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viernes, 13 de marzo de 2015

El pájaro que no emigró- Parte II

El pájaro comprendió que todas las preguntas iban más allá de todas las respuestas.
Hiciera lo que hiciera, era como volar hacia un objetivo que estaba en constante movimiento o que se volvía invisible en ciertos momentos.
¿Dónde se puede cobijar un pájaro que no emigra? ¿Dónde puede encontrar su camino si ha negado lo que todos le han dicho desde que era un huevo que tenía que hacer?
¿Cómo acallar los gritos aterrados de todas las aves del mundo? ¿Cómo ignorarlos?
El pájaro sintió nuevamente el peso de la soledad, contemplando lo lleno que estaba el mundo de aves y lo lejanas que estaban todas. Lo lejano que estaba él mismo sin quererlo. Lo inevitablemente solo que está todo el mundo.
Una noche el pájaro despertó con el nido hecho pedazos y sus alas cortadas.
¿En qué momento las cosas habían llegado a ese punto tan álgido? ¿Había estado soñando toda la vida y de pronto se había tenido que despertar tan de golpe? ¿Lo mataría ese despertar?
Había creído que el nido era una especie de jaula viscosa que se le pegaba sin parar. Iba ciñéndose a su cuerpo, cada vez más, apretándolo, ahogándolo, asfixiándolo…las alas eran las principales afectadas. Estaban empapadas hasta la médula de la sustancia viscosa y si no se las arrancaba, moriría ahogado. Era su única salvación. Cortar con su seguridad más patente, arrancarse aquella parte suya que había sido tan bella, pero que ahora le estaba matando.
Todo era una pesadilla, pero el pájaro ya no sabía separarla de la supuesta realidad. Despertó aterrado, en el suelo, contemplando ya su último hogar destrozado por él mismo.
Entonces comprendió el siguiente punto en esa seguidilla de búsquedas, en esa enmarañada forma de tratar de encontrar algo, un no sé qué que iba más allá de todo lo que había conocido o había osado conocer.
La vida es un chasquido, pensó, mirando desde abajo la rama vacía. Una sucesión continua, que no deja de ser repentina a veces, de chasquidos que se mezclan. Un caos de chasquidos. Un tap de tantos chasquidos, porque de un segundo a otro se te ha dado todo, y al siguiente, ese todo ya no existe; al siguiente instante miras de nuevo y sabes que ya nada será igual.
Perder algo, sea lo que sea, siempre es parte de esa sucesión de chasquidos que van pasando sin que un pájaro logre notarlos. Cada chasquido es inseparable del resto completo.
¿Cuándo todo comenzó a parecer vacío, a perder sentido?
Nidos, otros pájaros, tiempo, oportunidades…todo se puede perder.
Y cuando se pierde algo, siempre se pierde una parte propia también, una que no volverá nunca. Una parte irrecuperable que, aun cuando pueda ser reemplazada por otra, jamás será la misma.
El reloj tendría que correr al revés y el pájaro dejar de existir. La respuesta tendría que ser antes de la pregunta. La emigración tendría que ser antes del huevo.
Y ese dicho popular de que si se pierde algo, se gana algo.
¿Sería verdad? ¿Sería verdad lo que se pensaba como verdad? ¿Sería verdad buscar la verdad?
El pájaro, al borde del llanto, caminó en la noche preguntándose si vendrían otros chasquidos más fuertes o más suaves, si vendrían otras fechas de emigración, otros gatos, otros pájaros…y si se irían progresivamente también. Si lo seguirían despertando. Si esos despertares seguirían cortándole alas y dándole, un poco a la fuerza, la necesidad de buscar caminos nuevos.
Y entre todo eso… ¿Cómo evitar la sensación de fragilidad? ¿El gran estado desvalido en que se encontraba todo?
Un chasquido es solo eso. Un chasquido. Y no tiene nada de seguro, de fuerte, de permanente…Como asustarte por caminar en la cuerda floja y de pronto notar que ni siquiera había cuerda.
Un chasquido no es eterno. Ni tampoco una sucesión de ellos.
¿Pero qué es la eternidad, a fin de cuentas? ¿Es tan eterno lo eterno? La eternidad es nada. Es solo un punto en el tiempo que jamás ha logrado ser captado, a pesar de suponerse su existencia. Como un unicornio, o una respuesta final para todas las cosas.
