Yo tenía una parte de él y él una parte mía y de todos los seres a los que había amado, amo, odio, odié y conocí en mi vida. De los que creí conocer. De los que se quedaron un tiempo y luego se fueron, de los que se quedan ahora en una preciosa incertidumbre...Yo tenía una parte de él, una imagen, un reflejo, un extracto, una sensación...olor, forma, tacto...sabor...Era repugnante.
Intensamente asqueroso.
Me descubrí con el corazón inyectado en rencor y violencia, como si no fuera sangre lo que corriera por mis venas, si no odio. Un odio brutal e irreversible. Un odio impotente, asfixiante, doloroso...como muros volviéndose más gruesos sobre mi cabeza, ciñéndose sobre mí, estrangulándome.
Así es que...¿Me haces daño y luego te llevas parte de mi inocente ingenuidad? ¿No pagas, no sufres por semejante crimen? No es justo y nadie hará algo para remediarlo. Nadie. Ni siquiera yo.
¿Por qué? Porque ni sentido tiene hacer justicia, ensuciarse las manos, chocar contra tu rostro impasible. Y eso también es injusto. Injusto que ya no sea justo ni sensato intentar hacer justicia.
Yo deseaba que sufrieras tanto como lo había hecho yo. Como lo hago yo. A veces.
Pero como llevo una parte tuya en mi interior lo entendí todo. Mi memoria, mis recuerdos...mi silencio de años...también había maldad en mí. También culpa. También soy un reflejo oscuro de tu atrocidad a lo largo de los años. Soy una semilla de violencia, de agresión, de repugnante impunidad. También mi imagen es un tinte injusto, cruel.
Con ello, todo estaba viciado. Podrido. Sin remedio. No hay vuelta.
¿Qué reproche podía efectuar entonces? ¿Cómo puede separarse el color negro del mismo color negro?
Si tú sufrías, también lo haría yo. Era igual que lanzarse a un abismo, con la promesa de llevar a otro consigo.
Y entonces...en el mismo centro negro de esas lágrimas mezcladas con sangre y deseo de torturas, propias o ajenas...encontré también mi única esperanza. Qué raro. Pero es verdad.
Si podía tener una parte tuya dentro de mí, también podía tener una parte de cualquier otro que permaneciera en mi memoria, arraigado, fuerte y afortunadamente (o lamentablemente) duradero.
¿Y si era una parte de bondad y no repugnancia? ¿Y si era un trozo de luz y no oscuridad?
Lo supe. Yo soy tú y tú eres yo. Yo soy ellos y ellos son yo. Lo bueno de nosotros, sin ti, es lo bueno en mí. Nuestro vínculo es el remedio. La salida. La mano que acoge, que acaricia. Una calidez vital. Un hilo viviente.
Empequeñeciste. Tomaste un lugar menos poderoso.
Parecías de pronto, solo un grano de arena, y tu daño era insignificante en nuestro mar, en nuestra duda...había algo que nos unía y nos salvaba. Una idea que tiene carne, sangre, huesos...Un sentimiento. Un resplandor.
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sábado, 15 de noviembre de 2014
lunes, 10 de noviembre de 2014
Pablito clavó un clavito
Pablito clavó un clavito, ¿Qué clavito clavó Pablito?
El primero lo clavó cuando tenía ocho años. O eso recuerdo. Tenía una sonrisa macabra en su mirada y sus palabras se volvieron mi principal trampa.
Clavó el clavito del miedo. El primero y el más letal. En mi mente y en mi corazón, el clavito de Pablito hacía su efecto como si se derritiese dentro de mí, envenenando varios tejidos, y pensé que el mundo podía ser oscuro y cruel. Pensé que había maldad y desconfianza. Sentí que estaba indefensa y nada podía hacer para defenderme.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El segundo lo fue clavando lentamente. Y Pablito tenía muchos rostros: escuela, compañeros, trabajo, sociedad, hasta familia. Se llamaba rechazo ante lo diferente. Se llamaba capacidad de juzgar lo ajeno como algo incorrecto.
El clavo tenía el martillo de la burla y del aislamiento. A veces era un clavo que llegaba indirectamente, con un camino sinuoso de moralidades gastadas.
