El pájaro comprendió que todas las preguntas iban más allá
de todas las respuestas.
Hiciera lo que hiciera, era como volar hacia un
objetivo que estaba en constante movimiento o que se volvía invisible en
ciertos momentos.
¿Dónde se puede cobijar un pájaro que no emigra?
¿Dónde puede encontrar su camino si ha negado lo que todos le han dicho desde
que era un huevo que tenía que hacer?
¿Cómo acallar los gritos aterrados de todas las aves
del mundo? ¿Cómo ignorarlos?
El pájaro sintió nuevamente el peso de la soledad,
contemplando lo lleno que estaba el mundo de aves y lo lejanas que estaban
todas. Lo lejano que estaba él mismo sin quererlo. Lo inevitablemente solo que
está todo el mundo.
Una noche el pájaro despertó con el nido hecho pedazos
y sus alas cortadas.
¿En qué momento las cosas habían llegado a ese punto
tan álgido? ¿Había estado soñando toda la vida y de pronto se había tenido que
despertar tan de golpe? ¿Lo mataría ese despertar?
Había creído que el nido era una especie de jaula
viscosa que se le pegaba sin parar. Iba ciñéndose a su cuerpo, cada vez más,
apretándolo, ahogándolo, asfixiándolo…las alas eran las principales afectadas.
Estaban empapadas hasta la médula de la sustancia viscosa y si no se las
arrancaba, moriría ahogado. Era su única salvación. Cortar con su seguridad más
patente, arrancarse aquella parte suya que había sido tan bella, pero que ahora
le estaba matando.
Todo era una pesadilla, pero el pájaro ya no sabía
separarla de la supuesta realidad. Despertó aterrado, en el suelo, contemplando
ya su último hogar destrozado por él mismo.
Entonces comprendió el siguiente punto en esa seguidilla
de búsquedas, en esa enmarañada forma de tratar de encontrar algo, un no sé qué
que iba más allá de todo lo que había conocido o había osado conocer.
La vida es un chasquido, pensó, mirando desde abajo la
rama vacía. Una sucesión continua, que no deja de ser repentina a veces, de
chasquidos que se mezclan. Un caos de chasquidos. Un tap de tantos chasquidos,
porque de un segundo a otro se te ha dado todo, y al siguiente, ese todo ya no
existe; al siguiente instante miras de nuevo y sabes que ya nada será igual.
Perder algo, sea lo que sea, siempre es parte de esa
sucesión de chasquidos que van pasando sin que un pájaro logre notarlos. Cada
chasquido es inseparable del resto completo.
¿Cuándo todo comenzó a parecer vacío, a perder
sentido?
Nidos, otros pájaros, tiempo, oportunidades…todo se
puede perder.
Y cuando se pierde algo, siempre se pierde una parte
propia también, una que no volverá nunca. Una parte irrecuperable que, aun
cuando pueda ser reemplazada por otra, jamás será la misma.
El reloj tendría que correr al revés y el pájaro dejar
de existir. La respuesta tendría que ser antes de la pregunta. La emigración
tendría que ser antes del huevo.
Y ese dicho popular de que si se pierde algo, se gana
algo.
¿Sería verdad? ¿Sería verdad lo que se pensaba como
verdad? ¿Sería verdad buscar la verdad?
El pájaro, al borde del llanto, caminó en la noche
preguntándose si vendrían otros chasquidos más fuertes o más suaves, si
vendrían otras fechas de emigración, otros gatos, otros pájaros…y si se irían
progresivamente también. Si lo seguirían despertando. Si esos despertares
seguirían cortándole alas y dándole, un poco a la fuerza, la necesidad de
buscar caminos nuevos.
Y entre todo eso… ¿Cómo evitar la sensación de
fragilidad? ¿El gran estado desvalido en que se encontraba todo?
Un chasquido es solo eso. Un chasquido. Y no tiene
nada de seguro, de fuerte, de permanente…Como asustarte por caminar en la
cuerda floja y de pronto notar que ni siquiera había cuerda.
Un chasquido no es eterno. Ni tampoco una sucesión de
ellos.
¿Pero qué es la eternidad, a fin de cuentas? ¿Es tan
eterno lo eterno? La eternidad es nada. Es solo un punto en el tiempo que jamás
ha logrado ser captado, a pesar de suponerse su existencia. Como un unicornio,
o una respuesta final para todas las cosas.
¿Y cómo detener el incesante acoso de las preguntas?
Esa eternidad-no eterna se hacía agudamente dolorosa a veces.
