Entradas populares

sábado, 28 de marzo de 2015

Preguntas

Aquí. En esta esquina. Donde todo parece tan concreto, tan seguro, tan epistemológicamente objetivo. 
Aquí. En este paradero donde veo la hora y tomo la micro como si nada. Donde la rutina tiene su casa en cada rincón, donde yo me siento y miro a ningún punto en particular.
Entonces...¿Esto es todo? ¿Eso fue todo? 
La vida parecía una cosa que habían estudiado y diseccionado muchas veces. Con todas sus partes definidas y todas sus opciones planteadas.
Y...de pronto, siento como un estruendo, como si una cachetada sorpresiva apareciera y saliera corriendo antes de ser vista.
Parecía que todo lo que debía hacerse ya estaba hecho. Concluido, pero...
Pero ¿Qué puedo hacer por la vida que se cae, que se detiene, que se resquebraja?
¿Dónde encuentro el hilo conductor, el hilo argumentativo en sus idas y vueltas? ¿Dónde localizo la conceptualización de sus momentos más claves? ¿Dónde me ubico yo en ese devenir? ¿Soy un mero término? ¿Soy una parte errante? ¿Soy un desencadenante? ¿Soy el final de algún punto?
¿Y si no fuera nada de eso y terminara por resultar un elemento irrelevante?
La luz. La oscuridad. La medida de ciertas cosas. El cuestionamiento de la medida. El cuestionamiento de la cosa. El cuestionamiento de mi forma de ver ambas dos. Cuestionamiento de la forma en que las ven otros. Cuestionamiento del cuestionamiento. Y el fin. Siempre el patente fin que da la sensación de vacío. Y empezar de nuevo enfermizamente.
Yo me preguntaba cosas y ahora las cosas me preguntan, mientras yo me las sigo preguntando. El discurso que doy de las cosas las hace. El discurso que doy de mí misma me hace, como si yo creara un círculo sin saber que el círculo se irá ciñendo a mi alrededor hasta marcar mis límites. Yo hago el discurso, el discurso me hace a mí.
Pero ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de mí en los lugares que transito? ¿Qué hay de mí en las cosas que toco, en las personas que veo en la calle, en las personas con las que converso? ¿Qué hay de mí frente al espejo o frente a un muro de concreto intraspasable? ¿Qué hay de mí en mis amigos, en mi familia, en mis enemigos? ¿Qué hay de mí en ellos? ¿Qué hay de ti? ¿Cómo ignorar la existencia de tu existencia que se cruzó con la mía antes y que la marcó profundamente, aún cuando ahora no me quieras ni mirar? ¿Cómo puedo borrar la historia sin sacarme un trozo de alma constitutivo de todo, que se relaciona directamente con el cuerpo? ¿Cómo obviar la posibilidad de que, si, como me pides, te arranco de mi mente, no me arranque un brazo y con ello un rasgo característico de mí que va más allá del brazo mismo?
Es como si me desmembrara y fuera dejando trozos por los lugares que transito. Trozos de subjetividad, trozos de identidad. ¿Dónde estás, vida mía? ¿Dónde, vida, estoy yo? ¿Estoy aquí? ¿Estoy allá? ¿Estoy en el pasado, estoy en el presente, estoy en el futuro? ¿Estoy en los tres a la vez? ¿O estoy en ninguno, porque el tiempo es solo un invento del ser humano para entenderlo todo? ¿O estoy dentro de mí misma? ¿O mirando el universo desde arriba, girando sin parar?
Que me atrape la dialéctica entonces, como un torbellino atrapa a una brizna de polvo que no deja de ser el torbellino mismo. Abro los brazos y me dejo arrastrar y girar en este mar de preguntas, en este mar de arranques, de rechazos, de abandonos, de respuestas no satisfactorias, de respuestas demasiado satisfactorias que parecen sospechosas, de ingenuos planteamientos, de teorías muertas ya y otras pudriéndose...de teorías naciendo y siendo asfixiadas antes de ver la luz.
Hambre, sed. ¿Qué soy si no un cúmulo de carencias, de necesidades, de intentos y proyectos en curso? ¿Qué soy sino una hoja en blanco con un par de puntos suspensivos en medio?
Me miro al espejo y tengo grabados en la piel los rostros de millones de personas, algunas ya muertas, que se toparon conmigo, que me dijeron una palabra, que escribieron un libro, que pintaron un cuadro, que me saludaron, que preguntaron una dirección. ¿Están muertos realmente? ¿O siguen viviendo donde todas las personas con las que se cruzaron?
Vida. Muerte. ¿No es la muerte parte de la vida y nada más? La muerte no existe. La muerte nos toca, pero no nos traspasa. Estamos atados unos a otros como un mosaico lleno de grietas y colores que se mezclan y se separan.
¿Qué queda de mí sin la memoria de ti o la de los otros? ¿Qué queda de mí sin las cosas que han sucedido y que tú me pides tan ciegamente que olvide?
Dime, por favor, dime. ¡¿Dónde quedo yo en esto?! ¡¿Dónde queda mi vida que se encontró a sí misma en ese punto?!
Y sí, estamos llenos de significados, accesibles o no. Reales o ilusorios, o pendientes de una cuerda floja que oscila en medio. Estamos inventándolos o encontrándolos. Estamos viendo una pintura, creyendo ver la visión de un artista, pero somos nosotros los que estamos viendo también, estamos viendo la pintura y creyendo interpretar, pero al interpretar solo nos vemos a nosotros mismos con la ilusión de otro. El otro nos mira y mira afuera, nosotros lo miramos y nos miramos. La pintura nos mira desde dentro y nos inyecta un soplo en la mente.