¿Y cómo detener el incesante acoso de las preguntas? Esa eternidad-no eterna se hacía agudamente dolorosa a veces.
¿Cómo dejar de ser pájaro si uno ya lo es? ¿Cómo detener el tiempo? ¿Cómo cambiar el chasquido inicial para que los que sigan sean diferentes?
En una esquina el pájaro se sentó sin sus alas, sabiendo que no quería ser pájaro, pero que era inevitable serlo. No podía dejar de ser pájaro. No podía dejar de preguntarse por qué.
Y sin embargo, todo se configuraba en su mente de una manera dolorosamente confusa. ¿Qué era él? O ¿Qué estaba tratando de ser?
Sucesión de chasquidos.
¿Dónde estoy? ¿Por qué todo da vueltas? ¿Por qué todo se estremece?
Se sintió como un rompecabezas de sí mismo que va mutando las piezas e insertando algunas nuevas que ya ni siquiera son un rompecabezas en sí. En un instante, el pájaro se miró al espejo sintiéndose un no-pájaro sin dejar de serlo. Igual que un violín que despierta siendo una probeta, sin dejar de emitir sonidos musicales.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué las alas? ¿Por qué las plumas? ¿Por qué el nido? ¿Por qué el nacimiento? ¿Por qué la muerte? ¿Y si todo era lo mismo? ¿Y si todo era un conjunto enmarañado de líneas sinuosas que se entrecruzaban entre sí y se tocaban sin saberlo? ¿Dimensiones infinitas relacionadas todas entre sí de una manera espectacular que era difícil de entender, pero que era real? ¿Cómo saber si el sentido era realmente parte de ellas? ¿Y si no…? ¿Y si el gran sentido de todas las cosas no era más que un gran sin sentido…? ¿Dónde se encuentra ese sentido? ¿Ese sentido es estático? ¿Moldeable? ¿Cambia? ¿Se mueve?
¿Y si el sentido no era más que una gran pregunta sin límites…? ¿Y si…?
De pronto, el pájaro divisó al profesor de Historia.
Es difícil precisar por qué lo siguió, pero así lo hizo. Quizás por la apariencia calmadamente segura del anciano o porque en sus ojos había también un atisbo brillante de locura. Quizás porque también cojeaba o porque también parecía solo, aunque sabía dónde ir.
Así es que…sí. Lo siguió. Caminó dolorosamente tras él, arrastrando sus plumas ensangrentadas por varias cuadras.
El profesor iba a la biblioteca, por supuesto. Un lugar que el pájaro no conocía más que de lejos. Por el momento le pareció un lugar adecuado, considerando que al menos estaría caliente y cobijado.
¿Pero qué iba a hacer un pájaro en una biblioteca humana?
Posiblemente no lo habrían dejado entrar así no más. El profesor lo sabía. Un pájaro en una biblioteca, salvo de manera accidental, se acercaba al absurdo. Más aún, considerando que estaba herido y sangraba.
El profesor se compadeció de él. Algo le hizo intuir que había algo diferente. Además…lo había estado siguiendo explícitamente y él lo sabía.
Era un anciano muy observador y poco comunicativo. Lo suficientemente loco como para creer que muchas cosas eran posibles más allá de los sueños.
Para algunos, un viejo raro que odiaba a la gente. Vivía solo. Comía solo. Paseaba solo. O eso creían los otros.
Antes de entrar, el pájaro sorprendido vio cómo el anciano se inclinaba hacia él y lo tomaba suavemente. Con una metódica sencillez, improvisó un vendaje y lo ocultó bajo su chaqueta.
Entraron.
Se sentaron al fondo, junto a unos sofás.
No le dijo nada. No le hizo ningún gesto. No hizo ademán de querer sociabilizar.
El anciano dejó al pájaro en un sofá junto a él, tomó un libro específico de los estantes, se colocó los lentes y se puso a leer tranquilamente. Como si nada…
El pájaro se sintió aturdido. Hace solo un minuto había estado afuera y había perdido todo. Las dudas gritonas de su cabeza lo habían acosado.
Y ahora estaba en aquel lugar, acomodado en un sofá, sintiendo como el palpitante silencio tenía algo que decir. ¿Qué veían los seres humanos en los libros? ¿Qué parte del ciclo elemental de la vida se cumplía en ese lugar?
Su aguda mente de pájaro se iluminó con la curiosidad. Delicadamente se acercó al anciano, subió por el sofá y levantó su cabeza tratando de ver qué era lo que leía.
-“Ser o no ser. He ahí el dilema.”- dijo el anciano, mirando atentamente al ave.- ¿Te interesan los libros?- lo tomó y lo colocó en su hombro.-Leamos. Y si no te gusta este libro, podemos buscar otro. “Ser otro libro”.