¿Cómo dejar de ser pájaro si uno ya lo es? ¿Cómo
detener el tiempo? ¿Cómo cambiar el chasquido inicial para que los que sigan
sean diferentes?
En una esquina el pájaro se sentó sin sus alas,
sabiendo que no quería ser pájaro, pero que era inevitable serlo. No podía
dejar de ser pájaro. No podía dejar de preguntarse por qué.
Y sin embargo, todo se configuraba en su mente de una
manera dolorosamente confusa. ¿Qué era él? O ¿Qué estaba tratando de ser?
Sucesión de chasquidos.
¿Dónde estoy? ¿Por qué todo da vueltas?
¿Por qué todo se estremece?
Se sintió como un rompecabezas de sí mismo que va mutando las piezas e insertando
algunas nuevas que ya ni siquiera son un rompecabezas en sí. En un instante, el
pájaro se miró al espejo sintiéndose un no-pájaro sin dejar de serlo. Igual que
un violín que despierta siendo una probeta, sin dejar de emitir sonidos
musicales.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué las alas? ¿Por qué las plumas? ¿Por qué el
nido? ¿Por qué el nacimiento? ¿Por qué la muerte? ¿Y si todo era lo mismo? ¿Y
si todo era un conjunto enmarañado de líneas sinuosas que se entrecruzaban
entre sí y se tocaban sin saberlo? ¿Dimensiones infinitas relacionadas todas
entre sí de una manera espectacular que era difícil de entender, pero que era
real? ¿Cómo saber si el sentido era realmente parte de ellas? ¿Y si no…? ¿Y si
el gran sentido de todas las cosas no era más que un gran sin sentido…? ¿Dónde
se encuentra ese sentido? ¿Ese sentido es estático? ¿Moldeable? ¿Cambia? ¿Se
mueve?
¿Y si el sentido no era más que una gran pregunta sin
límites…? ¿Y si…?
De pronto, el pájaro divisó al profesor de Historia.
Es difícil precisar por qué lo siguió, pero así lo
hizo. Quizás por la apariencia calmadamente segura del anciano o porque en sus
ojos había también un atisbo brillante de locura. Quizás porque también cojeaba
o porque también parecía solo, aunque sabía dónde ir.
Así es que…sí. Lo siguió. Caminó dolorosamente tras
él, arrastrando sus plumas ensangrentadas por varias cuadras.
El profesor iba a la biblioteca, por supuesto. Un
lugar que el pájaro no conocía más que de lejos. Por el momento le pareció un
lugar adecuado, considerando que al menos estaría caliente y cobijado.
¿Pero qué iba a hacer un pájaro en una biblioteca
humana?
Posiblemente no lo habrían dejado entrar así no más.
El profesor lo sabía. Un pájaro en una biblioteca, salvo de manera accidental,
se acercaba al absurdo. Más aún, considerando que estaba herido y sangraba.
El profesor se compadeció de él. Algo le hizo intuir que
había algo diferente. Además…lo había estado siguiendo explícitamente y él lo
sabía.
Era un anciano muy observador y poco comunicativo. Lo
suficientemente loco como para creer que muchas cosas eran posibles más allá de
los sueños.
Para algunos, un viejo raro que odiaba a la gente.
Vivía solo. Comía solo. Paseaba solo. O eso creían los otros.
Antes de entrar, el pájaro sorprendido vio cómo el
anciano se inclinaba hacia él y lo tomaba suavemente. Con una metódica
sencillez, improvisó un vendaje y lo ocultó bajo su chaqueta.
Entraron.
Se sentaron al fondo, junto a unos sofás.
No le dijo nada. No le hizo ningún gesto. No hizo
ademán de querer sociabilizar.
El anciano dejó al pájaro en un sofá junto a él, tomó
un libro específico de los estantes, se colocó los lentes y se puso a leer
tranquilamente. Como si nada…
El pájaro se sintió aturdido. Hace solo un minuto
había estado afuera y había perdido todo. Las dudas gritonas de su cabeza lo
habían acosado.
Y ahora estaba en aquel lugar, acomodado en un sofá,
sintiendo como el palpitante silencio tenía algo que decir. ¿Qué veían los
seres humanos en los libros? ¿Qué parte del ciclo elemental de la vida se
cumplía en ese lugar?
Su aguda mente de pájaro se iluminó con la curiosidad.
Delicadamente se acercó al anciano, subió por el sofá y levantó su cabeza
tratando de ver qué era lo que leía.
