*(Es lunes y se supone que no es día de publicación, pero decidí compartirles este escrito un tanto "místico" a mí parecer. Espero que les guste :) Pd: El viernes publicaré la II Parte de El Pájaro que no Emigró...saludos! :D )*
Nosotros, los
humanos, hemos sido millones de cosas. Nos deformamos con la facilidad de una
masa eternamente en búsqueda, eternamente muriendo y volviendo a esa vida
inapreciable, esa que se arranca de los dedos como pintura diluida. La vemos
como si se tratara de una historia absurda que algún escritor demente decidió
estampar en un árbol muerto.
Hemos sido cosas
extrañas, ridículas y otras… hermosas. Y las seguiremos siendo.
Somos camaleones la
mayoría del tiempo, cambiamos de opinión fácilmente; en un momento somos seres
alados, iluminados (como el alba antes de que la corrompan nuestras miradas
ingenuas, sedientas de luz); y de pronto, la conciencia se nos solidifica, nos
volvemos concreto, pasamos a ser malvados, seres desfigurados, oscuros.
Sin embargo, hay
una cosa que no podemos cambiar, aún cuando hemos intentado negarla desde que
abrimos el primer ojo, desde que lanzamos ese alarido que nos da la vida
envuelta en papel de dolor.
Quisiéramos
estrellar la verdad con un auto y verla desangrarse impotente, idiota…imbécil;
o tal vez mandar a un sicario a deshacerse de ella.
Somos
increíblemente creativos en eso.
Pero la verdad es
la verdad. Nada más. No importa qué hagamos al respecto, no importa que
queramos evitarlo.
Se alzará en algún
momento, en alguna parte…y se nos grabará en la frente sucia y errante.
Y la verdad es.
Solo es, sin juicios de valor entremedio. Y estamos buscándola, rastreándola…siguiendo
sus huellas.
Somos cazadores
caminando a mitad de la noche en un sendero que no estaba en el mapa.
Respiramos frío, añorando alguna chimenea burlona de alguna casa inexistente.
Tenemos frío,
porque los zapatos están mojados por la historia. Quisiéramos no haber salido
hoy, mañana era más fácil.
Somos cazadores
inválidos de mentes, buscando en algún rincón una presa lo suficientemente
buena como para colgarla en la pared, o llevarla puesta como una medalla.
Somos millones de
cazadores vagando, todos en un solo bosque. A veces se nos hace pequeño como la
suela de nuestro zapato roto, pero se nos olvida, porque nos tapamos los ojos
para no arriesgarnos a tropezar.
Somos millones
pisando las mismas hojas muertas del tiempo, miles escuchando la respiración
entrecortada de la presa perseguida, miles contando pistas, miles oliendo
vidas.
Estamos a tan corta
distancia unos de otros que podríamos estirar un brazo y tocarnos temerosos
como suricatas, para luego huir nuevamente y empezar de cero la cacería. Pero
no nos podemos ver entre sí sin saber por qué. El que está a la derecha casi
puede oír el pensamiento del otro a su izquierda, puede olerlo y palparlo,
tanto que si le pidiesen que dibujara su silueta, él podría hacer un retrato
completo.
Pero no puede
verlo.
Y el cazador se
distrae de su presa y se rebana la cabeza preguntándose por qué no ha de poder
ver a ese similar suyo, realmente como es y no como habita en su mente. Se
pregunta si quizás no será todo lo que lo rodea solo una habitación de su
mente, hasta él mismo…hasta ella misma. Hasta la idea de verdad.
Pero ese es el
asunto de la cacería. Somos cazadores y no podemos evitarlo. El misterio de la
cacería nos suele reventar la cabeza y no sabemos por qué.
Millones de
cazadores han desaparecido preguntándose ese por qué y buscando una respuesta,
la que fuera.
Es como un virus,
del que todos estamos contagiados. Algunos desaparecen antes y otros después.
No sabemos cómo ni
a dónde fueron. Solo desaparecen y nosotros nos encojemos de hombros: de eso se
trata la cacería.
Teníamos un papel
escrito con eso, pero se nos perdió hace años.
Somos cazadores y
llevamos la escopeta colgada de la espalda. Sabemos usarla, pero nos da pavor
jalar el gatillo. Los gatillos son extraños, aunque nosotros los creamos.
Un gatillo puede
amarrar a mil aves y llevárselas a todas al sur, formando un cometa ardiente.
Algunos han arrojado vidas a fondos de pantanos con un solo y miserable
gatillo. Les tenemos miedo.
Por eso, nosotros
los cazadores, hemos decidido usar esa escopeta solo una vez y tenemos solo una
bala.
Algunos desaparecen
antes de usarla y otros, la usan antes y la gastan inútilmente. Entonces, por
la noche, se los come algún oso indigente y bobo.
Somos millones de
cazadores en un solo bosque de concreto imaginario.
