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jueves, 12 de febrero de 2015

Como si sirviera tener garras

Aparté de mí el sincero fulgor de tus ojos,
porque con ser cordero no basta,
aunque suene más calmo,
más cómodo, más suave que ser león,
era menos útil.
Como si sirviera tener garras,
como si sirviera tener astucia,
como si sirviera huir tal portazo de viento...
Yo sabía que podía que mis esfuerzos fueran inútiles,
pero debía intentarlo,
debía hacer todo lo posible por escapar de la mirada asesina.
Si fuera tan simple como partir cada día de casa
al comprar el pan...
Si fuera tan fácil como huir en la madrugada
antes de que la madre despierte para el desayuno...
Así es que saqué la navaja ingenua,
empuñé fuerte el libro,
me apronté al escudo irónico de mis palabras.
El beso yacía como un tic-tac sobre la cama,
pero yo procuraba cubrirme a fondo con las sábanas,
como si ellas fueran impenetrables de verdad.
Yo trataba de ocultarme bajo los lentes del Sol,
esperando que pudieran salvarme
de ese invierno tan luminoso que vivía míticamente
en mis novelas de bolsillo,
cursis o no,
pero que solo permanecían allí.
Cuando parecía seguro el transcurso
más o menos estático del tiempo,
que no por eso dejaba de estar corriendo,
igual que si se subiera a una trotadora
y corriera en un solo lugar sin avanzar,
durante años...
Hasta que se rajó la tela de lo escrito
y atravesó los muros de lo real,
hasta que me encontré sentada frente al fuego,
con la impresión de que el fuego se sentaba frente a mí
para ver cómo era yo quién se consumía vorazmente,
escuchando tus palabras
como una melodía pegajosa en mi mente.
Entonces el mazo es más fuerte cuando golpeó de noche
las raíces de mi árbol orgulloso,
porque no nos preparamos para este ataque,
pensando que era demasiado estúpido creer
en lo ídilico de las novelas y películas,
las frases, palabras, motivos,
las canciones escritas y calladas,
tan asquerosamente manoseadas
una y otra y otra vez,
por años de cartas y vestidos deshilachados.
Una advertencia,
una carta de consejo,
por años de poetas que escribían a la Luna,
por años de Jane Austen, Gustavo Adolfo Bécquer, Benedetti...
y tantos otros que nos dijeron que nadie se libra.
Pero no les creímos.
Estábamos riéndonos de algo tan cataclísmico,
tan inexcusable.
Me precipité a cortar a hachazos el tronco del árbol,
a dar el golpe fatal en la coronilla,
pero era tarde ya para la plaga silenciosa.
Y las palabras de los poetas de nuevo,
todo dejó de ser tan cliché y tan insulso,
odié la realidad cáustica que se me presentaba ahora,
la cruda presentación de las entrañas de mi árbol,
dispuesto a ser devorado por los cuervos,
creyendo que un ideal se asomaba.
¿Quién habrá asociado a la divinidad con el amor?
He pensado que el amor tendría más de humanidad,
en el sentido de lo maldito,
de lo errático,
de lo tan poco perfecto,
de lo tan poco duradero,
de lo tan engañoso,
manojo de cuento,
ideal estético artificioso,
excusa barata para el comercio,
chancleta inmunda del momento de buscar lo cierto.
¿Qué se puede hacer frente a la locura de esa certidumbre brutal?
No digas nada,
que quizás logres no expandir la epidemia,
que quizás logres con eso retrasar el desenlace.
O dilo todo,
porque el silencio encrudece las cosas en el fuero interno,
porque crece la enfermedad sin ser detectada,
el silencio se alza como la cortina fatal
antes de la muerte del héroe eterno,
antes de la maldición irrevocable.
Pero ¡zas!
que ya nos toca el juicio,
que ya vienen los oradores con sus preguntas,
que ya vienen los aniversarios y los corazones,
que ya vienen las palabras susurradas,
que ya viene la mano tomada del tiempo,
de los ojos,
de la vida,
de la muerte,
del odio que sigue siendo amor.
Entonces...¿Qué remedio?
Estoy atrapada como una mosca alegre,
esperando a ser devorada.
Una sonrisa aparece en mi boca cada vez que pienso,
cada vez que oigo,
cada vez que camino entre las calles pensando en cantar.
Pero no digas nada,
que si lo dices quizás muera.
O dilo todo,
que si no lo dices quizás viva para siempre.
Que me perdone el asco propio
de la certeza de que soy otro cliché
de carne y hueso,
curado de espanto por otro beso.
Como si sirviera tener garras,
como si sirviera tener astucia,
como si sirviera huir tal portazo de viento...

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