-“Ser o no ser. He ahí el dilema.”- dijo el anciano,
mirando atentamente al ave.- ¿Te interesan los libros?- lo tomó y lo colocó en
su hombro.-Leamos. Y si no te gusta este libro, podemos buscar otro. “Ser otro
libro”.
El pájaro se posó y leyó con el anciano. El tema del
libro no es lo esencial, porque leyeron varios. Muchos.
Por la mañana salían de la casa del profesor,
compraban un café e iban a la biblioteca. Salían al anochecer, con los ojos
brillantes y las dudas viejas muertas o más grandes, y otras nuevas.
El vínculo que tenían no era tradicional, pero era
sólido. De alguna manera, hombre y pájaro, habían llegado a entenderse de una
forma muda, intuitiva, casi inexplicable. El anciano le daba alimento, pero no
era su mascota. No era su obligación alimentarlo, sino que lo hacía por
cortesía. El pájaro le hacía compañía, pero no le hablaba. No era su obligación
cambiar la página del libro, pero lo hacía por cortesía.
Cualquiera de los dos podía dejar de ser lo que era en
ese instante y partir. Con libertad absoluta.
A veces parecía que compartían opiniones sin cruzar
una palabra.
Pero lo maravilloso no eran ellos, si no los libros.
El pájaro lo descubrió muy pronto. Los libros eran
alma, eran ave, eran vida y eran muerte. En ellos se podían encontrar miles de
sentidos, miles de respuestas, miles de preguntas, miles de vidas.
Se transformaron, en principio, en una especie de
bálsamo curativo. Luego, tomaron el rol ya experimentado por el pájaro: sembrar
la duda. Y más aún, conducirlo, casi de manera mágica, a una respuesta.
El pájaro se sorprendía de cómo un libro podía ser encontrado.
Y de cómo el pájaro o el ser humano no los elegía, si no que el libro los
elegía a ellos. Como si alguien se planteara algo de repente y casualmente
leyera un libro que hablaba de eso. Como si los libros hubieran estado
buscándolos toda la vida para darles su mensaje en el momento correcto.
No obstante, el pájaro seguía sin saber qué sentido
tenía la vida. Más que nada, qué sentido tenía su vida. Seguía buscándolo febrilmente, cada día, leyendo libros
que incluso el profesor no había leído.
Hasta que un día el profesor lo observó más largamente
que de costumbre, pensativo.
-¿Entiendes…- comenzó a decir lentamente.- que nunca
encontrarás las respuestas totales a todas tus preguntas?
El pájaro lo miró fijamente.
-Quiero decir…pájaro, te pasas la vida leyendo, pero
jamás encontrarás una certeza que dure mucho. Sí, puedes tener una respuesta de
vez en cuando, pero pronto tú mismo la cuestionarás y la refutarás y ya no
significará nada para ti. Surgirán otras dudas y otras respuestas. Cada vez más
grandes y más complejas. Y tú seguirás buscándolas, creyendo que puedes aspirar
a cierto grado de seguridad que en realidad no existe. Y un día cuando se te
apague la vida, te darás cuenta de que nunca supiste nada, solo creíste saber
cosas.
El pájaro cerró el libro y salió a la calle.
Lo que el profesor le había dicho tan resignadamente
no era nuevo para él. Otras veces lo había pensado. Había pensado, en aquel
invierno, cientos de cosas, la verdad.
Y una de ellas era la triste sensación de que la posibilidad
de encontrar el sentido era imposible. Una quimera o una utopía, un recorrido
constante siguiendo a una sirena que terminaría por dejar que te ahogaras.
¿Pero qué podía hacer?
Su corazón de pájaro amaba los libros más que a sus
propias alas ya inexistentes.
¿Ser o no ser? He ahí el dilema.
¿Ser pájaro? ¿Ser lector? ¿Ser un buscador hasta el
fin de los tiempos?
Cuando llegó a la biblioteca, la primera vez, no había
comprendido el sentido que tenía ese lugar y lo que se hacía en él, en el ciclo
elemental de la vida. Nacer, crecer, reproducirse y morir.
Ahora lo sabía. Había nacido ya innumerables veces.
Había muerto. Había sido un oso, al leer un libro, luego había sido una víbora
en otro…pero había que elegir algo.
Sí. Había que ser
algo. Más allá de toda curiosidad, de toda posibilidad, de todo camino…él
siempre había sido pájaro, porque eso le había acomodado en algún momento. Pero
ya no. Y por eso, sin querer, había destruido sus últimas conexiones con su
antigua vida. Ya no había nido de ramitas físicamente observables. Su nido
nuevo eran los libros.
