Entradas populares

jueves, 23 de abril de 2015

La caída imaginaria

Un día me encontrarás caminando con la incerteza rotunda, esperando que las preguntas emerjan del suelo, como soldados, no uniformados, que esperan la justicia de años de sangre sin humanidad. Años de tortura, años de silencio cómplice de lo más horrendo, ellos sobrevuelan a mi paso igual que buitres, mientras ante mí se alzan corpóreos los crímenes, se acumulan en la garganta y se hacen nudo hasta asfixiarnos de noche, hasta dolernos tanto que no queda más que una fuga impune y rabiosa, la lágrima secreta, la lágrima que solo conoce la almohada, la lágrima oscura, sin esperanza, sin alma, sin atisbo de cobijo.
Creo que ninguno de nosotros estaba listo para vivir y que ni en toda la vida, ni en todos los años que llevemos y terminemos intentándolo, estaremos listos.
¿Qué hago aquí?
¿Qué hago aquí?
Hospital limpio y ordenado, blanco como una sábana nueva, con olor a vacío, con sentido de muerte y vida, un pasillo blanco que cruzo como si caminara por el túnel.
Sábana blanca, cubriendo la cara. Sábana blanca cubriendo la infancia, sábana blanca cubriendo la vejez. ¿Quién nos cuidará de noche?
¿Quién nos cuidará mientras caminamos entremedio de nuestras mentes? ¿Quién nos cuidará cuando la fulminante mirada nos atraviese de pies a cabeza y nos deje leyendo poemas de amor?
¿Qué tengo? ¿Qué tengo, señorita enfermera?
Click. Click. Click. Signos vitales, examen de sangre, suero con etiqueta amarilla a las 3 am.
¿Qué tengo, doctor? ¿Qué tengo? ¿¡Qué tengo!? 
Oiga, maldita sea, soy yo quien está en esta camilla, respóndame, por favor.
Y la ventana se hace trizas mientras la miro y me revela que nada de lo que toco es cierto, nada de lo que palpo está aquí, nada de lo que amo tiene sentido, nada de lo que he sacrificado me será devuelto por un ideal. O quizás sí, no sé. O quizás solo tengo la esperanza ingenua de que así sea.
Pero ya, no preguntes más. Cállate, cállate, cállate.
El umbral ha sido traspasado hasta el cansancio. Algunos dicen haber salido de allí victoriosos y a salvo, pero mienten. Todos nosotros hemos entregado algo secreto que jamás es mencionado, por miedo, por orgullo o simple resignación.
Y subo las escaleras entremedio de las dudas, tambaleándome, esquivándolas lo más posible, tratando de no tocarlas, para no caer. Tratando de no tropezar con mis propios significados y lo frágiles que son, tratando de no enfriar los pasos hasta que se hagan inútiles.
De pronto me percato que se me van cayendo los trozos de yo, ¿era esa una parte de mi rostro? ¿era ese un trozo de frase que te dije un día por una red virtual?
Creí ver que a cada escalón que subí, un yo caía, y mi ser, formado de pequeños trozos de vida superpuestos, iba perdiendo porte y altura, iba perdiendo sustancia. Yo me iba transformando en un artefacto monstruoso hecho con partes de chatarra nauseabunda. 
El hedor que salía de mis pensamientos y sentimientos me iba envolviendo y mataba todo a mi paso. Buscaba entremedio de las multitudes un algo, un atisbo diferente de mi ser, pero todos eran indiferentes al cuestionamiento, a la complejidad de las cosas que está oculta, más allá de lo fácil y bonito que venden en los comerciales.
Veo hacia abajo y es cierto, allí está ese yo que se veía tan reluciente ayer, retorciéndose en el piso y cayendo más abajo de la tierra misma.
La escalera se ha volteado y acaso nunca estuve subiendo las escaleras, sino que siempre estuve subiendo hacia abajo, cada vez más hacia abajo.