Y por eso la idea de un fin que detenga esa búsqueda de significado significa vacío, nada, inexistencia total. Por eso hay que volver a empezar. Por eso no puedo olvidar la existencia de tu existencia modificando la mía, mientras yo te modificaba a ti.
Y entonces...te extraño, debes saberlo. Te extraño cuando veo tu pelo ondeando en la cabeza de otro que no tiene tus otras partes. Te extraño cuando veo tu nariz paseando en la cara de un anciano en el paradero. Te extraño cuando veo una canción que cantabas paseándose por un hospital, distraída de que es tan parte tuya que podría ser tu sangre. Te extraño cuando la palabra evoca a tu silencio. Te extraño cuando me enojo con alguien por actitudes que tú tenías.
Y no, no eres nada perfecto. Nada perfecto, como yo no lo soy. Y por eso sé que se ha acabado, por eso sé que ese punto en que nuestras líneas paralelas dejaron de ser paralelas y se entrecruzaron ha acabado. Está en el pasado y ha acabado. Está en el presente, pero ha acabado. Y permanece en el futuro, pero ha acabado. 
¿Cómo se puede borrar la existencia de un amigo, de una pareja, de un hijo, de un padre, de una tía, de un extraño en la calle así como así?
Y no te mientas. Cuando me miras en la calle y arrastras la mirada hacia otro lado, ¿No te parece a ti que cuando me ignoras el mundo se vuelve de papel y pierdes algo?
No te pido que vuelvas. No quiero que me pidas perdón. Te pido que sepas que fue probabilísticamente improbable encontrarnos en otra historia, en otro tiempo, en otro lugar. Te pido que sepas que era más probabilístico que nos separáramos. Te pido que sepas que las probabilidades y la estadística son inexactas y a veces mienten.
Quizás, como dijo Cortázar, estábamos destinados a no ser. No lo sé.
Quizás estábamos destinados a ser en un plazo definido o estábamos destinados a no ser como nosotros mismos mientras nos encontrábamos o a dejar de ser nosotros mismos cuando nos separáramos. Quizás yo estaba destinada a ser en parte tú después de esto. Y quizás tú también eres en parte yo, aunque no lo quieras reconocer.
Pero ya basta. Basta de ausencias, basta de noches caminando en el limbo.
Puedo abrazarte sin que estés aquí. Y si te borro sabré que me he borrado a mí misma, así es que no lo haré. Habrá una canción en la calle, habrá un intermitente devenir entre ser y no ser, entre el vivir y el morir diario. Habrá historias, habrá dibujos, habrá letras. Y un día tú no estarás allí y yo tampoco estaré, pero no nos habremos ido.
¿Cómo se mata a alguien? ¿Cómo se destruye a alguien?
Pues...todo queda en algún lado. En alguna caja comprada en el mercado de las pulgas que tenía las huellas de alguien. En algún álbum de fotos viejas que es desechado por ahí, no sin antes ser ojeado por algún curioso. En algún pariente que tiene tu sonrisa, en algún amigo que repite alguna palabra dicha en una tarde de juegos, en algún beso tirado al aire, en alguna frase leída en una muralla.
Y la medida de las cosas. ¿Cuánto mides tú ahora en mi vida? ¿Tres centímetros? ¿12 leguas? ¿3 cucharadas de azúcar? ¿Un mes llorado? ¿Una caluga feliz? ¿Una canción de Los Prisioneros? 
¿Cuánto mido yo? ¿Cuánto miden mis abuelos? ¿Cuánto mide el amor? ¿Cuánto mide el odio? ¿Cuánto mide la universidad?
Y el cuestionamiento de las medidas estandarizadas. ¿Estás seguro de que tres centímetros miden tres centímetros?
Y el cuestionamiento del cuestionamiento. ¿Qué derecho tenía yo a cuestionar? ¿Qué derecho tenía a usar una medida? ¿Qué derecho tenía a inventar una medida, un tiempo, una forma de acercarse?
¿Y si todos empezáramos a medir las distancias por cantidades de naranjas?
-¿A cuánto queda tu casa de acá?
-Mmmm...como a 28 naranjas de distancia, pero no te preocupes, llegaremos como en 52 conejos.
Y podría parecer perfectamente lógico.
¿Quién mide lo que mide? ¿Quién es medido cuando mide?
Pero no. A veces te veo en sueños mirándome y preguntándome cosas, pero tu boca no pronuncia palabra. Pareces un reflejo, cada vez más, como si te alejaras...como si fueras solo una caricatura de mi forma de ver las cosas. Porque...cuando te pienso, lo que pienso no eres tú, es solo una sombra de ti. Cuando te veo, lo que veo no eres tú. Pero así te quiero, así te quise. ¿Qué más te puedo decir?
Las medidas nunca fueron exactas. La dialéctica siempre estuvo destrozándonos demasiado mientras nos creaba por todos lados.
¿Estás seguro de que exististe aquí conmigo en ese momento preciso, en ese lugar?
La luz. La oscuridad. Nuestra capacidad de crear agujeros negros, arrancar hojas de golpe y colocar otras. Nuestra costumbre de quemar libros, de quemar gente, de quemar casas, de quemar la vida.
Yo antes escribía cosas y hacía dibujos y ahora los escritos me escriben y los dibujos me dibujan, mientras estoy distraída... 
Nuestra dialéctica fue modificada y reformulada. El diálogo pasó a la categoría de lo imaginario, a la medida de las naranjas y los conejos.
¿Dónde estamos ahora? ¿Vamos? ¿Venimos? ¿O las dos al mismo tiempo?
Yo antes me preguntaba cosas y ahora las cosas me preguntan.





