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miércoles, 27 de enero de 2016

Caballero Anavajado

Ellos dicen que a mí siempre se me puede hallar caminando. En cualquier parte y a cualquier hora.

Y tienen razón.

Incluso estoy caminando cuando estoy sentada, en esas ocasiones en que me acompaña la mirada perdida, en algún punto que espero jamás exista o se atreva siquiera a tomar cuerpo de realidad. Yo misma me encargaría de destruirlo entonces, porque la realidad, cuando toma forma, se dedica a poner límites.

O al menos así se ha vuelto gracias a cierta manera estúpida de poner reglas de algunos.

Supongo que antes no era así, y parece demasiado ideal cuando lo cuentan las leyendas.

Ahora las cosas son diferentes, la generación de los no generados ha nacido sabiéndola una esclava de sí misma, encerrada entre sus propios colores y sus vientos vívidos que antes azotaban las costas de la imaginación humana sin amarrarla y sacrificarla a un dios inexistente.

Un dios pagano o no, que reclama sangre y más sangre azul, o negra, dependiendo del tipo de tinta que tenga el lápiz que cada uno escoja para escribir o dibujar…o lo que sea, a fin de cuentas.

Ellos dicen que jamás estoy en ninguna parte y tienen razón.

Y más ahora que antes, como si ese estado se fuera extendiendo y extendiendo, como si yo me fuera haciendo cada vez más esa presencia que sientes que está allí, aún cuando no la ves. Ese fantasma que buscas por la noche junto a tu cama, pero que más parece una jugarreta del miedo cuando le da por salirse de su casa.

Pero no ceso de caminar nunca. Los pies me duelen si me siento en ese escritorio árido y muerto, tan correcto que me asfixia, tan simbólico de lo triste que es someterse a unas reglas que no se aman…tan inmortalizado en una pintura que se llamaba madurez, tontamente en realidad, porque no han sabido nunca utilizar bien ese concepto.

¿Y existe eso que llaman adulto? ¿Existe ese tomar la responsabilidad y dejar de lado el sueño imposible por un maletín con sus billetes haciendo la tremenda fiesta del hastío diario?

Me pareció escuchar el susurro de las murallas repletas de graffitis jóvenes diciéndome que ese adulto triste está, caminando entre ruinas de algo que le obligaron a dejar, un montón de cadenas que lo apresen sin motivo aparente, porque nadie sabe cuándo el joven salta hacia el acantilado creyendo con ello transformarse en esa persona madura, arrastrado idiotamente por esa cruel quimera mentirosa, que nos sumerge a todos en este olvido terrible y succionador de vidas.

No recuerdo cuándo me pidieron que dejara los juguetes y tomara el maletín y la calculadora. Las cuentas no se pagan de sueños, dijeron. Y sentí como en el fondo de esas palabras había un dejo de amargura inmensa, de saber inconsciente de que en ello se va una mentira asesina, capaz de desgarrar almas y secar ojos pintados de nubes que surquen los cielos felices y libres, avecillas que inventen nuevos mundos, pinceles que pinten posibles ilimitados, donde no pesen ni los papeles acreditadotes de saberes- no saberes, ni las rocas brillantes y cegadoras de ojos ya antes más ciegos.

Y de pronto uno nota que te han clavado una espina en el corazón para salvarte de otra, que han de esgrimir espadas en tu nombre, defendiéndote de dragones que tú nunca viste, pasando hambres en el desierto que tú nunca apreciaste, porque para entonces todo era fácil…los juguetes que te enseñaron a soñar te mantuvieron en un universo paralelo, cargado de vida, pero lejano…allí los leones no entraban a devorar tus corderos, porque de las tinieblas, anónimo y valiente, surgía el sacrificio del caballero triste con ínfulas de adulto…y alzas la cabeza hacia el cielo, los ojos llorosos y el cemento ennudecido en tu garganta te pide que te quites los escudos y salgas a luchar tú…¿Qué espina escogerás entonces? ¿La que te han clavado o la que aguarda afuera?

Las rosas no crecen si no divisan una espina.