El pájaro se posó y leyó con el anciano. El tema del libro no es lo esencial, porque leyeron varios. Muchos.
Por la mañana salían de la casa del profesor, compraban un café e iban a la biblioteca. Salían al anochecer, con los ojos brillantes y las dudas viejas muertas o más grandes, y otras nuevas.
El vínculo que tenían no era tradicional, pero era sólido. De alguna manera, hombre y pájaro, habían llegado a entenderse de una forma muda, intuitiva, casi inexplicable. El anciano le daba alimento, pero no era su mascota. No era su obligación alimentarlo, sino que lo hacía por cortesía. El pájaro le hacía compañía, pero no le hablaba. No era su obligación cambiar la página del libro, pero lo hacía por cortesía.
Cualquiera de los dos podía dejar de ser lo que era en ese instante y partir. Con libertad absoluta.
A veces parecía que compartían opiniones sin cruzar una palabra.
Pero lo maravilloso no eran ellos, si no los libros.
El pájaro lo descubrió muy pronto. Los libros eran alma, eran ave, eran vida y eran muerte. En ellos se podían encontrar miles de sentidos, miles de respuestas, miles de preguntas, miles de vidas.
Se transformaron, en principio, en una especie de bálsamo curativo. Luego, tomaron el rol ya experimentado por el pájaro: sembrar la duda. Y más aún, conducirlo, casi de manera mágica, a una respuesta.
El pájaro se sorprendía de cómo un libro podía ser encontrado. Y de cómo el pájaro o el ser humano no los elegía, si no que el libro los elegía a ellos. Como si alguien se planteara algo de repente y casualmente leyera un libro que hablaba de eso. Como si los libros hubieran estado buscándolos toda la vida para darles su mensaje en el momento correcto.
No obstante, el pájaro seguía sin saber qué sentido tenía la vida. Más que nada, qué sentido tenía su vida. Seguía buscándolo febrilmente, cada día, leyendo libros que incluso el profesor no había leído.
Hasta que un día el profesor lo observó más largamente que de costumbre, pensativo.
-¿Entiendes…- comenzó a decir lentamente.- que nunca encontrarás las respuestas totales a todas tus preguntas?
El pájaro lo miró fijamente.
-Quiero decir…pájaro, te pasas la vida leyendo, pero jamás encontrarás una certeza que dure mucho. Sí, puedes tener una respuesta de vez en cuando, pero pronto tú mismo la cuestionarás y la refutarás y ya no significará nada para ti. Surgirán otras dudas y otras respuestas. Cada vez más grandes y más complejas. Y tú seguirás buscándolas, creyendo que puedes aspirar a cierto grado de seguridad que en realidad no existe. Y un día cuando se te apague la vida, te darás cuenta de que nunca supiste nada, solo creíste saber cosas.
El pájaro cerró el libro y salió a la calle.
Lo que el profesor le había dicho tan resignadamente no era nuevo para él. Otras veces lo había pensado. Había pensado, en aquel invierno, cientos de cosas, la verdad.
Y una de ellas era la triste sensación de que la posibilidad de encontrar el sentido era imposible. Una quimera o una utopía, un recorrido constante siguiendo a una sirena que terminaría por dejar que te ahogaras.
¿Pero qué podía hacer?
Su corazón de pájaro amaba los libros más que a sus propias alas ya inexistentes.
¿Ser o no ser? He ahí el dilema.
¿Ser pájaro? ¿Ser lector? ¿Ser un buscador hasta el fin de los tiempos?
Cuando llegó a la biblioteca, la primera vez, no había comprendido el sentido que tenía ese lugar y lo que se hacía en él, en el ciclo elemental de la vida. Nacer, crecer, reproducirse y morir.
Ahora lo sabía. Había nacido ya innumerables veces. Había muerto. Había sido un oso, al leer un libro, luego había sido una víbora en otro…pero había que elegir algo.
Sí. Había que ser algo. Más allá de toda curiosidad, de toda posibilidad, de todo camino…él siempre había sido pájaro, porque eso le había acomodado en algún momento. Pero ya no. Y por eso, sin querer, había destruido sus últimas conexiones con su antigua vida. Ya no había nido de ramitas físicamente observables. Su nido nuevo eran los libros.
Ya no había alas, pero había café, letras, palabras, frases, argumentos…