viernes, 20 de marzo de 2015

El cautiverio del oso

El oso sigue encerrado dentro de su jaula.
Lo veo desde este subterráneo oculto y pienso en que sería mejor que a ambos no nos importara nuestra soledad.
Quizás…ambos deberíamos perder la razón de una vez y dejarnos caer en el espacio infinito de un día, sin sentir algo.
Llegar a ese momento en que quizás ya nada importa y por eso se es feliz, con lo que se tenga, donde se esté, como se esté…aunque solo exista en nuestra mente.
Pero el oso mira hacia afuera con el alma en la punta de su nariz redondeada.
Quizás mañana nos consolemos mejor, me digo, mientras salgo del zoológico y me voy a cualquier parte.
Una vez…cuando era niña, me pregunté por qué desde siempre nos preguntan qué queremos ser cuando seamos grandes. Por qué debemos ser algo, por qué debemos contestar algo, por qué debemos levantar la mano y esperar nuestro turno para hablar, por qué tenemos que visualizarnos en ese futuro tan incierto, por qué tenemos que pasar horas y días y años y siglos…enteros…dibujando ese futuro hasta que ya no podamos más.
¿Me dejarán desaparecer mis fantasmas? ¿O tendré que hacerlos desaparecer yo? Quizás la vida nunca fue como la describieron y me pasé años creyendo que tenía que llegar a ser alguien, sin darme cuenta de que uno ya es alguien cuando trata de serlo, y que solo te pasas horas borrando ese rostro y construyendo un castillo de naipes. ¿Y ahora...qué se supone que se debe hacer?
De tanto dibujar siento que soy un montón de retazos y bosquejos inconclusos, viviendo montones de vidas por un tiempo…quitándome un trozo enorme de papel y anexándome otro que no concuerda, como un monstruoso collage de futuros muertos.
Me detengo y miro a mi alrededor. ¿Será bueno detenerse mientras todos siguen corriendo?
Todo parece tan irreal desde este punto estático en donde me detengo en mitad de la calle y los veo correr cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, cada vez con más energía, en diferentes direcciones…como si el mundo se transformara en un enorme reloj frenético y hambriento de más tiempo, mientras yo me siento sobre una ruptura en donde el reloj decidió dejarse caer y expirar.
Expirar. Aunque el tiempo jamás expire. Aunque sepa que un día alguien me empujará de esa ruptura y tendré que volver a correr con la misma fuerza, con la misma velocidad, con la misma angustiante agonía de sentir que ya no puedes más.
Y estoy cansada. Es eso. Estoy agotada, sentada en este espacio indefinible, tratando de captar a grandes bocanadas un poco de aire, tratando de ordenar con claridad y coherencia las fotografías que flotan en mi mente, enfermizamente confusas… ¿por qué las historias que inventamos tienen que ser más coherentes que la vida real? ¿Por qué cuando escribo esto me obligo a darle sentido, siendo que nada lo tiene a mí alrededor?
Un día me gustaría llegar a tener claras las cosas, en serio. Me gustaría entender. Entender tantos por qué que se han incrustado por todas partes, como pequeños trozos de metal, y que me rasgan hasta que ya nada quede de mí, si es que aún queda algo.
Y… ¿Quién soy? ¿Quién?
¡¿Quién?!
Sustancia. ¿Qué es la sustancia? Dicen que son unos dulces que se venden por ahí. Esencia. ¿Qué es la esencia? Esencia de vainilla. Brocoli. Coliflor. Picaflor. Una casa. La casa en donde vives. La casa de roca y muro de cemento. La casa de Chile. La casa de los abuelos. La casa de los tíos. La casa de una persona que te cae mal. La casa de tu profesor, ese profesor en específico, a la que te encantaría lanzar huevos algún día. La casa de ti mismo. La casa móvil, esa que llevas a todas partes sin darte cuenta. ¿Qué es una casa? ¿Qué es un hogar? Welcome, dice la alfombra comprada en una tienda perteneciente a una multinacional. Hay otras 100 iguales en diferentes colores. ¿Quién eres tú? ¿Qué eres tú? ¿Qué hacemos aquí?
El oso se levanta y me mira desde donde está. ¿Me mira realmente? ¿Acaso sabe que lo estoy observando? ¿Sabe que lo he estado visitando todos estos días…a él…solo a él?
Quizá solo me gusta pensar eso. Quizá si él supiera que aquí estoy, no como los otros que vienen todos los días, entendería que estoy tan encerrada como él, aunque puedo merodear por tantas partes como quiera.
El cliché podría desaparecer arrastrándome con él hasta un abismo de libros quemados, pero es la verdad. Así tal cual. Aunque a veces la verdad suene a cliché. Aunque a veces suene a mentira o a basura. Aunque a veces sepa a sangre.
Me gustaría saltar desde el punto más alto de la primera frase que escribí en una página en blanco en un día cualquiera.
Volar parece tan sencillo. Dejarse caer parece tan sencillo.
-¿Entonces te ha gustado llegar a estudiar tantas carreras en tan poco tiempo?- dice él, curioseando las fotografías que tienen la misma cara jugando a diferentes vidas.
-A veces sí, otras veces no.- dice ella, despedazando con brusquedad el papel que envuelve un pequeño chocolate amargo.
-Pero... ¿por qué?- carraspea, porque no sabe cómo formular la pregunta.- ¿Te aburres de ser alguien o algo por un tiempo y decides ir por otra cosa? Quiero decir...cuando eras psicóloga te aburriste de serlo y fuiste por otra cosa ¿es eso?
-Creo que...quizás nunca quise ser ninguna de esas cosas. La verdad es que tenía conocidos, amigos, amantes...personas increíbles que fui conociendo y que tenían una idea de lo que hacían con sus vidas y eran felices. -suspira.- Siendo sincera no quería ser ninguno de ellos, pero sí quería la felicidad que ellos tenían, por eso perseguí sus carreras y usurpé sus vidas por un tiempo y a mi manera.
-¿Y fuiste feliz en alguna de ellas?- dice él, mirándola fijamente.
-Realmente no.- dice ella con una sonrisa.- Ahora entiendo que...tenía que encontrar esa felicidad, o esa alegría (siendo más realista, porque la felicidad no existe como creemos conocerla) que yo inventara de la forma en que a mí se me ocurriera...y quizás...ser algo imperfecto, bien imperfecto, pero que me calzara a mí y a nadie más.
-¿Y qué es? ¿Qué serás entonces?- dice él.
-No lo sé. Tengo que buscarlo otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