Un yo disgregado me mira, ahora no desde el suelo, sino desde arriba, trozos de mí que gritan justicia o que reclaman al olvido el hecho de que sus amores no duraran.
El pasillo blanco y las estrelladas lámparas que pasan a años luz sobre mi cabeza, saetas de fuego, agujereando mis últimos segundos de vida. La camilla camina rápido entremedio de sus rostros profesionales desdibujados.
Mis manos amarradas a la camilla, ni siquiera tienen fuerzas para resistirse.
Operación de emergencia, dicen. Envenenamiento de la sangre, dicen. Riesgo de muerte.
Pero sus voces se desdibujan ante mí y el techo con sus lámparas como saetas de fuego, se hacen tan interesantes, se hacen tan reales, ¿qué importo yo en todo este juego de sombras? ¿qué importaba mi caminar errante en la universidad si nunca supe que estaba haciendo en esta vida?
Y digo esta vida como si hubiera otras, pero quién sabe.
Dejarse ir.
Dejarse ir.
El umbral está transparentándose y jugando a las escondidas conmigo. Sabio dolor, vendrás por mí de noche y me abrazarás cálidamente. Tengo la certeza de que me has amado más que a ningún otro. Tengo la certeza de que tu indiferencia al encontrarme en los corredores de la universidad es solo el reflejo de que me extrañas.
Quiero creerlo así, pero qué va, bailemos un rato, finjamos que la vida fue hecha a nuestra medida alguna vez. Creamos que lo que nos dijeron era seguro, creamos que la vida tenía sus credibilidades y neutralidades, creamos en la objetividad, creamos en tu mano sobre la mía y en que nada había que nos matara el amor.
Camilla, o estrella fugaz. Quizás soy un astro a la velocidad de la luz. Un sol que se apaga, un sol que abre los brazos, entregado, antes de explotar.
Madre, el pasillo es frío y tengo miedo. Madre, tápame, cúbreme, cuéntame las historias de la niñez, déjame jugar hasta las nueve, sírveme la leche tibia con dos galletas de chocolate.
El umbral es como una boca y tiene sed. Me afirmo del color blanco y trato de no ser succionada.
Padre, el pasillo es solitario, tan solitario que hace estremecer mis entrañas. Y los tubos me entran por la nariz y la garganta. Mis venas se convierten en casa. Mi sangre cubre las sábanas.
Y tengo ganas de llorar, porque la sábana ya no es blanca y porque la niñez no existía y porque a caperucita realmente se la comió el lobo para siempre.
¿Cuál es mi pecado? ¿Cuál fue el error tan grande que cometí que me volviste la espalda con tanta crueldad?
Ohh madre, protégeme de los fantasmas de la memoria. Ohh padre, cobíjame en tus brazos. Tápenme de noche con las sábanas de blanco y el espanta-cuco, protéjanme de la sombra sobre mi cama, protéjanme de su aliento estremecedor sobre mi cuerpo, protéjanme de la caída imaginaria.
Pero basta, basta , basta. 
Yo solo creía que tenía padres, yo solo creía que ellos me protegerían, cuidarían y amarían.
Pero qué va, ustedes siempre fueron como yo, siempre fueron otros hijos, otros huérfanos, tirados desnudos en medio del mundo a que se las arreglaran solos. Y nunca estuvieron ahí realmente, siempre con sus rostros impávidos y secos, y mis brazos extendidos y suplicantes que jamás encontraron una respuesta.
Mis huesos están rotos, mi humanidad extinta. Las certezas nada tienen de certezas. Los suelos, los pisos, las raíces se desvanecen de golpe cuando intento tocarlas.
¿Qué es esto? ¿Qué es esto?
Cuenta hasta siete, dice el médico, la anestesia surtirá efecto antes de que te des cuenta.
Uno...
Y ya no sentirás más dolor.
Dos...
Te curaremos.
Tres...
Llamamos a tu familia, vienen en camino.
Cuatro...No pude despedirme de ellos, doctor...
