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martes, 31 de mayo de 2016

La lluvia boca ancha

La lluvia ha salido del suelo con la fuerza de un volcán.
No ha desembocado en el cielo, porque la evaporación se la ha tragado antes que al alba reventada, en sus canicas de juego raro de mundo inmóvil, en su rutina diaria de New York Times.
La lluvia se ha pulverizado al entrar en contacto con la piel humana. No alcanzó su humedad para apagar el incendio de la juventud encarcelada. No hubo libros que no se rompieran, no hubo palacios que no se quemaran, el destello del sol explotando en mil retazos de existencia no quiso detenerse hasta no acabar con todos los cuadrados que danzaban invocando a su dios efímero de números resquebrajados.
Yo estaba allí y por eso lo digo. Era la única testigo con millones de ojos binoculares que se giraban sobre sí mismos para ver en diferentes direcciones desenfrenadamente, hasta herir de información mis materias grises esparcidas en muchos papeles que tengo imaginariamente grabados en el cuerpo completo, como tatuajes de sangre.
Tenía una cámara y fotografié todo el mundo desplomándose sobre sus ejes caleidoscópicos. La gravedad ha sido desafiada y expulsada del reino. La revista Vogue fue lanzada a los zombies que se la tragaron hasta que la podredumbre los desintegró a ambos en un gigantesco Big Bang celuloide. Wall Street se hundió en el mar para siempre, como Atlántida lo hizo hace años, vi cómo los números de los billetes pataleaban desesperadamente para tratar de salvarse, pero se ahogaron igual en goterones de veneno radioactivo y azufre hirviente.
El reloj se detuvo en el 12 y empezó a correr hacia atrás.
El incendio consumió los árboles y las casas, sus llamas se movilizaron por las calles de la capital gritando protestas, consumiendo hipocresías, reuniendo otras llamas efusivas, reclamando derechos...vomitando sistemas, martillando educaciones que estaban llenas de termitas.
La lluvia desgarró los ojos del mundo con su ácido dinamitado. Mario Bros corría en las aceras tras un paraguas que el viento virtual se llevaba cada vez más lejos…como si fuera una burla de las millones de mentes que penetraron el sistema y no lograron derretirlo.
Los bomberos han desenmascarado a todos los pirómanos de este mundo en Game Over, pero nadie se atreve a llevarlos tras las puertas de la justicia imaginaria. Una enorme huelga mundo se canaliza en los estanques de agua potable envenenando todo de dudas lentamente…casi como un ladrón diestro en la oscuridad de la noche golpeada por los asteroides del silencio obligado.
Había letras que se terminaron consumiendo así mismas dentro de sus cárceles. Había caníbales que se comieron sus propios cuerpos pintados de frustración. Un juez que no quiso dictar nada, un médico que no quiso dar diagnóstico, un profesor que se calló una lección importante…curiosamente todos estábamos mirando el vidrio roto desde adentro, aterrorizados, pero inmóviles.
Las razones no las tengo, pero no las diré tampoco.
Tenemos una ignorancia que se jacta de ser letrada caminando por las facultades de las universidades, succionando la energía de los jóvenes e ilusos, ametrallando la razón con todos sus recovecos sinuosos, donde los árboles humanos brotan y se posicionan de las ideas, maltratando el cuerpo hasta consumirlo por completo, que se transforme en una pila de la mente, un motor que le permita volar a distancias inimaginables y menos aún, pronunciables por nadie.
Nada de lo que nos importe en serio podremos explicarlo.
Vi como el mundo se succionaba así mismo y se reinflaba para reventar de nuevo. Un cambio de rotación de millones de cenizas pegadas en los manicomios de las calles humanas, recortando angustias de los rostros felices de sus trajes espaciales que mentían acerca de ir a la Luna. La Luna está en las palmas de nuestras manos, allí ha estado haciendo poesía todos estos años, anónimamente, como un ángel vilipendiado injustamente.
No todos los ángeles caídos son malos. Algunos decidieron caer para respirar ese aire vívido y real. Ese dejo de dolor y alivio que se mezcla en las azoteas del ser humano con sus muros vomitados de razón, limpiándolos un poco con su desinfectante de ignorancia que rasga almas idealistas.
Yo me metí en mi escafandra y recorrí el incendio así, nadando por los pensamientos dudosos de la noche, los cambios a veces se disfrazan y juegan a las escondidas, hasta que nos saltan de un segundo a otro. Algunos ríen por la broma, otros mueren de ataques al corazón.
Y la lluvia sigue cayendo por las calles con su boca ancha, inundándolo todo cada vez más, pero incapaz de apagar el incendio aún. Quiere ahogarnos como lo hizo alguna vez el diluvio histórico, pero algo sale mal. El incendio parece capaz de devorarlo y calcinarlo todo.
A veces me siento en el borde del pozo, junto a la serpiente, y me pregunto dónde andarán ya los grifos de esta era del hielo mental. A veces el miedo viene a burlarse de mí con su ronroneo zigzagueante y helado, como un fantasma que acaricia las teclas de un piano viejo. Pienso que los caminos que uno toma en el desierto son para pintarlos y por eso nadie nunca entiende bien porqué lo hiciste.
¿Por qué el cuchillo estaba en tu mano ese día cuando la lluvia limpiaba la sangre de tus manos? Nadie quiere ya cuentos de hadas o caballeros enlatados. Todos quieren crónicas policiales que los convenzan de lo que ya tienen pegado a la mente como una sanguijuela.
Corazones de claustro. Cerebros encerrados en bolsas ziploc. Ojos de papel. Manos de aserrín. Bocas de caucho quemado…
El reloj está empañado y ya no deja ver la hora. Las máquinas ensordecen a todos con su marcha de soldados de aceite.
Me quito la escafandra y tomo el arma. Si querían mi sangre, aquí la tienen. Si querían mis letras, pueden olvidarlo. No importa dónde vaya, o dónde decida estar, mañana la lluvia boca ancha decidirá desaparecer, o querremos obligarla…un día ella dejará de azotar sueños, un día dejará de ser verdugo, un día su cascabeleo fatal dejará de rotar alrededor de las cabecitas de los escolares dirigiéndose inocentemente a sus escuelas, un día alguien contará su secreto y todos verán llover en sus propios rostros…y se mitigará el incendio, porque la lluvia que proviene desde dentro, la boca estrecha, acrecienta las llamas y las hace arcoiris.
Y allí seguiré yo. Y entonces no tendré que dar explicaciones…lo sabrán ya. Lo sabré ya.
Mientras tanto…la lluvia boca ancha sigue derrumbando mis castillos de dibujos y fotografías…pero los seguiré reconstruyendo. Los árboles que brotan de mis manos no quieren secarse, procuro regarlos de dudas todos los días para que no se detengan y no dejen de dar oxígeno a este vehículo soñado dentro de una caja. Algún día estallará, lo sé, pero me tragaré la cola del mundo girando en mi propia canción.

