I
Para saltar de un edificio sin derecho a retorno debía yo dejar de existir dentro del universo de lo posible. No solo de lo posible de hecho, sino de lo posible de enunciar, imaginar y rememorar.
Caput.
Finiquitarme.
No existir.
Ponerle punto final a la hoja repleta, hasta entonces-hasta hoy, de preguntas y puntos suspensivos. Suspender el plano de lo viviente y estamparme, atrapada con alquitrán, en una caída sin fin o en un gran y oscuro agujero. Reventar el plano de lo imaginario, lo simbólico y lo real. El plano del x, y y z. Todo de un plumazo.
Es difícil. Hay en ello una pretensión estúpida de que era posible ese final abrupto de libro, que en realidad no hay. ¿Cómo dejar de existir de verdad? ¿Cómo ponerle fin a la pregunta eterna por la vida y por la muerte? Morir solo aviva la pregunta, para variar.
En ese momento no podía ni respirar con claridad.
Podía...
Puedo...
Podré...
Menos entender que en el fondo saltar de un edificio es imposible, porque es imposible suspenderse como se suspende una novela o un computador. Yo estaría allí en algún lado, lamentablemente. Aunque solo fuese un eco vacío.
Sugerí comenzar por matar mi pasado. Lo más originario y lo más antiguo. El inicio de cómo triunfar en la tarea de saltar de un edificio. El inicio nefasto de todo.
Eso implicaba marcar un suprimir a los recuerdos, borrar los traumas, quemar las fotos, olvidar los nombres y los lugares, eliminar mi huella de todos los objetos y de todos los seres que desgraciadamente habían tenido el destino de cruzarse conmigo.
Primera dificultad.
Oí por ahí que el polvo de los lugares en los que estamos, en parte, eran nuestras células muertas, que van (¡malditas!) a esparcirse indignamente por el mundo sin resignación a que deben desaparecer. Desechos orgánicos. O sea, han de vivir en otro lado eventualmente, arrastrando así una parte propia, una parte de pasado, que dificulta ya desde la génesis la tarea y el deseo de saltar de un edificio.
Entonces...estoy como empecé.
Voy a las fotografías...ok, las quemo. Pero recuerdo entonces una copia de la copia de la copia de la copia en el cajón de mi mamá. Otra en un cuadro de la generación de ex-alumnos que, claro, todos tienen uno. Otra en la billetera de una amiga. Otra utilizada para el vudú de un ex. Un problema más. Seguir el rastro de los fragmentos del pasado, de los fragmentos de memoria y rostro, me llevaría años y esta tarea comienza a hacerse más pesada que la vida misma.
Olvidar los nombres y los lugares. Otro asunto agobiantemente imposible. Con ello, debía partir por borrar todas mis relaciones humanas, punto que lleva otra vez al callejón sin salida. Vivir no habría pasado, en primer lugar, sin eso primero. Yo he sido nombrada y sentida antes de existir por mis padres, sus padres y sus padres. En ellos estaba el cuidado de mi vida en mis primeros días. En ellos estaba el primer germen de mi existencia. Una nefasta posibilidad que no pedí nunca, en sus genes, en sus modos, en sus sentidos, en su historia intergeneracional.
Hay fragmentos terribles por todos lados: tengo la nariz de mi tía, las orejas de mi tata, la risa de mis hermanas, las cejas de mi madre, los pies de mi padre, los ojos de mi abuela.
Estoy en ellos, ellos en mí.
Siento por primera vez el vértigo enorme de pararme en el borde de un edificio de 23 pisos. Tengo miedo de la ineludible posibilidad de haber dejado demasiadas huellas en otros, consciente o inconscientemente, buenas o malas, importantes o no. Sobretodo lo segundo.
Mis palabras, mis acciones, mis no-palabras, mis no-acciones. Mi ausencia y mi presencia. Y ambas, entrelazadas o una fagocitada y reconstituida por y desde la otra. La caja dentro de la caja.
Otra falla. Otro intento fallido. Y me tambaleo en el borde del edificio.En el borde de mi cordura.
Constato que para saltar de este edificio exitosamente, todos quienes guarden un recuerdo de mí, por pequeño que sea, debiesen saltar a su vez. Detrás de mí. Delante de mí. Conmigo.
Una punzada de doloroso amor atraviesa mi pecho. No. Eso no lo puedo. No lo puedo tragar, no lo puedo permitir, no lo puedo concebir, no lo puedo pedir. No me cabe. Amarles mejor era antes lo único que me mantuvo viva. Amarles era quizás mi único triunfo.