¿Cuántas veces llevas ya?
Más de las que crees.
Resulta que ahora me pides que explique todo. Que…sobre este sillón blanco y blando, te cuente acerca de mi vida como si las cosas fuesen tan sencillas, como si pudiera ir a desenredar toda una madeja gigante de millones de cauces de colores que ya no recuerdo.
¿Y por qué llegamos a ser lo que somos? ¿Cómo…a través de qué caminos y de qué historias llegamos a ser lo que somos? ¿Cuántas tumbas tendríamos que desenterrar para averiguar de dónde empezamos a dar el primer paso?
No sé cuántos retazos de tela abstracta tendríamos que buscar.
No sé cuántos retratos de mí misma tendría que recuperar para entenderlo yo…menos aún podría explicártelo a ti. Un día…sin darme cuenta, decidí borrar todos los dibujos que me parecían tristes y me quedó un vacío.
Ya no tengo la memoria de esos días.
A veces intento recuperarla para saber quién soy y por qué, pero es tarde.
Lo que se borró, ya está borrado. Simple y llanamente.
¿De qué se trata esto?
¿De qué hablábamos?
Ahh sí…clases de Teatro. Trabajo de imitación corporal de un animal.
-Se supone que debes ser el oso. No identificarte con el oso emocionalmente, no entender al oso, no compadecer al oso, no humanizar al oso…quiero que hagas una traducción física del oso con tu cuerpo humano. Quiero que al verte yo sepa que tú eres el oso sin que te vea imitando al oso. Quiero ser capaz de ver el oso en ti sin tener que racionalizarlo, sin tener que encontrar los elementos separados y unirlos en mi mente.
Sé el oso.
Pero…bueno, ¿Cómo se es un oso? ¿Cómo se es un humano? ¿Cómo se es algo o alguien?
¿Cómo se puede estar aquí dentro sin querer salir y gritar?
¿Cómo se puede estar aquí afuera tratando de sujetar todas las fibras rotas de una caja de cristales suspendidos que tratan de permanecer sólidos, sosteniéndose apenas con un hilito minúsculo que se sujeta de raíces difuminadas?
Voy a tratar de saltar tantas veces como me sea posible, hasta que decida tocar el techo de esta habitación…hasta que mis pies se vuelvan de plumas tan ligeras que ya nada pueda sostenerme sobre este suelo tan fragmentado.
Voy a tratar de apoyar mis manos contra el suelo, bien extendidas las palmas, con las piernas hacia atrás, apoyándome sobre los dedos de los pies…como si mi cuerpo fuese una tabla que resistiera el peso de tantos sueños que he tenido. Voy a tratar de tocar el suelo con mi corazón, sin dejar de resistir.
Voy a tratar. Tengo que tratar.
Ahora…déjame, deja que mire a mí alrededor. ¿Qué hay detrás de todos estos ojos que caminan y sienten? ¿Qué hay detrás de todas estas manos que se pasean por las calles tecleteando en sus mundos de cristal y construyendo pompas de jabón que tienen más peso que la realidad?
Me gustaría saberlo, pero realmente tengo que encontrar otras cosas que he perdido.
¿Qué cosas eran? ¿A dónde íbamos? ¿Dónde vivíamos hace 3 años? ¿Qué significa este tiempo, este espacio, este rincón de momentos congelados que se entremezclan sin dejarme pensar?
Parece que cuando veo en el fondo de la taza repleta de té veo a una persona que tiene mi rostro, pero que dice cosas que jamás hubiese dicho yo.
Parece que hubiera millones de otras, millones de “yos” que me andan buscando para ajustar las cuentas pendientes de las promesas rotas.
Parece que la palabra identidad se diluyó en un montón de ropa sucia y manchada de un grisáceo oscuro con ínfulas de intelectual.
Parece que ya no sé de qué hablo, ni qué siento, ni qué hago…no sé qué contestar cuando me lo preguntan…y es que…la verdad de todo es que me paso flotando en un espacio vacío la mayor parte del tiempo, tratando de no recordar, tratando de ser indolente, porque ya me cansé de que puncen todas las preguntas sin respuesta.
¿Cómo dices que se llama eso que nos falta? ¿Comunicación? ¿Comprensión? ¿Amor?
Ya olvidé qué significaban esas letras cuando se juntaban de la forma “correcta”.
Y el oso está inquieto. Sí, está inquieto.
Está furioso. Está cansado. Está muerto por dentro y por fuera, quebrado de todos los puntos que anexan la vida real y la vida falsa.
Nada tiene sentido. Nada causa realidades. Nada se llena de tanta fuerza para poder decir algo que realmente palpite cuando ves a esa gente que antes parecías conocer, que antes parecías querer con locura.
Me pregunto si puedo abrir esta jaula y cambiar de lugar. Quizás ambos podamos entender qué hacemos aquí si salimos de aquí. Quizás ambos, yo y oso, podamos enojarnos hasta lograr decir algo, hasta dejar de mirar a través de los barrotes, con la nariz húmeda de tanto pensar, de tanto recordar, de tanto vacío junto…de tantas ganas de saber qué pasó y en qué momento nos hicimos esclavos de nosotros mismos y de los demás.
Entonces…lo veo. Puedo verlo. Aquí estoy yo, justo en el momento exacto y en el lugar exacto. Le guiño el ojo al oso y él hace lo que sabe que tiene que hacer.
Cambiamos de lugar. Nadie lo nota. Nos dirigimos una última mirada furtiva.
Se supone que él debiera dirigirse a mi clase de actuación y sacar una buena calificación, o al menos una opinión decente. Pero no lo hace.
¡¿Qué estás haciendo?!
Me vuelve a mirar con sus ojos pardos. Ohh…sí…él sabe lo que hace. Él sabe que con ello derriba otro muro. No es más oso. No es más humano, no es más yo, ni yo soy oso…la verdad es que los dos somos uno y hemos logrado no existir. La verdad es que los dos estamos atados en un estado de búsqueda, un estado en donde los caminos son invisibles, aunque sabes que están ahí. Tienes la certeza y da igual que te lo discutan todas las razones existentes.
No hay jaula. No hay oso. No hay visitantes. No hay clase de actuación. No hay nota o aspiración. No hay llanto, escondida en el baño para que nadie me vea. No hay cuchara, no hay semáforo, no hay metro, no hay escaleras…no hay espejo, no hay miradas, no hay…
¿Y dónde estás?
Escribiendo…solo entonces el mundo es tan realmente nuestro que nada puede detenerse…solo después de eso, el mundo real parece tan tranquilo y tan apacible…como si pudiéramos hacer de todo y no sucumbir nunca.
Oso, por fin, eres libre…