Después de todo…aquí está enorme aún el trazo limpio del desierto, y la serpiente sigue zigzagueando junto al pozo…allá lejos susurran unos viajeros infinitos.

Siéntate a hablar conmigo

Ahora entonces, me siento junto a ti y miro los autos pasar, indiferentes, seguros de sí mismos de que no existen. Son estrellas fugaces hechas de metal, de esas que nacieron muertas antes de que las pensáramos.
Tomo un trozo de papel y garabateo dibujos insignificantes. No dices nada, no eres de decir cosas importantes cuando el silencio puede más. Yo siempre fui la que hablé para llenar el vacío de los espacios, apuñalando estúpidamente el verdadero y oculto sentido de las cosas. La señora Dalloway siempre organizando fiestas para disimular el vacío. La miseria de nuestras vidas convertidas en escombros que se venden bien.
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Y te encoges de hombros, porque no sabes decir que no a mis preguntas infinitas. Nos une el adn de millones de cortejos fúnebres, de millones de pensadores y genios muertos a los que ya no podemos escuchar. Ninguno de nosotros podrá igualarlos. Nos quedamos sordos de tantas lecturas.
Tráeme la vida entre las manos como se trae agua, como se trata de apresar sus gotas dolorosas.
Tráemela como si quisieras aprisionar el tiempo en una caja, como si pudieras mirar a tus yos pasados y decirles que vengan a darte lecciones acerca del futuro, como si pudieras decirles que te dieran un manual de pocos pasos para no seguir haciéndote pedazos. Para no seguir sintiéndote inútil, atrapado, llorando acurrucado en el suelo, como si quisieras volver a tu placenta imaginaria.
Te observo tratando de reparar las fisuras que te han dejado las pesadillas diarias. Al abrir los ojos cada mañana tomas una bocanada de aire, diciéndote que debes seguir, que el pasado está muerto como muerto sigues tú. Eres un aborto de ti mismo, preguntándote por qué naciste cadáver para buscar la vida a través de los años. Temes verte anciano sin haber olido realmente una flor. Temes verte anciano sin haber amado a nadie realmente. Temes verte anciano sin ninguna historia que contar. Temes que tu memoria recuerde al paso de los millones de años las cosas más insignificantes, como lavarse los dientes cada mañana, mirar el reloj para salir de clases, comprar una cena para microondas, pagar las cuotas de un crédito que te ha robado la vida y la autenticidad de lo que eras.
Fuiste maravilloso, pero ya no. Tus ojos se apagaron de tanta responsabilidad, de tantas ansias de éxito, de tantas felicitaciones y diplomas.
Te observo mirando ese catálogo natura, preguntándote si es más tú la esencia de cacao o la cremita contra las arrugas. Veo tu decepción cuando ya has comprado tu producto y lo has tirado en ese cajón junto con las otras partes falsas de ti misma. No puedes comprar las certezas, no puedes comprar el amor que desesperadamente buscas en los libros.
Tráeme esa cajita de recuerdos que atesoras cerca de tus libros, que has tapado con ese manto negro de desesperado temor a los demás. Los amas más que a ti misma, pero los detestas tanto que quieres que se vayan para siempre. Solo el reflejo de que te detestas demasiado a ti mismo y quieres transformarte en algo bueno para un mundo al que no le interesas.
Tráemela como si quisieras atrapar el aire que mueve a las olas en medio de la playa. Sé que has ido a lugares llenos de alegría a mirar a las personas, buscando una pizca de sentido, una pizca de humanidad en sus corazones. Sé que te has sentado apartado preguntándote por qué no puedes estar allí, bailando sobre las mesas como ellos, quemando neumáticos como ellos, besando apasionadamente y sin arrepentimiento como ellos. Dime si crees que hay alguna esperanza, que hay alguna posibilidad de que nos miremos al espejo y deseemos no ser más humanos como somos, de que anhelemos profundamente la mortalidad, la finitud, sin esa mezquindad que nos ahoga por las noches, en nuestras cunas queridas, con ese estúpido deseo de vivir sin vivir.