No te preocupes, todo saldrá bien.
Cinco...
Los... verás... cuando... vuelvas...
El doctor se aleja. El umbral se dilata como un pozo de agua azul.
Y caigo. Caigo, caigo. Caigo hacia dentro, caigo hacia arriba, los brazos extendidos como el Cristo, la vida entregada sin resistencia.
Yo amé demasiado.
Yo caminé demasiado.
Yo busqué demasiado, cuestioné demasiado, Me equivoqué demasiado.
¿Pero...cuál es mi pecado? ¿Por qué me condenas así? ¿Por qué me condeno así?
Sigo cayendo con el cuerpo hecho pluma y a mis brazos se van ciñendo oscuros momentos, oscuros recuerdos. Sombra junto a mi cama, el llanto de las lágrimas que no cayeron, las culpas de los crímenes no cometidos.
¿Es esto la muerte? ¿El destino final?
Esta caída se siente como un largo y profundo suspiro. Se siente como un flashback. Se siente como un libro bajo la almohada.
Atravieso la oscura barrera que separa este mundo de otra cosa que es indefinible.
¿Dónde estamos exactamente todo el tiempo? ¿En qué lugar residen nuestras mentes cuando no están concentradas en algo particular?
El tumor se ha reventado dentro de mí, puedo verme, puedo ver la sangre sobre la camilla, puedo ver la sangre corriendo a través de la habitación y cubriendo la sombra, el electrocardiógrafo juega a cansarse, y la caída se hace más lenta, floto en el espacio, floto en un líquido viscoso y asqueroso llamado humanidad.
Perdí algo, creo.
Perdí algo importante.
¿Tenía que ser así esta muerte o era igual que las otras muertes diarias?
Nunca viajé por Chile. Nunca adopté un gato. Nunca le robé un beso a mi amor platónico. Nunca le planté una cachetada al acosador de la micro, nunca rompí una foto, nunca maté al espejo y le dije que lo odiaba.
Pip...pip...pip...
Alicia cayendo a la madriguera del conejo.
Pip...
El reloj toma cuerpo y tiene más humanidad que uno.
Pip...
El umbral palpita y mi sangre se vuelve transparente.
Pip...pip...
Creo que le encontré en un paradero de micro, agazapado, hablando historias, hablando palabras que envolvían cuerpos.
Pip...pip...pip...
Madre, padre...si hubiéramos cambiado las cosas antes...
Madre, padre...si no hubiera tenido siempre tanto miedo...
Madre, padre...
Madre, padre...protéjanme de la caída imaginaria. Protéjanme de la sombra junto a mi cama, respirando sobre mi cuerpo, retorciendo mi pánico frente a mis entrañas, agujereando mi memoria.
Un día me encontraste caminando con la incerteza rotunda y me ignoraste.
Y es verdad.
Es verdad.
Todas las cosas que no he dicho y todas las cosas que dije mal.
La caída imaginaria, llevándome hacia dentro, recortándome las entrañas suavemente, anestesiándome la vida, soplándome el tiempo, resquebrajándome el espejo, ahorcándome los árboles de dudas y respuestas que traté de construir.
El pasillo solitario. La camilla saeta. La sábana blanca cubierta de sangre.
Mi infancia suicidándose, mi adultez apareciendo con una ráfaga de viento y destrozando con un hacha los libros.
Yo estaba llorando debajo de la mesa, la mesa estaba llorando debajo de mí, tiritaba y trataba de cobijarse de algo que no podía decirse.
Doctor, ¿este es el fin?
Doctor, ¿qué es lo que tengo?
Doctor...no me alcancé a despedir de ellos.
¿Esta era la vida, este rumbo sin camino, esta respuesta sin pregunta?
En serio, en serio ¿Está era la vida, estas venas sin sangre, esta jeringa sin aguja?
¿Era esta la vida? ¿Era esta Psicología intentando explicar al ser humano sin explicarlo?
