
No me hables de ser adulto. Háblame de ser niño y conservar la cordura.
Supuestamente todas queríamos ser reinas. Pero algunas solo queremos ser árboles, aferrándonos a la médula de la vida y echando raíces rebeldes. Otras también queremos ser poetas, muriendo prematuramente entremedio de los tacos de la gran capital.
Y sí. Es verdad.
¿Cómo he de negarlo?
Ante todo soy un ser humano.
Nada más. Nada menos.
Un ser esculpido de humanidad sucia, gastada desde que se pensó,
con jirones de cotidianeidad enclavados en cada nervio profundo...
y la finitud expeliendo hediondamente por todos mis poros,
la exigencia de una adultez inexistente,
y lo efímero que me rodea cual sudor...cual anuncio tardío de tragedia.
Pero a veces...sí, a veces trato de ser poeta.
A veces trato de olvidar que me odio lo suficiente como para no querer vivir conmigo por el resto de mis días.
Y cuando lo intento me aparecen rasgos de magia en los ojos,
hebras de fábula abrillantan mis cabellos,
la sonrisa infantil rejuvenece el endeudamiento prematuro.
Muerdo las piedras del mundo y me bebo los muros. Nada de mí se desvanece, nada de mí perece en sangre furiosa esparcida sin remedio.
Cuando trato de ser poeta se me despegan los pies del suelo.
Y entonces...
Me podría transformar en un intento de algo divino por un instante.
Un instante preciso impreciso.
Aquí, acá y allá del presente entre el norte del pasado y el sur del futuro.
Entre la hoja de papel y mi mano escribiendo frenética,
exprimiendo cada gota de color de mi esencia
para luego desplomarme otra vez sobre el mundo,
recuperando el cansancio o las zapatillas a punto de romperse.
Siendo humano nada más. Humano de nuevo, solo eso.
Solo eso. Pobremente, solo eso.
Mi pequeñísima humanidad con surcos horribles sobre la piel y secretos escondidos tallados en los huesos.
A mí solo me queda caer. Me queda caer sobre la tierra y dejar que el silencio pudra mi cuerpo.
Y voy a caer, voy a caer, voy a caer. Cuando me calle voy a caer. Cuando no escriba voy a morir.
Voy a desplomarme como lo hacen los árboles heridos sobre la hierba y la tierra,
y sobre mí caminarán cientos de nuevos muertos.
Se abrirán caminos desde mis venas convertidas en raíces,
mi piel se volverá polvo viajero esparcido por el mundo a modo de tormenta apasionada e invisible.
Desearé fundirme con la materia del universo y de la humanidad nueva,
agobiada por sus adulteces, sus amores, y sus preguntas...
Las cuencas de mis ojos querrán ser abandonadas y vaciadas,
el vacío más lleno las va a corromper y cerrar para siempre.
¿Me acordaré entonces de que debía aguantar siete horas y media?
¿De que tenía que ir al banco y vestir formal para una entrevista de trabajo?
¿Me acordaré de que quise ser poeta...?
¿De que por un momento parecía que podía emanar divinidad o saltar hasta el cielo y balancearme sobre los dibujos de la Luna?
Tan ficción yo y tan real la poesía.




No hay comentarios:

Publicar un comentario