viernes, 13 de marzo de 2015

El pájaro que no emigró- Parte II

El pájaro comprendió que todas las preguntas iban más allá de todas las respuestas.
Hiciera lo que hiciera, era como volar hacia un objetivo que estaba en constante movimiento o que se volvía invisible en ciertos momentos.
¿Dónde se puede cobijar un pájaro que no emigra? ¿Dónde puede encontrar su camino si ha negado lo que todos le han dicho desde que era un huevo que tenía que hacer?
¿Cómo acallar los gritos aterrados de todas las aves del mundo? ¿Cómo ignorarlos?
El pájaro sintió nuevamente el peso de la soledad, contemplando lo lleno que estaba el mundo de aves y lo lejanas que estaban todas. Lo lejano que estaba él mismo sin quererlo. Lo inevitablemente solo que está todo el mundo.
Una noche el pájaro despertó con el nido hecho pedazos y sus alas cortadas.
¿En qué momento las cosas habían llegado a ese punto tan álgido? ¿Había estado soñando toda la vida y de pronto se había tenido que despertar tan de golpe? ¿Lo mataría ese despertar?
Había creído que el nido era una especie de jaula viscosa que se le pegaba sin parar. Iba ciñéndose a su cuerpo, cada vez más, apretándolo, ahogándolo, asfixiándolo…las alas eran las principales afectadas. Estaban empapadas hasta la médula de la sustancia viscosa y si no se las arrancaba, moriría ahogado. Era su única salvación. Cortar con su seguridad más patente, arrancarse aquella parte suya que había sido tan bella, pero que ahora le estaba matando.
Todo era una pesadilla, pero el pájaro ya no sabía separarla de la supuesta realidad. Despertó aterrado, en el suelo, contemplando ya su último hogar destrozado por él mismo.
Entonces comprendió el siguiente punto en esa seguidilla de búsquedas, en esa enmarañada forma de tratar de encontrar algo, un no sé qué que iba más allá de todo lo que había conocido o había osado conocer.
La vida es un chasquido, pensó, mirando desde abajo la rama vacía. Una sucesión continua, que no deja de ser repentina a veces, de chasquidos que se mezclan. Un caos de chasquidos. Un tap de tantos chasquidos, porque de un segundo a otro se te ha dado todo, y al siguiente, ese todo ya no existe; al siguiente instante miras de nuevo y sabes que ya nada será igual.
Perder algo, sea lo que sea, siempre es parte de esa sucesión de chasquidos que van pasando sin que un pájaro logre notarlos. Cada chasquido es inseparable del resto completo.
¿Cuándo todo comenzó a parecer vacío, a perder sentido?
Nidos, otros pájaros, tiempo, oportunidades…todo se puede perder.
Y cuando se pierde algo, siempre se pierde una parte propia también, una que no volverá nunca. Una parte irrecuperable que, aun cuando pueda ser reemplazada por otra, jamás será la misma.
El reloj tendría que correr al revés y el pájaro dejar de existir. La respuesta tendría que ser antes de la pregunta. La emigración tendría que ser antes del huevo.
Y ese dicho popular de que si se pierde algo, se gana algo.
¿Sería verdad? ¿Sería verdad lo que se pensaba como verdad? ¿Sería verdad buscar la verdad?
El pájaro, al borde del llanto, caminó en la noche preguntándose si vendrían otros chasquidos más fuertes o más suaves, si vendrían otras fechas de emigración, otros gatos, otros pájaros…y si se irían progresivamente también. Si lo seguirían despertando. Si esos despertares seguirían cortándole alas y dándole, un poco a la fuerza, la necesidad de buscar caminos nuevos.
Y entre todo eso… ¿Cómo evitar la sensación de fragilidad? ¿El gran estado desvalido en que se encontraba todo?
Un chasquido es solo eso. Un chasquido. Y no tiene nada de seguro, de fuerte, de permanente…Como asustarte por caminar en la cuerda floja y de pronto notar que ni siquiera había cuerda.
Un chasquido no es eterno. Ni tampoco una sucesión de ellos.
¿Pero qué es la eternidad, a fin de cuentas? ¿Es tan eterno lo eterno? La eternidad es nada. Es solo un punto en el tiempo que jamás ha logrado ser captado, a pesar de suponerse su existencia. Como un unicornio, o una respuesta final para todas las cosas.
¿Y cómo detener el incesante acoso de las preguntas? Esa eternidad-no eterna se hacía agudamente dolorosa a veces.
¿Cómo dejar de ser pájaro si uno ya lo es? ¿Cómo detener el tiempo? ¿Cómo cambiar el chasquido inicial para que los que sigan sean diferentes?
En una esquina el pájaro se sentó sin sus alas, sabiendo que no quería ser pájaro, pero que era inevitable serlo. No podía dejar de ser pájaro. No podía dejar de preguntarse por qué.
Y sin embargo, todo se configuraba en su mente de una manera dolorosamente confusa. ¿Qué era él? O ¿Qué estaba tratando de ser?
Sucesión de chasquidos.
¿Dónde estoy? ¿Por qué todo da vueltas? ¿Por qué todo se estremece?
Se sintió como un rompecabezas de sí mismo que va mutando las piezas e insertando algunas nuevas que ya ni siquiera son un rompecabezas en sí. En un instante, el pájaro se miró al espejo sintiéndose un no-pájaro sin dejar de serlo. Igual que un violín que despierta siendo una probeta, sin dejar de emitir sonidos musicales.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué las alas? ¿Por qué las plumas? ¿Por qué el nido? ¿Por qué el nacimiento? ¿Por qué la muerte? ¿Y si todo era lo mismo? ¿Y si todo era un conjunto enmarañado de líneas sinuosas que se entrecruzaban entre sí y se tocaban sin saberlo? ¿Dimensiones infinitas relacionadas todas entre sí de una manera espectacular que era difícil de entender, pero que era real? ¿Cómo saber si el sentido era realmente parte de ellas? ¿Y si no…? ¿Y si el gran sentido de todas las cosas no era más que un gran sin sentido…? ¿Dónde se encuentra ese sentido? ¿Ese sentido es estático? ¿Moldeable? ¿Cambia? ¿Se mueve?
¿Y si el sentido no era más que una gran pregunta sin límites…? ¿Y si…?
De pronto, el pájaro divisó al profesor de Historia.
Es difícil precisar por qué lo siguió, pero así lo hizo. Quizás por la apariencia calmadamente segura del anciano o porque en sus ojos había también un atisbo brillante de locura. Quizás porque también cojeaba o porque también parecía solo, aunque sabía dónde ir.
Así es que…sí. Lo siguió. Caminó dolorosamente tras él, arrastrando sus plumas ensangrentadas por varias cuadras.
El profesor iba a la biblioteca, por supuesto. Un lugar que el pájaro no conocía más que de lejos. Por el momento le pareció un lugar adecuado, considerando que al menos estaría caliente y cobijado.
¿Pero qué iba a hacer un pájaro en una biblioteca humana?
Posiblemente no lo habrían dejado entrar así no más. El profesor lo sabía. Un pájaro en una biblioteca, salvo de manera accidental, se acercaba al absurdo. Más aún, considerando que estaba herido y sangraba.
El profesor se compadeció de él. Algo le hizo intuir que había algo diferente. Además…lo había estado siguiendo explícitamente y él lo sabía.
Era un anciano muy observador y poco comunicativo. Lo suficientemente loco como para creer que muchas cosas eran posibles más allá de los sueños.
Para algunos, un viejo raro que odiaba a la gente. Vivía solo. Comía solo. Paseaba solo. O eso creían los otros.
Antes de entrar, el pájaro sorprendido vio cómo el anciano se inclinaba hacia él y lo tomaba suavemente. Con una metódica sencillez, improvisó un vendaje y lo ocultó bajo su chaqueta.
Entraron.
Se sentaron al fondo, junto a unos sofás.
No le dijo nada. No le hizo ningún gesto. No hizo ademán de querer sociabilizar.
El anciano dejó al pájaro en un sofá junto a él, tomó un libro específico de los estantes, se colocó los lentes y se puso a leer tranquilamente. Como si nada…