La caída imaginaria, todo es como una mecedora que no se mece, una caída detenida, una caída en un segundo alargado siglos, caigo, pero no caigo, avanzo, pero no avanzo. Mis brazos extendidos son cosidos a los intestinos del mundo, trago la sangre de millones de seres humanos y soy escupida a través de su gran boca.
¿Dónde estoy?
¡Zas!
Me caigo de golpe. Choco con el concreto directamente. Me duele la cabeza.
¿Dónde estoy?
¿Dónde estoy?
Qué bueno que hayas despertado, dice su voz suave, cansada.
¿Dónde estoy?
En el hospital, la operación duró 6 horas. Pero estás bien, te pondrás bien.
Quiero seguir durmiendo...
No duermas más, tienes que despertar, eso dijo el doctor.
La mano sobre la mía, cálida, suave, como un baño de agua tibia. Como un nacimiento nuevo.
Y un segundo más tarde...sí...mmm...dolor, viejo amigo, pensé que no ibas a volver.
El umbral sigue latiente, pero expectante, no seguro, no definitivo.
¿Esto es?
¿Y esta caída imaginaria qué?
La vida es una maldita que te agarra a martillazos mientras duermes plácidamente y no te puedes defender. Y nosotros estamos apretando los dientes, pero pidiendo más golpes, más tortura, más dolor, por favor.
Sí, sí, bendito dolor.
Me duelen las sábanas blancas cubiertas de sangre. Me duele la memoria. Me duele la sombra sobre mi cama. Me duele la indiferencia. Me duele Alicia cayendo a la madriguera del conejo. Me duele el tumor, la camilla, el pasillo. Me duelen los padres que no son padres y los hijos que están desamparados y solos, siempre tan solos.
Pero...no sé...no sé por qué...no sé...
¿A qué viene ahora esta sonrisa enorme, emergiendo de mi rostro espontáneamente, como una bomba nuclear?
No puedo parar de sonreír, casi me dan ganas de reír a carcajadas.
Reír a carcajadas con una sonrisa sonora y lunática.
Qué bueno es estar aquí. Qué bueno es tener tu mano sobre la mía. Qué bueno es este dolor de mierda.




martes, 14 de abril de 2015

Un dibujo espontáneo

Hoy hice este dibujo, porque me compré una croquera nueva esperando usarla como cuaderno en la universidad. Literalmente es el primer "cuaderno" que compro y que no es reutilizado este año.
Fue bonito hacer este dibujo, a pesar de la idea siempre recurrente de que debería estar estudiando en vez de hacer estas cosas.
Se los comparto :) A ver si se nos ocurren ideas de cómo forrarlo para que no se desgaste con el tiempo y el uso y termine poniéndose feo :(
Saluditos a todos :D


lunes, 13 de abril de 2015

El cielo que camina

Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, al anochecer, cubierto de su manto estrellado y había algo en sus ojos, pero no dijimos nada, porque teníamos miedo de ser siempre los mismos, preguntándonos las mismas cosas. Teníamos miedo de nacer pensando que podíamos hacer todo y llegar simplemente a hacer un nada cómodo y sin gloria.
Un día escalamos hasta la cima de nuestras dudas y miramos desde abajo cómo todo se veía diferente, estábamos plantados en un espacio-tiempo, con la idea de que éramos pájaros enjaulados en sus mentes.
Yo te dije: no puedo pensar en la vida sin la muerte, pero tú callaste, porque siempre te produjeron recelo mis palabras.
La muerte siempre tuvo ese tinte tan oscuro, tan recóndito, tan lejano, tan odiado por la humanidad, pero a mí me pareció que era hora de reivindicarla.
¿Por qué a la muerte se le vio tan negativamente? ¿Por qué se le juzgó, desconociendo sus encantos?
No me pidas que ignore la muerte diaria, no me pidas que no me piense como un cúmulo de muertes renaciendo en sí mismas. Pero tú te tapabas los oídos cuando yo decía eso, porque pensabas que la vida debía ser prolongada, aunque ésta estuviese vacía.