Ya no había alas, pero había café, letras, palabras,
frases, argumentos…
Cerraba los ojos e imaginaba un bosque en un lugar
lejano, donde, sobre una rama, habían posados miles de libros que volaban y
revoloteaban a su alrededor, jugueteando con él de maneras asombrosas. Y una
calidez amorosa recorría su cuerpo.
¿Qué libros habrían escrito los pájaros? ¿Habría
escrito alguna vez un pájaro un libro? ¿Y por qué nunca habían llegado a él?
Y entonces lo supo. Quería ser escritor. Bajo esa ocupación, bajo esos pensamientos, su vida
cobraba un sentido que antes nunca había imaginado.
El profesor se equivocaba, pero tenía razón. Era
cierto, nunca encontraría las respuestas absolutas. Pero ¿Necesitaba tenerlas?
O simplemente, ¿el punto no era tenerlas propiamente tal, si no aspirar a tenerlas,
intentar tenerlas? ¿No era ese su sentido de vida: buscar, esperando acercarse
a algo, aun sabiendo que jamás podría acercársele lo suficiente? ¿No era eso lo
que habían hecho tantos, queriendo o no, a lo largo de sus vidas? ¿Por qué se
requería del límite, si su pensamiento y sus conclusiones no lo tendrían
mientras viviera?
Ser. No ser.
Esto era lo que él era. Era un pájaro que no había
emigrado, un pájaro lector que quería ser escritor. Un pájaro curioso, un
pájaro dubitativo, un pájaro buscador. Él era
cuando su vida estaba en eso.
No ser. Ser.
Negar esa búsqueda, esa parte ineludible de sí mismo,
habría sido no ser. Irse con los otros pájaros sin preguntarse nada lo habría
sido. Negarse era no ser. No decidirse a ser era no ser. No preguntarse era no
ser.
La vida aparecía frente a sus ojos como un constante
devenir entre un ser y no ser que estaban ligados estrechamente.
El ciclo estaba cumplido, a pesar de que había querido
saltárselo. Cumplido de una forma completamente nueva y palpitante.
Nacer en una duda, crecer en ella, dándole más fuerza
a la idea en su mente, buscando una respuesta, compartiendo otras ideas…refutando
otras…reproducirse en ideas más complejas, encontrando una respuesta que de
pronto calza a la perfección…morir. Morir. Morir cuando esa respuesta es
refutada y todo se tambalea. Nacer en otra duda. En otra búsqueda. En otro
camino.
Este era su sentido. Buscar, crear, preguntarse.
Y todo parecía estar maravillosamente relacionado.
Había tantas cosas por descubrir aún o por reformular, por aprender.
El pájaro sonrió y miró atrás un momento. No iba a
volver con el profesor, porque ya había aprendido lo que necesitaba aprender de
él. Era momento de conocer nuevas cosas, viajar, descubrir la vida y hacer
nuevas preguntas. Iba a escribir de todo ello y quizás, con algo de suerte,
algún día alguien leería sus palabras y se daría cuenta de que no estaba solo,
así como él mismo se había dado cuenta.
Estaba liberado.
No necesitaba sus viejas alas. No necesitaba su viejo
nido ni la rama.
Buscaría otros.
Volaría.
Acostumbro a mirar el dibujo que pones al final de cada texto antes de leer, así me da una noción de lo que se viene, en este caso vi el pajarito sin sus alas azules sino con alas de sabiduría, supe de inmediato que eran interpretativas, en lo personal me gusto mucho el desarrollo de la segunda parte, sobre todo en la nueva perspectiva para ver el mundo por parte de nuestro pequeño amigo, en la cual aprende a discernir entre el ciclo de la vida sin raciocinio y su contra-parte, gracias a un hombre que fue capaz de acogerlo y darle a conocer lo que hacen los seres humanos en una biblioteca ...
ResponderEliminarMe alegra que hayas visto la película, ahora tenemos mas temas en común para futuras referencias ... Saludos Javiera! y que tengas una buena semana :D
Germán, muchas gracias por tu comentario :) Me alegra mucho que te haya gustado, ojala podamos seguir compartiendo temas y debatiendo si fuera posible. Saludos! Buen semestre académico :D
ResponderEliminarPd: Si es que no la has visto y ya que la vi hace poco y la encontré asombrosa, te recomiendo una pelicula: "Mr. Nobody" , me gustó muchísimo y tiene ideas interesantes :)
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