Y el caballero se aleja, sin saber por qué, gritando de tristeza, porque las fuerzas extrañas se lo llevan lejos de su tesoro, que ya ha tomado pies de gaviota, alas de ángel, rudeza de demonio contra los peligros…

Creí sentir cierto dejo de lucha interna, cierto mensaje oculto entre líneas que dijera: Hijo, hija…huye ahora que puedes. Hijo, hija…toma tu destino, cuanto quisiera yo evitarte el gran porrazo, pero te acechará hasta que te encuentre en alguna parte, un día en que bebas distraído un café en la playa…

Pero es tan vaga esa advertencia en verdad, tan vaga y tan fugaz…escapando tan rápido, antes de que uno siquiera alcance a tocarla. Y uno olvida que tras todo eso hay un mundo entero donde esa cosa espantosa que llaman realidad y no lo es, va sacándoles lágrimas a esos seres que antes pensaste invencibles…esos dioses que hacían magia, esos dioses que marcaban un camino donde tú podías ser detective o astronauta, escritor o pintor, músico o vaquero…esos dioses que de repente se volvieron seres humanos, grises sus ojos ancianos…frágiles sus manos de cometas…

Y aquí estoy tratando de consolar su cierta pena de vida, tratando de animar su cierto sueño aún latente, tratando de despertar ese joven que no es bobo ni derrochador, irresponsable o rebelde sin razón, si no ese que sabía que con el mero hecho de querer, nada era imposible…ese que se sorprendía cuando encontraba la flor en el patio de su casa, aunque la viera todos los días. Ese que se detenía en la calle a mirar un algo simple y valioso que encerrara un misterio verdadero y digno de aprender.

Ese que sabía que la única clave para vivir, el único alimento que paga cuentas o no, el único sostén y abrigo, era levantarse en la mañana con una sonrisa y encontrar eso que llena el alma, aunque les parezca bobo a otros, porque ese sueño tenía cara de felicidad única. Tenía cara de cielo.

Y antes yo no causaba problemas. Antes yo me portaba bien, derecha sobre ese escritorio vacío, repitiendo como el loro esos papeles que me ponían delante con su tic-tac de falsedad, con su maldito eco de obligación innecesaria, con su desconsolado ronroneo de algo que no tenía alma real para alguien como yo.

Y así todos estaban felices y orgullosos de mí. A veces yo era el bote que ellos utilizaban para llegar a metas que yo no quería ni siquiera realizar, a veces yo era el escalón del que ellos se valían para ver más alto, querían que yo fuera el telescopio que les permitiera absorber un poco de ese tesoro insondable que guardan las estrellas por la noche, y ese que vierten en los niños durante el día.

Y comprendí que hay muchos adultos en el mundo. Comprendí que tenemos adultos de 11 años, adultos de 20, de 30 y más. Comprendí que tenemos adultos en todas partes, agazapados y trémulos, buscando el porqué de su destino cortado, el porqué de la caída del avión, el porqué de la muerte de la mariposa.

Buscando y buscando alrededor del acantilado. Preguntándose qué fuerza misteriosa y nociva los obligó a saltar por algo que no era lo que perseguían.

Y yo me paseo con ganas de darles una mano, de lanzar la soga y alzarlos hasta la cima, de tirar los dados y salvar sus espejos rotos, o de destrozar al hipnotista payaso que nos va consumiendo a todos…ese que beba nuestros alientos hasta que ya no seamos capaces de alzar la mano para hacer una pregunta simple: ¿Cuándo nació el arcoiris? ¿Dónde se esconden los besos de las flores al anochecer? ¿Dónde dejan las estrellas sus trajes de lentejuelas durante el día?

Y recuerdo que ahora yo tengo una espadita pequeña, una navaja que pretende serlo quizás, y que ahora yo puedo defender a mis caballeros heridos, ahora yo les puedo mostrar que todavía en sus armaduras abrazan un sueño secreto.

Y se me agolpan las lágrimas en el rostro, porque el payaso me persigue. Veo a su juez con el reloj de arena apuntando hacia mi rostro, reclamando su tributo imperdonable…reclamando mi alma soñadora que no quiera someterse a sus reglas de mundo adulto.

Me pregunto dónde estaba detenida esa rosa mía guardada en mi pecho…me dejé conducir hasta cierto tramo del acantilado, y ahora siento el vértigo y su aliento de muerte…siento su risa pútrida y burlesca…su azotar los sueños de cristal contra el pavimento estructurado, su quebrar la bailarina de porcelana de la cajita musical, su triturar el oso de felpa que resguardó las mejores aventuras.

Y he querido enfrentar al payaso como lo hacen otros, esos valientes que han sido niños toda su vida y han sobrevivido en su farsa carnavalesca con una sonrisa auténtica en el rostro iluminado por el arcoiris.