¿Por qué?
¿Por qué?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra y a veces creíamos que sus palabras no nos tocaban, a veces pensábamos que éramos irrompibles o que la luna no era más que un satélite idealizado por los poetas.
Te dije que prefería una vida corta y con emociones a concho, pero tú no dijiste nada.
¿Dónde estaba tu silencio entonces? ¿En la cima o en la bóveda estrellada? ¿En el subsuelo? ¿En la mente de todos diciéndonos algo inconsciente que sabíamos igual, pero que no queríamos reconocer?
Y ahora me traes este pedazo de alma deshilachado, como si yo pudiera siquiera resistir que estuviera entero frente a mí.
El reloj está a punto de detenerse para siempre y el cielo sigue caminando junto a nosotros, impasible, como si se riera de nuestra humanidad tan llena de grietas, tan llena de cuentos de terror, tan llena de palabras que pretenden alcanzar lo inalcanzable y explicar lo inexplicable.
¿Temes al vacío? ¿Temes a la oscuridad? ¿Temes a los recuerdos?
Yo no sé a dónde tengo que ir esta noche, pero ya estoy atrasada. Ya estoy sintiendo el llamado lejano desde allá. ¿Me acompañarás? ¿Me acompañarás a donde vaya incluso ante la expectativa inevitable de la muerte?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, al anochecer, cubierto de su manto estrellado y había algo en sus ojos, pero no dijimos nada, nos miramos cómplices y callamos nuestra idea de vida, o muerte, como si no supiéramos que no son diferentes nunca, sino más bien como hermanas siamesas ligadas siempre la una a la otra, con el cordón umbilical oscilando.
Y te veo caminar por los pasillos oscuros de la casa, fingiendo que no sientes nada, fingiendo que hay una meta que alcanzar antes de que acabe el día y llegue la noche y te exija que hables, aunque quieras callar para protegerte, aunque quieras gastar el tiempo y matar las horas en cosas que parecen importantes, pero no lo son realmente.
Te veo, ¿me ves tú? Te siento aunque no estés, puedo tocarte, pero te haces humo. Pareces una palabra que se posa en mi mente y me lleva al espejo en busca de una verdad que aún no logro precisar. Podría perder la razón buscándola.
La noche llega de manera tan inesperada que me espanto. Las horas parecen quedarse pegadas todo el día y, de súbito, se corretean unas a otras en mi casa y pasan de golpe. Me abofetean con sus minutos filosos. Como si el tiempo se dividiera en una sucesión infinita de pestañeos imperceptibles que jamás logro entender del todo. Una lógica absurda me persigue a todas partes, buscando las causas de momentos que realmente no las tienen.
El cielo camina con sus pies ligeros en la tierra y sigo buscando cosas que no conozco. La muerte me guiña el ojo en una esquina y yo la saludo con la mano. Estamos en paz. ¿Vendrás mañana por la mañana cuando me cuestione el por qué estoy aquí y el por qué hago las cosas que hago?
Tenemos una cita agendada para el jueves a las 17:30. Ella vendrá con sus dudas y yo procuraré jugar al ajedrez con mis respuestas inventadas, pero el juego nunca llega a una conclusión. El problema es que no tenemos reyes, sino solo peones que caminan incansablemente y enfrentan la vida poniéndole el pecho a las balas.
Pero bueno, seguimos caminando y hablando de ella, de la vida.
Habíamos escalado hasta la cima y miramos hacia abajo, donde la vida parecía perder la seriedad de siempre. No veíamos a los otros pequeños, sino que nosotros nos veíamos pequeños a nosotros mismos, pero no importaba.
El cielo se tumbó con nosotros en el pasto y se echó a reír de nuestra tontería diaria de querer ser perfectos.
¿A qué viene la idea de perfección? No la necesitamos nunca. Solos queríamos poder ser lo que queríamos ser. Solo queríamos poder mirarnos a los ojos y disfrutar de los viajes que nos planteáramos sin estar jugando al gato y al ratón con el tiempo.