Esto ponía la dificultad en el plano infinito del tiempo. Bueno...si el tiempo es una línea que atraviesa la vida, la imposibilidad de matar el pasado y el origen genera irrevocablemente la imposibilidad de matar el presente por las mismas razones. Si no me mato hoy y sigo viviendo, suponiendo que esa vida implica relaciones, fotos y polvo, y otras muchas cosas, no puedo matar o extinguir el futuro. El nudo de la vida sería tan resistente para una soga, que colgarse sin éxito (sin dejar de existir, pero muriendo) sería fácil. Pero mi fin no es lo fácil, sino lo imposible.
Ahora...si el tiempo es circular, como realmente pienso, la situación empeora en proporciones inabarcables. Hasta el infinito. Un infinito de planes de suicidio fallidos, un infinito de dolor y de instrucciones no instructivas de cómo saltar de un edificio.
Aquí, quizás, un buen optimista podría pensar que esta infame y mal escrita carta suicida-pseudomanual es la prueba irrefutable de la ridícula frase "al final siempre sale el sol", porque: ¡woow! ¡En tu dolor haz encontrado una forma de seguir viviendo!, porque te das cuenta de lo absurdo y sin sentido de la pretensión de la muerte y de la no existencia, te das cuenta de que vale la pena seguir viviendo...blah...blah...blah...No.
No es así.
Primero, porque me planta de golpe en una situación sin salida peor que la que tenía en principio, cuando llegué aquí, a preguntarme cómo saltar de un edificio para dejar de existir, para extinguir el dolor. Segundo, porque hablar de un sinsentido de la muerte y de la no existencia, no niega el sinsentido total de la vida. Al menos de mi propia vida (No quiero generalizar en nada de lo que aquí escribo. Conozco vidas que son maravillosas y valen enormemente la pena). Tercero, reconozco a regañadientes una verdad casi innegable, ineludible, y cobarde en su enunciación: el dolor sigue aquí, inextinguible, eterno, voraz y, conforme pasa la vida, más profundo, más presente.
Ahora el saltar de un edificio, el siquiera planteamiento de esto como una posibilidad factible, me parece una broma cruel, otra trampa, otra ilusión de fin, otro fallido intento de completitud, otro deseo inalcanzable, sobretodo insatisfecho. Otro agujero de ignorancia in-llenable en el pecho.
Un vacío en el pecho, en el centro del ser, un voraz agujero negro que, quizás me equivoque (espero siempre equivocarme en todo lo que pienso), me costará más extinguir que todas las cosas que antes también llamé imposibles.
Hasta aquí, incluso podría parecer cómico este pseudomanual para saltar de un edificio. Pareciera que me río de mi estúpida idea de querer saltarme la vida, como si me fuese en algún sentido permitido escoger cómo terminarla, si en ningún momento tampoco escogí iniciarla. El cliché del "yo no elegí nacer", tan adolescente y mal usado. Pero no, no es en modo absoluto cómico. Incluso si lo es, no hace más que esconder otra verdad horrenda: en la práctica de reírse de uno mismo, de su propio dolor, mala suerte o desgracia, no hay más que una desesperación profunda, un patético, repetitivo y pobre motivo para autolesionarse otra vez. Un profundo autodesprecio y, en última instancia, el reconocimiento y la resignación de que no queda nada más por hacer. Solo queda reír. Solo queda ocupar esto como excusa para seguir respirando.
Estoy, hoy, ayer, y no sé hasta cuándo, inexorable e involuntariamente amarrada en la red de la vida. Y la pequeña muerte de mi cuerpo y mi consciencia, incluso en el día a día, solo podría darse por medio de una Gran Muerte en todos los demás planos: el simbólico, el social, el imaginario, el real, el intergeneracional, el invisible...el comunicable y el incomunicable. Ninguno de esos planos está a mi disposición, al menos no totalmente, como para poder controlarlos, aunque diariamente deambulo pensando que sí puedo hacerlo. Deambulo en esa red que forman ellos y me imagino poseedora de sus secretos, pero no. Soy frágil. Tremendamente frágil y no tengo poder ni control sobre nada. Pero cabe plantearse siempre la duda. ¿Y si...?
No lo sé.
El viento juguetea en mis cabellos mientras sigo parada en el borde del edificio, balanceando mis pies por si la casualidad y el resbalo toma más rápido la acción que yo estoy obligada (¿o deseosa?) a decidir.
Entonces...ya se puede ver mi triste situación. Tan triste que no me pueden saltar ni las lágrimas al vacío. No tienen sentido ellas, como no lo tiene saltar de un edificio sin que el deseo del cese del dolor y la existencia se cumpla con éxito.