El pájaro se sintió aturdido. Hace solo un minuto había estado afuera y había perdido todo. Las dudas gritonas de su cabeza lo habían acosado.
Y ahora estaba en aquel lugar, acomodado en un sofá, sintiendo como el palpitante silencio tenía algo que decir. ¿Qué veían los seres humanos en los libros? ¿Qué parte del ciclo elemental de la vida se cumplía en ese lugar?
Su aguda mente de pájaro se iluminó con la curiosidad. Delicadamente se acercó al anciano, subió por el sofá y levantó su cabeza tratando de ver qué era lo que leía.
-“Ser o no ser. He ahí el dilema.”- dijo el anciano, mirando atentamente al ave.- ¿Te interesan los libros?- lo tomó y lo colocó en su hombro.-Leamos. Y si no te gusta este libro, podemos buscar otro. “Ser otro libro”.
El pájaro se posó y leyó con el anciano. El tema del libro no es lo esencial, porque leyeron varios. Muchos.
Por la mañana salían de la casa del profesor, compraban un café e iban a la biblioteca. Salían al anochecer, con los ojos brillantes y las dudas viejas muertas o más grandes, y otras nuevas.
El vínculo que tenían no era tradicional, pero era sólido. De alguna manera, hombre y pájaro, habían llegado a entenderse de una forma muda, intuitiva, casi inexplicable. El anciano le daba alimento, pero no era su mascota. No era su obligación alimentarlo, sino que lo hacía por cortesía. El pájaro le hacía compañía, pero no le hablaba. No era su obligación cambiar la página del libro, pero lo hacía por cortesía.
Cualquiera de los dos podía dejar de ser lo que era en ese instante y partir. Con libertad absoluta.
A veces parecía que compartían opiniones sin cruzar una palabra.
Pero lo maravilloso no eran ellos, si no los libros.
El pájaro lo descubrió muy pronto. Los libros eran alma, eran ave, eran vida y eran muerte. En ellos se podían encontrar miles de sentidos, miles de respuestas, miles de preguntas, miles de vidas.
Se transformaron, en principio, en una especie de bálsamo curativo. Luego, tomaron el rol ya experimentado por el pájaro: sembrar la duda. Y más aún, conducirlo, casi de manera mágica, a una respuesta.
El pájaro se sorprendía de cómo un libro podía ser encontrado. Y de cómo el pájaro o el ser humano no los elegía, si no que el libro los elegía a ellos. Como si alguien se planteara algo de repente y casualmente leyera un libro que hablaba de eso. Como si los libros hubieran estado buscándolos toda la vida para darles su mensaje en el momento correcto.
No obstante, el pájaro seguía sin saber qué sentido tenía la vida. Más que nada, qué sentido tenía su vida. Seguía buscándolo febrilmente, cada día, leyendo libros que incluso el profesor no había leído.
Hasta que un día el profesor lo observó más largamente que de costumbre, pensativo.
-¿Entiendes…- comenzó a decir lentamente.- que nunca encontrarás las respuestas totales a todas tus preguntas?
El pájaro lo miró fijamente.
-Quiero decir…pájaro, te pasas la vida leyendo, pero jamás encontrarás una certeza que dure mucho. Sí, puedes tener una respuesta de vez en cuando, pero pronto tú mismo la cuestionarás y la refutarás y ya no significará nada para ti. Surgirán otras dudas y otras respuestas. Cada vez más grandes y más complejas. Y tú seguirás buscándolas, creyendo que puedes aspirar a cierto grado de seguridad que en realidad no existe. Y un día cuando se te apague la vida, te darás cuenta de que nunca supiste nada, solo creíste saber cosas.
El pájaro cerró el libro y salió a la calle.
Lo que el profesor le había dicho tan resignadamente no era nuevo para él. Otras veces lo había pensado. Había pensado, en aquel invierno, cientos de cosas, la verdad.
Y una de ellas era la triste sensación de que la posibilidad de encontrar el sentido era imposible. Una quimera o una utopía, un recorrido constante siguiendo a una sirena que terminaría por dejar que te ahogaras.
¿Pero qué podía hacer?
Su corazón de pájaro amaba los libros más que a sus propias alas ya inexistentes.
¿Ser o no ser? He ahí el dilema.
¿Ser pájaro? ¿Ser lector? ¿Ser un buscador hasta el fin de los tiempos?
Cuando llegó a la biblioteca, la primera vez, no había comprendido el sentido que tenía ese lugar y lo que se hacía en él, en el ciclo elemental de la vida. Nacer, crecer, reproducirse y morir.
Ahora lo sabía. Había nacido ya innumerables veces. Había muerto. Había sido un oso, al leer un libro, luego había sido una víbora en otro…pero había que elegir algo.
Sí. Había que ser algo. Más allá de toda curiosidad, de toda posibilidad, de todo camino…él siempre había sido pájaro, porque eso le había acomodado en algún momento. Pero ya no. Y por eso, sin querer, había destruido sus últimas conexiones con su antigua vida. Ya no había nido de ramitas físicamente observables. Su nido nuevo eran los libros.
Ya no había alas, pero había café, letras, palabras, frases, argumentos…
Cerraba los ojos e imaginaba un bosque en un lugar lejano, donde, sobre una rama, habían posados miles de libros que volaban y revoloteaban a su alrededor, jugueteando con él de maneras asombrosas. Y una calidez amorosa recorría su cuerpo.
¿Qué libros habrían escrito los pájaros? ¿Habría escrito alguna vez un pájaro un libro? ¿Y por qué nunca habían llegado a él?
Y entonces lo supo. Quería ser escritor. Bajo esa ocupación, bajo esos pensamientos, su vida cobraba un sentido que antes nunca había imaginado.
El profesor se equivocaba, pero tenía razón. Era cierto, nunca encontraría las respuestas absolutas. Pero ¿Necesitaba tenerlas? O simplemente, ¿el punto no era tenerlas propiamente tal, si no aspirar a tenerlas, intentar tenerlas? ¿No era ese su sentido de vida: buscar, esperando acercarse a algo, aun sabiendo que jamás podría acercársele lo suficiente? ¿No era eso lo que habían hecho tantos, queriendo o no, a lo largo de sus vidas? ¿Por qué se requería del límite, si su pensamiento y sus conclusiones no lo tendrían mientras viviera?
Ser. No ser.
Esto era lo que él era. Era un pájaro que no había emigrado, un pájaro lector que quería ser escritor. Un pájaro curioso, un pájaro dubitativo, un pájaro buscador. Él era cuando su vida estaba en eso.
No ser. Ser.
Negar esa búsqueda, esa parte ineludible de sí mismo, habría sido no ser. Irse con los otros pájaros sin preguntarse nada lo habría sido. Negarse era no ser. No decidirse a ser era no ser. No preguntarse era no ser.
La vida aparecía frente a sus ojos como un constante devenir entre un ser y no ser que estaban ligados estrechamente.
El ciclo estaba cumplido, a pesar de que había querido saltárselo. Cumplido de una forma completamente nueva y palpitante.
Nacer en una duda, crecer en ella, dándole más fuerza a la idea en su mente, buscando una respuesta, compartiendo otras ideas…refutando otras…reproducirse en ideas más complejas, encontrando una respuesta que de pronto calza a la perfección…morir. Morir. Morir cuando esa respuesta es refutada y todo se tambalea. Nacer en otra duda. En otra búsqueda. En otro camino.
Este era su sentido. Buscar, crear, preguntarse.
Y todo parecía estar maravillosamente relacionado. Había tantas cosas por descubrir aún o por reformular, por aprender.
El pájaro sonrió y miró atrás un momento. No iba a volver con el profesor, porque ya había aprendido lo que necesitaba aprender de él. Era momento de conocer nuevas cosas, viajar, descubrir la vida y hacer nuevas preguntas. Iba a escribir de todo ello y quizás, con algo de suerte, algún día alguien leería sus palabras y se daría cuenta de que no estaba solo, así como él mismo se había dado cuenta.
Estaba liberado.
No necesitaba sus viejas alas. No necesitaba su viejo nido ni la rama.
Buscaría otros.
Volaría.