Éramos ancianos sentados en el borde de nuestros zapatos, mirando con expectativa muda nuestra juventud futura.
Nos miramos las manos, nos miramos los pies...¿dónde estaba nuestra subjetividad? ¿dónde estaba nuestra identidad? ¿Era verdad que solo estaba en nosotros mismos?
A veces te veo y tengo la sensación de que te pareces más a mí que yo misma. Y yo me parezco más a ti que tú mismo.
Pero te callas y sonríes, siempre discreto, siempre con tu manta de invisibilidad camuflándote con el cielo.Y me confundo, porque tengo la tendencia a poner todo en palabras tratando de alcanzar lo que ellas no alcanzan.
Son bonitas ¿cierto? Son hermosas y misteriosas como nosotros, ¿no es verdad?
¿No contestas, no contestas más?
El cielo se balancea con su manto estrellado y las estrellitas giran ante nosotros, formando un espiral de recuerdos, un espiral de dudas, un silencio que comunica más que todos los escritos juntos.
Y, por fin, advierto que te destapas los ojos y te volteas hacia mí.
De pronto, ahora me recuerdas...y me miras con ese rostro tuyo. ¿Olvidaste que éramos hermanos de esencia? ¿Olvidaste que encontramos la razón del silencio en alguna parte? Y, de improviso, un estallido te va alejando, como si cayeras en un subterráneo mar de preguntas vacías, como si algún agujero te tragara a ti y al tiempo. Me quedo en este espacio que no tiene color más que el que has ido dejando, como una estela de respuestas que están desconectadas de la realidad...como si nada existiese más que un grito desgarrador en la noche que escribiste en esta página.
Y sí, me equivoqué. ¿Por qué te pensé diferente?
Tú eres yo, yo soy tú. Tú eres mi reflejo callado, mi reflejo pensativo, mi reflejo que mira el horizonte mientras este se aleja corriendo y vuelve con flores frescas.
Me pareció que habíamos recorrido mil caminos distintos, pero era solo yo caminando uno solo entre sueños, con el cielo de la mano, con el manto estrellado cubriéndonos y diciéndonos que no importa la muerte, que no importa la vida, porque el misterio es ese, porque los caminos no dejan de ser nosotros mismos buscándonos a nosotros constantemente.
Ahora camino por estos pasillos, calada de frío hasta la médula, sola, buscando a una persona que decían que tenía mi nombre. O que se parecía a mí desde algún punto incompleto. Lo olvidé. No sé quién era ni dónde estaba.
Esa persona del pasado, esa persona del futuro guiñándome el ojo, esa persona que aparece en cada momento y que inventa sus propias palabras y crea sus propias respuestas.
Me golpea la puerta de noche y me cosquillea las entrañas.
¿Pero no era el cielo el que hacía eso?
Camine el cielo con sus pies ligeros sobre la tierra, camine sobre nuestras vidas, camine sobre nuestras búsquedas, camine sobre nuestras entrañas y se transforme en nuestra sangre para que sepamos que es posible el cambio, que es posible la extrañeza frente a lo que parece real, que es posible que seamos pájaros y salgamos volando y nos confundamos con el azul enorme.
Yo te miro y ahora yo callo. Nos entendemos sin necesidad de muchas guías y muchos métodos. Nos entendemos en el espacio callado de lo que somos y lo que no queremos ser, ancianos mirando hacia el futuro, jóvenes mirando hacia el pasado.
El cielo nos abraza y caminamos juntos.
Y pienso. La vida y esa cosa que nadie entiende, que para vivir la vida en serio, hay que tirarse al vacío todos los días y morir de nuevo, y volver otra vez.
Reventar el inicio, descuartizar el tiempo y buscar el botón de salida.
Buscar el botón de salida. Buscar el botón de salida. Buscar el botón de salida.