Y el clavito de Pablito se volvió más profundo. Hundió más el clavo anterior, trazó una línea de caída. Un punto de quiebre.
Y pensé que yo podía ser oscura y que debía tener desconfianza de mí, porque estaba indefensa y no debía tratar de defenderme, porque la defensa no es merecida por los acusados que ya han sido declarados culpables.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El tercero se llamó conformidad. Era el más silencioso de todos. Nadie supo nunca cómo logró encajarlo allí y martillarlo tan firmemente sin levantar sospechas.
Era un clavo de detalles. Detalles y más detalles que formaban un gran escenario de clavos.
Era bajar la cabeza y no decir nada. Era hacer lo correcto y cumplir con el deber. Era tomar el camino más socialmente aceptado, pero no el que pudiera funcionar para mí.
El camino de las buenas notas, el futuro, el buen sueldo, el buen traje, la buena casa y la carrera prestigiosa...¿Para qué? No se sabía bien para qué ni por qué. Todo resultaba confuso entre la presión interna y la externa.
El clavo estaba inyectado en mi cerebro y rodeado de pequeñas excusas diarias y pequeños argumentos inviables que iban a desprenderse en algún momento crítico.
Pero yo no lo sabía. No lo quise saber. Lo ignoré y lo dejé incrustarse en mí.
Nunca supe que estaba allí hasta que ya estaba muy grande, hasta que ya había llegado bastante lejos.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El último se llamó pérdida de la fe, de la confianza, dejar de creer.
Y ese fue el clavo más fatal. El más enorme.
Atravesó mi vena aorta y me cerró la garganta. El corazón era un atochadero de venas rotas y sangre sucia. Comenzó el envenenamiento masivo y los otros clavos terminaron de soltar sus toxinas.
Convulsioné algún tiempo. Tragué mi propia sangre y mis propias lágrimas, sin ser capaz de pedir o recibir ayuda.
Y pensé que la vida podía ser oscura y cruel. La gente podía ser oscura y cruel. El mundo podía ser oscuro y cruel. Yo podía ser oscura y cruel.
¿Entonces qué remedio quedaba?
El clavito de Pablito apuntaba a una decisión final. A un corte de raíz. A una muerte anunciada y voluntaria.
Pensé en lanzar los despojos de mi cuerpo y mente a una cama de clavos y acabar con todo.
Pablito no podría clavar más clavitos, porque no habría dónde clavarlos. Punto final. Silencio total.
¿Pablito clavó un clavito? ¿Qué clavitos clavó Pablito? ¿Y si hubiera sido otro y no Pablito?
Entonces noté que Pablito no clavaba solo los clavitos, si no que tenía un buen ayudante que los introducía a fondo. Y ese ayudante tenía mi propio rostro, mis propios pensamientos, mis propias palabras, mis propios gestos.
Yo el martillo, yo el clavito, yo parte del mismo Pablito.
Y entonces tomé los despojos y los mandé a reparar.
Hubo otros clavos y otros martillos. Hubo pegamentos, hilos, y otros trabalenguas.
Y pensé ¿Puede la gente ser oscura y cruel? Sí, puede. ¿Puede ser el mundo oscuro y cruel? Sí, puede. ¿Puedo yo ser oscura y cruel? Sí, puedo.
Pero...¿Puede uno escoger sus propios clavos? Sí, puede. ¿Puede uno detener a Pablito y dejar de darle el poder de clavar esos clavos tan dolorosos? Sí, puede.
¿Puede el mundo, la gente, y yo misma dejar de ser oscura y cruel? Sí, en ocasiones, puede.
¿Por qué? Porque somos humanos y no somos perfectos.
Pero lo intentamos o lo podemos intentar.
Porque, así como somos capaces de crear las cosas más horrendas, somos capaces de los bienes más grandes y las obras más magníficas.
Uno puede ser carpintero o albañil de su propio trabalenguas.
Pablito trató de clavar otros clavitos...¿Qué clavitos clavó Pablito?
Ninguno sin que yo opusiera mi martillo.
El primero lo clavó cuando tenía ocho años. O eso recuerdo. Tenía una sonrisa macabra en su mirada y sus palabras se volvieron mi principal trampa.