Y me he puesto el maquillaje de camuflaje, porque me niego a caer por sus ametralladoras destructivas de esperanzas. Que mi sangre salga y riegue con sus gritos su ciudad de esquemas, pero que no me quiten mis hojas se los suplico, que no me quiten mis dibujos que inmortalicen las canciones del alba, que fotografíen los ojos del mundo que respira entrecortado entre los arbustos de su teatro enjaulado.

Y el payaso adulto se exaspera cuando decido jugarle mis bromas, porque intuye que soy una demente robándole las normas de su bolsillo. Teme que entre a su casa y mezcle las leyes que impuso como ciertas con la revolución mental que tengo que usar como escudo.

Y me siento en las aulas camuflada con la oscuridad y un lápiz en el cinto ¿A quién necesito explicarle mis motivos? Basta con que yo los sepa.

Y me vuelvo muda cuando las preguntas vuelan en el pizarrón, porque temo que el payaso oiga mi voz o que yo me dé cuenta de que he vuelto al círculo vicioso de su sistema aparente, donde el que tiene cara de concentrado, lo está, aún cuando sus ojos brillen con la risotada de la lejanía bien chistosa.

Y cuando veo alguna sombra acercarse a mí, simulo no tener apuntes, simulo dibujar o cantar… ¿Necesitan que ponga cara de atención?

Ya no me agrada la perfección que se pasea en las plazas, porque mucho me recuerda al payaso y a su persecución indolente. Mucho me recuerda que yo quería surcar los océanos que él quería para hacer felices a sus guardias, porque era más fácil ser doctor o arquitecto, era más fácil parase en la cima del castillo y aventar billetes.

Pero yo sabía que cuando uno cierra la puerta de la mansión, los gusanos se empiezan a colar en las camas y las almohadas, en las mesas y las oficinas…vienen a buscar el cadáver de los que se suicidaron en el camino de la olla a presión.

Recuerdo que aún tengo estrategias para escapar, solo hasta que un día sucumba ante su hoz de cautiverio errante de fantasma suicidado.

¿A dónde van los espíritus cuando el mundo del más allá es succionado por un agujero negro? ¿Y los suicidas no tienen perdón nunca, aunque escapen de sí mismos? ¿Y los errantes nunca han de hallar sosiego, aunque sea por un instante bendito?

A veces tengo frío en la punta de este acantilado.

Me tiemblan las piernas y sé que, en fin, el miedo ha de encontrarme alguna vez. Temo por las espinas que yo misma me vaya clavando en el corazón y por la sangre que emane de ellas, aunque alimente flores amarillas…

Y recuerdo que yo un día escribí en un papel que de sueños se construye la vida, aunque otros digan lo contrario…y que el ruiseñor fue el único que se sacrificó para crear la rosa roja para el enamorado…

¿Dónde andas ruiseñor de vidas? ¿Dónde, en qué espacio de la galaxia entera y solitaria?

Siento cómo el viento acaricia mis cabellos en la cima, a dos pasos del acantilado…y sé que digo esto, porque soy joven.

Sé que un día seré adulto, espero que no, y que seguiré temiendo al payaso…

Que se tenga piedad de nuestra sociedad de adultos moldeados en roca…

Y no he de rendirme, no hasta que las espinas me saquen toda la sangre, no hasta que de ella broten millones de rosas, no hasta que de mis letras surjan las flores amarillas, no hasta que de mis manos se eleven las alas de la gaviota que encuentre en los mares una sonrisa…

Soy joven y por eso lo digo…soy joven, y mi camino empieza cuando decida saltar del acantilado, y no sucumbir…yo no moriré con sus tristezas, yo desplegaré mis alas y desapareceré entre las nubes del arcoiris grabador de historias…

Porque la vida es sueño, pero los sueños no se quedan solo allí…si uno escoge la espina que ama, son almas que nacen otra vez en la noche y huellas que brillan en el cielo, recordando a algunos, que antes que ellos, hubo otros caballeros jóvenes que se enfrentaron a dragones y leones con solo navajas…


Amarillo. Rojo. Azul. Verde.

Si no tienes nada que decir, no escribas. Entonces morirás y veremos qué hacemos sin ti. Dicen que nadie es irremplazable y, probablemente, encontraremos a otro que ocupe tu lugar.

Si vas a comer sin tener hambre, mejor olvídate de las cosas más misteriosas de la vida.

Tener hambre a veces hace bien. Tener sed a veces es vital.

Sufrir por amor es lo más sensato que podrías hacer.