Algunas consideraciones formales, no literarias

¡Hola! Quería hacer una entrada aclarativa dado mi último "abandono" hacia el blog. He estado un poco ocupada con la U y es de suma importancia para mí publicar escritos y dibujos que por lo menos me parezcan decentes. Bajo esa lógica, he estado trabajando en algunos escritos, pero ninguno me ha convencido lo suficiente como para ser publicado.
Pido disculpas si es que alguien estaba esperando mi cumplimiento estricto en este sentido, pero de verdad de verdad para mí es más importante la calidad que la cantidad. Apenas tenga algo que me parezca relativamente interesante, no duden en que lo compartiré con todo gusto.
Espero que me disculpen por esto.
Gracias por leer a los que han leído, gracias por comentar a los que lo han hecho. Invito a los demás, como siempre, a comentar, a dar sus opiniones o a dar ideas acerca de qué podría escribir.
Saluditos! Y espero que todos estén muy bien :)

sábado, 4 de abril de 2015

Nostalgia y el hilo clavado en la sien

Caen las hojas del tiempo, poco a poco, como palabras dichas entre susurros,
entre ellas puede ir mi nostalgia por algunos días, pero no lo sé,
porque no logro precisar de qué está hecha la nostalgia.
Una puntada de hilo clavada en la cabeza, en la mente, o en el alma,
una puntada de hilo que me va enhebrando progresivamente, con un método complejo
e indescifrable,
que me va atando a los días pasados,
que me va tirando hacia ellos como se tira de un anzuelo.
Y caigo en la trampa, Dios mío.
Caigo en la trampa de volver a los lugares,
de volver a la mentes,
de volver a las miradas que tenía entonces y que ya no tengo ahora.
Pongo el zapatos en las huellas antiguas que siguen impresas y difusas en algún lugar,
pero cuánto han cambiado mis pies sin yo saberlo.
Cuánto han cambiado que ya no entran ni coinciden por ningún lado
en esas ingenuas huellas con cara de inocencia.
¿En qué transcurso, en qué devenir errante llegué a tener estos nuevos ojos?
¿Cómo se transformó el conejo en caballo?
¿Cómo apareció de pronto mi consciencia flotando allá lejos,
unida indisolublemente a mi sangre ahora,
pero sin ser la misma, aun cuando no se suelta jamás?
Detrás tuyo van las sombras de lo que fuiste,
superpuestas unas sobre otras y haciendo un collage triste de colores perdidos
o de formas en las que yo te veía ingenuamente,
sin saber que, en realidad, todo estuvo en mi mente desde un principio.
Pero estamos distraídos,
la trampa siempre está sujeta a algún límite imaginario,
la trampa siempre tiene mi óptica o la tuya o la de todos.
¿Ven tus ojos el mismo color amarillo chillón que veía yo entonces?
Entonces, miento. Siempre miento en alguna medida.
¿Dónde está la nostalgia?
Aquí, acá, antes, ahora.
En el hígado, en el cerebro, en el corazón, en los pies, en el cabello.
Yo te juro que la nostalgia no es todo trampa, o quizás sí.
Quizás sí.
Una trampa cruel a la que uno cae con gusto.
Feliz por ponerse el cuchillo en el cuello.
Feliz, porque alguna cosa extraña que vive en uno,
tira el anzuelo fuerte y te aprieta algunas partes del ser,
obligándote a mirar las cosas con una óptica lejana,
o quizás demasiado actual.
¿Soy yo misma cuando estoy pensando en la yo de antes?
¿Eres tú mismo cuando estás preguntándote por tu mismisidad?
Y mira las manecillas del tiempo, siempre tan distraídas,
tan pensativas,
pasando en la calle con millones de cosas que hacer,
tanto que pasamos junto a ellas y no nos ven,
ingratas pasan y no nos saludan, aunque nos conocen.
Siempre nos han conocido más que nosotros mismos.
Siempre con su apariencia de verdugos alados,
siempre con la alegría de la muerte diaria y el renacimiento prometido.