Clavó el clavito del miedo. El primero y el más letal. En mi mente y en mi corazón, el clavito de Pablito hacía su efecto como si se derritiese dentro de mí, envenenando varios tejidos, y pensé que el mundo podía ser oscuro y cruel. Pensé que había maldad y desconfianza. Sentí que estaba indefensa y nada podía hacer para defenderme.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El segundo lo fue clavando lentamente. Y Pablito tenía muchos rostros: escuela, compañeros, trabajo, sociedad, hasta familia. Se llamaba rechazo ante lo diferente. Se llamaba capacidad de juzgar lo ajeno como algo incorrecto.
El clavo tenía el martillo de la burla y del aislamiento. A veces era un clavo que llegaba indirectamente, con un camino sinuoso de moralidades gastadas.
Y el clavito de Pablito se volvió más profundo. Hundió más el clavo anterior, trazó una línea de caída. Un punto de quiebre.
Y pensé que yo podía ser oscura y que debía tener desconfianza de mí, porque estaba indefensa y no debía tratar de defenderme, porque la defensa no es merecida por los acusados que ya han sido declarados culpables.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El tercero se llamó conformidad. Era el más silencioso de todos. Nadie supo nunca cómo logró encajarlo allí y martillarlo tan firmemente sin levantar sospechas.
Era un clavo de detalles. Detalles y más detalles que formaban un gran escenario de clavos.
Era bajar la cabeza y no decir nada. Era hacer lo correcto y cumplir con el deber. Era tomar el camino más socialmente aceptado, pero no el que pudiera funcionar para mí.
El camino de las buenas notas, el futuro, el buen sueldo, el buen traje, la buena casa y la carrera prestigiosa...¿Para qué? No se sabía bien para qué ni por qué. Todo resultaba confuso entre la presión interna y la externa.
El clavo estaba inyectado en mi cerebro y rodeado de pequeñas excusas diarias y pequeños argumentos inviables que iban a desprenderse en algún momento crítico.
Pero yo no lo sabía. No lo quise saber. Lo ignoré y lo dejé incrustarse en mí.
Nunca supe que estaba allí hasta que ya estaba muy grande, hasta que ya había llegado bastante lejos.
Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?
El último se llamó pérdida de la fe, de la confianza, dejar de creer.
Y ese fue el clavo más fatal. El más enorme.
Atravesó mi vena aorta y me cerró la garganta. El corazón era un atochadero de venas rotas y sangre sucia. Comenzó el envenenamiento masivo y los otros clavos terminaron de soltar sus toxinas.
Convulsioné algún tiempo. Tragué mi propia sangre y mis propias lágrimas, sin ser capaz de pedir o recibir ayuda.
Y pensé que la vida podía ser oscura y cruel. La gente podía ser oscura y cruel. El mundo podía ser oscuro y cruel. Yo podía ser oscura y cruel.
¿Entonces qué remedio quedaba?
El clavito de Pablito apuntaba a una decisión final. A un corte de raíz. A una muerte anunciada y voluntaria.
Pensé en lanzar los despojos de mi cuerpo y mente a una cama de clavos y acabar con todo.
Pablito no podría clavar más clavitos, porque no habría dónde clavarlos. Punto final. Silencio total.
¿Pablito clavó un clavito? ¿Qué clavitos clavó Pablito? ¿Y si hubiera sido otro y no Pablito?
Entonces noté que Pablito no clavaba solo los clavitos, si no que tenía un buen ayudante que los introducía a fondo. Y ese ayudante tenía mi propio rostro, mis propios pensamientos, mis propias palabras, mis propios gestos.
Yo el martillo, yo el clavito, yo parte del mismo Pablito.
Y entonces tomé los despojos y los mandé a reparar.
Hubo otros clavos y otros martillos. Hubo pegamentos, hilos, y otros trabalenguas.
Y pensé ¿Puede la gente ser oscura y cruel? Sí, puede. ¿Puede ser el mundo oscuro y cruel? Sí, puede. ¿Puedo yo ser oscura y cruel? Sí, puedo.
Pero...¿Puede uno escoger sus propios clavos? Sí, puede. ¿Puede uno detener a Pablito y dejar de darle el poder de clavar esos clavos tan dolorosos? Sí, puede.
¿Puede el mundo, la gente, y yo misma dejar de ser oscura y cruel? Sí, en ocasiones, puede.