lunes, 9 de marzo de 2015

*Bonus Track* : La cacería

*(Es lunes y se supone que no es día de publicación, pero decidí compartirles este escrito un tanto "místico" a mí parecer. Espero que les guste :) Pd: El viernes publicaré la II Parte de El Pájaro que no Emigró...saludos! :D )*

Nosotros, los humanos, hemos sido millones de cosas. Nos deformamos con la facilidad de una masa eternamente en búsqueda, eternamente muriendo y volviendo a esa vida inapreciable, esa que se arranca de los dedos como pintura diluida. La vemos como si se tratara de una historia absurda que algún escritor demente decidió estampar en un árbol muerto.
Hemos sido cosas extrañas, ridículas y otras… hermosas. Y las seguiremos siendo.
Somos camaleones la mayoría del tiempo, cambiamos de opinión fácilmente; en un momento somos seres alados, iluminados (como el alba antes de que la corrompan nuestras miradas ingenuas, sedientas de luz); y de pronto, la conciencia se nos solidifica, nos volvemos concreto, pasamos a ser malvados, seres desfigurados, oscuros.
Sin embargo, hay una cosa que no podemos cambiar, aún cuando hemos intentado negarla desde que abrimos el primer ojo, desde que lanzamos ese alarido que nos da la vida envuelta en papel de dolor.
Quisiéramos estrellar la verdad con un auto y verla desangrarse impotente, idiota…imbécil; o tal vez mandar a un sicario a deshacerse de ella.
Somos increíblemente creativos en eso.
Pero la verdad es la verdad. Nada más. No importa qué hagamos al respecto, no importa que queramos evitarlo.
Se alzará en algún momento, en alguna parte…y se nos grabará en la frente sucia y errante.
Y la verdad es. Solo es, sin juicios de valor entremedio. Y estamos buscándola, rastreándola…siguiendo sus huellas.
Somos cazadores caminando a mitad de la noche en un sendero que no estaba en el mapa. Respiramos frío, añorando alguna chimenea burlona de alguna casa inexistente.
Tenemos frío, porque los zapatos están mojados por la historia. Quisiéramos no haber salido hoy, mañana era más fácil.
Somos cazadores inválidos de mentes, buscando en algún rincón una presa lo suficientemente buena como para colgarla en la pared, o llevarla puesta como una medalla.
Somos millones de cazadores vagando, todos en un solo bosque. A veces se nos hace pequeño como la suela de nuestro zapato roto, pero se nos olvida, porque nos tapamos los ojos para no arriesgarnos a tropezar.
Somos millones pisando las mismas hojas muertas del tiempo, miles escuchando la respiración entrecortada de la presa perseguida, miles contando pistas, miles oliendo vidas.
Estamos a tan corta distancia unos de otros que podríamos estirar un brazo y tocarnos temerosos como suricatas, para luego huir nuevamente y empezar de cero la cacería. Pero no nos podemos ver entre sí sin saber por qué. El que está a la derecha casi puede oír el pensamiento del otro a su izquierda, puede olerlo y palparlo, tanto que si le pidiesen que dibujara su silueta, él podría hacer un retrato completo.
Pero no puede verlo.
Y el cazador se distrae de su presa y se rebana la cabeza preguntándose por qué no ha de poder ver a ese similar suyo, realmente como es y no como habita en su mente. Se pregunta si quizás no será todo lo que lo rodea solo una habitación de su mente, hasta él mismo…hasta ella misma. Hasta la idea de verdad.
Pero ese es el asunto de la cacería. Somos cazadores y no podemos evitarlo. El misterio de la cacería nos suele reventar la cabeza y no sabemos por qué.
Millones de cazadores han desaparecido preguntándose ese por qué y buscando una respuesta, la que fuera.
Es como un virus, del que todos estamos contagiados. Algunos desaparecen antes y otros después.
No sabemos cómo ni a dónde fueron. Solo desaparecen y nosotros nos encojemos de hombros: de eso se trata la cacería.
Teníamos un papel escrito con eso, pero se nos perdió hace años.
Somos cazadores y llevamos la escopeta colgada de la espalda. Sabemos usarla, pero nos da pavor jalar el gatillo. Los gatillos son extraños, aunque nosotros los creamos.
Un gatillo puede amarrar a mil aves y llevárselas a todas al sur, formando un cometa ardiente. Algunos han arrojado vidas a fondos de pantanos con un solo y miserable gatillo. Les tenemos miedo.
Por eso, nosotros los cazadores, hemos decidido usar esa escopeta solo una vez y tenemos solo una bala.
Algunos desaparecen antes de usarla y otros, la usan antes y la gastan inútilmente. Entonces, por la noche, se los come algún oso indigente y bobo.
Somos millones de cazadores en un solo bosque de concreto imaginario.
A veces se nos hace tan grande el bosque que se nos olvida la presa y nos dedicamos a recorrerlo, aspirarlo y hacemos música con él. Nos gusta ahogarnos en su incienso melancólico y dubitativo.
El bosque es la caja. El bosque es la caja infinita y nosotros estamos en ella, pero no somos parte de sus rincones, no somos parte de su aliento. Quisiéramos penetrarla, pero no sabemos cómo.
Nos imaginamos que algún día, la caja se lloverá y se diluirá con el líquido inmóvilmente activo. Tememos a ese día.
Tenemos la cajita bajo la cama llena de polvo, pero cuando el ratón entre para huir con ella, hemos de llorar lágrimas imbéciles.
Cómo amamos esa caja simple y resumidora de todo, la vida que guarda…pero cómo nos aburre también, al extremo de que a veces deseamos lanzarla al papelero. Sin embargo, nos arrepentimos justo antes.
Somos cazadores buscando la presa, en todo caso. Nos distraemos, pero en eso estamos la mayoría del tiempo.
La presa.
No sabemos cómo es, dónde está, ni cómo llevarla a casa. ¿Debemos aniquilarla? ¿Sedarla o simplemente engañarla para que nos siga?
Creemos llevar los implementos necesarios, pero a veces dudamos. Nos dan ganas de volver a casa y dejarlo así, pero nos basta una noche de insomnio para que la añoremos más.
La deseamos.
Deseamos tenerla casi con locura. Nos recuerda a una droga que nos dejó algún genio inmortal en alguna receta muerta. Nuestros sentidos vibran cuando pensamos en ella, la presa es nuestro oxígeno. Volvemos a la búsqueda, a la cacería una y otra vez.
Somos cazadores y vivimos de la cacería.
Pero sufrimos de alzhéimer, ese es nuestro mayor defecto y nuestra mayor ventaja.
Cuando encontramos una pista, nos alegramos y, al día siguiente, no sabemos qué era. Empezamos de nuevo en un ciclo interminable y estúpido. Nosotros somos la ruleta. Éramos inmóviles, pero nos brotó alma de un día para otro. Casi nos atragantamos.
La cacería no acaba jamás.
Todos nosotros estamos diseñados solo para eso: el nombre de la presa está escrito en nuestras entrañas.
No sabemos cómo es, pero cuando la vemos al fin, sabemos ante qué estamos parados. El libro de las instrucciones se nos abre de un segundo a otro. No sabíamos que estaba allí, pero ahí estaba.
Todo el universo decanta en ese momento de éxtasis; somos cazadores y en ese espacio desconocido, al fin, entendemos todo. Hemos penetrado la caja con fuerza y debilidad, destrozándonos en mil pedazos, uniéndonos con los fragmentos del bosque, también quebrado.
Se nos revela en ese instante explosivo que somos cazadores, pero que no importa la presa, sino el sendero. La presa solo es la excusa.
Vinimos por eso, la presa se escapa, pero da igual, importa la cacería, importa la búsqueda, importa el anhelo, el deseo de perseguir algo que no muere jamás.
Entendemos todo entonces y olvidamos la escopeta y su única bala; se nos olvida el bosque o la venda sobre nuestros ojos.
Se nos estrella contra la frente la verdad y el misterio juntos, fusionados en uno solo.
Y lloramos.
No sabemos por qué. Lloramos y lloramos sin poder parar, de rodillas en mitad del bosque, frente a la presa que no nos quita sus ojillos de mar de encima.
Y seguimos siendo cazadores.
La presa se vuelve enorme y fuerte en ese momento, más que uno mismo, y se alza para tragarnos, bebernos…consumirnos…con ternura, como en un abrazo prolongado, con delicadeza extraña. Nos recuerda al inicio que no tuvimos.
Somos cazadores y la cacería nos transforma en presa no desde que somos devorados, sino desde que la empezamos. Desde antes incluso.
Encontramos a nuestra presa, pero mañana, al despertar, lo habremos olvidado de nuevo. El inicio nos habrá agrietado la mente indecente, vacilante y burlona. Tremendamente frágil también.
Seremos seres inmóviles y perspicaces. Seres sordos como el eco, topos buscando abejas.
Somos cazadores y caminamos enredando nuestros pies con las raíces del bosque, familiar y desconocido.
Miramos los rastros, seguimos las huellas, inundamos de historia inconclusa las copas de los árboles clonados unos con otros.
Existimos lo que somos, y lo moriremos algún día, quizás, porque la muerte no nos mata.
Somos cazadores y caminamos, porque para eso estamos aquí, para eso nacimos, para caminar y caminar, buscando, buscando siempre.