Deseo fugaz.
Deseo fatal, deseo insaciable.
¿Dónde estaba yo?
La puntada del hilo comienza a coserme los ojos y la boca,
me envuelve el cuello,
me corta el aire,
me cose los miembros,
me cose la costilla al suelo,
me cose el silencio a las palabras de otro, en el momento de otro.
Estoy transformándome en una tela que se cose hacia dentro,
que se convierte en ovillo,
que se oculta hasta ser solo una puntada
que esconde una frazada bordada,
bajo su apariencia de superficialidad.
Y parezco vacía, pero no lo estoy.
Cuando te miro en el espejo me crees indiferente, pero no lo soy.
Cuando me miras con desprecio, me crees fría, pero no lo soy.
Estoy luchando contra la última puntada ¿No lo ves?
La nostalgia, ese hijo muerto que soy yo misma y que está lejos,
tan lejos que no sé si habría podido salvarlo o nunca tuvo cura.
Y la memoria aparece en la llave que gotea en la cocina y me despierta en la noche.
Oye, me dice, ¿tienes un tiempo para hablar de cualquier cosa?
Necesito que me hables esta noche, para rehuir a mi propia tristeza,
a mis propios recuerdos.
Entiendo que ninguno de nosotros comprende nada, entonces...
¿En qué te puedo servir yo?, le respondo con ojos somnolientos.
Pero ella es tierna y cruel a la vez. Y me abraza hasta dormirme.
Sueño con ella todas las noches y me dice que la nostalgia vendrá y seremos amantes.
Pero entonces...¿A qué viene de pronto esta soledad a confundir mi corazón?
¿A qué viene la visión terrorífica de los años,
la vejez, la deterioridad de los minutos,
si se supone que la nostalgia vendría a despertar mis sentidos?
Yo amaba una imagen que parecía más real que mí misma.
Nunca entendí que en realidad era ella la que me amó siempre a mí.
Con malicia me deseaba detrás de un espejo,
con locura me despojaba de mi vitalidad.
Acaso yo era recuerdo y ella siempre fue realidad.
Acaso yo estaba soñando y ella era la cuna de mis sueños.
Acaso yo era el hilo y la puntada, arrastrándola sin final,
a esa infidelidad con el pasado que es la memoria,
a esa usurpadora que viene a quitarnos del presente.
Y cuando se iba, yo bajaba la vista.
Mi cama seguía vacía,
y mi corazón seguía lleno de preguntas.
Sus palabras seguían corporalizándose frente a mí
y golpeando mis huesos hasta destrozarlos.
Entonces, te digo,
sinceramente, ya no hay cura que yo pueda aplicar en mi defensa,
porque la puntada ya ha llegado a su punto culmine.
¿Dónde está ese punto?
Quizás estaba en mi prisión más remota,
o en la ilusión de libertad.
Quizás estaba en un espacio enorme e invisible,
escalofriante, oscuro,
un espacio que estaba entre mi mirada y la de otros.
Entre el recuerdo que creía cierto y los recuerdos que ellos creían ciertos.
Quizás todo fue imaginario.
Y entonces...¿Por qué no vienes y me destrozas de una vez?
¿Por qué no te resignas a que yo he escogido esto?
Mi espejo siempre está roto y buscando otro trozo que añadirse.
Mi espejo siempre es como un reloj de arena que la deja escapar.
¿De qué está hecha la nostalgia?
Un punto eterno entre la verdad y la ilusión de ella.
Un juego de reflejos.
Un soneto arrancado y robado de la mente de su autor antes de ser escrito.
La puntada ha llegado lejos. Profundamente.
¿Seré la misma luego?
¿Era la misma cuando lo pensaba?
Memoria. Nostalgia. Soledad.
¿A qué juego macabro están jugando con mi pobre mente,
agazapada bajo las ventanas más inhóspitas?
Acaso yo nunca sentí nostalgia, era ella la que me sentía.