Llorar a gritos es lo más hermoso que podrías experimentar. Mientras sientes que tu corazón es arrastrado por millas y millas de cemento azul, donde van creciendo árboles de metal…también azules. Árboles que podrían arrancarte los ojos, quitarte la visión, destrozarte la piel, magullarte la mente y punzarte los recuerdos…pero que no te quitarían las ganas de vivir si consideras que aún vale la pena dejarse matar por algo que duele dulcemente.

Quizás tengas ganas de apretarte los dedos con una puerta alguna vez.

O pienses con angustia en el suicidio.

O tengas ganas de sentir celos y enojarte.

Podrías sentir ganas de pincharte el dedo con un alfiler sin querer, algún día.

O de quemarte con la plancha cuando tratabas de saber si estaba caliente.

Aprenderás cosas. Sentirás cosas. Verás cosas que muchos han visto, pero que nadie ve de la misma manera. Ojala que esas cosas te parezcan realmente asombrosas, porque lo son sin que muchos lo noten.

Ojala te des cuenta de todos los matices y todos los colores que se esconden en una herida abierta y en carne viva.

No seas sumiso, pero, de vez en cuando, ábreles el corazón para que te lo destrocen. Cuando sientas que puedes resistirlo…o cuando sientas que no puedes resistir más sin sentir nada. Cuando sientas que te da asco la comodidad de todos los días que ya se sabe cómo vendrán.

De vez en cuando, embriágate y di cosas absurdas. Pierde el control de tus pies. Deja que tus amigos se rían de ti o contigo.

Deja que alguien te rescate, te cuide, te salve o te abrace. Aunque todas las anteriores sean reversibles y nunca durables.

Alguna vez escucha la música tan fuerte que no puedas oír nada más que eso.

Alguna vez distráete en clases, o no cumplas con tu deber. Alguna vez haz una travesura por la que no pidas disculpas.

Quizás algún día descubras que con eso, tus ojos empezarán a brillar más. Más fuerte, más alto, más amarillo. Tal vez notes que te vas haciendo más liviano y que entiendes más cosas, aunque no las puedas explicar a nadie.

Tal vez notes que podrías enseñar cosas sin abrir la boca siquiera. Y que todo lo que enseñes, nunca será recibido como lo enviaste.

Es parte del juego.

A lo mejor estarás sentado en tu casa y te darás cuenta de que tienes muchos recuerdos que importan mucho.

No son esos recuerdos que se pueden poner en un libro que será un best-seller. No son esos recuerdos que puedas filmar en una película y alcanzar la fama ganando un Óscar. No son esos recuerdos que puedan hacer reír a otros más que a ti y a tus amigos cuando solo basta una mirada para recordar el viejo chiste y volver a reír con ganas.

No es como que lo vayas a poner en una canción.

No es como que lo vayas a publicar en tu muro de facebook.

No es como que lo vayas a dibujar en algún bosquejo surrealista.

No es como que valgan millones.

Pero son tuyos. Y puede que solo para ti sean importantes. Vitales.

Sal a mojarte en la lluvia en algún momento de tu vida. No te preocupes por el resfriado, todos se resfrían alguna vez. Resfríate con ganas.

Pisa los charcos y salta en las hojas del otoño que creas que pueden sonar. Si no suenan cuando las pisas, busca otras.

Da un portazo si te sientes enojado.

Bésalo de una buena vez si te gusta mucho, aunque nadie sepa que te gusta. Aunque te parezca que es demasiado pronto. Aunque la gente puede decir que no es correcto. Aunque creas que con eso él no te volverá a hablar más. Aunque temas a sentir amor o a ser lastimado. Aunque te aterre el compromiso.

Lo más sensato que puedes hacer es sufrir por amor.

Sé tú mismo. Sé bien imperfecto. Enójate. Haz show. Deja que la gente te mire con cara de vergüenza ajena de vez en cuando. Deja que se enojen contigo o que te encuentren terriblemente incorrecto.

Les darás algo de qué hablar por unos días. Les permitirás no pensar en lo miserables que pueden llegar a ser por tratar de ser perfectos.

En algún momento pinta un grafitti a escondidas.

Huye de alguien. Escapa corriendo.

Juega al rin-rin-raja.

Deja que un perro amable te persiga y te muerda, o quiera botarte de tu bicicleta.

Descubrirás que con eso, puedes ser algo más feliz, aunque nunca feliz por completo.

Estás vivo y tienes que recordártelo a ti mismo. Vence a la muerte diaria. Vence a la muerte diaria de los demás.

La perfección no es tan bonita como parece.

La felicidad está sobrevalorada, ojos brillantes.

Amarillo. Rojo. Azul. Verde.

Píntalos por todas partes.