jueves, 5 de marzo de 2015

El pájaro que no emigró- Parte I

El suave pájaro se levanta durante la noche.
Como un sonámbulo atraviesa los rincones oscuros que viven solo desde la mirada interna, mientras afuera caen las hojas del otoño, transformando todo lo verde en nostálgico gris.
Sus ojillos vidriosos contemplan las fotografías colgadas en la pared, en el oscuro pasillo que está dentro, pero también vive afuera. Ojala el pasado saliera volando también como un pájaro, piensa, paradójicamente.
Sus alas azules, apoyadas en su espalda, están petrificadas. El frío excesivo del ambiente les ha quitado su poder de ascender a los cielos, dejándolo sumido en el sub-mundo. Emigrar es lo que todos los pájaros hacen, pero él no lo ha hecho.
Algunos son felices con este tipo de singularidades, pensó el pájaro, y yo, terriblemente, hubiera deseado ser otra copia de pájaro más, poder salir volando con la bandada, hacerme invisible entre ese montón de alas y estar a salvo.
Caen las gotas de lluvia sobre sus patas ennegrecidas. El pájaro alza la cabeza, como resignado al fenómeno ya recurrente de que llueva dentro del mismo nido.
A veces el pájaro sale a caminar lentamente por las calles. Sus plumas, cada vez más opacas, no sorprenden tanto a la gente. A menudo da la impresión de que la gente no ve absolutamente nada, incluso teniendo que usar lentes para ver mejor, incluso teniendo vista de halcón.
El pájaro avanza con la cabeza gacha y las alas como manos en la espalda. Parece muy serio, muy reflexivo, igual que un profesor de facultad con su abrigo azul marino desaliñado, aunque sin la felicidad de las drogas.
Tiene insomnio de día y de noche. Tiene insomnio incluso cuando está dormido.
Así es que avanza entremedio de un montón de fragmentos desdibujados de lo que es la realidad o de cómo creemos verla y definirla. Está atrapado en el limbo, deambulando entre el pasado y el futuro que imaginó, haciendo trizas el presente a martillazos, desangrando el momento preciso, la palabra correcta, temblando los pies en la tierra, con la tierra brutalmente masacrada.
El pájaro azul que no ha emigrado.
¿Cómo ha pasado esto?, se preguntaba a veces.
Pero la respuesta siempre recordaba a la presencia ausente del viento cuando abanicaba sus alas.
Algunas veces había sobrevolado la ciudad, otras veces había comido de la mano de un buen anciano, había visitado los zoológicos...
Oh sí...los zoológicos.
Y esa sensación de miseria que golpea el rostro y el pico igual que si fuera una montaña de concreto, una pared de silencio cómplice.
Fue entonces cuando lo notó. Pero no se lo dijo a nadie.
¿Qué dirían los otros pájaros de sus ideas ridículas acerca del sentido de la vida, el sentido del volar, la idea de libertad, esclavización y muerte patente?
Al mirar a aquellas aves tan vistosas que se pudrían tras las jaulas del zoológico, sintió una profunda piedad hacia ellas, pero sobretodo a las aves que, volando, también estaban sujetas a una especie de fatalidad.
Como sentirse esclavo por querer estar adentro y haber sido arrojado afuera. Mirando desde la ventana hacia el nido interno, sin poder penetrarlo, sin poder sentir el calor de las viejas ramas que ya estaban deshabituadas de tenerlo a él en su estado de huevo.
Y no. No se refería a estar dentro de las jaulas, si no a estar dentro de otros dentros, difíciles de precisar.
Como ese dentro en los brazos de unos amigos, jugueteando entre las ramas de los árboles, riendo de los gatos que los quieren cazar. O ese dentro en el mismo fuero interno, en esa mente que todos atribuyen humana, y que a él se le escabullía. Incluso en su propio cuarto se sentía solo, como excluido, como si lo desaprobaran de antemano y no cumpliera con lo necesario para merecer estar allí.
Así es que...sí...así tal cual había sido. Había estado pensando en todas aquellas cosas y cuando los pájaros habían agitado las alas para emigrar, él movió las suyas y sintió que estaban muertas. Intentó volar, pero le pareció imposible.
Él y su esclavitud del tiempo y de la sensación de desapego general. ¿Qué sentido tenía la larga cadena, el solemne ciclo sin fin que debía ser cumplido? ¿Con qué objeto seguir en ese triste propósito sin propósito del: nacer, crecer, reproducirse y morir?
¿Cuándo había nacido? ¿Cuándo había muerto antes?
Y en ocasiones aparecía en sus sueños un árbol azul imponente que era zamarreado cruelmente por el viento y que arrancaba trozos de la tierra, como tratando de despegar sus raíces de ella, como un loco que se sacude en su camisa de fuerza, como un prisionero de guerra que muerde sus cadenas tratando de liberarse hasta que se saca los mismos dientes. Y despertaba con sus alas sangrando, con su mente chorreando gotas de confusión, con la sensación de haber sido arrojado del nido y pisoteado por todos los pájaros que volaban felices en el mundo; preguntándose si existirían otros como él que habrían decidido quedarse. Otros pájaros como él que vieran la vida con otros ojos, sintiendo más de lo debido, sufriendo más de lo debido... aquellos que no tenían la energía para simularse todo el tiempo felices, aquellos que preferían observar a una libélula y no comérsela.
En más de alguna oportunidad había pensado en dejarse comer por un gato. O en lanzarse valientemente contra un parabrisas en la carretera.
Pero no se resignaba a acabar sus cantos de esa manera.
Temía que la vida le fuera negada o que él le fuera negado a la muerte.
Había demasiadas preguntas en su cabeza emplumada y aguijoneaban su frágil corazón de pájaro. La rama temblaba, el cielo se volvía viscoso como para volar, el aire se comportaba como un montón de agujas.
El pájaro miró la ciudad.
¿Qué pasa si ya no quiero ser pájaro? ¿Qué pasa si quiero ser algo más? ¿Qué sucedería en el ciclo si lo pauso por un momento y busco un lugar diferente donde posarme? ¿Y si no lo pauso y trato de escaparlo?
Sus ojillos azules visualizaron suculentos gusanos que atravesaban la tierra y revoloteaban en su mente igual que ideas sabrosas.
Y desde allí escuchaba los gritos aterrados de las aves del zoológico...enloquecidas por sus propias mentes, mirando cómo sus plumas se caían a cada tic-tac, reconociendo la ingratitud del nido que las cobijaba a todas y les arrebataba la voz melodiosa... aspirando la papelería humana que les esclavizaba en la irrealidad. Esa papelería tan frágil y llena de enigmas, esa papelería que siempre estaba a punto de desplomarse sin hacerlo, que siempre estaba destiñéndose o fragmentándose...un grito desesperado que se agazapaba en un rincón y que prometía devorarlos a todos.