A veces se nos hace
tan grande el bosque que se nos olvida la presa y nos dedicamos a recorrerlo,
aspirarlo y hacemos música con él. Nos gusta ahogarnos en su incienso
melancólico y dubitativo.
El bosque es la
caja. El bosque es la caja infinita y nosotros estamos en ella, pero no somos
parte de sus rincones, no somos parte de su aliento. Quisiéramos penetrarla,
pero no sabemos cómo.
Nos imaginamos que
algún día, la caja se lloverá y se diluirá con el líquido inmóvilmente activo.
Tememos a ese día.
Tenemos la cajita
bajo la cama llena de polvo, pero cuando el ratón entre para huir con ella,
hemos de llorar lágrimas imbéciles.
Cómo amamos esa
caja simple y resumidora de todo, la vida que guarda…pero cómo nos aburre
también, al extremo de que a veces deseamos lanzarla al papelero. Sin embargo,
nos arrepentimos justo antes.
Somos cazadores
buscando la presa, en todo caso. Nos distraemos, pero en eso estamos la mayoría
del tiempo.
La presa.
No sabemos cómo es,
dónde está, ni cómo llevarla a casa. ¿Debemos aniquilarla? ¿Sedarla o
simplemente engañarla para que nos siga?
Creemos llevar los
implementos necesarios, pero a veces dudamos. Nos dan ganas de volver a casa y
dejarlo así, pero nos basta una noche de insomnio para que la añoremos más.
La deseamos.
Deseamos tenerla
casi con locura. Nos recuerda a una droga que nos dejó algún genio inmortal en
alguna receta muerta. Nuestros sentidos vibran cuando pensamos en ella, la
presa es nuestro oxígeno. Volvemos a la búsqueda, a la cacería una y otra vez.
Somos cazadores y
vivimos de la cacería.
Pero sufrimos de
alzhéimer, ese es nuestro mayor defecto y nuestra mayor ventaja.
Cuando encontramos
una pista, nos alegramos y, al día siguiente, no sabemos qué era. Empezamos de
nuevo en un ciclo interminable y estúpido. Nosotros somos la ruleta. Éramos
inmóviles, pero nos brotó alma de un día para otro. Casi nos atragantamos.
La cacería no acaba
jamás.
Todos nosotros
estamos diseñados solo para eso: el nombre de la presa está escrito en nuestras
entrañas.
No sabemos cómo es,
pero cuando la vemos al fin, sabemos ante qué estamos parados. El libro de las
instrucciones se nos abre de un segundo a otro. No sabíamos que estaba allí,
pero ahí estaba.
Todo el universo
decanta en ese momento de éxtasis; somos cazadores y en ese espacio
desconocido, al fin, entendemos todo. Hemos penetrado la caja con fuerza y
debilidad, destrozándonos en mil pedazos, uniéndonos con los fragmentos del
bosque, también quebrado.
Se nos revela en
ese instante explosivo que somos cazadores, pero que no importa la presa, sino
el sendero. La presa solo es la excusa.
Vinimos por eso, la
presa se escapa, pero da igual, importa la cacería, importa la búsqueda,
importa el anhelo, el deseo de perseguir algo que no muere jamás.
Entendemos todo
entonces y olvidamos la escopeta y su única bala; se nos olvida el bosque o la
venda sobre nuestros ojos.
Se nos estrella
contra la frente la verdad y el misterio juntos, fusionados en uno solo.
Y lloramos.
No sabemos por qué.
Lloramos y lloramos sin poder parar, de rodillas en mitad del bosque, frente a
la presa que no nos quita sus ojillos de mar de encima.
Y seguimos siendo
cazadores.
La presa se vuelve
enorme y fuerte en ese momento, más que uno mismo, y se alza para tragarnos,
bebernos…consumirnos…con ternura, como en un abrazo prolongado, con delicadeza
extraña. Nos recuerda al inicio que no tuvimos.
Somos cazadores y
la cacería nos transforma en presa no desde que somos devorados, sino desde que
la empezamos. Desde antes incluso.
Encontramos a
nuestra presa, pero mañana, al despertar, lo habremos olvidado de nuevo. El
inicio nos habrá agrietado la mente indecente, vacilante y burlona.
Tremendamente frágil también.
Seremos seres
inmóviles y perspicaces. Seres sordos como el eco, topos buscando abejas.
Somos cazadores y
caminamos enredando nuestros pies con las raíces del bosque, familiar y
desconocido.
Miramos los
rastros, seguimos las huellas, inundamos de historia inconclusa las copas de
los árboles clonados unos con otros.
Existimos lo que
somos, y lo moriremos algún día, quizás, porque la muerte no nos mata.
Somos cazadores y
caminamos, porque para eso estamos aquí, para eso nacimos, para caminar y
caminar, buscando, buscando siempre.
Créeme que si pudiera darte un premio por esta frase: "Pero sufrimos de alzhéimer, ese es nuestro mayor defecto y nuestra mayor ventaja." ... lo haría, me gusto *.* ... creo que la pediré prestada :B
ResponderEliminar