Estoy, por ello, atada a la vida y atada al doloroso amor, la ternura diaria, el autodesprecio, el sinsentido, a la paradoja y la pregunta. Me hallo ahora en esta escalera de Penrose. Atrapada para siempre en la vida que, aunque no sea mía en su finitud humana, lo será en su ley: nada se crea ni se destruye, solo se transforma (*).
Quien dijo que "todo tiene solución, menos la muerte", debió decir en realidad que todo es solucionable, menos la vida y la existencia que implica.
¿Entonces qué? ¿Vivir? Es que vivir deja huellas...¿Y la finitud del hombre, no la aceptas? La finitud solo está inserta en el círculo del tiempo. Más allá de nosotros, más allá de todo.
Acaso podría yo pensar que la única forma de morir de verdad es esa: seguir viviendo. Porque vivir es lo mejor y más efectivo para ser olvidado.
Olvidado.
Seguir viviendo, porque ello implica un difuminar lento...pero constante...de todas mis huellas, queridas o no, en el mundo mundo y en el mundo de los otros. Un seguir viviendo y arrastrando el dolor en un lento...pero firme...paso por el olvido...
Al menos me queda, por ahora, creer eso. Aunque nunca puedo afirmar lo que afirmo con seguridad. Nunca puedo plasmar lo dicho y pensado ahora como definitivo.
Vivir...Vivir para ser olvidado en puntos suspensivos...sin el brutal y recordado, por su impacto casi siempre, estacato del punto final. Si salto ahora...¿No dejaré un estruendo enorme que imposibilitará el olvido por más tiempo? ¿No es saltar de un edificio un estacato horrendo y arrasador? ¿No es saltar ahora un punto final hecho a golpe de cañón, a golpe de sangre, a golpe de impacto?
(*) "Nada se crea ni se destruye, solo se transforma"
Esto plantea otro punto de duda: el hecho de si existe o no la muerte y la vida.
Si se piensa a la vida como creación, como punto de origen, nacimiento, génesis, inicio...hay que partir ya sabiendo que la vida no existe. O se puede suponer que se supone todo eso y que por eso es plausible suponer que la vida no se supone.
Pero, en realidad, ver a la vida así implica una visión muy dualista, muy reducida quizás a la oposición con la muerte: si la muerte es fin, cierre y nada más, entonces la vida sería supuestamente su contrario: el inicio, lo no cerrado, lo que sigue. Esto último arroja luces de una mejor forma de pensar la vida: un devenir, un no cerrado que se sucede y transcurre por medio del movimiento y los cambios,
Entonces vida es transformación (aunque ni los biólogos pueden definir la vida, así es que dudo mucho que pueda definirla yo). Por tanto, tal como anuncia la ley, ya que no hay inicio ni fin y solo hay transformación, solo hay, siempre e inevitablemente, vida. Siempre hay vida. O como se dice a veces: la vida siempre se abre paso, incluso si ese abrirse paso se constituye en una posibilidad azarosa de accidente en el universo. Incluso si ese abrirse paso es jugar a destruir la vida para crearla de nuevo de formas misteriosas e inimaginables.
¿Y qué pasa con la muerte? He ahí el problema. Si nada se destruye, entonces no hay muerte. Así, simple y llanamente. Al menos en lo que respecta a la idea de la muerte como un fin, un cierre. Entonces...la muerte no existe.
Si la muerte es umbral, si la muerte es transformación dentro de la vida y la vida es transformación también...tampoco existe la muerte, porque es parte de un devenir, un cambio de estado, como lo es la vida. La muerte es parte de la vida. Si la muerte es parte de la vida, no existe. Solo es vida de otro modo. Solo es vida de la (no)vida. Habita en lo invisible, pero habita.
¿Cómo puedo morir entonces? ¿Cómo puedo llegar siquiera a pensar en la ridícula idea de saltar de un edificio exitosamente? ¿...pudiendo lograr la destrucción total, la anulación total, la completa ausencia de preguntas...? ¿...la completa no existencia...?
El suicidio es imposible. Al menos en lo inmediato, como yo quisiera. Incluso lo es a corto plazo. Incluso es dudoso que sea posible a largo plazo, aunque eso depende de muchas circunstancias innombrables e incuantificables.
Incluso si mi subjetividad fuese olvidada (con mucho tiempo y con la muerte de todos mis conocidos), permanecería en circulación y en transformación la materia y la energía de lo que he sido, aún cuando no sé que lo soy todo el tiempo.
Y eso...ahora no ofrece ninguna respuesta, ninguna salida, ningún final...deja abierta una herida que no es más que la existencia y la vida...
No existen los puntos finales...