¿Por qué? Porque somos humanos y no somos perfectos.
Pero lo intentamos o lo podemos intentar.
Porque, así como somos capaces de crear las cosas más horrendas, somos capaces de los bienes más grandes y las obras más magníficas.
Uno puede ser carpintero o albañil de su propio trabalenguas.
Pablito trató de clavar otros clavitos...¿Qué clavitos clavó Pablito?
Ninguno sin que yo opusiera mi martillo.
jueves, 6 de noviembre de 2014
La ventana
Atravesé la ventana.
Allá afuera estaban las voces de los que la atravesaron antes que yo.
Un pequeño torbellino sacudió mis raíces.
La gente es mala, dijeron cuando yo era niña, ten cuidado, desconfía. No debes ser demasiado buena, porque se aprovecharán de ti, dijeron cuando yo era adolescente.
Todos tenemos un lado oscuro, me dije cuando me sentí cerca de ser adulta. Mis ojos adquirieron el color de la humanidad y me oscurecí.
Sentí como si pequeñas grietas aparecieran cerca de mis manos. Sentí como si mi mirada se tornara subterránea, sinuosa, como una enredadera de espinas.
Y el hombre perdió un poco de su capacidad de contar cuentos.
Y me encontré caminando sola en medio de la noche, con la certeza de que algo se ocultaba tras de mí, como una sombra o un reptil alimentándose de mí. Había una risa en mi espalda, había un susurro en mi cabello, había voces que se arremolinaban a mi alrededor.
La gente es mala. ¿Será verdad?
¿Hablarían en serio cuando nos contaron que en las noches salían los monstruos a buscarnos por nuestros pecados?
Sentí que me tragaba un agujero profundo y escupía una daga.
El fantasma está esperándome en alguna parte de mi propia mente, un pasillo o un recodo que olvidé resguardar.
Doblo la esquina.
Entonces me doy cuenta.
Allí, entremedio de las calles ennegrecidas por la dama de la noche, hay una ventana. Una ventana celeste y a prueba de golpes.
¿Qué queda?
A mi alrededor todo parecen ojos inyectados en sangre que me observan con una ira asesina y extraña.
La gente es cruel. La vida es injusta. Yo misma soy un reflejo de maldad, un cuchillo oxidado. Un libro que fue quemado. La bruja incendiada por hereje o la obligada a saltar del acantilado.
¿Estás segura?
¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Cuál es el límite ilimitado?
¿Cuál era el origen?
Respiro profundo. Me transformo en saeta de fuego. Corro hacia la ventana y me estrello.
No funciona.
No se rompe, no cede.
Alguien dijo que así es la vida y nada más. Hay que resignarse. Hay que tomar el camino que te ha sido asignado. No levantes la cabeza, no alces la voz, no marches, no reclames. Come y calla. Trabaja y calla. Deja que pongan el zapato encima y cierra los ojos, aprieta los dientes.
¿Estás segura?
¿Tiene que ser así? ¿Es así realmente? ¿No hay salida? ¿O...sí?
Me transformo en cometa. Me lanzo contra la ventana. Me quiebro un brazo, me saco los dientes.
Sangro copiosamente.
Enfrenta tu destino, me dijeron. Cásate, búscate un hombre, un trabajo, ten hijos antes de los 30. No seas la solterona. No seas la ninfómana.
Respiro profundo. Me limpio la sangre.
No estoy segura de que deba ser así. No estoy convencida de la resignación. No me parece. No estoy de acuerdo. No lo creo. Lo dudo. Lo cuestiono. Pienso que...hay algo mejor. Pienso que...algo debe poder hacerse.
Corro. Me transformo en cientos de personas y una sola. Soy como un borbotón de ideas. Soy como una balacera de gritos. Soy como una lluvia cantos.
La marcha de ratones empieza. ¿Dónde están los gatos? Ya tenemos hambre.
Me estrello contra la ventana. Y me hago añicos. Me aplasto, me desgarro, me desangro, me pulverizo. Me hago polvo.
Pequeñas briznas de mí se evaporan el aire.
Pero la ventana se ha roto.
Y ya no tengo cuerpo. Puedo ser cualquier cosa, cualquier intento...algo hay en ser nada que tiene mucho atractivo. De aquí pueden emerger grandes cosas. De aquí puede haber un nuevo comienzo.