Te veo con los ojos llenos de lágrimas, tratando de convencerte de que deberíamos poder llorar en los espacios públicos, aunque hayan reemplazado los letreros de "No fumar" por los de "No seas frágil, no seas humano". Veo correr las palabras en tu mente, como si fueran trenes que temen estrellarse si salen. Te veo llenar estados de felicidad infinita en facebook, cuando no has sido feliz hace años. Todo por esa enfermedad social de que debemos ser tan felices como la gente de la publicidad, con sonrisas que nos perforan los ojos, que nos ponen corchetes en las entrañas, que nos atraviesan con espadas de indiferencia y odio a la humanidad. Somos unos lunáticos compartiendo likes e imágenes sin imagen. Sonreímos de manera siniestra, al borde de la muerte por tanta risa y tan poco llanto.
Y veo que tu boca se abre, tomando bocanadas de aire, ansioso. Veo que quieres decir algo. Veo que quieres callar mis preguntas insistentes y crueles. Me callo yo, en realidad siempre estoy callada cuando me piden que hable de mil cosas.
Esto no es fácil y nunca lo será. Trataría de no escribirlo, pero lo haré, solo una vez, aquí, solo una vez, disfrazado, livianito, como pasos silenciosos que se pierden con el bullicio de las bocinas. Y...esto, porque entiendo que las palabras son como la sangre. Circulan a través de ese gran cuerpo que formamos todos nosotros. Fluyen a nuestro alrededor, en nuestras vidas, en los que amamos y lo que hacemos. En nuestros sueños y nuestras pesadillas. Es vital dejarlas circular en algún lado, con el lenguaje que sea, porque si se callan...si se estancan, se pudren dentro nuestro y nos enferman. Nos gangrenan. Nos hacen cáncer terminal. Nos enloquecen, nos matan en una agonía dulcemente lenta. Escúchame entonces, ya que quieres que te hable. Habitualmente no aprecio demasiado mi propia vida, pero ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo sobreviviendo a tantas muertes? ¿Acaso había un plan maestro para todos nosotros? ¿O solo somos los hijos no deseados del cable, de las multinacionales, de las sopa para uno, de las alfombras de Sodimac, de los manuales APA y los DSM?
Tuve miedo de mirarte a los ojos y decirte que estoy perdido. No perdido en la gran ciudad, no perdido en la carrera, no perdido en los estudios...perdido en la vida. ¿Todo este esquema para qué? ¿Para qué estar en el colegio, ir a la universidad, trabajar, casarte, tener hijos, trabajar más como burro, acumular deudas y luego jubilar para morir? ¿Cuál era el motivo de todo eso? ¿Por qué?
La Señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Compró flores de todos colores y llenó la casa de ellas para decirle a los demás que estaba bien. Publicó fotos en facebook. Se sacó una selfie sonriente para instagram. Publicó el increíble anuncio de la fiesta en twitter. Pero llegada la hora, salió de la casa y dejó a los invitados afuera. 
Siéntate a hablar conmigo del pasado, te digo. Me miras enojado, sabes que no estoy allí ¿cierto? ¿Sabes que solo estás sentado nuevamente al borde de la cama...en la oscuridad? Otra pesadilla más y otra maraña de dudas enredándose en tus pobres huesos. Éramos ancianos sentados en el borde de nuestros zapatos, mirando con expectativa nuestra juventud futura. Éramos ancianos caminando entre medio de los autos, cansados de nada, aburridos de todo, una generación de seres no pensantes.
Una parte de mí supo que no dirías nada nunca más. Una parte de mí supo que frente a todo y ante todos, era yo la que hablaba sola mirando los autos, que era yo la que sentada al borde de la cama no pude contener las lágrimas. Otra pesadilla. Otra más. Y ya no sabía por qué estaba llorando. No era capaz de entender esa vida normal que no tenía nada de normal, que no tenía nada de vida.
Tuve miedo de mirarme con los ojos inyectados en sangre, esperándome monstruosamente frente al espejo.