Cerraba los ojos e imaginaba un bosque en un lugar lejano, donde, sobre una rama, habían posados miles de libros que volaban y revoloteaban a su alrededor, jugueteando con él de maneras asombrosas. Y una calidez amorosa recorría su cuerpo.
¿Qué libros habrían escrito los pájaros? ¿Habría escrito alguna vez un pájaro un libro? ¿Y por qué nunca habían llegado a él?
Y entonces lo supo. Quería ser escritor. Bajo esa ocupación, bajo esos pensamientos, su vida cobraba un sentido que antes nunca había imaginado.
El profesor se equivocaba, pero tenía razón. Era cierto, nunca encontraría las respuestas absolutas. Pero ¿Necesitaba tenerlas? O simplemente, ¿el punto no era tenerlas propiamente tal, si no aspirar a tenerlas, intentar tenerlas? ¿No era ese su sentido de vida: buscar, esperando acercarse a algo, aun sabiendo que jamás podría acercársele lo suficiente? ¿No era eso lo que habían hecho tantos, queriendo o no, a lo largo de sus vidas? ¿Por qué se requería del límite, si su pensamiento y sus conclusiones no lo tendrían mientras viviera?
Ser. No ser.
Esto era lo que él era. Era un pájaro que no había emigrado, un pájaro lector que quería ser escritor. Un pájaro curioso, un pájaro dubitativo, un pájaro buscador. Él era cuando su vida estaba en eso.
No ser. Ser.
Negar esa búsqueda, esa parte ineludible de sí mismo, habría sido no ser. Irse con los otros pájaros sin preguntarse nada lo habría sido. Negarse era no ser. No decidirse a ser era no ser. No preguntarse era no ser.
La vida aparecía frente a sus ojos como un constante devenir entre un ser y no ser que estaban ligados estrechamente.
El ciclo estaba cumplido, a pesar de que había querido saltárselo. Cumplido de una forma completamente nueva y palpitante.
Nacer en una duda, crecer en ella, dándole más fuerza a la idea en su mente, buscando una respuesta, compartiendo otras ideas…refutando otras…reproducirse en ideas más complejas, encontrando una respuesta que de pronto calza a la perfección…morir. Morir. Morir cuando esa respuesta es refutada y todo se tambalea. Nacer en otra duda. En otra búsqueda. En otro camino.
Este era su sentido. Buscar, crear, preguntarse.
Y todo parecía estar maravillosamente relacionado. Había tantas cosas por descubrir aún o por reformular, por aprender.
El pájaro sonrió y miró atrás un momento. No iba a volver con el profesor, porque ya había aprendido lo que necesitaba aprender de él. Era momento de conocer nuevas cosas, viajar, descubrir la vida y hacer nuevas preguntas. Iba a escribir de todo ello y quizás, con algo de suerte, algún día alguien leería sus palabras y se daría cuenta de que no estaba solo, así como él mismo se había dado cuenta.
Estaba liberado.
No necesitaba sus viejas alas. No necesitaba su viejo nido ni la rama.
Buscaría otros.
Volaría.




3 comentarios:

  1. Acostumbro a mirar el dibujo que pones al final de cada texto antes de leer, así me da una noción de lo que se viene, en este caso vi el pajarito sin sus alas azules sino con alas de sabiduría, supe de inmediato que eran interpretativas, en lo personal me gusto mucho el desarrollo de la segunda parte, sobre todo en la nueva perspectiva para ver el mundo por parte de nuestro pequeño amigo, en la cual aprende a discernir entre el ciclo de la vida sin raciocinio y su contra-parte, gracias a un hombre que fue capaz de acogerlo y darle a conocer lo que hacen los seres humanos en una biblioteca ...
    Me alegra que hayas visto la película, ahora tenemos mas temas en común para futuras referencias ... Saludos Javiera! y que tengas una buena semana :D

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  2. Germán, muchas gracias por tu comentario :) Me alegra mucho que te haya gustado, ojala podamos seguir compartiendo temas y debatiendo si fuera posible. Saludos! Buen semestre académico :D

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    1. Pd: Si es que no la has visto y ya que la vi hace poco y la encontré asombrosa, te recomiendo una pelicula: "Mr. Nobody" , me gustó muchísimo y tiene ideas interesantes :)

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