Subo. Aquí hay otro tipo de voces. Aquí hay otro tipo de pájaros.
¿Dónde estoy?
No tengo ni idea.
Pero el miedo se ha disipado.
Allá afuera estaban las voces de los que la atravesaron antes que yo.
Un pequeño torbellino sacudió mis raíces.
La gente es mala, dijeron cuando yo era niña, ten cuidado, desconfía. No debes ser demasiado buena, porque se aprovecharán de ti, dijeron cuando yo era adolescente.
Todos tenemos un lado oscuro, me dije cuando me sentí cerca de ser adulta. Mis ojos adquirieron el color de la humanidad y me oscurecí.
Sentí como si pequeñas grietas aparecieran cerca de mis manos. Sentí como si mi mirada se tornara subterránea, sinuosa, como una enredadera de espinas.
Y el hombre perdió un poco de su capacidad de contar cuentos.
Y me encontré caminando sola en medio de la noche, con la certeza de que algo se ocultaba tras de mí, como una sombra o un reptil alimentándose de mí. Había una risa en mi espalda, había un susurro en mi cabello, había voces que se arremolinaban a mi alrededor.
La gente es mala. ¿Será verdad?
¿Hablarían en serio cuando nos contaron que en las noches salían los monstruos a buscarnos por nuestros pecados?
Sentí que me tragaba un agujero profundo y escupía una daga.
El fantasma está esperándome en alguna parte de mi propia mente, un pasillo o un recodo que olvidé resguardar.
Doblo la esquina.
Entonces me doy cuenta.
Allí, entremedio de las calles ennegrecidas por la dama de la noche, hay una ventana. Una ventana celeste y a prueba de golpes.
¿Qué queda?
A mi alrededor todo parecen ojos inyectados en sangre que me observan con una ira asesina y extraña.
La gente es cruel. La vida es injusta. Yo misma soy un reflejo de maldad, un cuchillo oxidado. Un libro que fue quemado. La bruja incendiada por hereje o la obligada a saltar del acantilado.
¿Estás segura?
¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Cuál es el límite ilimitado?
¿Cuál era el origen?
Respiro profundo. Me transformo en saeta de fuego. Corro hacia la ventana y me estrello.
No funciona.
No se rompe, no cede.
Alguien dijo que así es la vida y nada más. Hay que resignarse. Hay que tomar el camino que te ha sido asignado. No levantes la cabeza, no alces la voz, no marches, no reclames. Come y calla. Trabaja y calla. Deja que pongan el zapato encima y cierra los ojos, aprieta los dientes.
¿Estás segura?
¿Tiene que ser así? ¿Es así realmente? ¿No hay salida? ¿O...sí?
Me transformo en cometa. Me lanzo contra la ventana. Me quiebro un brazo, me saco los dientes.
Sangro copiosamente.
Enfrenta tu destino, me dijeron. Cásate, búscate un hombre, un trabajo, ten hijos antes de los 30. No seas la solterona. No seas la ninfómana.
Respiro profundo. Me limpio la sangre.
No estoy segura de que deba ser así. No estoy convencida de la resignación. No me parece. No estoy de acuerdo. No lo creo. Lo dudo. Lo cuestiono. Pienso que...hay algo mejor. Pienso que...algo debe poder hacerse.
Corro. Me transformo en cientos de personas y una sola. Soy como un borbotón de ideas. Soy como una balacera de gritos. Soy como una lluvia cantos.
La marcha de ratones empieza. ¿Dónde están los gatos? Ya tenemos hambre.
Me estrello contra la ventana. Y me hago añicos. Me aplasto, me desgarro, me desangro, me pulverizo. Me hago polvo.
Pequeñas briznas de mí se evaporan el aire.
Pero la ventana se ha roto.
Y ya no tengo cuerpo. Puedo ser cualquier cosa, cualquier intento...algo hay en ser nada que tiene mucho atractivo. De aquí pueden emerger grandes cosas. De aquí puede haber un nuevo comienzo.
Subo. Aquí hay otro tipo de voces. Aquí hay otro tipo de pájaros.
¿Dónde estoy?
No tengo ni idea.
Pero el miedo se ha disipado.
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